Especial de Halloween 2021

Se le hacía tarde, y aun así Guillaume estaba empecinado en volver a Cabaret. Primero, porque Peyre Roger se había largado de cacería y ni lo invitó. Segundo, porque el padre Abel lo amenazó con tirarle las traducciones por el barranco si es que no aparecía para la misa del día de todos los santos. Y tercero, pero en realidad lo más importante, porque Bruna estaría sola en el castillo. Por supuesto que no estaba pensando en ninguna cosa estúpida... Mentira, sí que lo pensaba. Pero era consciente que no iba a hacerlo, porque Bruna no lo permitiría y él la respetaba demasiado para pasar sobre sus deseos.

Como fuera, él tenía que volver a Cabaret esa misma tarde y poco le importaban las aterradoras nubes negras que amenazaban desde temprano, ni que pareciera haber oscurecido antes de tiempo. No, él llegaba a Lastours aunque le costara la vida. Sí, estaba siendo exagerado.

—Pero, señor, ¿estáis seguro? —insistió Arnald mientras preparaba su caballo.

—Me parece increíble que justo tú quieras quedarte aquí esta noche, ¿no que había una fiesta o algo así en Lastours? Los escuderos no han hecho otra cosa que hablar de eso.

—Pues sí, pero seguro que acá en Saissac también habrá, y prefiero quedarme aquí y evitar peligros.

—¿Qué peligros?

—El bosque, señor —bufó. Era consciente que las personas en general le temían al bosque y a sus sombras, pero en realidad a él ese poco le importaba. El último grupo de asaltantes fue capturado y ejecutado hacía poco, ¿acaso había otra cosa que temer?

—El camino es plano y bien definido, no nos perderemos ni tendremos accidentes. Así que mueve ese trasero y llama a los hombres, nos vamos ya.

—Los hombres tampoco quieren ir.

—¿Y a mí qué me importa? ¿De cuándo acá estoy rodeado de cobardes? —preguntó con molestia, todo eso lo estaba demorando y de paso sacando de sus casillas.

—Es que, señor, mañana es el día de todos los santos.

—¿Y...?

—Y se dice que hoy... Vos sabéis. —Parecía tímido, o avergonzado. Supuso que más lo segundo.

—No lo sé.

—Los espíritus, señor. En noches como esta los espectros de los muertos se manifiestan.

—Ajá... Sí, algo he escuchado de eso. ¿Y qué? No es como si fueran a aparecer muertos a tirarnos del caballo. —O tal vez sí. No era supersticioso, pero había oído historias. A veces le parecían cuentos de ridículos de espíritus y demonios, pero la mayoría prefería no arriesgarse. En verdad nunca se sabía qué terrores aguardaban en la oscuridad de la noche.

—También hay otra cosa. El terasque... —murmuró Arnald, y apenas dijo aquello puso un gesto de susto que hasta le provocó reírse—. Que no es broma, señor.

—¿Ese no es el monstruo que domó Santa Marta? Algo así me contó mi padre. Se supone que está bien muerto.

—No en noches como esta. La gente habla, algunos dicen que aún ronda los bosques. La única forma de callarlo es con rezos, y encomendándose a Santa Marta.

—Arnald, en serio no puedes creer que en lo poco que se tarda en llegar a Cabaret va a parecer el terasque —le dijo con molestia. ¿Cómo era posible? O sea, lo del Grial se lo creía porque había documentos que lo demostraban, ¿pero creer en la existencia de un dragón con patas de oso, torso de buey, caparazón de tortuga y aguijón de escorpión? Nunca tanto.

—Hay historias...

—Historias que no quiero escuchar. Así que mueve el trasero, llama a los hombres. Nos vamos de una vez. —El chico solo suspiró. Por supuesto que no podía negarse, pero en serio nunca lo había visto tan asustado. Juraría que hasta se había puesto pálido.

—Que conste que os advertí —respondió el paje. Ah, todavía con amenazas.

