Especial de Navidad 2021 [Parte 3]

V.- Un recuerdo de Navidad


Durmió en una de las salas de estar del castillo de Cabaret, y quien lo descubrió fue el mismo Arnald. Para cuando abrió los ojos sentía terrible dolor de espalda por la mala postura en la que se acostó, le dolía la cabeza como si tuviera resaca, y podría jurar que se iba a resfriar. Esa manta no fue suficiente, y aún tenía frío.

—Señor, ¿todo bien? —preguntó Arnald al despertarlo.

—Me encanta como haces ese tipo de preguntas en momentos donde claramente no estoy bien —contestó mientras se sentaba. Mal no se sentía. Se sentía fatal.

—Hay algo que debo decirle, es sobre el árbol caído.

—¿Qué cosa?

—Se rompió.

—Ah... supongo que ya lo repararán.

—Pues no, y los anfitriones están molestos. Su padre le pidió disculpas, y prometió que hoy mismo iría usted a comprar un nuevo árbol natural.

—¿Y por qué debo hacer eso? ¡Ni siquiera sé de dónde sacar un maldito árbol!

—Puedo ayudarlo con eso. —El chico tomó la tablet y empezó a buscar información. Un minuto después le dio los resultados—. Acabo de enviarle una captura al correo con la dirección, no es lejos de aquí. Está en la ruta a Saissac.

—Ah, genial —dijo con ironía—. ¿En serio esperas que vaya?

—Yo no espero nada de usted, señor. Es su padre quien lo hace. ¿Le informo que ya está en camino? —Guillaume se llevó las manos al rostro y se masajeó la sien. ¿Qué le quedaba? Igual le daba vergüenza haber roto algo y sabía que tenía que repararlo. Supuso que podría retrasar un día su escape a París hasta solucionar eso.

—Si, claro. Iré a la habitación en busca de la billetera.

A paso lento, subió hasta la segunda planta y tocó la habitación que le asignaron con Bruna. Poco más de un minuto después esta le abrió, llevaba la bata de baño puesta, y una toalla en el cabello.

—¿Qué quieres? —preguntó ella de mala gana.

—Vengo a recoger mi billetera, voy a salir.

—¿Ya regresas a París? —negó con la cabeza.

—Iré a comprar un árbol nuevo para compensar lo de ayer.

—Oh... ya veo —le dijo con voz baja. Torció el labio inferior unos segundos y luego lo miró—. Tal vez debería ir contigo, después de todo también fui parte de esa escena.

—No fue tu culpa, yo hice una tontería.

—Pero se supone que estamos juntos en esto. Déjame cambiarme y salimos. ¿No quieres tomar una ducha también?

—Sí, claro.

No se disculparon, no se dijeron nada más. Al menos ya no parecían enojados uno con el otro, y él disfrutó esa ducha caliente como nunca. Se preparó rápido para salir, y ella lo esperó lista mientras miraban su celular. En el desayunador ya se estaban reuniendo, pero decidieron esquivarlo para evitar pasar vergüenza. Cuando regresaran con el nuevo árbol ya podrían pedir disculpas de verdad.

Esa mañana no nevaba, pero sí que hacía frío. El auto en el que irían sería el de Bruna, pues el suyo seguía en reparación. Entraron, ella encendió la calefacción. Guillaume iba a encender el GPS, pero se dio cuenta que ella conocía bien el camino.

—¿Has traído efectivo? —preguntó ella de pronto, tenía la ruta fija en el camino, y él se sentía ignorado hacía buen rato.

—Algo.

—No aceptan otro medio de pago, es algo rural, por decirlo así.

—Bien, nos las arreglaremos. ¿Y crees que tardemos mucho? Tengo prisa, debo ir a París.

—No lo sé, escoger un árbol de Navidad tiene su arte. No podemos llevar cualquier cosa, les arruinamos la fiesta a los de Cabaret, sin duda tiene que ser algo espectacular.

—Si, como quieras. Elige tú, no me interesa.

—¿Eh? —Solo entonces Bruna lo miró de lado, arqueó una ceja—. No tienes que ser grosero, ¿sabes? Tampoco es que me haga gracia pasar la mañana con el tipo que me besó a la fuerza y que destruyó un árbol de Navidad.

—¡No es por ti! —se apresuró a aclarar—. Es el árbol, es la Navidad. Es... todo esto.

—¿Eres un "Grinch" o algo así?

