Capítulo 52: Íntimo
Mi voluntad me lleva hacia ella,
la noche y el amanecer sufriendo
por deseo de su cuerpo;
pero viene despacio y despacio me dice:
"Amigo, dice, celosos y malvados
han armado tal jaleo
que será difícil resolverlo
y que ambos tengamos placer" (1)
La fiesta ya había terminado, y ella no sabía qué hacer. Le pidió a Trencavel que la dejara sola, aunque él insistió en arreglar las cosas después de que Guillaume los vio. Bruna se negó, dijo que ya no era asunto suyo. Solo porque ella se lo pidió el vizconde aceptó mantenerse al margen y retirarse a su habitación.
Sus doncellas llegaron poco después. Estuvieron a punto de asistirla para quitarle el vestido, pero Bruna se negó. Caminaba de un lado a otro, la angustia la estaba consumiendo, las manos le temblaron. Sabía lo que vio en el rostro de Guillaume, y no le gustó nada. De seguro era la misma decepción y amargura que él vio en ella cuando lo encontró con Orbia. ¡Pero ella no hizo nada malo! Tal vez no debió concederle tanto a Raimon como despedida, no sin hablarlo con Guillaume. Tenía que explicarle que no era lo que pensaba, que entre su antiguo caballero y ella ya no sucedía nada, que lo había escogido a él. ¿Y cómo hacerlo?
—No voy a dejar pasar esta noche —se dijo con toda seguridad.
—¿Se encuentra bien, mi señora? —preguntó Valentine, la había escuchado murmurar.
—Yo... Yo tengo que salir de aquí.
—¿Pasó algo? —Mireille se acercó a ella—. ¿No se siente bien?
—Yo... Yo... Necesito salir. Tengo que ir a buscar a Guillaume.
—Señora, disculpad mi atrevimiento, pero no podéis hacer eso. —Valentine se impuso de inmediato. Nunca le había hablado así—. Si deseáis puedo pedirle a Pons que le envíe un mensaje, así podrán encontrarse en un lugar seguro.
—No, él no querrá. Él no tiene que aceptar mis condiciones después de... —No quiso continuar. No sabría cómo explicarse ante ellas—. Iré yo misma.
—Señora, Valentine tiene razón —apoyó Mireille—. Lo mejor será que...
—Iré de igual manera, no os estoy pidiendo permiso —declaró muy firme—. Así que, si quieren ayudarme, van a tener que cubrirme. Es todo lo que van a hacer. —Las dos estaban sorprendidas, ella misma no se lo creía.
No dijo nada más, aprovechando la oscuridad, salió a hurtadillas de la habitación y fue a buscar a Guillaume. Estaba nerviosa, las manos le temblaban. Cuando llegó a la puerta ni siquiera fue capaz de golpearla. ¿Y si estaba furioso? ¿Y si no quería escucharla? Tenía miedo de enfrentarse a eso, de no saber qué decir. Pensó que tal vez tenía que esperar a que se calmara, así podrían hablar con tranquilidad.
—Guillaume... —murmuró. Intentó llamarlo, y apenas pudo dar un toque leve a la puerta. Él no salió, si la escuchó, de seguro no quería hablar con ella—. Pues no me voy a mover de aquí —agregó, y espero que eso sí lo hubiera oído.
No tuvo claro cuando tiempo estuvo allí. Debió ser mucho en realidad, pues empezaron a molestarle los pies, y de puro cansancio terminó por sentarse en el piso con las piernas cruzadas. Esa no era una postura propia de una dama, no recordaba la última vez que lo hizo. Quizá de una niña, porque cuando llegó a la segunda edad las cosas cambiaron. Debía de adoptar otra postura, ser una dama delicada y no dejarse llevar por los arrebatos. Todo era control. Un control que le había sido impuesto desde siempre.
Pero ella ya no quería que la controlaran. Quería tomar las riendas su vida y no dejar que los demás le dijeran lo que tenía que hacer. La revelación sobre una clase de orden que al parecer de alguna forma controlaba su vida le hizo pensar un poco en aquello. No quería ser un títere, quería tener el poder de decidir. Como por ejemplo decidir que quería estar sentada en el piso siendo una dama. "No seas ridícula, Bruna, ni que esto fuera lo máximo en rebeldía", se dijo. Se sentía mal y triste de saber lo que la orden le hizo, pero más que eso, sintió mucha rabia de que la hubieran controlado así. Ella iba a tomar las riendas de todo, iba a seguir con sus propias reglas con tal de ser feliz y obtener lo que quería.
