Capítulo 5: Noticias

No veo que pueda tener bien, ni consuelo ni gozo,

cuando estoy separado de ella,

pues nunca hice nada tan a mi pesar como dejaros,

si no os vuelvo a ver.

Por ello estoy muy triste y afligido.

Muchas veces me arrepentiré,

cuando evoco vuestras dulces palabras,

de haber querido emprender este viaje (1)

Marzo de 1209

El clima había mejorado. Nada de nieve, la brisa era fresca, y pronto volvería el verde de los prados. Cuando llegara la primavera, pensó Guillaume, cumpliría un año en Provenza. Y un año de conocer a Bruna también.

Y era justo por anhelarla que iba camino a Cabaret. Arnald lo seguía de cerca, junto con los otros hombres de su reducido séquito. Le gustaba andar solo, pero después de vivir un par de asaltos en la ruta, entendió que era mejor tomar precauciones. En especial cuando el invierno apenas estaba cediendo, y los proscritos y otra gentuza muerta de hambre andaban al acecho. ¿Pero quién tiene tiempo para reflexionar sobre la seguridad en el camino, cuando al llegar le esperaba el placer? O tal vez no, tal vez Peyre Roger andaba por allí.

Aunque el marido estuviera presente, había otras formas de ser feliz a su lado. Su simple compañía, sus besos furtivos, sus conversaciones, o solo verla reír. Todo era más que suficiente para él, y no había forma de describir lo mucho que deseaba llegar a Bruna. Apenas un par de semanas de no verla, y eso lo estaba sacando de quicio. "¿Es que tanto la necesitas? ¿Casi tanto como respirar?", se dijo. Y ya sabía la respuesta, cosa que tal vez debería asustarle. Pero le encantaba.

Una vez más, como tantas veces, divisaron Lastours. Y los primeros guardias les salieron al encuentro para cederles el paso. Guillaume esperaba que su visita esta vez fuera un poco más larga, pues tenía pensado planificar encuentros y entrevistas con otros caballeros de la orden desde Cabaret. Usaría la excusa de pasar el tiempo honrando a su dama para dedicarse a asuntos del Grial... ¿O era al revés, y estaba usando a la orden como excusa para quedarse con Bruna?

"¿Qué más da? El orden de los factores no altera el producto, o algo así dijo Pitágoras", pensó, y rio de su propio chiste mientras los demás lo miraban extrañados.

Sería bien recibido, como siempre. Arnald, quien ya sabía de memoria cuál era su deber, se adelantó y fue de inmediato a avisar a las doncellas de Bruna de su presencia. Así que, para no parecer tan ansioso, caminó con calma y se aseó un poco. En esas estaba, cuando reconoció una figura familiar. Dando órdenes como si fuera la señora, o tal vez eran otro tipo de instrucciones. La dama se giró al sentirse observada, y pronto notó su presencia.

No habían tenido mucho contacto en esos meses, cosa que lo hizo sentir repentinamente culpable. Guillenma fue la primera en revelarse ante él como miembro de la orden, y se encargó de instruirlo en los misterios también. Fue un ingrato al no hablar con ella, y no solo se refería a asuntos del Grial. Quizá nunca fue el hombre más atento del mundo, pero algo le dijo que las cosas no estaban muy bien del todo.

Cuando despidió a la doncella se quedó ahí parada, pensativa. Se atrevía a decir que hasta triste. Y la tristeza no era una postura que conociera de la dama Guillenma de Barvaira. Algo pasaba, algo grave. Y esperaba que no tuviera que ver con el Grial. Entonces se acercó a ella para saludarla, y la dama apenas correspondió.

—¿Sucede algo, Guillenma? —preguntó con preocupación luego de las formalidades—. La noto extraña el día de hoy. ¿Acaso Peyre Roger se encuentra ausente?

—No, mi señor, no es nada de eso. Ojalá fuera tan simple...

—Entonces, ¿qué es? Si se puede saber... —dijo, temiendo haber sido indiscreto. No quería que la dama le contara sus intimidades, y tampoco sabría qué cara poner si Guillenma empezaba a hablar de algún asunto privado.

—Oh, señor, ¿es que aún no lo ha escuchado? —Se le quebró la voz. Parecía que la dama estuviera conteniendo el llanto. Los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas que se apresuró a secar con discreción.