—No lo sé, supongo que sí. A veces.

—Pero, ¿por qué? Quiero decir, unos odian las reuniones familiares, otros dar regalos, la comida, la música, las luces. ¿Qué odias tú?

—¿Todo? —A Bruna se le escapó una carcajada.

—Sí, un Grinch en toda regla.

—Supongo que a ti te gusta mucho.

—¿Bromeas? Amo la Navidad, todo de ella. Era la fiesta favorita de mamá.

—¿Era?

—Murió cuando tenía doce años —contestó, y eso lo dejó pálido. No supo qué decir en ese momento, al contrario, le cayeron varios kilos de culpa encima.

—Yo, eh... Lo siento, Bruna. No quería hacerte recordar algo triste.

—No es triste, bueno, ya no lo es. Por supuesto que sufrí su ausencia, que la extrañé mucho, que aún lo hago. Pero ella no se ha ido del todo, sigue a mi lado. Sus palabras, sus consejos, su recuerdo. Sé que ella me observa desde su plano, y que volveremos a estar juntas. La honro así, con amor, siguiendo su ejemplo, celebrando lo que ella amaba.

—Entiendo —conforme hablaba, Guillaume la miraba fijo. Observó detalles que no advirtió el día anterior, como que llevaba un lindo crucifijo dorado en el cuello—. ¿Eres cristiana?

—Sí, por supuesto. Por eso la Navidad es tan importante para mí. No solo es la fiesta, también para mis creencias.

—Claro, lógico —respondió, y no supo qué más decirle. Vaya, resultaron ser más opuestos de lo que imaginó, aunque los conectaba algo importante y triste también.

Los minutos pasaron, y Guillaume reconoció el camino. Sabía que si iba directo llegaría a casa, a Saissac. Un hogar al que no quería volver. Bruna tomó un desvío de cinco minutos hacia la zona donde vendían árboles navideños naturales, también vendían adornos, luces y guirnaldas. Lo peor no era eso, sino la música. Ni ese año podría huir de Mariah.

—Ya estoy harto —dijo en voz alta en tono dramático, a su lado la joven rio—. ¿En Francia no tienen sus propios villancicos o qué?

—Hablas como si no fueras francés —se burló ella.

—He vivido demasiado tiempo fuera, hay muchas cosas que he olvidado.

—Se nota —le sonrió de lado. Si al inicio estaban disgustado, diría que en ese momento todo volvía a ser como antes. O eso quería creer—. Vamos, tenemos que escoger el árbol más alto y más frondoso.

Todo eso era casi como su peor pesadilla navideña. Siempre evitó esas cosas, y ya no tenía más remedio. Era Bruna quien hacía preguntas a los vendedores, y al final decidió por el árbol más grande de la feria. Sí, se veía simpático, seguro que los perdonaban por el incidente de la cena.

—Solo tengo una pregunta —dijo él—. ¿Cómo vamos a subir esto a Cabaret?

—Oh, de eso no se preocupen —contestó el vendedor—. No es el primer árbol que llevamos a los castillos, todos los años madame Guillenma nos pide uno. ¿Acaso hubo un accidente?

—Él lo derribó —lo culpó Bruna, él fingió que fruncí el ceño.

—Así que esto se trata de una disculpa, entiendo —dijo el hombre con cautela—. Vamos a preparar el árbol, nosotros nos encargaremos de llevarlo al Castillo. ¿Desean esperar?

—¿Cuánto tiempo? —preguntó Guillaume.

—¿Dos horas está bien? —torció el labio inferior. Dos horas, otro día perdido en Languedoc. Amaury iba a matarlo cuando llegara a París, si es que llegaba.

—Tenemos tiempo. Ven, vamos a comprar adornos para el árbol.

—Pero ellos ya tienen...

—Árbol nuevo, todo nuevo. Ven. —No se esperó que ella lo tomara de la mano, que lo llevara a un lado. Esa vez la mano de Bruna no estaba enguantada, así que pudo disfrutar el contacto de su piel. La siguió, no quiso quedarse atrás. Quería estar cerca de ella.

Bruna tomó una carretilla, y entraron a la tienda. Empezó a escoger un set de bolas rojas, y él tomó unas doradas. Esos colores tan llamativos le parecían innecesarios, pero cogió algunas cosas igual. Cuando se dio cuenta él y Bruna estaban en una pequeña competencia de llenar la carretilla con cosas brillantes y navideñas. El resultado fue que la carretilla se terminó rebalsando de cosas, y por poco se les cae todo. Rieron fuerte, llamando la atención de media tienda.