Nadie habló a partir de ese momento, todos estaban terminando de alistar los caballos. Sí que se dio cuenta de los rostros de desconfianza entre sus hombres, incluso percibió los murmullos. Pero nadie iba a negarse una orden de su señor, y por supuesto que nadie quería que lo trataran de cobarde por no querer cruzar un sendero cerca del bosque cuando ni siquiera era de noche.

El camino le pareció tranquilo al menos en el primer tramo. Sí que estaba oscuro, las nubes estaban bien cargadas, y a lo lejos se escucharon algunos truenos. Aceleraron el paso, si querían llegar antes que estallara la tormenta tenían que apresurarse. Las primeras gotas cayeron sobre su rostro, y también otra cosa que no esperó. Apenas tuvo unos segundos para ver aquello, un rayo parecía estar a punto de caer sobre ellos. Los caballos relincharon y todos tuvieron que hacer un gran esfuerzo para controlarlos y no caer. Guillaume logró hacerse a un lado, pero acabó en el suelo.

El rayo le dio directo a uno de los árboles más grandes de la ruta, y lo derribó. Sus hombres lo ayudaron a levantarse, pero ya estaba cubierto de barro. Maldita sea. Ese condenado árbol era enorme y había bloqueado todo el camino. El terreno estaba tan fangoso que intentar moverlo sería una pérdida de tiempo, lo único que se le ocurrió fue tomar el camino largo.

Le guardaba cierto cariño a esa ruta, pues fue allí donde conoció a Bruna. Por supuesto, de día el lugar era precioso. A esa hora de la tarde sí que lucía inquietante. Por no decir aterrador. No había luz de luna que los ayudara, el cielo estaba cubierto. De cuando en cuanto los rayos iluminaban la noche, pero eso no era suficiente para andar con rapidez. Tenían que ir con cautela, cosa que solo los retrasaba más.

—Llegaremos pronto —comentó él en voz alta. Lo cierto era que no tenía la más mínima idea de en dónde andaban, o cuánto faltaba para llegar. Solo veía árboles y oscuridad.

—Sí, claro —murmuró Arnald con ironía. Guillaume frunció el ceño y lo miró de lado.

—¿Cómo?

—Nada...

El chico iba a agregar algo más, pero otro sonido los interrumpió. No podía determinar si estaba lejano, o si se acercaba. Fue con claridad el aullido de un lobo, seguido de un rugido. ¿Un oso en esa zona? Imposible, no se les había visto en mucho tiempo. Los bosques provenzales no eran un espacio ideal para esos animales. La cuestión era que no lo imaginó, fue bastante claro y obvio. Todos lo escucharon, e incluso vio a varios de sus hombres santiguarse.

—Es el terasque —dijo uno de ellos, y todos estuvieron convencidos de eso. Guillaume giró los ojos, no tenía tiempo que perder con supersticiones.

—Es un animal grande, de eso no me cabe duda —el caballero levantó la voz, tenía que darles valor o todos acabarían huyendo como niños—. Y si queremos estar a salvo pronto, lo mejor será que salgamos del bosque de una vez. Andando, ya nos hemos retrasado bastante.

—¿Y si se acerca? —preguntó Arnald. La mandíbula le temblaba, su voz sonó entrecortada. Cuando dijo eso, un murmullo se extendió entre los hombres—. No tendremos salvación.

—¡Muévanse! —ordenó él. Ya estaba harto de eso, no se podía seguir andando entre miedosos.

Guillaume tomó la delantera del séquito, si querían quedarse atrás esperando que una bestia mitológica llegara era muy cosa de ellos. Tuvo que cubrirse con la capa, la lluvia empezaba a ser más fastidiosa. Por momentos le parecía reconocer ese lado del bosque, se guiaba por el sonido del riachuelo. Quería creer que pronto llegarían a la ruta y vería la montaña negra de Cabaret esperándolo. Pero lo único que parecía aguardarlo era la oscuridad más profunda que jamás había visto.