—Guillenma, ¿qué sucede? —La tomó de los hombros con suavidad. Quizá no era propio hacer eso, pero en verdad se estaba preocupando.

—Es el principio del fin, ha comenzado ya.

—¿Qué pasó? —preguntó más serio. Sabía que hablaba del Grial o de la profecía, no podía ser de otra cosa.

—Han excomulgado al conde de Tolosa —dijo para sorpresa de Guillaume.

Él sabía que eso iba a pasar, incluso envió misivas a todos los caballeros de la orden diciendo que estuvieran atentos. Desde que la noticia del asesinato de Peyre de Castelnou en enero de ese año se hizo conocida, y además aseguraron que el responsable era el conde de Tolosa, Guillaume supo que las cosas iban a ir muy mal. Y sí, al fin se había cumplido. Con el de Tolosa fuera de la Iglesia Católica, todo se complicaría.

—Rayos... —dijo, tratando de asimilar la idea.

Aunque la orden había aislado a ese hombre, nunca se sabía que era lo que podía hacer. Froilán y los demás aseguraban que de alguna forma Raimon de Tolosa les cubría las espaldas con los legados papales. Pero con la excomunión era distinto. Había otras cosas en juego, algo que ni el conde más honrado querría perder: Sus tierras y poder.

—Y eso no es todo, señor. He recibido hoy la noticia. El Papa está muy consternado, al parecer ha sido influenciado por el legado Arnaldo. Ha ordenado una cruzada.

—Por todos los cielos... —Se llevó una mano a la cabeza, ya sin saber qué decir o qué hacer. Eso no podía ser cierto. Estaba seguro de que eso no era solo por el conde de Tolosa. Era una amenaza para todo el Mediodía.

—"Desde Montpellier hasta Burdeos, el Papa ha ordenado destruir a todo aquel que se le oponga." Es lo que dice el anuncio oficial, la voz ha empezado a correrse con rapidez. Dudo mucho que ataquen Montpellier porque pertenece al rey de Aragón, pero temo por Béziers. El vizconde Trencavel no dejará que pasen sobre él, será la primera víctima de la cruzada.

—Espera... —respiró hondo. Trencavel, maldita sea. Tal vez seguía sin tragarse del todo el asunto de que fuera el primer caballero de Bruna, y de que aún la amaba. Pero, cielos, ¡no quería verlo muerto y menos luchando en una guerra! Ni a él ni a nadie—. ¿Él ya lo sabe? ¿Lo saben todos? —Guillenma asintió—. ¿Peyre Roger también?

—La noticia llegó primero a Montpellier, y los mensajeros templarios recibieron la orden de alertar a todos nuestros caballeros. De seguro uno de ellos iba en camino a Saissac, tal vez sea el mismo Abelard de Termes.

—Sí, es seguro. ¿Y dónde está Peyre Roger? ¿Y los demás?

—Peyre partió de inmediato a Carcasona. Es vasallo de Trencavel, el vizconde está convocando a todos sus hombres al mando. Se reúnen para un consejo de urgencia. —Guillaume asintió. De pronto el panorama había cambiado, y no podía perder el tiempo. Apenas llegaba, y ya tenía que irse.

—Tengo que hablar con Trencavel —dijo muy seguro—. Sé que es orgulloso y tal vez no acepte nada de mi parte, pero en esto no puede negarse. —Aunque seguía sin sentir simpatía por el vizconde, el hecho de que pudieran dañar todo lo que le rodeaba no le hacía ninguna gracia. En especial por Béziers.

—No importa si el vizconde se resiste o no, mi señor. Es verdad que Trencavel, como todo caballero, tiene un orgullo que defender. Pero él sabe que debe evitar este conflicto a toda costa, no será temerario, y sé que intentará negociar. Y aun así.... No, será en vano. Igual atacarán, igual encontrarán una excusa. Su objetivo no es limpiar a Provenza de los herejes, es acabar con todos los señores, es buscar hasta la última piedra para encontrar el Grial. Eso es lo que quieren hacer. Es el principio de la profecía de Sybille. Todos vamos a caer, y no podremos evitarlo.

Guillenma lucía muy angustiada, y eso no era normal en ella. Estaba acostumbrado a su serenidad y a esa manera tan fría de calcular cada uno de sus pasos, el dominio que tenía de sí misma y de sus acciones. Verla así era el reflejo de que de verdad todo estaba mal, y que quizá él también debería estar muy asustado.