En medio de sus risas y bromas llegaron a la caja y pagaron. Aparte del árbol tenían media tonelada de adornos, o al menos así le pareció. Solo había pasado media hora, les sobraba tiempo. Metieron las compras al auto, y luego se acomodaron en sus asientos.

—¿Y ahora qué? ¿Dormimos?

—No seas aburrido, todas las villas están cerca, podemos hacer una visita —contestó ella. A esas alturas, con una sonrisa en su rostro y tan animados, no podría negarse—. ¿Qué tal si vamos a Saissac? ¿Hace cuánto que no vuelves?

—Yo no... años —dijo, se trabó. Siendo exactos, trece años.

—Oh, entonces es hora de dar un vistazo, ¿no crees? —No contestó rápido, solo no sabía qué decirle. No se sentía capaz de volver, pero tampoco quería negarse y dar explicaciones. "Oh, vamos. Ya ha pasado mucho tiempo, no seas cobarde".

—Bien, vamos —contestó al tiempo que se acomodaba el cinturón de seguridad.

Bruna encendió el auto, parecía conocer el camino mejor que él. Después de quince minutos vio a lo lejos el castillo de Saissac, su hogar. El pueblo lucía tan pintoresco como lo recordaba, como si de verdad nada hubiese cambiado. Y allí, en esa colina, el cementerio cubierto de blanco. ¿Nieve? Tal vez, aunque según Arnald era raro que nevara seguido en Provenza. Podía ser granizo también. El auto pasó lento por las calles estrechas, Bruna avanzó hacia una zona libre donde estacionarse, y ahí se bajaron.

—Vaya, es tan lindo como lo recuerdo —comentó ella—. No más lindo que mi Béziers, pero no está nada mal.

—¿Ya habías venido antes?

—Varias veces, ya te dije que nuestros padres son socios. ¿Y qué tal tú? ¿Es como lo recordabas?

—Más o menos —le dijo en voz baja. A Saissac le faltaba algo, o alguien.

Caminaron uno al lado del otro por las calles, cruzando hacia el castillo. Él podía entrar allí, era su herencia después de todo. Pero no deseaba hacerlo, aún no. Bruna lo intuyó, así que rodearon el castillo, y fueron hacia el otro lado. No muy lejos de ellos estaba el cementerio. Desde ahí no se podía ver el lugar, el mausoleo familiar no estaba a simple vista. Pero lo que quedaba de ella estaba allí, y saberlo le empujó a hablar. A desahogarse.

—Mamá murió en Navidad —dijo de pronto. Bruna giró a verlo.

—¿Cómo?

—Fue cuando tenía doce. No estaba bien del corazón, tenían que operarla. No quiso operarse hasta después de las fiestas, amaba la Navidad. Pero se sintió mal la noche del veinticuatro, y murió al amanecer. Papá no estaba, cancelaron su vuelo desde Berlín, estaba retrasado. Dormí con ella esa noche, rogando que no se fuera, pensando que la Navidad haría su magia y ella viviría para abrir los regalos conmigo. Eso no pasó, por supuesto. Porque la Navidad no es mágica ni nada de eso, solo es un día de mierda más en el que cualquiera puede morir.

Se adelantó unos pasos, miró hacia el cementerio. No hablaba de eso, solo una que otra vez lo soltó en medio de copas cuando conversaba con Amaury. Nunca así. En el fondo siempre supo por qué odiaba la Navidad, pero nunca quiso admitirlo. Volver a su pueblo removió todo. Para su sorpresa, Bruna no fue una espectadora silenciosa de su confesión. Ella caminó hacia él, y lo abrazó. No fue un abrazo simple, ni de compromiso. Fue en serio, con cariño, para confortarlo. No recordaba un abrazo así en años, y se descubrió correspondiendo el gesto. Como para dejarlo aún más asombrado, la joven le dio un prolongado beso en la mejilla.

—Lo siento tanto. Eras tan pequeño, qué triste que pasaras por eso. Sé lo que se siente. Mamá no murió en Navidad, pero también recé mucho para que viviera una noche más, cosa que no pasó.

—¿Y cómo lo aceptaste?

