7.3- La visita de Amalia
Antes de que empiece a llover de nuevo, Verónica entra al sistema de transporte.
Como ya ha pasado la hora de mayor congestión le queda fácil conseguir una silla en la que sentarse. Para ese momento los tacones le lastiman los pies por lo que agradece no tener que pasar los próximos veinte minutos sobre ellos.
Se recuesta en el espaldar de la silla y mira por la ventana. Aunque tenue, alcanza a ver a la niña.
Desearía poder sentirse sola, así sea por unos minutos.
El bus frena con fuerza. Un hombre se ha cruzado en su camino para colarse al sistema de articulados, por poco lo arrollan. La destreza del conductor le salvó la vida.
Las sombras a su alrededor tiemblan con fuerza.
La excitación que les causa el espectáculo grotesco que estuvo a punto de suceder hace que la joven las vea de otra manera. No se trata de decoraciones provenientes de un cuento de hadas.
No.
Estas sombras tienen mucho más. Son fantásticas y curiosas; inocentes, se podría pensar. Pero al mismo tiempo son oscuras e insensibles. Se regocijan con la muerte así como lo hacían con la vida.
El resto del camino trascurre sin inconvenientes.
En el hospital se encuentra primero con lucía quien la escolta hasta la nueva habitación de Amalia. Se le ve radiante, mucho más tranquila y animada.
Le cuenta a Verónica sobre el milagro: gracias a las oraciones que hicieron quienes ese día estaban con ellos en la sala de espera, Amalia se logró salvar de la muerte, o eso dicen. La cosa es que ha sido todo tan mediático que hasta el mismo hospital ha decidido pasarla a una sala VVIP para que reciba sus visitas.
Es tan grande que parece un apartamento y el servicio que les dan puede compararse con el de un hotel cinco estrellas.
Aún no dejan salir a Amalia, hay un doctor que quiere seguir haciéndole exámenes. Tal vez su cuerpo tenga la cura para la enfermedad que padecía, quien sabe.
Lo más probable es que le den el alta el fin de semana y luego la llamen periódicamente para seguirla examinando. La señora Caballero no se quiere ir, parece que le está gustando ser tratada como una reina y no quiere dejarlo tan pronto. Así que insiste en que su hija se siga quedando. Pero el resto de la familia ya quiere que vuelva a casa y haga su vida normal.
Para entrar al piso en el que se encuentra la habitación de Amalia tienen que tomar un ascensor especial que se encuentra en un pasillo al que solo pueden acceder con una llave magnética.
Con tanto lujo a Verónica le cuesta creer que aún se encuentra dentro de un hospital.
Cuando llegan al piso en el que se encuentra la habitación de Amalia, Verónica empieza a sentir una extraña vibración dentro de su cuerpo, parecida a la que produce el celular. Sabe que es por culpa de la bruja. Le da la impresión de que Isibene está inquieta por algo.
Mientras recorren el pasillo la vibración aumenta.
Lucía se da cuenta, le pregunta si se siente bien. Verónica le dice que solo es un dolor de estómago, tal vez relacionado con la ansiedad que le produce la situación en la que se encuentra.
Cuando doblan la esquina del pasillo el malestar es tan grande que Verónica lucha por no doblarse mientras caminan.
¿Qué le está pasando a Isibene? ¿Por qué le hace eso?
Si no estuviera con Lucía le preguntaría, pero ahora que está acompañada no quiere parecer extraña. Mucho menos quiere levantar sospechas en sus amigas, lo mejor que puede hacer ahora es tratar de aguantar la incomodidad.
«Mi cuerpo está cerca»
―¿Qué?
―¿Cómo? ―pregunta Lucía extrañada.
Sin embargo todo se queda en el aire cuando algo embiste a Verónica y la hace caer al suelo. Es Amalia. La vibración dentro del cuerpo de Verónica se hace tan fuerte que no logra contener una arcada.
―¡Dios mío! ¿Vero, estás bien? ―pregunta Amalia asustada ayudando a levantar a su amiga. La vibración ha cesado, sin embargo Verónica aún necesita recomponerse ―. Ayúdame a llevarla adentro― pide a Lucía.
Ambas hermanas ayudan a caminar a Verónica hasta la habitación de Amalia y la hacen recostarse en el sofá.
―Estaba enferma desde hace un rato ―explica Lucía tratando de bajar la voz cuando la señora Caballero le lleva un té a Verónica―. Creo que la entrevista de hoy la dejó muy estresada.
Verónica da un sorbo a su bebida, tiene la temperatura justa. Aunque ya se siente mejor, no deja de agradecer la tibieza con la que el líquido la consiente al bajar.
No hay nada como una bebida caliente para recomponerse.
Gracias al reflejo de la cuchara, se da cuenta que la niña de bucles no deja de quitarle la mirada a Amalia.
No sabe en qué momento se le van a volver a salir las cosas de las manos. Teme una escena parecida a la de la entrevista, o peor. Apura la bebida y empieza a inventar excusas que le permitan marcharse lo más rápido posible.
Pero sus amigas quieren que se quede un poco más.
La señora Caballero recibe una llamada. Al cabo de unos minutos vuelve hinchada de orgullo: un político importante, de esos que está en carrera por la presidencia, la acaba de llamar personalmente para agendar una cita con Amalia. Ella le había dicho que lo recibirían inmediatamente.
Esa es justo la oportunidad que Verónica esperaba.
Amalia le cuenta a verónica que en los últimos días no han dejado de visitarla personas influyentes y le hace una lista de políticos, empresarios y artistas que ha conocido. Incluso ese galán de la telenovela que tanto le gusta ha ido a visitarla.
¡Hasta se ha tomado una foto con él!
Las vibraciones vuelven cuando Amalia se acerca con el celular en la mano con el fin de mostrarle la foto. Verónica se levanta de un salto del sofá para alejarse de su amiga, tirando su propia cartera al suelo con el movimiento.
Todas sus cosas se desparraman por el suelo, incluido el libro del carnero.
Verónica tiene ganas de vomitar pero aguantas las arcadas. Trata de juntar sus pertenencias lo más rápido posible, a pesar de que la sensación es cada vez más fuerte.
Alguien toca la puerta, eso hace que la atención deje de estar sobre ella.
Es Magda, la jefe de campaña de Alexander Ortiz, para avisar que el político ha llegado y que en ese momento debe estar bajándose del carro.
La bruja se enloquece en el interior de Verónica, hasta el punto en el que ya no puede aguantar más las ganas de vomitar. Si no huye inmediatamente va a hacer quedar mal a su amiga.
Deja sus cosas tiradas en el suelo y sale corriendo descalza de la habitación, un torbellino de sombras excitadas la persigue. Por el camino choca con Magda. Lucía recoge la cartera de Verónica por la correa, toma sus tacones del suelo y va detrás de ella en su auxilio.
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