No había luz, y hasta ese momento fue consciente de la gravedad de eso. El cielo dejó de llorar, el viento se llevó las nubes y la tormenta huyó hacia otro lado. Pero aún estaba oscuro, sin una sola estrella como guía. Ni siquiera había más ruidos, todo era un cruel silencio que empezaba a desesperarlo. No era normal, no se suponía que un bosque fuera así. Guillaume sabía cómo solían ser esos lugares. Animales nocturnos, insectos, cualquier cosa. No, en ese lugar oscuro pareciera que todo estuviera muerto. Los únicos con vida eran ellos.

Sin duda era una noche peculiar, y eso lo supo desde antes de partir. No era la primera vez que escuchaba que la noche antes del día de todos los santos era extraña y de terrores. Como si algo conectara a los espectros con el mundo de los vivos. Nunca había visto uno, nunca le importaron en realidad. Siempre pensó que nada de eso podía hacerle daño, que el mundo ya era bastante malo como para además asustarse por los espíritus de los muertos. Solo que, en ese momento, con tanto silencio y oscuridad, ya no estaba tan seguro.

Hasta su caballo parecía asustado, y de él sí que se fiaba. Sabía que estaban solos en el bosque, pero aun así tenía la clara sensación de que los acechaban. Había algo ahí que los observaba, y ese algo era malo. Le causaba incomodidad, hasta sentía que se le iba el aire, le oprimía el pecho. ¿Estaba asustado? Sí, tal vez. Ya no le jodía admitirlo, pero tenía que esforzarse por mantenerse firme y guiar a todos fuera de ese maldito bosque antes que lo que sea que los estaba observando se decidiera a atacarlos.

—Señor —le advirtió Arnald señalado hacia adelante. Era una roca grande, o eso le parecía. Suspiró, y se bajó del caballo a observar de cerca el camino, a ver si podían desviarse un poco.

—Qué extraño... —murmuró él conforme se acercaba. Esa roca ni lo parecía en realidad, no estaba seguro del color debido a la oscuridad, pero sin duda no era gris. Se acercó despacio y posó unos segundos la mano sobre ella. La retiró de inmediato apenas lo percibió. Esa cosa estaba viva.

—¡Señor! —exclamó su paje para advertirle, y solo entonces notó algo que se acercaba a él a una velocidad de terror. Era tan grande como la cola de un alacrán. Guillaume retrocedió justo a tiempo, en realidad se resbaló. Y gracias a eso la punta acabó clavándose en el piso y no en él. Respiraba agitado, los caballos empezaron a relinchar. Oh no, eso era malo, muy malo...

—¡El terasque! —gritaron varios a la vez.

—Oh mierda... —dijo él desde el piso. La cosa esa se estaba moviendo, y gruñó. Era grande, aunque no como el dragón que describían las historias de terror.

—¡Se lo dije, señor! —vociferó Arnald con una voz llorosa.

—¡Entonces ponte a rezar o algo!

—¡Santa Marta, ayudadnos! —gritó otro de sus hombres.

Pater noster, qui es in caelis, sanctificetur nomen tuum —empezó él. Se persignó, pero también se llevó la mano al cinto para sacar la espada. La cosa esa no parecía a punto de atacarlos, pero si iba a morir, sería luchando.

—¡Adveniat Regnum Tuum; fiat voluntas Tua, sicut in caelo, et in terra! —continuó Arnald. Cuando se dio cuenta todos se rindieron. Habían escuchado las historias, el terasque mató a cientos de hombres y guerreros, solo los rezos de santa Marta lograron apaciguarlo. Así que ahí estaban, de rodillas, rezando en la oscuridad.

—Líbranos del mal —pidió él en oc, aunque tal vez debió seguir en latín.

¿El "Pater noster" los salvaría? ¿Por qué rayos aparecía el maldito terasque justo ahí esa noche? ¿Por qué no lo hizo caso a Arnald? Y lo más importante, ¿se llevaría esas interrogantes a la tumba?


****************


Apenas caía el sol en Cabaret, y Bruna suspiró desesperanzada. Dudaba mucho que él fuera a volver tan tarde, ella siempre había oído que los caminos eran peligrosos a esas horas. Guillaume no era insensato, y con la tormenta que se avecinaba lo mejor era que se quedara en Saissac a buen recaudo. "Qué pena", se dijo mientras caminaba con la vista perdida en otro lado. Pasó la mañana muy ocupada, pero pensando que tal vez él estaría allí esa noche y podrían cenar juntos. Quién sabe hasta algo más.