—¿Qué podía hacer? ¿Dejar de creer en los milagros? Sé que existen, poque que ella haya sido mi mamá fue un milagro. Perdió varios hijos antes de tenerme a mí, y yo tuve la bendición de conocerla. Tu madre también fue muy afortunada de tenerte, y tú estuviste a su lado en su último día. Le diste tu amor y la hiciste feliz mientras vivió.

—Es cierto —respondió, sentía la voz entrecortada. Todo lo que decía Bruna era cierto, y se sentía como una caricia por dentro.

—No puedes evitar sentirte triste, extrañarla. Es normal. Llévala en el corazón, pero no dejes que la amargura te colme.

—Bueno, eso es un poco difícil cuando eres un amargado ejecutivo de Nueva York —intentó bromear, pues en verdad no quería llorar en ese momento. Bruna rio, él intentó imitarla.

—¿Y te gusta ser eso? Un ejecutivo amargado.

—A veces es divertido.

—No te creo. Apuesto a que preferirías hacer otras cosas.

—Sí... Bueno... Sí —confesó. Como emprender él mismo su propio negocio, dejar de vivir a la sombra de papá y tomar las riendas de su vida lejos de "El Grial". Construir algo suyo.

—Inténtalo, ¿qué es lo peor que podría pasar?

—¿La quiebra? —rieron. ¿Acabaría desheredado por hacer algo así? No sabía si quería averiguarlo—. Por cierto —añadió para cambiar de tema—, ¿ya me perdonaste por lo de ayer?

—Supongo que sí —contestó ella. Aún le sonreía, y él descubría que le encantaba ver los hoyuelos que se formaban en su rostro. Mejor aún, recordó la suavidad de sus labios. Qué ganas de volver a hacerlo—. Vamos, creo que ya es hora de volver a Cabaret. Mañana es Navidad y tenemos que dejar ese árbol listo.

—Sí, claro. Vamos.

Esa vez Bruna no condujo en silencio. Puso villancicos en volumen bajo para no molestarlo, pero luego no pudo evitarlo. Bruna cantaba bajito y con discreción al inicio, luego elevó la voz. Y sí que llevó los villancicos a otro nivel. No cantaba bien, cantaba maravilloso. Estaba asombrado, el espíritu navideño poseyó a la chica, y él estaba encantado de escucharla. Lo cierto era que sí se sabía las canciones, aunque hubiera pasado años intentado evitarlas, igual las escuchaba por todos lados y se almacenaron en su memoria. ¿Milagro de Navidad? Tal vez, porque él acabó coreando algunas canciones, y tampoco sonaba mal.

Llegaron a Cabaret tarareando algunas melodías. Reían, lo disfrutaban de verdad. El hombre de la tienda de árboles no mintió, y encontraron el pedido ahí, en medio de la sala. Ellos llevaban las bolsas de compras con los adornos, y llegó el momento de decorar. Los invitados habían salido a cabalgar y hacer actividades al aire libre, así que tenían tiempo suficiente para dejar todo listo y disculparse. Pidieron una escalera, Bruna insistió en subir, y era él quien le alcanzaba los adornos.

—Ya solo falta la estrella —dijo Bruna, y él fue a buscarla en una de las bolsas de compras. Llevaban buen rato a solas, y habían conversado de todo. Solo había una pregunta rondando por su mente, algo que no sabía cómo expresar. O si debería hacerlo. "Al carajo, es casi Navidad", se dijo. Como si alguna vez eso hubiera sido especial para él.

—¿Y tú?

—¿Yo qué?

—¿Estás feliz en tu vida?

—¿Ah?

—Te he contado de mí. De mi trabajo, o de mis proyectos que no puedo llevar a cabo. Sí, llevo una vida agitada en Nueva York. ¿Y qué hay de ti? ¿Eres feliz?

—Bueno... la mayoría del tiempo sí. Me gusta estudiar historia, amo la carrera. Solo que a veces pienso que París no es lo mío, ¿sabes? Las grandes ciudades y esas cosas. Sé que sonará muy trillado, pero la mayoría del tiempo extraño la calma de Béziers. Siempre espero estas fechas para venir, es el único lugar en el que quiero estar.

—Interesante —contestó. Y no pudo evitar pensar lo distintos que eran. Él nunca añoraba volver a su hogar, porque quería olvidarlo. O eso pretendió—. Acá tienes tu estrella.

—Gracias. —Bruna se subió a la parte más alta de la escalera, pero ni aun así llegaba a la punta del árbol.

