11.2 -Vuelo
Verónica observa detenidamente su reflejo en el espejo.
Una joven que casi no reconoce le devuelve la mirada: sus cabellos antes descuidados están adornados con flores y pétalos, su piel pálida, normalmente limpia y sin maquillaje, luce ahora una serie de símbolos tribales y de runas antiguas que empiezan desde los codos y las rodillas y terminan en sus dedos, formando imágenes abstractas que evocan escenas de la naturaleza: raíces y ramas, hojas y espinas.
Una corona de margaritas descansa sobre su cabeza.
En cada una de sus mejillas tres rayas horizontales que nacen desde la oreja y llegan hasta el pómulo. Sombras profundas bordean sus ojos maquillados, resaltando la belleza de su mirada. Una línea recta sale de sus labios hasta alcanzar el mentón.
Dos brazaletes dorados decoran la parte más alta de sus brazos entretanto una tela suave, casi transparente, es lo único que cubre su cuerpo desnudo del frío de la noche.
El reloj indica que faltan cinco minutos para las once.
Las instrucciones que le había dejado el carnero eran muy claras: tiene que empezar a la hora en punto. Mientras tanto espera nerviosa a que las manecillas le den la señal.
Su mirada se posa en el objeto que tiene entre las manos, la pomada que había preparado esa mañana con ayuda de Isibene. Una mezcla de hierbas exóticas machacadas y cocidas hasta obtener una crema verde y espesa con un aroma fuerte a maleza.
Se arropa con la tela que cubre su cuerpo y se recuesta en la cama a seguir esperando.
Isibene le había explicado que la magia está ligada a la espiritualidad, su dominio depende de la capacidad del usuario para canalizar la energía del universo y transformarla de la manera que desea. Por eso, hay seres más mágicos que otros ya que su cuerpo está compuesto de esta energía.
Al ser incorpóreos, su existencia se debe a la magia y se les conoce como espirituales.
En el mundo se puede encontrar toda clase de espíritus de diferentes rangos y de diferentes tipos: oscuros o de luz, también espíritus neutros que hacen parte de la naturaleza, que existen con ella desde mucho antes de que el hombre fuera hombre y el mundo estuviera formado como lo conocemos.
Los humanos poseen magia, sin embargo, al ignorar la verdad sobre la creación, no saben cómo usarla. Por esta razón necesitan de un guía que les acompañe en el camino del dominio interior; alguien que les ayude a develar los misterios del cosmos.
Se requiere un largo proceso de autoconocimiento y crecimiento personal para poder producirla por uno mismo ya que es indispensable un equilibrio entre el mundo en el que se vive y el mundo del que se vino.
Solo aquellos que después de un largo aprendizaje logran comprender los secretos del universo, pueden realizar magia sin ayuda de otros.
Aun así existe un atajo que le permite al usuario utilizar la magia sin haber alcanzado el nivel máximo de la iluminación. A este atajo se le conoce como «pacto».
Por medio de una serie de pasos que no requieren ningún conocimiento especial, la persona puede invocar a un espiritual de su preferencia de acuerdo al tipo de magia o favor que desee obtener. Una vez haya hecho contacto con él, tendrá que ofrecerle algo a cambio del uso temporal de sus poderes.
Las manecillas marcan la hora.
Verónica se para nuevamente frente el espejo y se desviste. Abre el tarro de la pomada para aplicárselo en el cuerpo.
Apesta.
Tiene un aroma a hierbas remojadas o a maleza estancada, pero debe usarlo para poder acudir al aquelarre.
Sus manos recorren suavemente su cuerpo, esparciendo el contenido con pequeños círculos. Tiene que ser suave, apenas untado, para que la poción tenga el efecto que se desea.
Para cuando termina de aplicarlo se siente ligera.
Vuelve a vestirse con la prenda que había dejado caer al suelo. Toma la escoba que tiene a su lado y le administra lo que queda del ungüento.
El aroma que emana de todo su cuerpo la aturde, es una esencia mentolada que enfría todo aquello que toca haciéndola sentir cada vez más liviana, cada vez más etérea.
Se está volviendo aire, se eleva.
En la medida en la que siente como que empezaba a flotar el resto de sus sentidos se empiezan a confundir. Las imágenes se hacen borrosas y los sonidos cada vez más lejanos.
El aroma la embriaga.
Toma con fuerza su escoba, se aferra a ella como si fuera lo único en el mundo que existe, lo único real y tangible.
Para cuando recupera el control de sus sentidos está surcando los cielos de Chía.
La sorpresa la hace tambalear por lo que tiene que hacer un gran esfuerzo para no caerse.
Sigue elevándose, tomando más altura. Extrañamente no tiene miedo del vacío bajo sus pies, como si el paisaje ante el que se encuentra fuera nada más que una pintura.
Se siente desinhibida, borracha tal vez; ya no le importa estar desnuda. Se estira un poco y disfruta del recorrido.
Siempre había sabido que Chía era un lugar hermoso, pero desde el aire parecía un pesebre navideño con las luces de las casas que se apagan o se encienden, con sus calles desordenadas y la gran cantidad de verde proveniente de las fincas y los sembrados.
Sus dos ríos parecen un par de serpientes que reptan bordeando el pueblo; los guardianes ancestrales de la ciudad que duerme bajo sus pies.
Navega en silencio, cobijada por el manto de la noche.
El viento sopla en su rostro y juguetea con las flores de su cabello. Es frío, refrescante. Bebe de él como si fuera lo único que pudiera quitarle la sed. La posee un deseo insaciable de pertenecer a la naturaleza, de fundirse con los elementos.
Le parece estar conociendo el mundo por primera vez. Está despierta, más despierta que nunca. Por eso, como si fuera un recién nacido, anhela tocarlo todo, sentirlo todo, conocerlo todo.
Después del sopor inicial sus sentidos se agudizan.
Distingue perfectamente los colores de la oscuridad, el aroma del concreto de la ciudad y puede escuchar el sonido de las estrellas.
La escoba empieza a descender en la represa del Neusa, a dos pueblos de dónde Verónica partió. Un lugar alejado que normalmente se usa para acampar.
A verónica le parece una buena elección por parte del carnero ya que la soledad del paraje les ofrece mayor intimidad. Sin embargo, puede sentir que haberlo elegido no fue algo aleatorio ya que en ese punto la energía emana con más fuerza.
Cuando se acerca a tierra siente como las sombras aparecen nuevamente en su vida. La acompañan en su trayecto indicándole el camino que debe recorrer de ahora en adelante. Danzan en el aire junto a ella, envolviéndola para asegurarle un buen aterrizaje.
Una vez toca el suelo, Verónica divisa una antorcha encendida. Se dirige a ella, debe tomarla y seguir su camino. Grimalkin la invita a seguirla. Verónica deja su escoba y camina detrás de ella.
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