Estaba sola en el castillo. Orbia no se había dignado a salir de su alcoba con la excusa de "sentirse indispuesta", cosa que no le creía. Su marido estaba de cacería, y Guillenma tampoco se había asomado a saludarla. Ni siquiera quería averiguar si ella fue invitada a salir cazar con su marido y otros caballeros, pero de seguro que sí. A esos dos les gustaban las mismas cosas, y siempre aprovechaban cualquier oportunidad para estar juntos. "Bueno, una noche aburrida más", se dijo cuando llegó al salón. No tenía ánimos de estar allí.

—Señora, en la cocina quieren saber qué ordena para la cena de hoy —le preguntó Mireille, quien acaba de llegar.

—No hay nadie aquí esta noche. Que le consulten a Orbia qué desea comer, tal vez algo ligero. Y yo... yo me conformo con queso y pan. No tengo hambre en verdad. Pedid que lleven una bandeja a mi alcoba, no se dispondrá la mesa esta noche.

—Sí, eso haré —respondió la doncella. Apenas escuchó eso, Valentine se puso manos a la obra. Empezó a recoger algunas de las bandejas que estaban dispuestas sobre la mesa.

—Mi señora... —murmuró Valentine con cierta timidez—. Os había hablado de una fiesta hoy en el pueblo, me dijo que si no había mucho que hacer podía ir. Y pues...

—No hay mucho que hacer —completó Bruna—. Sí, claro. Podéis ir. Solo recuerda que os quiero aquí temprano y en buen estado. Es la fiesta de todos los santos, y habrá misa a la hora prima.

—Así será, señora —contestó la doncella con una sonrisa. Ya sabía que su ejemplar comportamiento de ese día estaba relacionado con la fiesta. Le hizo gracia, aunque en verdad no entendía eso de irse a una fiesta pagana un día antes de una celebración cristiana.

—¿Y de qué se trata esa fiesta de la que hablas? —preguntó ella con curiosidad—. ¿Es algo relacionado con el día de todos los santos? ¿O es en verdad algo pagano como supongo?

—Yo creo que sí es algo pagano, pero no estoy tan segura de eso —contestó Valentine, pensativa.

—¿Por qué lo dices?

—La gente dice que es para celebrar el fin de cosecha, y porque se acaba el verano.

—Eso no suena tan pagano —replicó Bruna. De hecho, sonaba muy inofensivo, cosas que hacían los simples.

—Es lo que pienso, pero a la vez sé que es algo que se ha celebrado de muchas maneras desde hace tiempo, señora. Desde antes de la llegada de los cristianos a estas tierras incluso. Se dicen muchas cosas de esta noche, dicen que es distinta a las demás.

—¿Eso es bueno o malo?

—No sé bien. Dicen que es una noche de cambio, que se acaba una etapa, y por eso pasan cosas extrañas.

—¿Qué tipo de cosas? —preguntó Mireille con cautela. Bajó la voz incluso. La dama se dio cuenta de que todas lo habían hecho, hablaban como si se tratara de algo secreto.

—Como si el mundo de los muertos y este se cruzaran. Dicen que se pueden ver espectros y cosas así...

—Vamos, en serio no puedes creer en eso —le reprendió Mireille. Ella se quedó en silencio. De pronto recordó que hacía tiempo Luc le contó algo de eso, tal vez cuando eran niños. Y sí, recordaba que se asustó mucho, pero en realidad nunca había visto un alma en pena.

—Yo no sé, Mireille. Es lo que la gente dice, y yo prefiero ir con cuidado. Nunca se sabe.

—Como sea, regresa temprano de esa fiesta. No quiero problemas mañana. —Bruna cortó la conversación, no quería que esas dos se pusieran a discutir por tonterías como esas.

—Si, señora. Acá estaré —aseguró Valentine con firmeza. Ya había terminado de recoger la mesa, y de pronto se dedicó a acomodar las sillas. Bruna arqueó una ceja, ella nunca hacía eso.

