Capítulo 2: Buen amigo
Pienso con pena en mis dichosos días,
que pasaron como una tempestad.
El mundo está lleno de hostilidad.
Más cada vez, ¡ay! (1)
Sabía que debería pensar que al fin volvía a casa. Que esas eran sus tierras, su castillo, y que incluso cualquier cosa que se moviera en el bosque le pertenecía. Pero ver Saissac de lejos no le generaba ninguna emoción, apenas el alivio de saber que al fin podría asearse y dormir.
Tal como dijo Arnald, el clima empeoró de un momento a otro, y esa mañana cabalgó entre campos nevados. No tenía ánimos de nada, así que podía tomarse unos días para dejar de ser el gran maestre de la orden.
Una ilusión vana, al parecer. Apenas los mozos se hicieron cargo de sus caballos, llegó su siervo Reginald a decirle que tenía mucha correspondencia importante que revisar. Incluidos los informes de parte de algunos miembros de la orden que llegaron en su ausencia. Guillaume suspiró, ¿qué le quedaba? Tal vez podría ir a la cama y leer todo con calma, ya al día siguiente redactaría las respuestas, o le pediría a Arnald que lo hiciera mientras él dictaba.
—En fin, bienvenido a Saissac —le dijo a Abelard sin ganas—. Van a preparar una estancia para ti, así que puedes relajarte y tomarte el día. Haz lo que quieras, hoy no estaré disponible para nadie.
—Solo puedo quedarme esta noche, señor —aclaró el templario—. Será una suerte si llego a Montpellier sin percances, tal vez caiga una tormenta.
—Cierto... —Y allí estaba el otro tema incómodo que no quería tocar: Sybille.
Aparte de las anteriores profecías que escribió la joven dama, Guillaume no había recibido nada más de ella. Quiso interpretarlo como que en verdad no era necesario que hablaran, pues el papel en la orden de Sybille se limitaba a advertirles de su futuro, y si no había nada que decir, tampoco era necesario contactarla. Solo que la novedad del matrimonio que debería contraer con ella, tal vez en unos años, lo tenía inquieto.
No lo había comentado con nadie, ni siquiera con Bruna. No tenía idea de como reaccionaría ella si le contaba que iba a casarse con una dama de Montpellier. Aunque en teoría eso no debería afectar en su relación, pues a los ojos de la sociedad solo eran dama y caballero en finn' amor, y en lo privado eran amantes. Guillaume no lo podía ver de esa manera. Y sabía que Bruna tampoco aceptaría esa noticia con una sonrisa y resignación.
El único que había deslizado algo del tema, y con mucha discreción, era Abelard. Él era cercano a la dama, pues la había visitado y aliviado sus temores sobre la orden. El templario también le comentó que si bien Sybille no tenía visiones desde la última vez, sí que había estudiado documentos antiguos y tenía respuestas que solo a él podía contarle. Y que no esperara que ella lo pusiera por escrito, eran temas tan delicados que era mejor hablar de forma directa y sin intermediarios.
Eso Guillaume podía entenderlo. Pero también se resistía a hacer ese viaje, en especial en esa época de fiestas y de nieve inesperada. Acababa de llegar del sur, ¿por qué tenía que moverse otra vez? Bastaba con enviarle una carta a Sybille, presentándose y diciéndole que pronto iría a verla, que no se preocupara por nada, pues se encargaría de que siempre estuviera a salvo. Y claro, Abelard se ofreció a llevar la carta en persona, eso le pareció adecuado.
—Te entregaré el pergamino por la mañana, supongo que quieres partir a primera hora.
—Si el tiempo lo permite, así será, señor. Gracias por recibirme en vuestras tierras, sé que mi estancia será corta, pero si necesitáis mi apoyo para cualquier cosa...
—Abelard, solo relájate, ¿quieres? Te lo mereces. El mocoso se largará mañana también, volverá a Béziers. Pueden hacerse compañía en la ruta, ¿estás de acuerdo?
—Está bien, acepto la sugerencia —respondió, mostrando una sonrisa que intentó disimular.
—Perfecto, nos veremos para el almuerzo si es que estoy despierto —bromeó él—. O para la cena, quién sabe.
—Sí, bueno... Yo... Solo iré a refrescarme.
—Ve —le dijo, palmeando su hombro, y le pareció notar que el templario relajaba su postura, y su andar en general. A veces lo desesperaba que sea tan formal, pero lo apreciaba a su manera.
