Capítulo 7: A Montpellier
El alma está hecha para amar
y no para comprender.
Comprender es el dominio del hombre;
amar es el reino del alma (1)
Del manuscrito de Arnald
Las noticias eran terribles para Provenza. Debéis pensar que un caballero instruido como yo tuvo que sospechar o siquiera imaginar lo que podía suceder. Pero en aquel entonces era apenas un muchacho, y aunque los rumores me dieron a entender de que algo se estaba gestando, no imaginé que llegaríamos a ese punto.
Una cruzada, se supone, debía de ser contra los infieles a la Iglesia. Los musulmanes en Tierra Santa, por ejemplo. No lograba asimilar la idea de una cruzada en estas tierras donde todos éramos cristianos.
Si, es cierto, no voy a negar de que en ese entonces existían muchos que no eran del todo católicos, sino que abrazaron la doctrina de los albigenses. Y aun así, seguían el ejemplo de nuestro Señor. Eran tan cristianos como yo, aunque suene hereje. Cientos morirían por unos cuantos, así que todo ese alboroto por la existencia de los albigenses no me pareció motivo suficiente para emprenderla contra nosotros.
Por supuesto, el verdadero motivo era otro. Lo que ellos querían era acabar con la orden, arrasar todo y buscar el Grial hasta debajo de cada piedra si era necesario. Me parecía perverso y horroroso, una maldad que no podía permitirse. ¿Cómo es que nadie en la cristiandad levantó la voz en contra de la cruzada? Ya nada podía hacerse, pues el Papa dio su bendición, y del otro lado del río ya se preparaban los invasores.
Con la noticia confirmada, solo me quedó esperar a ver qué decidía nuestro gran maestre, en especial para mí, pues mi destino estaba atado a él. El día en que nos enteramos partimos de inmediato de Carcasona, apresurados por las malas nuevas, y cuando mi señor salió del consejo de guerra, me dijo que había tomado una decisión. Seguiría las recomendaciones de los caballeros, y fingiría ser neutral al menos un tiempo.
Cuando Guillaume me expuso sus razones, tuve que entenderlo. Noté lo difícil que era para él aceptar mantenerse apartado y no tener el honor de luchar al lado de sus hombres, pero debía poner primero a la orden y al Grial. La idea de que Saissac sería un refugio empezó a tomar forma, e incluso yo me entusiasmé con eso. Tal vez Mireille podría venir conmigo, tal vez no tendríamos que estar separados mucho tiempo. Ilusiones vanas cuando una guerra estaba por llegar, lo sé, pero la idea de tenerla cerca reconfortó mi corazón.
Una vez enterados de los planes, Guillaume me dijo que partiríamos a Montpellier. Pero también le prometió a su dama no irse lejos sin una despedida, así que emprendimos el camino de regreso a Cabaret apenas el sol iluminó la mañana. Llevábamos prisa, así que no tardamos en contemplar la cima de la montaña negra, donde ellas esperaban.
La primera sorpresa fue encontrar a Abelard de Thermes alojado en el castillo de Cabaret. El templario fue a Saissac a llevar las noticias de parte del señor Froilán, pero al no hallarnos, fue directo a Lastours, donde tampoco tuvo suerte. Así que para él fue un gran alivio vernos llegar.
—Me temo que no podré haceros compañía mucho tiempo —le dijo mi señor después de los saludos—. Solo vine a pasar una noche aquí antes de prepararme para partir a Montpellier.
—¡Montpellier! —exclamó el templario—. ¿Así que vais a seguir mi consejo e ir en busca de Sybille?
—La situación lo requiere —respondió Guillaume, poco entusiasmado. Y muy serio, además—. Sé que conocéis el camino y los desvíos mejor que nadie, así que, si queréis acompañarme...
—Mi señor, sois el gran maestre. Si me requiere a su lado, allí estaré, solo tiene que ordenarlo.
—No soy el tipo de hombre que dispone de la vida de los demás como si fueran esclavos, pero ya que estáis dispuesto a venir conmigo...
—Lo estoy, señor —afirmó muy seguro el templario—. Pero, ahora, lo que debo entregaros de parte del comendador Froilán es importante y... —Los dos me miraron de lado sin mucha discreción. Un asunto secreto, desde luego.
—Con su permiso, señor —dije yo, inclinando la cabeza y retirándome para dejarlos con sus asuntos.
