Capítulo 59: Futuro incierto

Dios bendecido,

que no hizo reo

de sus pecados al centurión ciego,

deje, si quiere, que ella y yo yazcamos

allí en el aposento que indiquemos;

cita feliz, y cuando sin dejar

de besar y reír muestre su cuerpo bello,

yo pueda contemplarlo a la luz del candil (1)

Guillaume cabalgaba de regreso a Cabaret junto a Arnald. El caballero supuso que su joven paje iba a entristecerse por volver a su labor y dejar atrás Béziers, pero el chico parecía satisfecho y agradecido con tofo. Arnald estaba feliz, nunca lo había visto tan sonriente.

Recordaba esos lejanos días en París cuando recién lo conoció, un jovencito insolente e imitando de forma exagerada los ideales de lo que debía ser un caballero a su parecer, hasta pensó que era una copia mal hecha de Trencavel, y se lo decía para ofenderlo. Recordaba las bromas que le hacía junto con Amaury, pero más recordaba cómo hablaba de su amada villa. Le alegrada haberle dado la felicidad de volver a ver ese lugar y de juntarse con su familia. A pesar de todo el chico siempre estuvo a su lado, le aconsejó bien y nunca lo abandonó. En ese momento Arnald parecía un poco cansado, pero sabía que era feliz.

Quizá él también debería estarlo. La visita a Moix le salió mejor de lo esperado. Quedó en buenos términos con Froilán de Lanusse, y además este le facilitó la información que necesitaba para contactar a los miembros de la orden que existían. Todo era bueno porque al fin ejercería sin problemas y sin traba alguna su papel como gran maestre. Por un tiempo pensó que iba a decepcionar a su padre, pero ya estaba en el rumbo que este quiso para él. Guillaume se dijo que ni bien llegara a Saissac iría a visitar la tumba de Bernard, y hablaría de lo sucedido. No tenía idea si su padre lo escuchaba donde quiera que estuviera, pero sentía una necesidad imperiosa de hablar con él, de contarle todo a pesar de no obtener respuestas.

Había muchas cosas que resolver a partir de ese momento. Tenía que organizarse para ir a visitar a algunos de los miembros más importantes de la orden, enviar cartas para pedir informes, entre otras cosas. También debería emprender un largo viaje hasta las tierras del rey Pedro de Aragón. Pensó si quizá no sería mucho atrevimiento enviarle una misiva como gran maestre del Grial pidiéndole que fuera hacia las tierras de Mataplana para un encuentro. Ambos eran algo así como "colegas", estaban en el mismo rango. Pero él seguía siendo un rey después de todo.

Decidió iniciar su primera visita oficial como gran maestre dirigiéndose a Béziers. Al fin conoció la tierra de su amada Bruna, y quizá al ver como el sol se reflejaba en sus paredes, al escuchar el rumor del río y al cruzar el antiguo puente romano entendió por qué Bruna añoraba tanto esas tierras. Cabaret tenía su encanto, pero Béziers gozaba de una belleza singular que lo fascinó. Le hubiera gustado llegar cabalgando al lado de su amada, pero fue a la villa por un asunto más serio.

El padre de Bruna le cayó de las mil maravillas, parecía ser un hombre con mucha experiencia, centrado, cauteloso y fiel. Sí, también se arrodilló, besó su anillo y le juró fidelidad a él y a la orden. A Guillaume no le gustaba eso, se sentía incómodo cuando alguien lo hacía. A su parecer eran personas que tenían más rango, autoridad y sabiduría que él. ¿Qué hizo para merecer una mejor posición que obligara a otro a ponerse de rodillas? No debería ser necesario.

En cierto modo, Bernard de Béziers se parecía a su padre, y no solo por el nombre. Además, tenía mucho en común con Peyre Roger. También fue escogido para ser esposo de la dama del Grial, y padre de la siguiente dama.

Padre. Se suponía que Bruna debía de tener una hija también, ¿cierto? ¿Y si tenía un hijo? ¿Acaso iba a verse obligada a tener hijos hasta que naciera una niña? El senescal le comentó que él y Marquesia tuvieron varios hijos e hijas que murieron a corta edad, que Bruna de hecho tuvo suerte de mantenerse con vida toda la niñez.