—Espera, mejor lo hago yo —propuso.

—No, ya casi. Ya casi... —La vio empinarse, o intentarlo. Guillaume sintió una alarma, o fue su instinto, o quien sabe. Pero fue hacia ella justo a tiempo.

La escalera se movió, Bruna resbaló. Se le escapó un grito, y él sintió pánico. No podía dejarla caer. La sostuvo como pudo, y ella cayó en sus brazos. Bueno, no diría que fue una caída romántica de esas, pero al menos le dio tiempo para atraparla por la espalda, y que quedaran frente a frente. Con los rostros muy cerca. El susto pasó, y Bruna estaba inmóvil. En ese momento tuvo que separarse, pero no pudo. Podían respirar el mismo aire, y cuando se dio cuenta ambos estaban mirando los labios del otro. Si había un mejor momento para besarla, era ese.

Eso lo desearon ambos, pudo sentirlo. Pero el ruido al otro lado del salón los hizo reaccionar. Al parecer los primeros invitados estaban de vuelta al fin, y aunque se suponía que fingían ser novios, prefirieron no dar un espectáculo. Se separaron, y se quedaron parados uno al lado del otro. Quienes entraron primero fueron Peyre Roger y Guillenma, seguidos de Trencavel y sus padres.

—¡Vaya! —exclamó la mujer—. ¡Sí que quedó hermoso! Mejor que el otro, diría yo.

—¿Aceptas nuestras disculpas? —preguntó Bruna.

—Ah, querida. Si no hay nada que disculpar, les quedó divino. ¿Ustedes decoraron todo?

—Sí —respondió él—. Pasamos el día de compras, fue muy entretenido después de todo.

—Bueno, bueno. Ahora que el árbol está donde un árbol debe estar, ¿qué tal si nos preparamos para la cena? Será informal, algo ligero. Tomaremos chocolate caliente, algunos postres y cantaremos villancicos —informó Peyre.

—Claro, ya nos alistamos —contestó Bruna. Mientras hablaban, notó como sus padres y Trencavel los miraban con recelo. Ellos dos seguían sin tragarse el cuento de la relación, y el otro estaba celoso por supuesto. Así que él, un agitador con experiencia en desgracias, tomó la mano de Bruna y entrelazó los dedos con ella.

—Nos vemos luego —añadió él—. Nos vamos a preparar.

Bruna y Guillaume salieron del salón aparentando normalidad y seriedad, pero una vez en el pasillo a la segunda planta empezaron a reír. Era la víspera de Navidad, y prometía ser distinta a todas.



VI.- La decisión


El chocolate no lo sentaba bien del todo, pero aún así lo tomó. Esa noche hacía más frío de lo normal, y él aceptó de buena gana la manta y la taza caliente. Tenía que reconocer que estaba sobreviviendo a esa Navidad solo por Bruna. Literalmente ella lo salvó en la carretera, y luego le hizo compañía durante ese tiempo. Sin mencionar que lo escuchó y confortó cuando habló de su madre. ¿Era posible sentir una conexión especial con alguien en tan poco tiempo? No, es que eso no podía ser. Era bella, agradable y todo eso. Pero él no... No podía tener algo de verdad con ella, no en serio. ¿O si?

Poco a poco los invitados se fueron retirando a descansar, ya era tarde y tenían frío. Guillaume le pidió a Bruna que se adelantara, él quería estar solo un momento. Lo necesitaba. Salió a un balcón, y a pesar del frío, se sentó allí a observar el paisaje. Por lo general a esa hora solía tener una botella de lo que sea en la mano, prefería de esa manera ahogar el recuerdo de su madre agonizando en sus brazos. Esa madrugada se cumplía un año más de su muerte.

—Sé que la estás recordando en este momento. Créeme, yo también lo hago. —La voz de su padre lo tomó por sorpresa, y Guillaume lo miró de lado. Bernard se sentó a su lado, él solo sentía un nudo en la garganta. Había tantas cosas que quería decirle que no sabía por dónde empezar.

—Ojalá hubieras estado con nosotros esa noche.

—Lo sé. Y no sabes cómo me arrepiento de eso, de no haber salido a tiempo para estar ahí. Hijo, no hay día que no me culpe por eso.

—No fue tu culpa. Fue, no sé, la aerolínea, el clima. La vida. Lo que sea, ya pasó.

