7.2-Voces
Cuando el ascensor se detiene violentamente en su destino, Verónica se jura a sí misma que no volverá a tomarlo de nuevo. La próxima vez bajará por las escaleras para evitar el mareo que le produce el bamboleo del aparato.
Al salir al pasillo se da cuenta que el libro está asomándose un poco, así que lo mete de nuevo en la cartera para que no se le caiga.
Una recepcionista de piel morena y cabellos larguísimos sale a su encuentro. La escolta hasta el lugar donde será entrevistada. Verónica se acomoda un poco la blusa antes de entrar al salón y se despide de la mujer que la había acompañado. Los tacones le lastiman un poco los pies, no está acostumbrada a usarlos.
Al cruzar la puerta se encuentra con un escritorio y dos sillas.
Una mujer habla por teléfono. Cuando se da cuenta de la presencia de Verónica cuelga, la saluda cortésmente y le ofrece un asiento.
Verónica cierra la puerta tras de sí.
La mujer revisa los papeles que tiene sobre la mesa, toma uno y lo aparta de los demás.
―¿Verónica de Narváez, verdad?
«¿Por qué sonríe tan extraño?» ―pregunta la niña en la cabeza de Verónica― «¿Acaso se está burlando de nosotras?»
Verónica carraspea tratando de hacerle entender a Isibene que debería hacer silencio.
―Sí, señora ―responde.
― ¿Desea un poco de agua para aclarar la garganta? ―ofrece la entrevistadora.
«Tened cuidado con lo que aceptáis a los extraños»
―No, señora. Estoy bien así.
La mujer guarda silencio mientras repasa la hoja con los datos de Verónica.
―Veo que no tienes experiencia en el campo además de tu carrera ¿Por qué quieres trabajar en nuestra empresa?
«Parece que no os quiere tener acá ¿Por qué os habrá invitado?»
―Puede que no tenga experiencia certificada, pero mi papá tenía una imprenta. Crecí entre libros. En vacaciones le ayudaba, así que conozco todo el proceso que implica hacerlos. Amo este oficio y estoy dispuesta a aprender mucho más sobre él.
―¿Por qué dices que «tenía»?
―Mi madre tuvo un accidente y él se retiró.
―Entiendo.
La mujer anota algo en la hoja. Verónica empieza a ponerse nerviosa.
―¿Vives con tus padres?
―¿Perdón?
―Que si vives con tus padres
Nunca antes le habían hecho una pregunta tan personal en una entrevista. No sabe qué responder ¿Será legal que le pregunten algo íntimo? ¿Qué tiene que ver con el trabajo que se supone va a realizar?
―Emm... Sí.
La mujer escribe de nuevo en la hoja. Para disimular un poco su incomodidad, Verónica observa la ventana. Algunas sombras empiezan a colarse por las rendijas. En menos de nada, invaden el lugar. Juguetean entre el cabello de la mujer o sobre el escritorio. Algunas, incluso, se posan en el regazo de Verónica.
―Veo que no ha durado mucho tiempo en sus trabajos: seis meses, dos meses, tres meses. El último le duró solo un mes ¿A qué se debe eso?
Verónica piensa por un momento la respuesta.
―Si se da cuenta, señora, ninguno de los trabajos que he tenido se ha relacionado con este medio: he sido maestra, camarera, recepcionista y hasta he trabajado en un Call Center. En todos ellos aprendí mucho y crecí como profesional. Sin embargo ninguno es mi vocación por lo que sentía que no pertenecía allí.
«Mentirosa, es por vuestro padre ¿Por qué le decís mentiras a la señora? ¿Queréis que se lo diga yo? Si os da miedo yo puedo hacerlo».
Lo que le faltaba.
Las sombras revolotean de nuevo. Danzan alrededor de la cabeza de Verónica, insistentes. Saltan en su frente y en su coronilla una y otra vez haciéndole perder la paciencia.
«Anda que se lo digo yo. Si no me respondéis voy a hacerlo»
―¡No! ―responde Verónica fastidiada, con un movimiento de su mano aparta las sombras de su cabeza― ¡Déjenme concentrar!