Para el padre de Bruna ese asunto parecía ser importante, y quizá él debería considerarlo. Bruna debía de tener una hija algún día y el padre tenía que ser Peyre Roger, ¿verdad? Aunque dudaba que sea necesario. Él mismo podría serlo, nadie tendría que enterarse.

Tener hijos con Bruna. Por un instante la idea se le antojó hasta maravillosa. Tener un hijo de la mujer que tanto amaba sería sin dudas increíble. Un hijo de ambos, un bebé que llevase su sangre, en el que pueda ver reflejado muchas cosas de él, y la belleza de ella.

Descartó la idea pronto. Bruna era una mujer casada, y como tal debía de tener hijos con su esposo. Y aunque el hijo no fuera de Peyre Roger, este lo criaría como tal. Un hijo que vería a otro como su padre, que quizá hasta lo odie. No le gustaba mucho esa idea. Durante su permanencia en Béziers decidió alejar de su cabeza la idea de Bruna embarazada, o en el hecho de que quizá pronto la orden le exija tener una niña para que sea su sucesora como dama del Grial.

Los días en Béziers fueron agradables, Bernard le explicaba de sus labores como miembro de la orden y le informaba de algunos asuntos. Le sugirió que, ya que se encontraba cerca, fuera a Montpellier a visitar a Sybille. Pero por alguna razón la idea de ver a una profetisa le causó rechazo, por no decir pavor. Descartó la idea de inmediato, señaló que estaba de paso y que debía de volver lo antes posible a Cabaret para seguir hasta Saissac.

Era consciente de que Sybille era muy importante para la orden, Guillenma se lo había dicho. El rango de esa mujer solo estaba uno debajo de él. Pero no quería verla. Quizá sea ridículo, pero creía odiar esas cosas relacionadas con la profecía. Siempre pensó que por algo Dios le ocultaba al hombre cuál sería su destino, eso de ver el futuro era terrible. Dejaría la visita a Sybille para otra ocasión.

Quería concentrarse en otras cosas también, como hablar con el padre de su amada. Bernard le dijo que le tomó por sorpresa saber que su hija había aceptado ser dama de un caballero, pero que le complacía que el gran maestre fuera próximo a la dama del Grial. Bernard se mostró interesado por saber cuáles eran sus sentimientos hacia Bruna. "¿Usted la ama? ¿La ama de verdad?", le había preguntado. Le dijo que sí, sin dudarlo, le dijo que la amaba como a nadie en el mundo, que no sabría que hacer sin ella, que ella era la luz que iluminó su camino, que lo hacía ser un mejor hombre. Y al parecer el padre se mostró muy satisfecho con esa respuesta.

Días dedicados a su labor y a la orden estaban por acabarse. Se alegraba de su éxito, pero aún más por saber que pronto estaría ante ella. Su corazón latió acelerado cuando al finalizar el camino vio Cabaret en lo alto de la montaña negra. Cielos, ¡cuánto había extrañado a Bruna! Nunca imaginó que se pudiera extrañar tanto a una persona, que se tuviera tanta necesidad de ver a alguien, de sentirla, de escuchar su voz. Apenas habían pasado unas cuantas semanas desde la última vez que la vio, y sentía que el tiempo fue eterno sin ella.

Al llegar tendría que encontrar la manera de aprovechar para entrar a su alcoba. Pasaría esa noche en Cabaret, y luego volvería a Saissac, tenía que retomar sus deberes pronto.

Para empezar, reunirse con los nobles locales más importantes, o antes de eso quizá debería ponerse al tanto de los asuntos del castillo, de los tributos y esas cosas. Estaba seguro de que Reginald, en quien su padre confió, había llevado a bien los asuntos y le informaría de todo con detalle. Luego de ver a los nobles locales supuso que lo más natural sería dar una fiesta, todos lo esperarían. Por supuesto que invitaría a todo Cabaret a ese baile, estaba seguro de que irían encantados.