—No es pasado para ti, es algo que te marcó. Es la razón por la que nunca quieres venir a casa.

—Y supongo que es la misma razón por la que no me dejas tomar decisiones. —El dardo dio justo en el blanco. Bernard estaba sin palabras, pero luego de unos segundos suspiró y habló.

—Intento protegerte. Cuando perdí a tu madre sentí un miedo atroz de que algo te pasara. Lo único que deseaba con todas mis fuerzas era cuidar de ti. Guiar tus pasos, no permitir que te lastimaran. Siempre fuiste y serás mi todo, hijo.

Bernard posó una mano sobre la suya. Ese sentimentalismo no era propio de su padre, y no fue desagradable. Le gustó la sensación de sentirlo tan cercano, de saber que a pesar de todas las discusiones y malos entendidos se seguían queriendo como antes.

—Perdóname si fui exigente contigo, solo quería guiar tus pasos y... Bueno, se me fue de las manos.

—Puedes arreglarlo si deseas.

—¿Cómo?

—Déjame libre. —Su padre lo miró sin entender. Esa era su gran oportunidad—. Sabes bien que soy una figura sin autoridad en la sede de Nueva York, los ejecutivos que están al mando pueden encargarse bien de todo sin necesidad de mí. Ya sé que El Grial es mi herencia, pero quiero ser libre para tener la oportunidad de construir algo desde cero, algo mío, ¿entiendes?

—¿Un negocio?

—Sí, algo como eso. Solo quiero ser un tipo normal que toma las riendas de su vida, que aprende y se equivoca. Creo que así seré mejor empresario del que soy ahora solo siguiendo tus órdenes —esperó que su padre lo mandara bien lejos, pero eso no pasó. Bernard lo meditó en silencio por un minuto. El minuto más largo de su vida.

—¿Cuándo te irías?

—Después de las fiestas.

—¿Volverás a Nueva York?

—A recoger mis cosas.

—¿Volverás a casa?

—No lo sé, pero quiero pasar un tiempo en Languedoc. —No podía creer que estuviera funcionando. Si hacía tantas preguntas era porque iba a permitirlo.

—¿Todo esto es por Bruna?

—Pues... —No sabía qué decirle. No era todo por ella, era algo que pensaba hacía mucho. Pero diría que de alguna forma Bruna influyó para que tomara valor.

—Así que te gusta en serio, me sorprendes, hijo.

—Es que... No sé, no creo que para ella sea en serio. —Y no lo era. Ambos fingían, pero a la vez era consciente de que se gustaban. La atracción era muy evidente.

—¿Tú le has dicho que es en serio?

—No. —Ni siquiera le había insinuado que quería salir con ella de verdad, algo que sí deseaba pero creía imposible. ¿Cómo salir con alguien que vivía al otro lado del mundo?

—Pues deberías hacerlo, no dejes pasar esta oportunidad de querer. Ya te dije, conozco a Bruna. Es una buena chica, si sabe que la quieres en serio las cosas van a cambiar.

—Espero que sí —sonrió. De todas maneras no tenía ganas de volver a Nueva York, prefería Francia. O París, o Provenza. Mientras pensaba en su futuro, Guillaume guardó silencio y no se dio cuenta del pasar del tiempo. Ya era la medianoche.

—Feliz navidad, hijo.

—Feliz navidad, papá —miró al cielo, y también le deseó felicidades a ella. No sabía si mamá lo estaba mirando de algún lugar, y eso no importaba. Esa noche no quería recordarla con dolor, sino con una sonrisa.

Ya estaban cansados, así que se despidieron. Guillaume caminó a su habitación, esperando que Bruna ya estuviera dormida. La encontró en pijama, preparando la cama. Ella lo quedó mirando fijo, ¿acaso tenía algo en la cara?

—¿Estás bien? —le preguntó.

—¿Por qué?

—No sé, hay algo en su expresión. Algo distinto.

—Hablé con mi padre —confesó—. Le dije que quería dejar la dirección de "El Grial" y formar algo propio.

—Vaya, eso suena bien. Y aún así te ves triste.

—Es una noche de nostalgia supongo. —Bruna lo quedó mirando, y para su sorpresa, le alcanzó una almohada—. ¿Qué pasa?

—Puedes dormir aquí, conmigo. Es una cama grande, estaremos cómodos. Y tú eres un caballero honorable y respetuoso de las damas, ¿verdad? —bromeó, él rio por lo bajo.