Miento si digo que no me importaba lo que iban a hablar. Esa situación me tenía muy tenso, no solo por la orden, o por Mireille. Era también por mi familia en Béziers, pues todos decían que sin duda sería el primer lugar en ser atacado, y sabía que era verdad. Tío Bota me dijo que estaban preparados para soportar un asedio, y le creía. Pero también tenía claro que los cruzados no se iban a detener en Béziers, y no se irían hasta obtener su botín de guerra. ¿Cómo, en nombre de Dios, podía sosegarme en medio de tanta incertidumbre?
Consciente de que tal vez ese viaje a Montpellier tome más tiempo del esperado, y que el verano estaba cerca, casi corrí en busca de mi amada. Me escabullí por el castillo, y fui directo a la alcoba de Bruna, donde supuse que Mireille estaba. No me equivoqué, apenas di dos toques en la puerta cuando la luz de mi vida apareció ante mis ojos.
Ella parecía muy sigilosa, y algo apresurada. Antes de que pudiera siquiera saludarla, Mireille salió de la alcoba de su señora, me tomó de la mano, y me apartó lo más lejos posible de allí. Supuse que no quería perturbar a Bruna, o ser pillada por Valentine. Pero había algo raro que me hizo desconfiar.
—Mireille... Mireille. —La llamé para detenerla, y me planté en el piso antes de seguir avanzando—. ¿Qué sucede, amor mío? ¿Por qué llevas tanta prisa?
—No es nada, yo solo... Bueno... Estoy algo nerviosa —murmuró. Para calmarla, la tomé de las mejillas y la besé con suavidad. Eso logró que se relajara un poco, y apenas nuestros labios se separaron, nos miramos de cerca con una sonrisa de alivio.
—Ya te enteraste, ¿verdad? —ella asintió—. Mireille... Yo... No sé qué decirte. Quisiera prometerte que todo va a estar bien, pero...
—Lo sé, Arnald. No depende de ti, ni de nadie. Hay cosas que no se pueden evitar, pero esto...
—Mireille. —La interrumpí de nuevo, y ella me miró atenta al tiempo que tomaba su mano derecha, y la besaba—. No puedo prometerte que las cosas malas no van a pasar, pero si puedo jurarte que daré mi vida para protegerte si es necesario. Nada va a pasarte mientras yo viva, nada va a dañarte. Lo juro.
—Arnald... —Ella enrojecía, y de la emoción, me echó los brazos al cuello antes de besarme. La apreté fuerte contra mi cuerpo, ansiando más que nunca que jamás se separara de mí, que fuéramos siempre uno solo—. No quiero que des tu vida por mí —susurró sobre mis labios—. Quiero que vivas, pues yo no podría seguir en un mundo donde tú no estés.
—Entonces también te juro que voy a luchar con bravura, y que nadie me apartará de tu lado. Me crees, ¿verdad?
—Sí, te creo. Siempre lo hago.
Entre besos, nos ocultamos para evitar miradas indiscretas. Quise disfrutar ese momento, necesitaba olvidar mis pesares. Pero, así como a ella, también había cosas que no dejaban de dar vueltas en mi cabeza. Nos separamos otra vez, y la noté tan inquieta que no supe qué decir para calmarla. Acaricié sus mejillas y me sonrió apenas.
—Hay algo más que te tiene así, ¿verdad? —asintió lento, bajando la mirada.
—No sé si me corresponde hablar de eso...
—¿Por qué?
—Son cosas de mi señora. Ella está muy... No lo sé, extraña. Desde ayer está así.
—¿No crees que es porque se enteró de la cruzada? Supongo que no lo ha tomado nada bien, debe estar muy preocupada, así como tú.
—Lo sé, pero... No, no es eso.
—¿Entonces?
—Ayer fue a la iglesia, y se puso a rezar... —No entendí al inicio. Eso no me pareció extraño—. Está rezando desde entonces.
—¿Cómo...?
—Que desde ayer está meditando, murmurando oraciones. No escucha nuestros llamados, no ha comido, ni dormido. Es raro, y tengo miedo... —fruncí el ceño. También me extrañó, pero sabía que Bruna siempre fue muy devota. En honor a la verdad, mi principal preocupación en ese momento era calmar a Mireille.
—Pero, querida mía, ¿por qué temes? No está haciendo nada malo, solo reza.
—¿Tanto tiempo?
—He escuchado que las monjas y las místicas pueden orar de esa manera... Las... ¿Cómo es que se llamaban? ¡Beguinas! (2) Claro, las beguinas. Hay santas incluso...
—Arnald, mi señora no es una monja, ni una santa, ni beguina. ¿De verdad te parece normal?