Si el Papa había ordenado una cruzada, no tenía que pensar mucho en quienes sería los cruzados. Por algo el legado Arnaldo estuvo en París, ahí estaba la respuesta a todas sus interrogantes. Era tarde, y de seguro que los francos ya se estaban armando.

No quería luchar contra ellos. Cielos, no quería luchar contra nadie. Con tantos invasores iba a ser difícil mantenerse a salvo, o mejor dicho, mantener a Bruna a salvo. Bruna, esposa de un vasallo de Trencavel que pronto sería víctima de la cruzada también.

—Bien, Guillenma. Gracias por informarme, al parecer llegué justo a tiempo para hacer algo. Saldré ahora mismo, voy a Carcasona a asistir a ese consejo, tenemos que empezar a planificar la defensa lo antes posible —esperó alguna palabra de apoyo, pero ella no dijo nada. Al contrario, por un instante le pareció que la Guillenma de siempre volvía. La que pensaba en frío, la que no dejaba que nada escapara de su control.

—No puede hacer eso, señor.

—¿Cómo dices...?

—Hemos pensado... En realidad, es algo que Peyre y yo llevamos meditando desde diciembre, ya sabe, por la posibilidad de un conflicto. Los dos creemos, y sé que el resto de miembros de la orden pensarán igual, que lo mejor es que no sea parte de esta guerra. Por favor, usted manténgase al margen.

—¡¿Disculpa?! —No pudo dominarse, simplemente no daba crédito a lo que estaba oyendo.

—Qué importa que lo critiquen, pero no se meta en esta guerra. Es mejor que piensen que está del lado de los invasores.

—¡No, Guillenma! ¡Basta! ¿Te das cuenta de las sandeces que estás proponiendo? ¡No puedes darme ese tipo de órdenes y lo sabes! ¿Cómo piensas que seré capaz de quedarme quieto mientras los liquidan? ¿De luchar al lado de nuestro enemigo? ¡Puedo ser muchas cosas, pero jamás un traidor!

No pensó enojarse tan rápido, y menos con ella, pero tenía que dejar clara su postura. Quizá fue criado en la corte de París, eso era el pasado. Él era un señor de Provenza ahora, y tenía que proteger el entorno de su amada.

—Señor —continuó la dama sin perder la paciencia—, nosotros sabremos que no es así, que lo haría por el Grial. Lo entenderemos, y estaremos dispuestos a aguantar hasta el final.

—Quiero entender una cosa —le dijo, haciendo un esfuerzo por serenarse—. ¿Por qué piensan que es mejor que no sea parte de la defensa del Mediodía? Estoy dispuesto a escuchar tus razones, y si crees que puedes convencerme, lo meditaré.

—Según nuestra espía en París, el legado Arnaldo está convencido de que usted no tiene relación con los asuntos de su padre, y es mejor que siga pensando eso. Lo pondrá lejos de su vista para que actúe como el gran maestre y nos dirija a todos. Segundo, si se mantiene neutral, quizá los señores con los que compartió tanto tiempo en París decidan no atacarlo, y eso hará de Saissac un lugar seguro, un refugio, si prefiere verlo así.

—Un refugio para...

—Para Bruna, señor —dijo eso último casi en un susurro—. Para Bruna, para el Grial, incluso para la misma Sybille o cualquiera de nosotros que necesite esconderse un tiempo.

—Entiendo... —murmuró. Odiaba la idea de ser tomado como un cobarde, pero también tenía que reconocer que los puntos de Guillenma eran razonables. En especial porque era cierto que necesitaban un lugar para refugiarse, y Saissac no era una villa fácil de encontrar.

—¿Qué dice ahora, señor? —No respondió, solo soltó un suspiro e intentó calmarse.

Por Dios, venían días muy difíciles, y de mucho trabajo. Por más que Guillenma tuviera razón, necesitaba hacer algo. Ya no era un caballero franco, ni un remedo de caballero provenzal. Era parte de los hombres del Mediodía, ellos eran sus aliados y amigos, no podía solo ocultarse como un cobarde con la excusa de que lo hacía por la orden. No era justo, no estaba bien. Encontraría una forma de ayudar. Por supuesto que la prioridad siempre serían Bruna y la orden, pero no abandonaría a Provenza a su suerte.