—Por supuesto, bella dama.

—Perfecto, hace frío esa noche.

—¿Y quieres estar caliente?

—Idiota —respondió ella, y le arrojó otra almohada. No pudo evitar sonrojarse—. Ve a cambiarte de una vez, tengo sueño.

Entre risas, Guillaume fue por su ropa de dormir. Al volver, encontró a Bruna recostada en la cama, ya intentando descansar. Se quedó paralizado, no se lo esperó. Por su mente pasó la idea de que esa escena fuera permanente. Que cada noche al regresar ella lo esperara así. En serio que le gustaría vivirlo.

Se recostó a su lado y apagó la luz de la lampara de su mesa de noche. "Díselo", pensó, aunque la voz de su mente sonó como la de su padre. Tenía que hacerlo, ella tenía que saber que deseaba empezar algo serio. Lo pensó, sí, pero no estaba seguro. No quería incomodarla, por algo ella lo rechazó cuando la besó. No quería esta con él. No quería. Y aun así... aun así...

Se quedó dormido.




VII.- Feliz navidad


Aún así tenía que decírselo. Eso fue lo primero que pensó cuando abrió los ojos. Se despertó de golpe, y miró al lado. Se sintió decepcionado, ella no estaba allí.

—¿Bruna? —preguntó en voz alta, pero no respondió. No estaba en la habitación, de seguro se despertó temprano. Motivo importante para alistarse a la velocidad de la luz.

Guillaume corrió a tomar una ducha y cogió algo abrigado. Mientras se ponía el abrigo notó que estaba nevando. Ja, y eso que el mocoso de Arnald le dijo que ya casi no nevaba, ese parecía ser la sorpresa de Navidad perfecta. Navidad... ¡Y no tenía ningún maldito regalo! Oh no, ¿cómo iba a buscar a Bruna sin un presente?

Abrió la puerta con rapidez, dispuesto a escabullirse de Cabaret para ir a comprar algo decente. Pero apenas dio la vuelta al pasillo encontrón a quien menos esperaba. Era Arnald con cara de "Te odio" otra vez, y con un saco que llevaba cosas adentro.

—¿Qué es eso? —le preguntó.

—Sus regalos, señor.

—¿Qué?

—Son para que los entregue —aclaró—. Su padre sabía que no iba a comprar nada, así que ayer me hice cargo de esto. Hay presentes para su padre, para los socios de su padre, para los anfitriones y para...

—¿Bruna? —El chico lo miró de lado, y asintió.

—Sí, también. En realidad su padre me pidió que comprar un "regalo de mujer", suponiendo que se liaría con alguien. Pero decidí pedir algo más acorde, está de suerte.

—¿De suerte? ¿Por qué?

—Porque Jacques Le Goff está de vacaciones en Albi.

—¿Y ese quién es?

—El medievalista favorito de Bruna. —Entonces Arnald sacó algo de su saco, era un paquete de regalo—. Es un libro firmado por él.

—Vaya, ¿en serio hiciste todo esto tú solo?

—¿Quién más iba a hacerlo?

—Eres más eficiente de lo que pensaba. Siempre un paso adelante.

—¿Recién se da cuenta? —bromeó el chico.

—No, en serio. Sé que me odias en secreto, pero no sé que sería de mí sin tu ayuda.

—Un desastre, con toda probabilidad.

—Ya lo creo. Y espero que hayas comprado un regalo para ti.

—No me tomé esa libertad, ¿qué clase de asistente cree que soy?

—El mejor de todos. Ahora tómate estos días libres para ir a Béziers, sé que es allá donde quieres estar.

—¿Qué? ¿Es en serio? —Arnald estaba boquiabierto, esa sí que fue una sorpresa.

—Ya escuchaste, tienes días libres. Y feliz navidad.

—Gra... ¡Gracias! —exclamó entusiasmado. Podría jurar que era la primera vez que lo escuchaba hablar así.

Guillaume tomó su bolsa de regalos y bajó al salón. Llevaba en la mano el libro para Bruna, convencido de que le encantaría, aunque le hubiera gustado buscar algo él mismo. Había poca gente, al parecer todos habían salido a disfrutar de la nieve. A quien sí encontró fue a Guillenma, quien estaba dando órdenes a una mucama.

—¡Hola! ¡Feliz navidad! —dijo entusiasmado. Se desconocía—. ¿Por casualidad no ha visto a Bruna?