La entrevistadora deja de tomar notas. Levanta la mirada y se acomoda las gafas sobre la nariz.
―¿Disculpe?
―Lo siento mucho, no volverá a pasar ―trata de disculparse Verónica.
―Exactamente, puede marcharse ―la mujer señala la puerta.
Verónica agarra su cartera contra el pecho y sale del salón, tratando de apartar las lágrimas que se le acumulan por la impotencia y el enojo.
¡Isibene sabía lo importante que esta entrevista era para ella!
Mientras Verónica camina en dirección a la salida, puede ver como las sombras la siguen por las paredes. Aparecen de todos lados y así como salen se esconden. Aunque no le molesta su presencia desea que por un rato la dejaran sola, al menos mientras se calma.
El recorrido hasta la salida no dura mucho. Sin embargo se imagina miradas de reproche en cada persona que se encuentra en el edificio. La vergüenza se nota en su rostro, al igual que la indignación por lo que había sucedido.
No volvería a ese lugar, lo sabía.
¿Acaso nunca podría conseguir trabajo?
Verónica sale del edificio sin despedirse y empieza su marcha hacia el Transmilenio. Por el camino suena el celular.
Responde la llamada con el 'manos libres'.
―Aló
No termina de pronunciar la palabra cuando se da cuenta que tendrá que entablar una conversación con quien sea que la esté llamando.
¿Por qué le había dado por contestar?
―Buenos días ¿hablo con la señora Verónica de Narváez? ―pregunta una voz femenina al otro lado.
―Sí, soy yo ―responde Verónica tratando de disimular su mala gana.
―Señora Verónica, le recordamos que esta llamada está siendo grabada y monitoreada para su seguridad. El motivo de nuestra llamada es porque a la fecha el pago de su crédito educativo presenta una mora de diez días ¿Sabe usted cuál es la razón?
No, otra vez no.
Pequeñas sombras de colores revoloteaban a su alrededor, si tan solo todo fuera un sueño, se despertaría y seguiría su vida. Pero no era así, no estaba soñando y por eso mismo no quería hablar con nadie.
―Estoy desempleada ―responde.
―En ese caso la invitamos a que se ponga al día lo más pronto posible para así evitar que remitamos su caso a cobro jurídico. Le recordamos que el pago oportuno de su obligación permite a más estudiantes como usted acceder a educación superior de calidad, que tenga un buen día y no olvide cancelar a tiempo.
Cuelga.
¿Ahora que iba a hacer?
Verónica trata de apresurar el paso con el fin de llegar pronto a la vía de los articulados.
Ya tenía suficientes problemas en los que pensar.
Además de los seres que la seguían, cuya simple mención era un pase directo al psiquiátrico, tenía un libro que invocaba a una deidad ancestral y que debía cuidar con su vida porque todo aquello que le pasara a él también le pasaría a ella. Por no mencionar que estaba poseída por una bruja que era una niña, una joven y una anciana a la vez, no era capaz de conseguir un empleo y la angustia de la deuda la mataba.
¡Qué bien que se encontraba su vida!
El teléfono suena nuevamente, Verónica lo saca para apagarlo. Pero al leer el remitente se da cuenta que es Amalia. Por un momento la joven se pregunta si tal vez ella le creería.
Pero luego decide que lo mejor será no involucrar a sus amigas en eso ¿Qué tal que algo sale mal y ellas terminan pagando las consecuencias? No podía darse ese lujo, eran lo más cercano a una familia que tenía y por eso debía protegerlas. Había sido muy irresponsable al usar el libro del carnero sin pensar en eso primero.
―¡Hola! ―trata de sonar alegre cuando contesta, pero la voz se le corta inmediatamente y empieza a sollozar.
―¿Te fue mal? ―pregunta su amiga preocupada.
Verónica no responde, solo sigue llorando.
―Ven y almuerzas conmigo, te estaré esperando en el hospital. Si quieres te presto mi cama para que descanses un rato.
―Está bien ―responde.
Visitar a sus amigas no le vendría tan mal, después de todo es algo que desea con todas sus fuerzas.
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