—¿Qué te pasa?

—Es para que nadie se siente —contestó Valentine, como si fuera algo de lo más natural.

—Ya lo sé, lo que no entiendo es por qué te ocupas de eso. Nadie vendrá aquí de todas maneras.

—Señora, es que he escuchado que una silla dispuesta es una invitación a que alguien o algo se siente.

—¿Al... Algo? —titubeó. La respuesta de la doncella la agarró fría, y tal vez fue algo de la forma en que lo dijo, pero le causó una extraña sensación que no la hizo sentir bien.

—Dicen que nunca se sabe si un ente puede tomarlo como una invitación a sentarse —le dijo Valentine con cautela.

—Tonterías —se apresuró a responder—. Supersticiones que es mejor no tomar en cuenta. A un hogar cristiano no entra ninguna entidad demoniaca.

—Por supuesto, señora —agregó Mireille—. Es mejor no hacer caso.

—Sí —continuó ella—. Ahora, no nos detengamos más. Mireille, ve a la cocina a informar mis órdenes. Valentine, pregunta a los guardias si hay alguna novedad de la llegada del señor de Saissac.

—Como diga, mi señora —contestó esta. Las dos se retiraron de inmediato a cumplir sus disposiciones.

Y Bruna apenas se dio cuenta de que estaba parada al lado de una silla. La miró. El salón estaba en total silencio, no había nadie cerca, y eso se le hizo muy inquietante.

—Supersticiones —repitió en voz alta para sí misma, como si intentara convencerse de eso. Aun así tomó la silla y la acomodó para que nadie se sentara allí—. Pero no voy a arriesgarme.

La dama volvió a su habitación, decidió aprovechar que sus doncellas estarían ocupadas obedeciendo sus órdenes para escribir algo. Se dedicó eso hasta que anocheció y Mireille tuvo que encender las velas en la habitación. Pronto se quedaron solas, pues Valentine partió a la dichosa fiesta. La comida llegó, y la tormenta empezó. Sí que estaba haciendo frío esa noche.

El viento soplaba con fuerza, Mireille tuvo que asegurar todas las ventanas, pareciera que eran golpeadas sin piedad por una mano invisible. Sabía que era la tormenta, no era la primera vez que pasaba, y en lo alto de la montaña negra los vientos eran más fuertes. Pero por alguna tonta razón estaba asustada, todo eso le daba escalofríos y una mala sensación.

Bruna se metió temprano a la cama, y dedicó más tiempo a rezar esa noche. Los rayos iluminaban el cielo, y se preguntó cómo estarían celebrando allá abajo los simples. ¿Acaso en alguna taberna? ¿O no les importaba el mal tiempo? Bueno, si Valentine no había vuelto seguro que la estaban pasando de maravilla a pesar de todo. Guillaume no llegó, y ella solo esperó que estuviera bien. Ya tendría oportunidad de verlo al amanecer, durante la misa de todos los santos.

—Señora, os traje otra manta. —Mireille se había acercado, y muy oportuna además—. Está haciendo mucho frío.

—Es verdad, estoy temblando —contestó Bruna. Se acomodó, y dejó que la doncella la arropara—. Mireille, ¿no quieres recostarte a mi lado?

—¿Cómo? —preguntó ella, confundida.

—Ya lo dijiste, hace frío. Dormiríamos más cómodas y abrigadas juntas.

—Si así lo deseáis...

La doncella no se hizo de rogar, por supuesto que también tenía frío. Se recostó al otro lado de la cama, y se acomodaron debajo de las mantas. Por un instante eso le recordó a su juventud de soltera. Así solían dormir, siempre juntas. Cuando se hizo señora le dijeron que ya no podía darle esas libertades a la servidumbre, además se suponía que todas las noches debía esperar a su marido en el lecho, no había espacio para doncellas. "Pues Peyre no está hoy, podemos imaginar que son los viejos tiempos", se dijo muy segura.