¿Luego qué? Enviar las cartas a los informantes y decidir a quién de los caballeros visitaría primero. Aunque tampoco podía ser pronto, no quería dejar abandonadas sus tierras por más tiempo. Tal como Froilán le indicó, debía de ser discreto. Se le ocurrió que quizá podría ordenar a alguno de los caballeros que hiciera una fiesta donde coincidir con alguien a quien aún no había visto. Sería un encuentro "casual" del que nadie sospecharía.

Tampoco quería descuidar a Bruna. Después de instalarse enviaría una invitación para que pasar unos días en sus tierras. Tampoco podría retenerla mucho tiempo en Saissac, por eso tendría que organizarse para visitarla al menos una vez por semana. Había tanto en que pensar y hacer, pero en ese momento lo único que le importaba era llegar a Cabaret, ver a Bruna, descansar un poco y regresar a Saissac a la mañana siguiente.

Lo primero que hizo al llegar fue ir a sus habitaciones, ponerse ropa limpia y cómoda para ir a ver a su amada. Se le hizo extraño no ver a Bruna cuando llegó, si hasta se cruzó con Guillenma y Orbia. ¿Se sentía mal? Esperaba que no, quizá estuviera ocupada.

Al fin llegó a sus habitaciones, y le pareció que Valentine lo recibía con sorpresa. ¿Había pasado algo? Las doncellas secretearon entre ellas, y le pidieron que esperara. Luego de un buen rato lo hicieron pasar a la estancia donde siempre se veía con Bruna a solas. Y ahí se encontraba ella, el corazón le latió acelerado al verla y una sonrisa iluminó su rostro. Estaba hermosa, y ni siquiera se había arreglado. Llevaba ropa de dormir y el cabello suelto. A pesar de su belleza natural le fue imposible no notar que tenía ojeras, y que estaba un poco pálida. Ella también le sonrió al verlo, quiso correr a sus brazos, pero casi se tropieza. Fue él quien terminó corriendo a su encuentro, la levantó y la sentó con cuidado. La abrazó despacio, la sentía muy frágil en ese momento.

—Mi amor, ¿qué sucede? ¿Qué pasa, mi Bruna? ¿Te sientes bien? —preguntó preocupado.

—No —dijo tratando de esforzar una sonrisa—. De hecho, no he estado muy bien en los últimos días.

—¿Qué te pasa?

—No te preocupes, ya me pondré mejor. —No quería decirle lo que sentía, él se dio cuenta. Hasta bajó la mirada incómoda.

—¿No me puedes contar?

—No creo que sea algo que importe.

—¿Cómo no, Bruna? Quiero saber si estás bien, quiero saber qué sientes.

—Tú no puedes hacer nada. Así te dijera lo que siento... bueno, no quiero preocuparte.

—¿No quieres preocuparme? Pues con tu silencio lo estás haciendo

—Guillaume, son solo malos días, estaré bien —contestó—. Quiero que me cuentes. ¿Dónde has estado? ¿Cómo te fue en el viaje?

—Bien... —Al caballero no le gustó el repentino cambio de tema, pero decidió esperar un momento para volver a hablar de eso—. Fui a Béziers.

—¿En serio? —El rostro de su amada se iluminó de pronto al escuchar aquello—. ¿Qué tal te pareció? ¿Viste a mi padre?

—Claro que lo vi, manda saludos. Béziers es un sitio hermoso, de verdad. Me gustó estar ahí. Espero poder volver pronto, pero que esa vez sea juntos.

—A mí también me gustaría, sería hermoso. Quiero que me cuentes más. ¿A quiénes viste en Béziers? ¿Cómo está papá? ¿Cómo están todos?

—Calma —dijo Guillaume con una sonrisa. Bruna estaba muy emocionada y hacía las preguntas muy rápido—. Te lo responderé con lujo de detalles.

—Sí, quiero saberlo todo. —La dama parecía muy atenta en ese momento, pero de pronto apartó la mirada, sacudió despacio la cabeza, su cuerpo se balanceó a un lado por un corto instante. Se recompuso, y lo miró otra vez. Oh no, aquello empezó a preocuparlo.