—Si —le dije, aunque ya no estaba tan seguro. Pensé que tal vez debería hablar con Guillaume antes de que subiera a ver a la señora del castillo, pues, de lo contrario, se llevaría una gran sorpresa.
—Tal vez debería volver...
—¿No dijiste que Bruna estaba dedicada a sus rezos? Quizá nosotros podemos...
La noté enrojecer, y lo hice yo también. Malinterpretó mis palabras, pues en ese momento mis intenciones eran puras. Ambos nos quedamos mirándonos en silencio, cuando pasos ajenos al final del pasillo llamaron nuestra atención. Al asomarnos, Mireille se quedó boquiabierta al descubrir que era Bruna quien llegaba, y detrás de ella iba una muy extrañada Valentine.
—¡Mireille, querida! Acá estabas —dijo con una sonrisa radiante mientras se acercaba a nosotros—. ¡Y Arnald! ¡Qué gusto veros! Eso quiere decir... —No completó la frase, pero yo asentí.
—Es un placer saludaros esta mañana, señora. Luce tan encantadora como siempre.
Mientras más la miraba, más extraña se tornaba la situación. Era Bruna, cierto. Solo que algo en ella lucía distinto. ¿Eran sus gestos? ¿O una energía que irradiaba? ¿O tal vez ideas mías? Creedme, querido lector, que aquello que estaba apreciando era tan real como estos pergaminos.
—Y ustedes, ¿qué hacían juntos? —preguntó con toda naturalidad, no había reproche en sus palabras. Eso no nos alivió para nada, pues ni siquiera pudimos explicarnos en medio de titubeos nerviosos—. Oh, qué importa. Son bellos, adoro verlos juntos. Es sublime, como diría Orbia. Y sé que es extraño que la cite justo a ella, pero... —suspiró, y yo cada vez la entendía menos—. Qué más da lo que digan otros, el amor es arrollador y no conoce límites. Ahora, queridos míos, iré al encuentro de mi caballero. De seguro que está ansioso por verme.
—Claro... —murmuré. Ella se despidió de nosotros, y se alejaba muy tranquila, como flotando. No pareciera que de verdad llevara tantas horas despiertas rezando, todo lo contrario, la iluminaba una nueva energía que le daba una extraña vitalidad.
Ojalá lo hubiera entendido en ese momento. Pero hay cosas, apreciado lector, que es mejor no saber.
*************
Después de pasar ese día en Cabaret, emprendimos la marcha hacia Montpellier. Esta vez, el templario Abelard quiso acompañarnos, y eso me alegró. Cuando él estaba presente, el señor Guillaume solía comportarse más correcto que nunca.
Sabía que no era una visita de cortesía. Sybille era importante para la orden, era vital hablar con ella, e incluso trazar un plan para resguardarla más adelante. Al igual que mi señor, me causaba curiosidad y expectativa saber que iríamos a ver a una profeta como las de la biblia. Pero, a la vez, me embargaba la tristeza de saber que, a cada momento de esa cabalgata, me alejaba de Mireille.
Hacía menos de un día que estuve a su lado, y de pronto sentía que no iba a poder resistir tanto tiempo sin tenerla entre mis brazos, sin ver sus lindos ojos brillar al encontrarse con los míos. Iba a extrañar su sonrisa, su voz, todo de ella.
Mucho tiempo estuve meditado sobre nuestra relación y su futuro. Se me ocurrió que quizá, cuando estallara la cruzada, y Mireille se viera obligada a refugiarse con nosotros en Saissac; podríamos casarnos.
En ese entonces era apenas un paje, ni siquiera aspiraba a heredar nada de los Maureilham, siendo un sobrino venido a menos del señor de la casa. ¿Qué más daba si me unía a Mireille? ¿A quién iba a importarle, si no tenía nada que heredar ni ofrecer? Lo único que quería era que estuviéramos juntos, y que enfrentemos toda esa guerra unidos.
Era ya el tercer día del camino, y no habíamos tenido inconvenientes. Esa noche no acampamos, Abelard nos guio a una encomienda templaria de la ruta, y pudimos descansar a gusto. Dijo que no tardaríamos mucho en llegar, y tal vez antes del mediodía veríamos los muros de Montpellier. Él iba por delante, dando indicaciones a los hombres de mi señor. Fue así que, casi sin pretenderlo, Guillaume y yo acabamos cabalgando uno al lado del otro, con los demás a una distancia prudente.
—Entonces —me dijo de pronto mi señor—, ¿conoces a Sybille?