Bruna cerró los ojos un momento, pero un trueno se escuchó con fuerza muy cerca, y el rayo iluminó toda la alcoba. Se le escapó un respingo, Mireille incluso se incorporó con rapidez. El ruido fue tal que ambas temblaron, y cuando se dieron cuenta se habían aproximado más para protegerse. Eso ya no era por frío, era miedo. Las dos estaban asustadas de verdad.

—Mireille... —murmuró—. ¿Tú crees esas cosas?

—¿Qué cosas, señora?

—Lo que dijo Valentine, eso de que hoy es noche de muertos.

—No lo sé, aunque sí había escuchado de eso antes. La gente habla.

—Pero si lo dicen es por algo, esos rumores no salen de la nada.

—Tal vez, quién sabe. Hay cosas muy raras en el mundo...

—¿Y tú? ¿Has visto alguna de esas cosas raras? —La doncella se tomó unos segundos para responder. Notó que tal vez no quería hacerlo. Tal vez en realidad no quería asustarla. Pero sí, se le hizo obvio que Mireille sabía algo.

—En la cocina a veces cuentan cosas... Sobre su suegro. Bueno, el padre del señor Jourdain y Peyre Roger.

—¿De qué se trata?

—Algunos sirven aquí de toda la vida, y lo conocieron. Dicen que era un señor muy cruel a veces, que siempre que venía castigaba a alguien.

—Oh, eso suena horrendo —murmuró la dama.

Aunque sabía de señores que actuaban con maldad con sus siervos, nunca había conocido de un caso así de forma directa, y en general los que eran muy crueles no eran bien vistos entre los nobles de Provenza. Los comparaban con los bárbaros francos del norte, por ejemplo. Y nadie quería ser uno de esos.

—Dicen... dicen que a veces hasta llegaba a matarlos —añadió con horror, y Bruna ahogó un gritó.

—¡Qué terrible! Agradezco a Dios no haber tenido la desdicha de conocer a ese hombre, hubiese sido un tormento. Pero, ¿qué relación tiene eso con los espantos de esta noche?

—El antiguo señor de Cabaret murió con dolor de una terrible enfermedad. Y cuentan que a veces, por las noches, se puede escuchar sus pasos por el castillo. Otros incluso dicen que escuchan sus gritos, o que lo han visto... —Mireille hablaba en susurros, y Bruna se dio cuenta de que sentía escalofríos. Que en realidad la idea del fantasma de su suegro malvado rondando le daba pavor.

—¿Y tú lo has visto o escuchado? —La doncella negó despacio con la cabeza.

—Es que siempre duermo aquí con usted, nunca bajo en las noches. Por eso no he visto nada. Felizmente... —agregó, incluso la vio santiguarse.

—Si, gracias al cielo. —Las dos mujeres se quedaron en silencio. ¿Tenían miedo? Al menos Bruna tuvo la seguridad de que si seguían hablando de esos horrores no podría dormir toda la noche. Peor, tendría pesadillas—. Hay que descansar.

—Si, señora. Por supuesto.

Bruna se acomodó y cerró los ojos. En general había sido un día tranquilo, pero no le gustaba como terminó. En soledad, con una tormenta, sin Guillaume para ella. Justo la noche en que podían aprovechar para estar a solas, él desapareció. "Solo espero que estés bien", se dijo desilusionada. Al menos prefería quedarse dormida pensando en que pronto volvería a verlo, y no en fantasmas y espectros.

También creyó que le costaría quedarse dormida, pero no fue así. Poco después de cerrar los ojos cayó rendida por el sueño. Al menos descansó con tranquilidad buen rato, pues no podría precisar en qué momento de la noche sintió los ruidos. ¿Fue la lluvia? ¿Los truenos? Tal vez, pero ya no pudo dormir, pues hubo otra cosa que la alarmó. La habitación estaba en silencio, Bruna decidió poner atención a los sonidos. ¿Eran pasos? Sí, los sintió con claridad. Alguien caminaba, pero no en esa planta, sino abajo. Y además parecía que arrastrara algo. Incluso escuchó que alguien estaba moviendo las cosas.