—Bruna, ¿qué sucede? —insistió.

—Estoy bien —dijo apenas—, solo fue un mareo.

—¿Solo un mareo? No estás bien, debería venir un sanador a verte pronto.

—¡No! —exclamó, no parecía que hubiera estado a punto de desmayarse—. Puedo sola con esto, Guillaume, de verdad...

—No hagas que me preocupe más. Bruna, ¿qué sucede? —La joven vio a los ojos del caballero y notó esa inquietud. La amaba y lo que le pasaba le afectaba.

—Hay algo, Guillaume... —dijo, bajando la mirada.

—¿Qué pasa? —preguntó con suavidad. Levantó su mentón con delicadeza y ella lo miró con sus ojos cristalizados que luchaban por contener las lágrimas—. Amor mío, ¿qué sucede? Puedes confiar en mí, sabes que puedes hacerlo, ¿verdad? —ella asintió—. ¿Entonces? ¿Por qué no me cuentas?

—Guillaume... —dijo en voz baja—. Creo que estoy embarazada.

Se quedó pasmado al escucharlo. ¿Embarazada? ¡Pero si era una gran noticia! Era justo lo que pensó antes de llegar. Un hijo de su amada, el fruto de su amor creciendo en el vientre de Bruna. Claro que habría dificultades, pero todo eso valía la pena si podía tener a ese pequeño entre sus brazos y verlo crecer. La felicidad lo invadió, pero algo en la expresión de Bruna le dijo que no había motivo de alegría, que era un tema serio. Ella se empeñó en ocultárselo. Y eso no era todo, al parecer el embarazo le estaba sentando mal, sus ojos se lo decían todo.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Bruna, la voz le temblaba, estaba llena de miedo.

—No lo sé, ¿qué quieres hacer tú?

—Esperaba que me ayudes a decidirlo —contestó ella—. No he podido dormir, me he sentido pésima, me siento morir cada día. Es como si estuviera enferma por dentro.

—No digas eso, Bruna. Si lo que dices es cierto no estás muriendo. Tienes una vida ahí —le sonrió para hacerla sentir mejor, pero Bruna no correspondió—. No hemos hecho nada malo.

—Claro que sí, Guillaume. Desde un principio supimos que iba a ser un pecado mortal, pero lo hicimos. Dios me está castigando por lo que hice...—Las últimas palabras las dijo con voz entrecortada y se echó a llorar. Guillaume solo pudo abrazarla con todas sus fuerzas. Le dolía verla sufrir, escuchar su llanto desesperado y no poder hacer nada para calmarla—. Es un castigo divino, es eso... —dijo al fin entre lágrimas.

—Un hijo no es un castigo del cielo, es una bendición.

—¿Crees eso?

—Claro que sí —le dijo él—. Un bebé es una bendición. Míralo como una prueba para nuestro amor.

—Una prueba... —repitió pensativa—. ¿De verdad piensas así?

—Lo creo. Pero, Bruna, ¿estás segura?

—No del todo, es lo que mis doncellas y yo pensamos. Valentine dice que son los síntomas.

—¿Y qué habías pensado?

—Me dijeron que podíamos enfrentar todo juntos, o que podía mentirle a Peyre diciendo que es hijo suyo... o que...

—¿Hay otra opción? —preguntó Guillaume un poco más serio.

—La perfecta Miriam vino a verme, sabes que a pesar de todo es una buena sanadora. Ella cree que mi embarazo es muy posible. Lo he pensado, apenas he podido dormir. Guillaume, ¿es que no lo ves? Solo nos traerá problemas, esto no puede terminar bien. Yo no me veo capaz de dejar que Peyre Roger me tome solo para mentirle diciendo que tendré un hijo suyo.

—Entonces sí has pensado en una solución, o al menos la estás considerando —insistió. Era obvio que Bruna tenía algo en mente.

—Hay unas yerbas que puedo tomar para que no nazca... —dijo con voz tímida, y sin atreverse a mirarlo a los ojos.

—¿Pensaste en hacer algo como eso? —ella no dijo nada, pero ahí estaba, hablando de abortar a su posible hijo—. No puedes estar hablando en serio, Bruna.