—Si, señor... Bueno, conocer no tanto, solo de vista. Creo que ya os lo comenté antes, es una dama muy simpática —contesté de inmediato.
—Una vez hicimos una apuesta sobre si estaría casada o no, ¿recuerdas? Nunca la he cobrado.
—La cobró por adelantado. —Mi señor rio al escuchar aquello, y yo sonreí. Claro que sí, él ni esperó a que yo le presentara a Bruna y ya se había lanzado a la conquista.
—Me temo que ya es hora para ti, Arnald —me dijo, y yo lo miré de lado—. Es una lástima, ahora tendré que tratarte con más respeto. Y yo que quería seguirme burlando un poco más.
—No os entiendo...
—Pues que ya va siendo hora de que conozcas más de la orden para que puedas ayudarme. Me temo que debo hacerte caballero, y empezarás el camino de la iniciación. ¿Estás de acuerdo?
Estaba boquiabierto, emocionado y casi eufórico después de oír esas palabras. ¡Al fin sería un caballero! Uno de verdad, uno que sería respetado, que tuviera más derechos y libertades. Se acabaría el Arnald sumiso, y mis opiniones al fin serían escuchadas. Lo más importante: Como caballero, podría darle una mejor vida a Mireille.
—Muchas gracias, señor —dije con sinceridad—. Os juro que no voy a decepcionaros.
—Sé que serás mejor caballero que muchos —contestó, y aunque sabía que hablaba en serio, algo en su semblante me decía que no estaba del todo sereno—. Cuando sepas más, te encargaré algunas misiones. Abelard es el iniciado más reciente, estoy seguro de que le encantará tenerte de compañía.
—Por supuesto, mi señor. Aprenderé bien, y llevaré con éxito las misiones que me encargue.
—Confío en ti —me dijo, y luego volvió la vista hacia el camino.
No podía creer que hacía poco más de un año lo detestaba con todas mis fuerzas. Siempre supe que, a pesar de su máscara de libertino sin remedio, había un buen hombre en él. Solo necesitó de una motivación. Y esa motivación fueron las tantas responsabilidades que cayeron en él de pronto, además del amor que sentía por la dama Bruna.
Me enorgullecía servirlo. Supo sacar fuerza, paciencia, entereza, prudencia, responsabilidad, honor y todos los elogios que se me pudieran ocurrir. Si hacía un tiempo al pensar en él solo enumeraba defectos y vicios, en ese entonces era todo lo contrario. Si alguien me preguntaba que pensaba del Guillaume de Saissac, hubiera dicho que era el mejor caballero que había conocido.
—Mi señor... —dije de pronto, recordando un asunto que no habíamos hablado—. ¿Puedo deciros algo?
—Habla ya, y deja las formalidades —suspiré. Pero ya que se trataba de una conversación entre dos hombres, decidí que podía permitirme bajar un poco el tono.
—Es sobre la señora Bruna. Ayer, cuando llegué a ver a Mireille, me dijo que estuvo rezando toda la noche sin parar. Que parecía una de esas mujeres místicas...
—¿Eso te dijo la doncella?
—No... Bueno... Lo de las mujeres místicas lo añadí yo, pero sí que estuvo rezando sin descanso. No quiero que se preocupe, pero... ¿No piensa que es extraño?
—Tratándose de Bruna, no lo creo —me dijo, aparentando una tranquilidad que no me convenció—. Ella es una mujer especial, y muy devota también. Se enteró de la cruzada y rezó por su pueblo, nada más.
—¿Y no la notó extraña? —lo miré de lado, esperando encontrar una reacción distinta. Él solo se encogió de hombros.
—Se supone que rezar cura el alma, y después de tantas horas, es lógico que lucirá distinta. No creo que debamos preocuparnos por eso, Arnald.
—Supongo que sí... —No dije más y, decidí no insistir con el tema.
Pronto alcanzamos al resto del séquito, y Abelard nos dijo que ya estábamos cerca. Y si, en medio del camino, divisamos los muros de Montpellier a lo lejos. Ya había estado allí, fue cuando el padre de mi señor me llevó a París para entregarme como paje. La villa era grande, y tenía cierto parecido a Béziers, aunque es innegable que superaba a mi villa en población.
A esa hora de la mañana todo lucía muy tranquilo. Los comerciantes entraban, los hombres a caballo también. Abelard se adelantó para que nuestro ingreso no tuviera mayores retrasos, y como mencionó que algunos de los guardias servían a la orden también, bastó con dar el santo y seña para continuar.