—Mireille... —murmuró, le temblaba la voz. Y las manos también—. Mireille...

—¿Señora? —preguntó ella, somnolienta.

—¿Escuchas eso? —Las dos callaron, quería estar segura de que no era su imaginación. Pero no, fue tan claro como si pasara justo al lado. Había algo abajo, era innegable.

—¿Qué es eso? —dijo la doncella, asustada.

—Tengo miedo —dijo con sinceridad—. ¿Será lo que dijiste? ¿El fantasma de mi suegro?

—Ay, señora... No... no diga esas cosas —contestó titubeante—. Nunca me han despertado ruidos similares. ¿Y si tal vez llegó alguien? ¿No sería mejor avisar a los guardias?

—Entonces ve.

—¿Qué? ¡No! Yo no voy a bajar sola. No... No... —decía la doncella, muerta de miedo.

—Si tan solo estuviera Valentine...

—Pero está usted.

—¿Ah? —La simple idea la estremeció—. ¿Bajar? ¿Bajar yo?

—¿Usted y yo?

—Pero...

No sabía qué hacer. Estaba asustada y no quería moverse de allí, pero a la vez la motivaba la curiosidad de confirmar si era cierto o no aquel rumor del fantasma de su suegro. Además, ¿en verdad había que temerle a un espectro? Sin duda Dios estaba de su lado, el padre Abel se lo había dicho muchas veces. Ella era una verdadera cristiana, y no debía temer al poder del diablo.

—¿Entonces? ¿Qué hacemos? —insistió Mireille. La dama respiró hondo, ya había tomado una decisión.

—Vamos. Llevemos velas, rezaremos en el camino. El señor nos protegerá.

Mireille no estaba tan convencida de eso, pero igual se puso de pie junto con ella. La doncella encendió las velas, y ambas salieron con cautela de la alcoba. Miraron a los lados, y solo vieron la negrura de la noche. No era la primera vez que se escabullía en la oscuridad, pero fue la única ocasión en que eso le dio auténtico terror. La vela apenas iluminaba el camino, y las dos se tomaron de las manos para bajar con cuidado hacia el salón.

Ninguna hablaba, solo escuchaban sus respiraciones agitadas. Bruna oía con claridad cómo palpitaba su corazón acelerado, incluso podía escuchar los latidos de Mireille. La lluvia apenas se sentía, solo eran las dos enfrentando a la oscuridad. Fue al dar unos pasos más allá que encontraron la mesa del salón. Bruna ahogó un grito y señaló.

—La silla... la silla... —le mostró a la doncella, quien no entendía bien lo que pasaba—. La dejé en su sitio para que nadie se sentara.

—Valentine dijo que eso era una invitación... —murmuró.

—Sí, justo por eso lo hice, no quería invitar a nadie. Menos al fantasma de mi suegro.

—Señora, creo que mejor volvemos.

—Sí, creo que... —A Bruna se le cayó la vela del espanto. Fue apenas un instante, pero vio con toda claridad una silueta negra cruzando a la otra estancia. Sin duda la figura de un hombre alto, y estaba segura de que no lo imaginó—. Mireille... Mireille... está aquí.

—¿Dónde? —Justo cuando hizo esa pregunta, escucharon que algo se cayó al otro lado. Habían tirado un objeto. Ambas gritaron a la vez, retrocedieron despacio. Las ganas de correr de vuelta a la alcoba le sobraban, pero sus pies no obedecían de lo paralizada que estaba por el miedo—. Señora... —añadió su doncella, y pronto ella también lo escuchó. Pasos detrás, y poco después esa silueta asomándose por el pasillo y acercándose hacia ellas.

Las dos volvieron a gritar, esa vez en serio. Se dijo que tal vez debería ponerse a rezar y a invocar a Dios, pero de lo asustada que estaba no fue capaz de reaccionar. Apretó los ojos y se quedó allí, esperando que pasara cualquier cosa. Pero lo que sintió fue que alguien la tomaba de las manos, que intentaba calmarla. Bruna abrió los ojos, y pronto se dio cuenta de que quien estaba allí no era ningún espectro ni nada, sino Guillaume con la capa empapada por la lluvia, y el cabello mojado escurriendo agua. Hasta él se veía asustado.