—Mi señor —Guillenma insistió, interrumpiendo sus pensamientos—, hay otra cosa... El Grial. Debemos conocer su ubicación para mantenerlo a salvo, y si es necesario llevarlo a otro lugar, es ahora cuando tenemos que actuar. La dama debe tomar pronto su papel, ella tiene que asumir la responsabilidad que le corresponde.

—Si lo sé, lo sé... —contestó, consciente de que eso sería otro problema. ¿Cuánto tiempo más iba Bruna a postergar sus deberes como dama del Grial? ¿Podría siquiera obligarla a eso?

—Eso no es todo, mi señor. Sybille...

—¿Qué pasa con Sybille?

—Sé que le desagrada la idea del matrimonio con ella, pero quizá no sea necesario que hablen de ello de momento. Todo está sucediendo muy rápido y quizá para junio ya estén aquí los cruzados. Ella sabe mucho, no solo de la orden, sabe mucho de todo. Es su profecía. Ella conoce los orígenes del Grial, quizá ha tenido otras visiones que le pueden ser de utilidad. Debe ir a verla pronto.

—Tienes razón, es lo que debo hacer. —Ir hasta Montpellier a ver a la tal Sybille le resultaba aún más desagradable que hacer que Bruna sea la dama en funciones. Pero ya era hora de hacerlo, y esta vez iba a en serio.

—Sé que todo esto no puede evitarse, es algo que solo debemos aceptar —dijo con tristeza—. Pero quizá Sybille pueda decirnos algo que evite tantas muertes... No lo sé.

—Entiendo como te sientes, es terrible todo esto.

—Claro que lo es —respiró hondo, conteniendo su llanto una vez más—. Van a venir a destruir mi mundo y todo lo que amo, y yo no podré hacer nada.

Esas palabras también le infundieron miedo. Pensar en que Bruna estaría en un verdadero peligro si se descubría su identidad lo hacía sentirse más preocupado aún.

—Debo irme ahora, señor —continuó la dama—. Sé que acaba de llegar, y que igual tiene planeado partir a Carcasona. —Al decir eso último, Guillenma ocultó su molestia. Bueno, pero es que tampoco era lógico que de pronto decidiera apartarse de todo. Los francos aún no cruzaban el Ródano, no tenía que aparentar nada ante nadie.

—Lo haré, sí. Pero antes...

—Lo sé —interrumpió—. Vaya a verla, señor. Se vienen tiempos difíciles.

Se despidió pronto de ella, y casi corrió a la alcoba donde Bruna lo esperaba. Pasó toda la mañana ansiando llegar a ella para besar sus labios y perderse en el ardor de su cuerpo, pero todo acababa de cambiar. Tenía que hablarle en serio, tal vez hasta presionarla. Había esperado mucho tiempo, pero ya era hora de que la dama abriera la carta de su madre para dar con la ubicación del Grial.

Bruna tampoco era una insensata, lo entendería. Solo tenía que hablar con ella, explicarle la situación e ir con seriedad. Aunque seriedad era lo menos deseaba cuando solo pensaba en tomarla entre sus brazos, y hacerle el amor hasta que sus cuerpos no puedan más. La necesitaba tanto, tanto...

Se detuvo justo al frente de su puerta. La tocó, y Mireille le dio el pase antes de salir con rapidez para dejarlos a solas. Mejor así, tenían que hablar sin interrupciones y sin oídos indiscretos. Mireille era de confianza, pero en asuntos de Grial tenían que manejarse con más cuidado.

Y allí estaba, solo en su alcoba, sintiendo un perfume suave de flores. ¿Todo lo hacía con la evidente intención de provocarlo, o es que él era tan débil que no podía siquiera resistirse? Guillaume apartó uno de los tapices con suavidad, y la encontró con ropa de dormir, mirando el paisaje por la ventana, fingiéndose distraída.

Caminó lento hacia ella, sigiloso como un ladrón. Su dama seguía de espaldas, sin inmutarse por su presencia tan cercana. Desde donde estaba podía sentir el suave perfume de sus cabellos limpios, inspiró hondo, como si quisiera embriagarse de eso. Moría por tener entre sus brazos ese cálido cuerpo y llenarlo del su fuego.

De pronto, ella dio un paso hacia atrás y sus cuerpos chocaron. Bruna lo miró de reojo, y una sonrisa se formó en su rostro. Guillaume posó sus manos en sus caderas y la pegó a él. Podía sentirla toda, pero quería más.