Guillaume caminó directo a su alcoba, la cual ya habían acondicionado para recibirlo. Quería estar solo un momento antes de que le prepararan el baño, y una vez cerró la puerta, suspiró con cansancio. Y aburrimiento. Qué vacío y sin sentido se veía ese lugar sin Bruna esperándolo en la cama, o sin sus golpes disimulados a la puerta para entrar en medio de la noche. El único momento en que Saissac fue su hogar, y esa alcoba suya, fue cuando se convirtió en el refugio de su amor.
Caminó lento, y se quitó las botas, entre otras prendas. Cuando estuvo desnudo de la cintura para arriba, sus ojos se fijaron en la torre de correspondencia en la mesa de su habitación. Bufó, y maldijo para sí mismo. Bien, ¿qué le quedaba? Apenas terminara con su baño se pondría a trabajar en eso, pero primero daría un vistazo. Tal vez no todo era tan importante, solo tenía que dividirlo y así ordenaría sus prioridades.
Primero reconoció algunos sellos de señores de la orden, de la encomienda templaria de Moix, incluso de Cabaret. ¿Alguno sería de Bruna? Esa idea le sacó una sonrisa, así que puso ese pergamino aparte para leerlo primero. Y así, revisando entre todo, Guillaume arqueó una ceja cuando halló, escondida casi al final como si no tuviera importancia, una carta con el sello de la casa de los Montfort.
Cuando lo sostuvo en sus manos, se decidió a abrirlo de inmediato a ver si era alguna novedad de Amaury que podría leer con calma y sin discreción durante el baño. Y sí, era la letra del pillo desgraciado aquel, pero no era cualquier cosa.
—¡Reginald! —gritó de pronto, y empezó a hacer cálculos en su mente. La fecha en que la carta salió de París, el tiempo que tardó en llegar, los días que habían pasado desde entonces. Y así llegó a una conclusión que lo puso ansioso, pero en el mejor sentido de esa palabra.
—¿Mi señor? —El hombre acudió de inmediato, seguido por unos siervos.
—Voy a tomar el baño ahora mismo, y quiero que se disponga la mejor habitación disponible. Que se prepare comida en abundancia, y tal vez organizar un baile para la noche de mañana... Sí, sería perfecto.
—¿Algún motivo en especial, señor?
—Si, mi hermano llegará pronto. Estad atentos al camino, apenas vean acercarse a un séquito, quiero saberlo —añadió.
Sonreía de oreja a oreja, y es que no podía evitarlo. No veía a Amaury desde sus días de libertad en París, y saber que llegaría en cualquier momento renovó su alegría.
****************
Se rieron en su cara, de hecho, se prestó para las bromas. Al parecer la gente del Mediodía se movía mucho en esos días, más que cualquier parisino. No fue el primer séquito con el que se cruzaron, Amaury intentó que sus hombres tuvieran un comportamiento decente, pues con el primer grupo hubo silbidos y otras palabras que acabaron asustando a las mujeres que vieron.
—Ah, vamos, no es culpa de las inocentes damas del Mediodía que no hagan otra cosa que coger entre ustedes por falta de nalgas en el camino —bromeó el caballero, y los hombres estallaron a carcajadas—. Compórtense, maldición, no quiero que se corra la voz de que el séquito de Amaury de Montfort está lleno de ordinarios. Que es verdad, pero... —se rieron a la vez, él incluido.
Desde entonces todo cambio. Eso, y que a juicio del caballero, el panorama se hacía cada vez más solitario y algo amenazante. Se cruzaron con un grupo de diez proscritos que salieron del bosque para asaltarlos, y no tuvieron más remedio que darles muerte. En verdad fue un favor a la sociedad, nadie iba a extrañar a esa gentuza. Pero lo de los proscritos era casi de esperarse, lo otro no.
Amaury vio la amenaza a la lo lejos, algo tan discreto que tal vez la mayoría no lo tomaría de esa manera. Cuando un grupo de soldados, liderados por tres caballeros, se apostaron a un lado del camino para verlos pasar, el Montfort entendió el mensaje: Sabemos quién eres, y te vigilamos. Después de todo, era un desconocido en esas tierras, tenía lógica que desconfiaran. Lo mejor que podía hacer era continuar su camino causando una buena impresión. Porque si fallaba en eso, no solo su padre lo colgaría en un torreón de las bolas. También un legado papal condenaría su alma.
Así fue que vio a la bella dama entre la blancura del bosque. Sabía que Rosatesse no era su nombre, pero igual le pareció hermoso, juraba que ya lo había escuchado antes. ¿No cantaba un trovador sobre eso? Bah, nunca le interesó ese asunto, ni a él ni a Alix. Lo que sí podía decir era que el mocoso impertinente de Arnald estuvo en lo cierto, las mujeres de Languedoc gozaban de un encanto sin igual. Aunque él eso siempre lo supo, y de primera mano.