Llegamos al fin al castillo principal, donde fuimos recibidos de inmediato con mucha cortesía. Los Montpellier eran una gran familia, y tenían varias casas en la villa. Pero en el castillo en el que nos encontrábamos vivían Sybille y su padre, aunque en la zona más apartada.
Algunos decían que era por privacidad, otros que era porque los habían relegado. Lo que sí tenía claro es que el padre de Sybille fue reclutado por el padre de mi señor como informante para la orden. Fue justo él quien salió a recibirnos. Joan de Montpellier parecía ser un hombre mayor, aunque apenas pasaba los cuarenta. Era alto, de semblante serio y duro, pero eso no le quitaba lo cortés. Al ver a Guillaume, lo primero que hizo fue inclinarse ante él.
—Bienvenido, mi señor —dijo el hombre al incorporarse—. Lo saludo a vos, al caballero de Thermes, y también al paje de los Maureilham. —Yo incliné un poco la cabeza para saludarlo, complacido de que supiera de mí.
—Gracias por recibirnos. Lamento no haber avisado con más anticipación que estaba en camino —le dijo Guillaume.
—Pero no es problema, igual sabíamos que en cualquier momento vendría, sobre todo con esas horribles noticias de cruzada. Montpellier está a la entrada del Mediodía, bien podrían atacarnos. Al menos si el rey Pedro decide no meterse en estos asuntos... —se quedó en silencio, y me miró.
—No os preocupéis —dijo mi señor—. Podéis hablar, el joven es de mi entera confianza.
—Está bien —continuó el hombre—. Esperamos que el rey Pedro no decida sacar cara por el vizconde Trencavel cuando llegue la hora. Algo que, en honor a la verdad, será difícil. Ellos son grandes amigos y compañeros, el vizconde está casado con su sobrina. Sería deshonroso dejar que alguien de su familia pase por esas dificultades sin decir una sola palabra.
—Es verdad —respondió Guillaume—. Comparto vuestra opinión, Joan. Montpellier no será un lugar seguro por mucho tiempo.
—Y es por eso que habéis venido, ¿verdad? Porque ya es hora de que se cumpla el compromiso —me quedé mirándolos sin entender.
—Sí. —Mi señor suspiró, y cerró los ojos apenas un instante. Era un gesto rápido y simple, pero yo, que tan bien lo conocía, supe lo que eso quería decir. Era resignación por algo que iba a pasar—. He venido por eso también. Quiero conocer a Sybille, quiero hablar con ella, y tendremos que llegar un acuerdo para la fecha de la boda.
Me quedé con la boca abierta. ¿Acaso ese compromiso del que hablaban era una boda entre mi señor y Sybille? No podía creerlo. Jamás nadie me habló de eso. A mi lado, Abelard se mantuvo cabizbajo, e incómodo.
—De eso no debéis preocuparos, señor, nos encargaremos de todo —le dijo Joan—. Entiendo que estéis ansioso de conocer a mi hija por lo que ella representa para la orden, pero me temo que ahora mismo no será posible. Ha tenido una noche agitada, y apenas al amanecer consiguió dormir.
—¿Ella está bien? ¿Le ha sucedido algo? —preguntó Guillaume, frunciendo el ceño. Incluso Abelard se irguió y pareció más interesado.
—Visiones, mi señor, solo eso. Y, con los tiempos que están por venir, estos se manifestaron como pesadillas. Es duro para ella.
—Entiendo —murmuró Guillaume—. No hay prisas, la dama profeta debe descansar. Me quedaré varios días, tendremos tiempo suficiente.
—Perfecto, entonces ordenaré que los acompañen a la estancia que os han designado. Es un viaje cansado desde Lastours, y necesitan reponerse.
El hombre nos escoltó por un pasillo donde nos esperaba un siervo que nos guio. Mi señor se veía muy silencioso, aunque aliviado. Quizá había pasado mucho tiempo observando los gestos de Guillaume, y por eso podía casi adivinar lo que pensaba. Pero aun así quise confirmarlo.
***************
Así que ya no había marcha atrás. Un pequeño retraso en los planes podía ser un alivio, pero nada más. Tuvo todos esos días para aceptar que tenía que enfrentar la situación de una buena vez, con tantas evasivas parecía un cobarde.
Apenas quedaron a solas, Abelard se excusó diciendo que iría a preguntar a los guardias por novedades o informes de algo fuera de lo común, y Guillaume aceptó. Así que el paje se quedó a su lado. Y debió imaginar que ese niño no cerraría la boca.