Los labios del caballero empezaron paseándose por su cuello con suavidad al principio, depositando besos delicados y cortos, sus manos subieron desde sus caderas hasta la altura de sus pechos y ahí las posó. Empezó por suaves caricias que, acompañadas con sus labios besando su cuello, se hicieron más intensas. Hasta que las ansias lo empujaron a rozarla con insistencia, provocándole a la dama un gemido que estremeció todo el cuerpo del caballero.

Apretó sus senos, la ropa ya empezaba a estorbar. Se inclinó, y tomó los bordes de la túnica, misma que le quitó con prisa para poder apreciar la belleza de su desnudez. Ahí la tenía, de espaldas a él, y estaba dispuesto a tocarla toda, a disfrutar con paciencia de ese cuerpo hermoso que sabía nunca iba a cansarse de amar.

Una vez más sus manos se posaron en sus pechos, ahora tenía el placer de sentir su tierna piel entre sus dedos, de sentir como su amada se estremecía y se pegaba más a él. Una de sus manos bajó lento por su vientre, hasta llegar al rincón más íntimo de ella. Bruna se arqueó cuando los dedos de Guillaume la tocaron, un preámbulo a lo que pronto pasaría. Fue ella misma quien se giró un poco en busca de los labios de su amado, atrapándolos al fin en un ardiente beso que lo dejó sin respiración.

—Me encanta cuando te pones así —le dijo él al oído con la voz cargada de deseo.

—Tú me pones así —respondió ella—. Tú eres el único.

Guillaume no podía contenerse más, su cuerpo estaba ansioso por tenerla, por seguir disfrutando de ella. Bruna misma se dio la media vuelta y quedaron frente a frente. La había visto ya muchas veces desnuda, pero aquella visión nunca perdía su excitante efecto. Todo él se encendió, la deseaba tanto que sentía que su cuerpo iba a explotar. La tomó de la cintura y cuando la tuvo tan cerca que pudo sentir sus formas pegadas a su pecho y las delicadas manos de su dama quitándole la chaqueta, de ver esos ojos ardientes de deseo tanto como los suyos, se sintió enloquecer.

La llevó hacia la cama y ahí la recostó. Fue ella misma quien lo ayudó a desnudarse, acarició su espalda y su pecho, haciéndolo estremecer con su tacto suave y delicado. Se hundió en ella una y otra vez, sin un instante de tregua. Le parecía que los gemidos de su Bruna eran el sonido más maravilloso del mundo. Sus cuerpos estallaron al fin en el éxtasis. Cada vez estaba más convencido de que aquello era lo más cercano al paraíso que podía existir.

Se quedaron unidos, respirando agitados. Bruna apoyó la cabeza en su pecho, mientras él acariciaba su espalda. Cuando estaba con ella todos los problemas se alejaban. No quería pensar en lo que habló con Guillenma, pero sabía que tenía que hacerlo. Odiaba salir de su paraíso, y llevársela con él al mundo donde todo era infortunio.

—Bruna...

—Peyre no está —dijo ella de inmediato—. Va a tardar, fue a Carcasona. Así que tenemos el resto del día...

—Bruna, espera —se incorporó con pesadez, mirándola, recostada en la cama. Aun desnuda, ardiente. Esperando por él, mirándolo con ansias de más. Por eso mismo tomó la manta y la cubrió, prefería apartar la vista de la tentación para ser serio una vez en la vida.

—¿Pasa algo? —Bruna se sentó, y lo miró a los ojos. Tal vez la preocupación era tan evidente, que pronto ella también cambió su gesto, y acarició su mejilla—. ¿Qué sucede, amor mío?

—¿Sabes por qué Peyre ha ido a Carcasona? —ella asintió despacio, aunque no creía que lo supiera en verdad.

—A un consejo, Trencavel ha convocado a todos sus vasallos.

—¿Y sabes la razón? —No contestó, así que a él le tocaba decírselo—. ¿Recuerdas que te hablé de una profecía?

—Sí... —murmuró, y bajó la mirada—. Entonces ha llegado la época del infortunio. Ha llegado al fin...

—Si, amor. La iglesia ha declarado una cruzada contra los albigenses. Y contra todos nosotros.