"Ay, Alix. Si me vieras ahora, en tus tierras, en busca de..."
No se animó a completar esa frase en su mente, pero sabía bien la respuesta. Una pequeña parte de él sentía culpa de usar a Guillaume como excusa para llevar a cabo un asesinato, y no uno cualquiera. Se trataba de algo que provocaría grandes tragedias. Una cruzada, le dijeron. ¿Y eso sería todo? ¿Acaso terminaría en una campaña de verano? Lo veía muy difícil, en verdad. Así como también sabía que tal vez iba a cometer actos atroces en vano, pues no tenía garantía de que Alix fuera a perdonarlo.
Una cosa era conseguir la absolución de su matrimonio, otra muy distinta que su amada lo aceptara. La conocía tan bien que incluso podía adivinar su reacción, y él consumía sus noches en vela tratando de pensar como iba a explicarle que cada uno de sus actos tendrían sentido porque la amaba con todas sus fuerzas y quería enmendar su error.
Tampoco es que hubiera podido negarse, el legado Arnaldo fue muy claro. Si no era él, sería alguien más. Y al menos Amaury tenía que aprovechar la única oportunidad que le daban para deshacer su desgraciado matrimonio y recuperar a su amada. Porque al final, quisiera o no, iba a acabar metido en ese conflicto. Como todos y cada uno de los caballeros parisinos.
Amaury intentó sonreír cuando las risas interrumpieron sus pensamientos. Hacía buen rato que dejaron atrás a esa dama y su séquito, pero sus hombres seguían bromeando al respecto. Ya no solo por todo lo que le harían a esa dama de hallarla sola, sino por sus doncellas. Que una tenía la piel blanca y modales finos, la otra una mirada de pilla que invitaba a la diversión. Siendo sincero, él apenas se fijó en esas dos chicas, su atención se concentró en la dama y en hacerla sonrojar. Le quedó perfecto, todo un caballero galante como los idiotas de Provenza, apostaba a que Arnald estaría orgulloso.
Notó que ya estaban cerca de una parte civilizada cuando fue obvio que habían limpiado el camino de la nieve, y poco después pudo divisar a lo lejos los muros de lo que debía ser Saissac. El viaje fue difícil, cierto, pero lo que le esperaba tampoco era trabajo sencillo.
Pasaría las fiestas con Guillaume y luego adiós, ese era el trato que hizo con el legado Arnaldo. Le hubiera gustado quedarse más tiempo con su amigo, pero tenía que encontrar excusas para ir hacia Tolosa, o al menos reconocer los alrededores. Algunos de sus hombres verificarían que el legado Peyre de Castelnou siguiera en esa villa, y lo mantendrían al tanto si es que emprendía el regreso a Roma. Esa sería la ocasión perfecta, y no podía desaprovecharla.
Aceleraron el paso para encontrar refugio del frío, y así fue que algunos guardias salieron a su encuentro. No parecían soldados hostiles como los otros, todo lo contrario, les dieron una cordial bienvenida en nombre de su señor. El oíl de los tipos era pésimo, pero no iba a quejarse, en todos esos años apenas se había esforzado por aprender oc.
Las sonrisas y la amabilidad no necesitaban traducción, y más de uno celebró cuando les alcanzaron un poco de vino tibio y queso fresco. Después de dar varios sorbos, Amaury apeó su caballo y avanzó tan rápido como pudo hasta la entrada del castillo.
No le costó nada reconocerlo, cuando divisó su silueta lejana estuvo seguro de quién era. Una emoción grande lo invadió al ver a Guillaume, de pie y con los brazos cruzados, detrás de su espalda. Se miraron, y se sonrieron.
Sin esperar que nadie lo recibiera, el joven caballero Montfort bajó de su corcel y corrió al encuentro de su amigo. Guillaume imitó su gesto, y así sus cuerpos chocaron con la fuerza de la emoción. Se estrecharon en un fuerte abrazo, rieron juntos hasta las lágrimas y no pudieron decirse nada después de un buen rato.
Era increíble sentirse tan bien en la compañía de ese hombre. De alguien a quien tenía como un hermano de verdad. Su amistad era fuerte, a pesar la distancia que los separó y de los problemas que ambos habían pasado, todo seguía igual.
—Hermano —le dijo Amaury mientras se sacaba una gruesa lágrima de emoción que se le había escapado—. ¡Te he extrañado tanto!
—Yo también —contestó Guillaume, sin dejar de sonreír.