—¡Feliz navidad! ¡Ah! ¡No sabes la que se armó!

—¿Por qué?

—Nadie se la esperaba, pero Raimon Trencavel sacó un anillo. ¡Le pidió matrimonio delante de todos! —se le borró la sonrisa en cuanto escuchó eso. No podía ser. Fue como si todas sus ilusiones y determinación desaparecieran en un instante.

—¿Dónde está ella? —le tembló la voz. En ese momento solo quería correr, no sabía si huir o a buscarla.

—Debe estar abajo, en los jardines, pero... ¡Espera!

Si Guillenma quiso decirle algo más, no la escuchó. Salió disparado a buscarla, pues ya lo sabía. No quería huir de la situación, quería evitar un compromiso. De alguna forma Bruna le dio a entender que seguía queriendo a Raimon, pero que no aceptaba el matrimonio. ¿Y si no pudo evitarlo? ¿Si cedió por presión? No iba a permitir eso.

No tenía idea de cómo llegó a la base de la montaña negra sin sufrir un accidente, poco le faltó para rodar cuesta abajo. Corrió hacia los jardines, o lo que quedaba de ellos. Todo estaba cubierto de nieve, pero ahí estaba ella, de espaldas mirando hacia el otro lado.

—¡Bruna! —exclamó. Ella se giró de inmediato, y no resistió. Iba a besarla, necesitaba hacerlo. La alcanzó y la tomó de las mejillas. No quería forzarla como la otra vez, así que esperó una señal. Bruna cerró los ojos y se acercó más a él, justo lo que necesitaba.

La besó al fin, y se sintió como en el cielo. Decidió pensar en esa como la primera vez, casi no recordaba lo que pasó la otra noche. Era correspondido. Ella rodeó su cuello con sus brazos, él bajó las manos a sus caderas, y así se quedaron. O al menos así fue hasta que tuvo que hablar.

—Bruna, no aceptes.

—¿Qué?

—No aceptes ese matrimonio, ¿si? No puedes hacerlo.

—Espera, ¿de dónde...?

—No serías feliz, no es lo que deseas. Quieres una forma distinta de vivir y está bien, yo pienso algo así. No tienes que atarte a él, puedes ser libre y escoger tu destino.

—Guillaume, espera. Yo no he aceptado nada. Le dije que no a Raimon. Me dio mucha pena, pero... No. No podía —lo sorprendió con eso, y el alivio que sintió fue indescriptible. De pura dicha volvió a besarla.

—Eso significa que ya puedo invitarte a salir en serio, ¿verdad?

—Ya me estás besando, ¿tú qué crees? —rieron juntos. En ese momento solo quería abrazarla y besarla—. Pero tú vives en Nueva York, cómo...

—No voy a volver —le dijo—. Quiero quedarme aquí.

—¿Aquí? ¿En Cabaret?

—En Francia, en París, en Languedoc. No sé, pero quiero empezar de cero aquí. Contigo cerca.

—Guillaume... —ella sonreía, tenía las mejillas enrojecidas—. También me gustas en serio, y de verdad no quiero obligarte a nada.

—No lo haces, será todo un placer quedarme a conocerte. Esta navidad es distinta y especial gracias a ti.

—Esa no me la esperaba —dijo, sintiéndose avergonzada.

—¿Por qué no? Eres maravillosa, conocerte fue lo mejor que me pudo pasar.

—No sigas, me la voy a creer.

—Pues créelo. —Iba a decir algo más, pero vio un copo de nieve caer con delicadeza sobre la nariz de Bruna. Luego le pasó lo mismo a él. Estaba empezando a nevar.

—Ya no tenemos que fingir entonces.

—No, eso se acabó. Feliz navidad, Bruna.

—Feliz navidad.

Volvieron a besarse. Eso marcaba un nuevo comienzo, otra oportunidad. Para amar, para empezar de nuevo. O para disfrutar, al fin, de la fiesta que detestó por años. Dejó de creer que cosas especiales pasaban en navidad, pero eso no era cierto. En días como ese todo era posible.



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No puedo creer  que un semana después publico el final fdjkjkakja ¡Lo siento! Ha sido una semana de locos, pero espero que les haya gustado. Sobre todo, que hayan pasado lindas fiestas, y que hoy reciban el año nuevo con todo.

¡Feliz año mis damitas, damitos y damites!

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