Bruna escuchó con atención lo que empezó a contarle. Las consecuencias del asesinato del legado de Castelnou, el anuncio de la cruzada, y el hecho que de verdad no podrían hacer mucho para contener el avance de los cruzados, pues la profecía era clara en cuanto a la destrucción del Mediodía. Ella no decía nada, solo lo miraba con tristeza y algo de miedo. Y ni una lágrima se asomó a sus ojos, la dama asentía, aceptando ese destino.

—Pero te juro que nada va a pasarte —aseguró, al tiempo que tomaba una de sus manos y la besaba—. Siempre te protegeré, te lo he jurado antes y te lo repito ahora. No se trata solo de que seas la dama del Grial, eso es lo que menos me importa sobre ti. Eres la mujer que amo, y no voy a permitir que vivas esta guerra. Te amo, y nunca te dejaré desprotegida.

—Lo sé, Guillaume. —Después de buen rato en silencio, Bruna sonrió y llevó una mano a sus cabellos para acariciarlos—. Sé que cumplirás con tu palabra, sé lo mucho que me amas. Tal vez haya cosas que no podamos controlar, pero sé que vas a cuidarme.

—Bruna... —suspiró—. ¿No tienes miedo?

—Claro que lo tengo, ¿por qué preguntas esto?

No sabía como explicarlo, pero se veía muy serena para ser la Bruna que él conocía. Si hasta Guillenma la fuerte se quebró ante las noticias de la cruzada, ¿qué pasaba con su dama que solo parecía resignada y sin ningún temor?

—Nada, yo solo...

—Voy a estar bien —lo interrumpió—. Sé que estás preocupado, yo también lo estoy, aunque no lo creas. Pero tengo que concentrarme en lo mío, en lo que soy. —Apenas dijo eso, Guillaume sintió alivio. Bruna misma llegó a donde él quería llegar y no tuvo que forzar nada, razón por la que quiso creer que lo que seguía iba a ser más fácil.

—Amor, hay otra cosa de la que tenemos que hablar y que no puede esperar más.

—¿Y qué es eso?

—El Grial... —No dijo más, deseando que ella comprendiera. Pero Bruna seguía con una actitud tan serena que no supo qué pensar.

—¿Pasa algo con el Grial?

—Es muy probable que la guerra llegue antes de que termine la primavera. Provenza ya no será un lugar seguro, y es necesario saber donde se encuentra para ponerlo a salvo.

—Ha estado a salvo desde la muerte de mi madre, ¿por qué sería distinto ahora?

—Ya te lo dije, habrá una guerra.

—Si te digo que está seguro, es porque lo está, Guillaume —explicó con paciencia—. Y debe mantenerse así hasta que sea el momento de revelarlo, un tiempo que aún no ha llegado.

—Espera, ¿qué...? Tú... ¿Cómo sabes eso? ¿Quién te lo dijo? ¿Acaso ya leíste las instrucciones que dejó tu madre? —El que demorara en responderle le dio más desconfianza. ¿Qué significaba ese silencio?

—Amor... —dijo con una sonrisa casi condescendiente—. Tú mismo lo has dicho, soy la dama del Grial. Y soy quien protege el secreto del Grial. No puedo decirte donde está, no puedo decirte muchas cosas ahora. Pero basta con que sepas que está a salvo, y que yo misma iré por él cuando llegue el momento. —Guillaume asintió, entendiendo el mensaje. ¿Entonces de verdad leyó las instrucciones de su madre? Vamos, solo podía ser eso. De pronto Bruna sabía cosas, y no solo eso, sino que se mostraba muy segura de ello.

También sabía, porque el mismo Froilán lo instruyó con esa parte del cuidado del secreto. Fue muy claro cuando le dijo que la única que siempre debía saber la ubicación del Grial era la dama y nadie más. Ni siquiera el gran maestre debía conocer su ubicación, ni un solo caballero de la orden. No, porque eso podía tentar a cualquiera de apoderarse de él, o de quebrarse bajo una tortura. La finalidad de los caballeros del Grial era estudiar los misterios asociados al secreto, pero sin llegar a él. Por eso proteger a la dama era la prioridad, porque era la única escogida para esconderlo y mantenerlo a salvo de quien quisiera apoderarse de él.