Se separaron un poco, se miraron, como examinándose y buscando qué cosa cambio en la apariencia del otro durante ese tiempo. Casi un año. La última imagen que se llevó de Guillaume fue la de un hombre triste y desconcertado por el asesinato de su padre. Pero allí, en el brillo de sus ojos, encontró la alegría de antes. Incluso él se sintió el antiguo Amaury, el que era antes de perder al amor de su vida y a su amigo.
Eran una vez más aquellos que no tenían preocupaciones, y que no hacían más que vivir el día a día. Y así, de pronto comprendió que en realidad algo se rompió para todos. Alix lo perdió a él, Guillaume perdió a su padre, y él los perdió a ambos. Lo invadió una extraña tristeza de solo saber que, aunque buscara ilusionarse y revivir tiempos pasados, eso ya no volvería. Y eso ni siquiera un reencuentro, era una misión.
—¡Miserable franco, ni siquiera sabía que ibas a llegar hoy! —exclamó Guillaume, muy efusivo y palmeando sus hombros.
—¿En serio? ¿Es que la correspondencia no funciona en el Mediodía? ¿O es el clima?
—Nada de eso, estuve de cacería por el sur, y apenas pude revisar mis cartas hoy. Demonios, ¡si no hubiera sido curioso ni sabía que llegabas!
—Entonces, ¿se puede decir que soy la mejor sorpresa jamás esperada?
—Idiota, una sorpresa es justo eso porque no la esperas. No has aprendido una mierda en este año.
—¿Quieres decir que vine hasta aquí solo para que me insultes? —rieron otra vez, y como si se hubieran puesto de acuerdo, volvieron a abrazarse con fuerza.
—Imbécil, sabes que te extrañé —susurró Guillaume, y él sonrió.
—Ha pasado tanto tiempo...
Mirando por el rabillo del ojo, al notar la presencia de más personas, Amaury se dio cuenta de que Arnald también estaba ahí. A juzgar por la cara de asco que tenía, se atrevía a afirmar que Guillaume lo obligó a salir a darle la bienvenida, y que era el único que mataría con tal de no verlo. Y eso, lejos de ofenderlo, le arrancó una carcajada. Era casi como en los viejos tiempos.
—¡Pero miren a quién tenemos acá! —exclamó, separándose un poco de Guillaume y extendiendo sus brazos hacia él, como si también quisiera abrazarlo.
—Mentiría si dijera que me alegra veros, Amaury de Montfort. Pero espero la pase bien en Saissac, sea bienvenido en el Mediodía —contestó el joven, y ambos caballeros estallaron en risas mientras el otro suspiraba, resignado.
—Sigue tan insolente como siempre —comentó Amaury.
—Ya lo conoces, no hay quien lo eduque. Pero no te acostumbres mucho a verle la cara, ya había decidido enviarlo directo a Béziers a pasar las fiestas.
—Y le agradezco por eso, mi señor —contestó el chico con sinceridad, ni podía disimular su sonrisa.
—¿Pero entonces a quién molestaremos? —bromeó Amaury—. ¡La cosa estará incompleta sin el paje!
—¡Ja! ¿En serio crees que vamos a necesitar al paje para reírnos? No tienes idea de lo bien que la pasaremos acá —dijo Guillaume, dándole un codazo.
—¡Claro que tengo idea! Te conozco, caballero pendenciero —Guillaume rio, al tiempo que negaba con la cabeza.
—Ni se te ocurra salir con tus mierdas, Montfort. Soy un caballero honorable, un hombre bien y fiel amante. —Tal vez lo dijo en serio, pero eso no hizo otra cosa que hacerlo reír.
—Puedes decir que has cambiado, que ahora eres un tipo honorable, con una linda dama y un castillo, pero yo conozco a ese Guillaume oculto, y me encargaré de despertarlo. —Su amigo negó otra vez, al tiempo que reía por lo bajo.
—Te extrañé mucho, ¿sabes? —volvió a abrazarlo, y así pasaron juntos al castillo.
De esa forma empezaba su misión en Languedoc, con sonrisas y alegría. Qué triste era saber que todo degeneraría en destrucción y muerte.
—---------
¿A dónde han huido mis años? - Walther von der Vogelweide (1170 – 1230)
—---------
Hello, hello, hello!!! Y una vez más disculpa por la tardanza, volver de vacaciones y ponerse al día con tantos pendientes cuesta la vida la verdad.
En fin, a lo nuestro. Este capítulo es 80% nuevo por cierto 👀👀👀
Ahora que estás los hermanitos pendencieros juntos otra vez xdd ¿Qué pasará?
Guillaume anda en mood Dios, patria y familia
Amaury en modo abolir el matrimonio y la monogamia :v
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top