16.1 -Memento Mori

Verónica usa las sombras para liberarse del ejército de Lefebvristas que le quiere impedir el paso. Abrirse camino hasta llegar al ex procurador es mucho más fácil de lo que le había parecido en un principio.

Su plan es recuperar el libro y volver pronto con Amalia.

Aunque sus amigas piensan llevarla al hospital para que la atiendan, Verónica sabe que en este momento la única opción que tiene su amiga es acudir al carnero. Mientras esté viva él le ayudará a curar cualquier herida que tenga, se lo había prometido.

Ahora que tiene el camino despejado ya no hay nada que le impida llegar hasta la catedral. La puerta se abre y un sacerdote sale con los brazos detrás de la espalda; parece despreocupado, como si lo que sucede no tuviera nada que ver con él.

«Ese hombre tiene el libro», avisa Isibene.

Verónica camina en su dirección, parece que él la está esperando. No retrocede ni se asusta ante su presencia, como lo han hecho todas las personas que la han visto a la cara desde su transformación. Cuando están cerca se quedan mirando fijamente por unos segundos hasta que el hombre se inclina para sacar algo de su calcetín y se lo ofrece. Es el libro del carnero.

Verónica desconfía.

—Me llamo Enrique —se presenta el sacerdote acercándole el objeto para que lo tome— ¿Cómo te llamas?

—Verónica —responde aceptando el libro.

—¿Y tú acompañante?

—¿Perdón?

Enrique señala el pecho de Verónica.

—¿Cómo se llama aquel que está dentro de ti?

Verónica se sorprende: ¿Acaso el hombre podía ver a Isibene? No sabe qué tan prudente sea responderle a su pregunta.

Está por preguntarle a Isibene qué debería hacer cuando el grito de Irma le eriza la piel. Su instinto le dice que algo no está bien. Voltea en busca de sus amigas pero se le dificulta encontrarlas entre la multitud.

—Ve —le dice el sacerdote—, tienes que ayudarlas. Hablaremos de nuevo cuando nos volvamos a encontrar.

Verónica le agradece por el libro y sale corriendo en busca de la hermanas Caballero.

Cuando las encuentra, su corazón da un vuelco al darse cuenta de lo que acaba de suceder. Se acerca a Amalia con el fin de sacarla de la hoguera, pero ya es tarde.

Abraza los restos calcinados de su amiga sin querer soltarlos a pesar del olor. No sabe exactamente cuánto tiempo pasa así, llorando su pérdida; ahogándose en su tristeza.

Cuando finalmente las lágrimas se secan y Verónica levanta la cabeza, lo hace con una sola idea en la mente: venganza.

Se acerca a Irma y a Lucía con el fin de pedir una explicación, pero el horror que causa en sus amigas hacen que no sean capaces de sostenerle la mirada. Algo ha cambiado en ella y lo saben. Verónica está ahora diferente, aterradora.

— ¿Quién fue? —pregunta con una voz tan seria que hiela la sangre.

—Nos la arrancaron —responde Lucía con tristeza, casi sin poder pronunciar las palabras por el dolor.

Verónica mira hacia todos lados con fuego en los ojos, quienes dañaron a Amalia tiemblan de pavor. Finalmente la joven decide ir por Alexander Ortiz, el verdadero responsable de todo.

Cada paso que da en dirección a la catedral la hace más poderosa y terrorífica. Sus sombras crecen, se alimentaban de ella hasta el punto en el que adquieren color, dejando de ser invisibles.

La rabia crece en su pecho aumentando el aura de sombras. Ya no es la misma persona que había recibido el libro de las manos de Amalia en la Jagua, ahora es un ser macabro que transmite muerte; un ser que sobrepasa a cualquier mortal.

Con un movimiento de su brazo izquierdo las sombras salen como un tentáculo de su cuerpo y golpean las puertas de la catedral, rompiéndolas.

Adentro el político chilla como un marrano.

—Tú —la mirada inhumana de Verónica se fija sobre el político con desprecio— Me quitaste algo que era preciado para mí.

Da la impresión de que está poseída por las sombras que se regocijan con la muerte. Excitadas aumentan de tamaño y la envuelven en un torbellino.

Ortiz la mira lleno de terror: la joven parece salida del infierno.

–Tu asquerosa vida no podrá compensarme.

El hombre patalea y gime ante la inminencia de su muerte. Verónica lo observaba con ojos desorbitados dejando escapar una sonrisa demente. Su sed de venganza es mucho más grande que sus deseos de controlarse.

Cuando está lista para dar el golpe que acabe con la vida del político un hombre con cabeza de carnero se materializa a través de las sombras.

Posa su mano con delicadeza sobre la cabeza de Verónica y ella se detiene.

El miedo profundo invade a quienes se encuentran en el lugar. Tanto los hombres de Lefebvre como los pocos espectadores del evento que aún quedan se persignan. Aterrorizados, casi petrificados, tiemblan ante la presencia de las dos abominaciones escupidas por el infierno.

El carnero toma la mano de Verónica y las sombras empiezan a calmarse, él la abraza en un intento por contener su ira asesina. Ya no hay nada más que puedan hacer ahí, es momento de marcharse.

Toma a Verónica entre sus brazos y ambos se elevan en el cielo.

—Sepan que volveré y los cazaré uno por uno —advierte Verónica antes de desaparecer junto al Buziraco y sus amigas.

Apenas termina de pronunciar las palabras, una luz blanca sale de todos los que participaron en la muerte de Amalia, dejando un sello indeleble en su brazo derecho.

Ahora están marcados.

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