—Amor mío, ¿qué ha pasado? —preguntó el caballero, y a pesar del pésimo estado en el que lucía, la dama se arrojó a sus brazos y se dejó envolver por él. A su lado al fin logró calmarse, sintió que le volvía el alma al cuerpo, y también se sintió avergonzada. No había ningún fantasma allí, solo Guillaume llegando en medio de la noche.

—Nada, nada —susurró con la cabeza pegada contra su pecho—. Solo me asusté por la oscuridad.

—Calmaos, mi señora. Todo está bien —añadió otra voz, era Arnald. El paje tomó la vela que ella dejó caer, y se tranquilizó de saber que él fue el dueño de los pasos que escucharon antes.

—¿Qué os sucedió? —preguntó Mireille, ella también se sentía más tranquila.

—Vimos al terasque en el bosque. —Ambas ahogaron un grito, esa no se la esperaba.

—¿Qué? ¿Y están bien? ¿No les hizo nada? —preocupada, miró el rostro de Guillaume y lo examinó en busca de alguna herida, pero el caballero se apresuró a negar con la cabeza.

—Hicimos lo que se supone que se tiene que hacer —comentó Arnald—. Y eso es rezar para amansar al monstruo.

—¿Funcionó? —cuestionó la doncella.

—Al parecer sí —le dijo Guillaume—. O quizá la cosa esa no tenía ganas de pelear con nadie.

—¿De verdad era el terasque? —insistió ella, y Guillaume ladeó la cabeza con cierta duda.

—Creo que sí, o al menos un animal que se parece a lo que cuentan.

—Me alegro de que estés a salvo, que hayas vuelto —le dijo, y sonrió. Él imitó su gesto, luego le dio un beso en la frente.

—Lamento si te despertamos con nuestro ruido. Estamos hambrientos y no encontramos nada —aclaró el caballero, y mientras hablaba, le acariciaba las mejillas. Todo temor se disipó. Los latidos de su corazón seguían siendo frenéticos, pero en esa ocasión le provocaban una hermosa sensación que la recorrían toda

—No te preocupes por eso. Mireille, id con Arnald y dadle algo para que él y su señor puedan alimentarse.

—Si, señora —respondió la doncella, tanto ella como el paje se retiraron de inmediato.

—¿Tenías miedo esta noche? —le preguntó Guillaume cuando estuvieron a solas, y ella asintió despacio.

—No lo sé, me contaron cosas raras temprano. Pensé que era el fantasma de mi suegro malvado. —El caballero quiso contener la risa, pero fue imposible. Al final los dos acabaron riendo por lo tonto que sonaba todo eso.

—Entonces eres una dama muy valiente, mi amor —susurró él a su oído, haciéndola estremecer. Tembló aún más cuando posó un beso en su mejilla, uno lento y suave.

—Guillaume... —Un trueno sonó con fuerza, pareciera que el rayo hubiese caído en el techo mismo. El ruido fue tal que ambos acabaron por separarse, y buena parte del salón se iluminó.

Fue rápido, pero lo vieron. Estaba segura de que los dos lo vieron. Era una sombra alta, un hombre que los miraba. Y cuando otro rayo cayó, notaron que no había nadie allí. Aun así sintieron pasos pesados que caminaron alejándose, pero no era Arnald o Mireille, o cualquier otra persona. Al menos no alguien que pudieran ver.

—Mejor nos vamos —propuso Guillaume, y ella asintió de inmediato. Ya había tenido suficiente de espectros por esa noche.



****************

¡Buenas buenas! Ya sé que falta para Halloween, pero yo me largo este fin de semana y regreso tarde el lunes xd así que no podré conectarme antes.

¿Y qué tal? Ya saben que no se me da bien el terror, pero se hace lo que se puede. La leyenda del terasque provenzal es real, se trata de un monstruo mitológico de la zona que se dice Santa Marta amansó solo rezando.

Y nada, que la pasen super este Halloween


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