"Mi propio rumbo sin ofender a Dios, por supuesto", pensó. De pronto se preguntó si estar sentada en el suelo siendo dama no era algún tipo de ofensa. "Dios es bueno, conoce mi corazón", pensaba. "Oh, mi señor, ayúdame a ser feliz. No sé qué es eso de la orden, no sé nada de nada, pero tú sí y me comprendes. Por favor, solo quiero ser feliz de verdad. No dejes que Guillaume se aparte de mi lado, ablanda su corazón. Yo lo amo, no dejes que me quede sin él. Ayúdame, señor...".
Sentía que la angustia volvía a invadirla. Guillaume tenía que entender que lo había elegido a él, que era a él a quien amaba. Quería vivir y ser feliz a su manera, y solo concebía eso con Guillaume en su futuro para siempre. No lo dejaría ir por nada, quizá la orden los había unido, pero ella decidió tomar el control de todo. Pronto escuchó pasos acercándose por el pasillo y se puso de pie con dificultad. Estaba acomodándose el vestido cuando Pons llegó hasta ella. Al verla le hizo una venia a la señora del castillo y le preguntó si deseaba algo. Se veía muy confundido en realidad, claro, cualquier lo estaría al ver a Bruna ahí.
—Puedes decirle al señor que estoy acá esperando que quiera hablar conmigo y que no me iré.
—Si, señora, le diré. —El joven entró a la habitación, y Bruna se quedó ahí de pie a la expectativa. Una vez más la angustia llegaba. Pons entró, y poco después salió a abrir la puerta—. Podéis pasar, mi señora. El caballero os está esperando —indicó el siervo.
—Agradecería tu discreción, Pons —le pidió, y el chico asintió en silencio.
—No os preocupéis por eso, mi señora. Así como lo pide, se hará.
Pons la dejó pasar, y en ese momento dudó. Las doncellas tenían razón, ¿qué pasó por su cabeza? No debió ir, ¿qué hacía en la alcoba de otro hombre con su marido en el castillo? "Bueno, si no has visto a Peyre por aquí es que está donde Guillenma", se dijo intentando justificarse. Y allí estaba él, al otro lado de la habitación. Bruna pasó con timidez, Pons cerró la puerta tras ella. Se quedaron quietos y en silencio, Guillaume se acercó un poco, estaban frente a frente.
—Lo siento, Bruna, no sabía que estabas afuera —dijo él.
—Toqué la puerta, te llamé —contestó. Quizá no lo hizo tan fuerte como creyó.
—No escuché nada, de verdad. No te estuve ignorando.
—Pensé que estabas molesto conmigo y que no querías hablar.
—O aún lo estoy, no lo sé. También creo que tenemos que conversarlo.
—Guillaume —dijo ella en voz baja—, siento lo que pasó, es que yo... no sé cómo explicarme bien.
—Hablaste con Trencavel, ¿y qué fue lo que decidiste? —Fue al grano. Claro que estaba molesto, le recordó a la forma en que le habló cuando ella lo rechazó la primera vez.
—No fue necesario tomar una decisión, solo lo sentí. Cuando se acercó a mí, cuando intentó tratarme como lo hacía antes. Yo no sentí nada. Quizá culpa, pero no amor. Se lo dije... me sentí muy mal por todo, pero le dije que no lo amaba más y él lo aceptó. Aún me siento culpable porque yo tenía un juramento, y él parece aún estar enamorado de mí como antes. Nos separaron, fue injusto. Pero ya no me es posible corresponderle, y eso es porque te amo, Guillaume. —Cuando Bruna terminó de hablar la expresión del caballero ya no era la misma.
—Bruna...
—Me crees, ¿verdad? Solo dime eso, que me crees —le rogó. A modo de respuesta, Guillaume se acercó a ella y la besó. Apenas sintió los labios del caballero sobre los suyos el alivio llegó como una magia. Bruna no resistió, lo necesitaba. Se pegó a su cuerpo, y él le respondió con la misma pasión. Con Trencavel jamás se había sentido así. Su Guillaume era el único que cuando la besaba la hacía sentir que no había nada más. Lo amaba a él, no había lugar a dudas.
—Siento haberme comportado como un idiota hace un rato —le dijo él apenas se separó un poco. Le acariciaba las mejillas despacio, pero ella negó con la cabeza.