"Pero esta vez será distinto", se dijo con un nudo en la garganta. Según la profecía de Sybille, misma que ya sabía de memoria, no solo estaba cerca el infortunio. También el momento de revelar el Grial, de descifrarlo. La misma Bruna acababa de confirmarlo con sus palabras. Eso era lo que temía, sacar a la luz una de las armas de poder y revelar al mundo algo que tal vez no serían capaces de manejar. Se suponía que no sucedía hacía siglos, ¿y cómo lo iban a hacer? ¿Cómo iba a prepararse para algo de esa magnitud en plena guerra?

"Tal vez Abelard tiene razón", se dijo. En realidad, todos la tenían. Si no iba a ver a Sybille, estaría perdido sin saber cómo cuidar que la profecía del Grial se cumpliera, y no sabía como proteger a Bruna de la revelación del secreto. Por más que intentó convencerse de que no sería necesario, las cosas habían cambiado y ya no podía retrasarlo más. Pero antes, tenía otro asunto que atender.

—Bruna, sé que quieres que me quede a tu lado hoy. Lo que ha pasado... Sé lo que entiendes —dijo, y ella asintió.

—¿Partirás a Carcasona?

—Ahora mismo, no puedo demorar. Subí solo para saludarte, y pues... —sonrió. ¿Qué excusa tenía?

—Tranquilo, yo entiendo —respondió ella, dándole un beso en los labios—. Es lo que debes hacer si quieres asegurar que todos estemos a salvo.

—Pero volveré tan pronto me sea posible, no iré a ningún otro lado sin despedirme de ti.

—¿A dónde irías?

No dijo nada, solo la besó otra vez, y más intenso para despedirse. No quería responder, porque no sabría como explicarle. Iba a ver a una profeta, que además sería la mujer con la que iba a desposarse. Bruna tendría que saberlo, claro. Pero no aún, no quería inquietarla tan pronto.

—Debo vestirme ahora, y tú también —le dijo mientras se separaba.

—Sí, claro, debo ir a la iglesia.

—¿A la iglesia?

Guillaume se puso de pie y se esforzó en recordar si una vez más -como siempre- olvidó alguna fiesta religiosa. Mientras él se ponía la ropa, y luego se sentó para calzarse los zapatos, Bruna salió de la cama y caminó hacia el otro extremo de la alcoba, exponiendo su desnudez. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para apartar la mirada y no caer rendido a ella otra vez. La dama tomó la ropa que él mismo le quitó, y se la puso con lentitud mientras lo miraba.

—No, solo debo ir a ver al padre Abel. Seguro que a él también le llegaron noticias de la cruzada, y supongo que se espera que la señora del castillo ordene las cosas en ausencia de su señor. En especial porque en la misa de más tarde, o de mañana, el padre Abel tendrá que contarles a todos lo que está por suceder.

—Cierto... —No había contado con eso. No solo los caballeros estaban enterados, seguro que ya se había corrido la voz en todas las iglesias y catedrales. A esas alturas, muchos sacerdotes ya estaban hablando de eso con sus feligreses.

—Me pregunto qué pasará con Miriam y los tejedores ahora... —murmuró Bruna, como para sí misma—. Incluso con Valentine...

—¿Valentine?

—¿No sabías acaso que mi doncella cree más en las enseñanzas de los albigenses que en las de la iglesia de Roma? Siempre supe que eso causaría problemas... —se persignó, y sin decir nada más, se acomodó los cabellos.

—No creo que le suceda nada a Miriam. Si es lista, como parece que lo es, seguro huirá junto con otros tejedores que andan por aquí.

—Ese es el problema, Guillaume. Dudo mucho que una mujer como ella abandone a los suyos solo por salvarse la vida. Todo será difícil, muy difícil...

El caballero terminó de vestirse, y se acercó a ella. Le dejó un beso en el hombro desnudo, y se alejó con rapidez. Era muy probable que pasara unos días en Carcasona, luego debería ordenar sus asuntos antes de partir a Montpellier. Mientras más pronto se pusiera en acción, mejor. Quizá ver a Sybille era lo que menos deseaba en el mundo, pero proteger a Bruna era su prioridad. Si tenía que conocer a la profeta para salvar a su amada, entonces no iba a dudar más.



—-----------

(1) Canciones de la sexta cruzada - Thibaut de Champagne

—------------



ASÍ ES, SEÑORAS Y SEÑORITAS. La cruzada albigense ya fue declarada... Y no hay marcha atrás :(((((((



Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top