—Guillaume, estoy desesperada, no sé qué hacer. ¡Tengo miedo! Solo lo pensé, no es que de verdad desee hacerlo. Estoy asustada, por eso quería preguntarte. Si tú así lo deseas...

—¡No, Bruna! —exclamó molesto—. ¿Cómo se te ocurre que voy a querer algo así?

—Miriam dice que es la opción más fácil.

—Miriam —repitió él molesto—. ¿Vas a dejar que una albigense decida el futuro de nuestro hijo?

—¡Claro que no! Ya te dije que es solo una opción, he pensado en todo. Quería hablar contigo y saber que era lo que opinabas. No haré nada sola, lo haré contigo. Es nuestro hijo, la decisión es de los dos. Pero tienes que entenderme, ¡tengo miedo, Guillaume! No esperaba algo así, no te molestes conmigo. —El caballero la miró y consiguió tranquilizarse. Claro que se enojó con la idea de Bruna de no dejar nacer al bebé, pero ella tenía un punto. También estaba confundida y temerosa, conocía a su Bruna y eso debía de ser un duro momento. En lugar de molestarse debería intentar apoyarla. Se acercó a ella una vez más, se arrodilló ante la dama y tomó sus manos.

—Entonces, mi amor, ¿qué quieres hacer? Solo nos quedan dos opciones. Mentirle a Peyre Roger, o enfrentar esto juntos. —Ella se quedó en silencio un rato, parecía pensativa.

—Creo que quiero que enfrentemos esto los dos, será nuestro bebé después de todo. Pero, ¿y si Peyre Roger se molesta mucho? ¿Si me echa de aquí? ¿Si te reta a muerte por ofender su honor?

—Él no hará eso. —La tranquilizó, dándole suaves besos en sus manos—. No se atreverá a hacerle nada a su gran maestre y a la persona más importante de nuestra orden. No podrá, tendrá que soportarlo.

—La orden. ¿Yo soy lo más importante de esa orden? ¿En verdad es así?

—Lo eres, sí. Todos estamos aquí para protegerte, no debes de tener miedo. Y si le decimos a Peyre Roger lo que pasa es obvio que se enojará por el atrevimiento. ¿Y qué más podrá hacer? No hará nada contra nosotros, te lo aseguro.

—¿En serio? —preguntó ella con algo de ilusión. Guillaume le sonrió y se acercó un poco más para darle un suave beso en los labios.

—Estoy seguro de eso Bruna. Podemos enfrentarlo juntos.

—Creo que no es una mala noticia después de todo —contestó ella con una sonrisa —. Aunque decirle la verdad a Peyre Roger no hará que me sienta mejor, estás náuseas van a matarme.

—Quizá es el clima de Cabaret el que no te sienta bien. Quizá si pasas más tiempo en Saissac le iría bien a tu embarazo.

—En Saissac —dijo ella sonriente—. ¿Cuidarías de mí?

—Todo el día si es necesario.

—Oh, Guillaume, te amo tanto —se acercó a darle un beso y se quedó abrazada a él—. Tuve miedo, pero ahora me siento mucho mejor porque estás conmigo.

—Todo va a ir bien, amor, si estamos juntos todo irá bien... —contestó él con seguridad, o al menos la aparentó.

Bruna podría o no estar embarazada. Como gran maestre de la orden no iba a permitir que Peyre Roger dañara a la dama, pues hizo un juramento de protegerla. Bruna era la dama del Grial, la portadora, el fin último de la orden. Jourdain estaba fuera del juego, y si Peyre Roger no toleraba esa situación, habría otros lugares donde podría enviar a Bruna a estar a salvo mientras durara su embarazo.

No podía precipitarse, primero tendrían que estar seguros de si esperaba un hijo. Lo único que sabía era que haría uso implacable de su cargo de gran maestre para mantenerla a salvo.



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(1) Dulces silbidos - Arnaut Daniel (1180-1195)

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Uhhhhhhhhh GURL!!!!! ¿Esa panza ya tiene inquilino? LO AVERIGUAREMOS



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