—Mi señor... —dijo Arnald en voz baja, casi con timidez—. Entonces va a casarse con Sybille.
—Sí, eso es lo que va a pasar —respondió sin entrar en detalles. Si quisiera desahogarse, escogería a Amaury. Maldita sea, ¡cómo necesitaba a ese desgraciado!
—Pero no queréis hacerlo, ¿verdad? —Guillaume lo miró de lado. Claro que no, ¿acaso no era obvio? Todos tendrían que darse cuenta de ello. No quería saber nada de ningún matrimonio con Sybille, pero tenía claro que no le iba a quedar de otra—. ¿Es por la señora Bruna? —insistió el paje
—Ojalá fuera solo eso —contestó sin mirarlo. No tenía idea de como iba a tomar Bruna la noticia de que su caballero iba a casarse pronto.
No estaba seguro de que la dama lo aceptaría con tranquilidad, nadie lo haría. Si se ponía en su lugar y fuera ella la que tendría que casarse, sin duda estallaría en celos de que otro hombre la tuviera, aunque sea por una noche. Y sería lo mismo para ella. No quería que eso los apartara, no quería distanciarse por culpa de ese matrimonio. Pero de alguna forma tenía que hacerla entender de que era su deber, que no sentiría jamás nada por esa Sybille, que era una obligación que tuvo que aceptar.
De pronto Arnald, quien caminaba a su lado, se detuvo. Entonces Guillaume se quedó quieto, y se percató de lo que estaba pasando. Había una dama al final del pasillo. Parecía respirar agitada, o quizá debería decir conmocionada. Sus miradas se encontraron, y no fue necesario que nadie se lo dijera, esa era Sybille de Montpellier. Era cierto lo que le dijeron, la joven dama era hermosa, y se quedó petrificado con su mirada.
Hubo algo en ella que lo estremeció. Su corazón también empezó a latir con rapidez, con una extraña sensación de inquietud. Tuvo una inexplicable certeza de que esa mujer iba a formar parte de su vida para siempre. La chica le sonrió, y él fue incapaz de devolverle la sonrisa, impactado con esa visión.
Y ella comenzó a caminar a su encuentro, al principio con timidez. Pero pronto sus pasos se hicieron más rápidos, y cuando estuvo cerca de él, estalló en lágrimas. Guillaume no supo qué hacer cuando la dama se arrojó a sus brazos, y siguió llorando con la cabeza apoyada en su pecho. Ni siquiera se movía, ni la miraba, no dijo nada. ¿Qué podía hacer?
—Sabía que vendrías —le dijo ella entre lágrimas—. Lo sabía, te he estado esperando desde hace tanto tiempo —decía, emocionada—. Has venido por mí al fin. ¡Has venido!
—Señora... —interrumpió el siervo que los escoltaba al notar su incomodidad, y el rostro estupefacto de Arnald—. ¿Estáis bien?
—Claro que sí —dijo, separándose apenas de Guillaume—. Si al fin estoy al lado del hombre por el que he esperado toda mi vida.
Algo dentro del caballero tembló al escuchar esas palabras cargadas de un extraño fervor. ¿Sybille lo quería ya? ¿Acaso por visiones? ¿De ahí lo conocía? No le agradó la idea, no le agradó que ella tuviera esas esperanzas de ser correspondida. Seguía sin saber qué hacer.
—---------
(1) La luz que fluye de la divinidad - Matilde de Magdeburgo
(2) Beguinas: Fue un movimiento de mujeres laicas cristianas que surgió en el siglo XII en los Países Bajos, Bélgica, Francia, y Alemania. Estas mujeres buscaban una vida de devoción y servicio sin retirarse del mundo para vivir en un convento. No seguían una regla monástica estricta, ni hacían votos permanentes de pobreza, castidad y obediencia como las monjas, pero se comprometían a vivir en castidad y a menudo en comunidad.
El movimiento de las beguinas ofrecía a las mujeres de la época una alternativa a la vida matrimonial o conventual, permitiéndoles una cierta independencia y la posibilidad de vivir una vida espiritual activa en el mundo.
—---------
¡Buenas, buenas!
UNO DE LOS MOMENTOS MÁS ESPERADOS POR LATINOAMÉRICA UNIDA LLEGÓ (Bueno, por Sybille xddd)
Un minuto de silencio para Abelard :(
Y ahora, ¿qué pasará entre estos dos?
¿En qué anda Bruna? ¿Qué ha concluido de las palabras del padre Abel que la sumieron en la oración?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top