—Me viste con él, no te di explicaciones. No tienes que disculparte conmigo. Soy yo la que vino aquí a ser perdonada. No quise ofenderte, y sé que lo hice delante de todos en la fiesta. Solo quería... quería compensarlo. Siento mucha pena por lo que nos pasó, por lastimarlo. Por favor, dime que lo entiendes.
—Lo entiendo, pero tú también sabes lo que pasó por mi cabeza. No pude controlarme, los celos me enfurecieron, saber que quizá lo habías aceptado de vuelta en tu vida me sacó de quicio.
—Ay, Guillaume, ¡lo siento tanto! No supe cómo manejar las cosas, no debí concederle tanto a Raimon. Perdóname, no me odies por esto...
—No te odio, no te odiaré nunca, Bruna, hagas lo que hagas. Fueron celos, eso es todo. No me gusta compartir tu amor con nadie.
—No lo haces, lo que pasó no volverá a repetirse. Sé que suena cruel, pero es la verdad. Lo hice porque me da pena que todo sea así ahora, él aún me quiere y yo soy incapaz de corresponderle. Lo siento, creo que no debería hablar de esto contigo, me temo que solo te pongo más celoso, ¿verdad?
—Un poco —contestó dándole otro beso suave—, pero me siento mejor de saber que soy el único dueño de tu corazón.
—¿Estoy perdonada entonces?
—Olvida eso, ven acá. —El caballero posó las manos en su cintura y la pegó contra su cuerpo. La sensación de calor que le daba era reconfortante, más que eso, le provocaba algo que ya conocía. Que con él había probado a escondidas—. No vamos a pasar todas las noches discutiendo por Trencavel. Él se irá mañana, y nosotros tenemos que seguir adelante.
—Sí, sí. Es verdad, es lo que haremos. Las cosas van a cambiar a partir de ahora.
—¿A qué te refieres?
—A eso... A la orden. —Pronto se dio cuenta de que no debió mencionar eso, el gesto de Guillaume cambió en cuanto lo nombró. Estaba más serio, y ya no la sostenía con fuerza.
—La orden —repitió.
—Sí, he pensado mucho en lo que dijiste, de esa organización. Tengo que saber la verdad, lo merezco.
—Es cierto —murmuró. Ya no parecía seguro de sus palabras.
—Tengo que saber lo que mi madre protegía, la reliquia esa. Es verdad, ella me dejó algo, una carta. Sé que debo leerla, pero... No lo sé. Nunca quise hacerlo, siempre tuve miedo de lo que iba a encontrar. Aún tengo miedo.
—¿A qué le temes, Bruna?
—A lo que pueda descubrir. Tengo miedo de lo que mi madre quería decirme acerca de esa orden. Si lo poco que me has contado ha cambiado lo que creía acerca de Trencavel por completo, no quiero ni imaginar que más descubriré.
—Será complicado —dijo él, tomando sus manos. Las apretó despacio, y ella lo encontró reconfortante. Sus manos ásperas estaban tibias, y le encantó la sensación—. Ha sido complicado para mí también, te juro que no tenía idea de nada hasta que llegue a Provenza. Pero te prometo que voy a ayudarte a comprender todo, que voy a protegerte y no dejaré que te pase nada. Entiendo que estés confundida, es un tema delicado. Pero te ayudaré, Bruna, voy a estar a tu lado siempre.
—Lo sé —contestó con una sonrisa—. Para los primeros días de diciembre partiré hacia Béziers como todos los años, esta vez no pasaré la Navidad acá. Lo primero que haré al llegar será leer esa carta.
—¿No crees que es mucho tiempo?
—No quiero apresurarme —dijo. Mintió, pues ella tenía claro su motivo. El miedo la detenía—. Desde que murió mi madre no ha pasado nada. ¿Por qué sucedería algo ahora? Si en todos estos años jamás me han hablado de esa orden, debo suponer que no hay prisas y todo está bien, ¿verdad?
—No es tan sencillo como eso —contestó—. Las cosas en esta parte del mundo están cambiando, y ahora pienso que lo mejor es que sepas tu verdad pronto, así estarás preparada para lo que pueda pasar.
—Claro, entiendo —respondió. Sabía que necesitaba la verdad, que tenía que averiguar más de la orden. Y aún así temía, por ella retrasaría ese momento. Se mostró tan decidida por saberlo todo, y de pronto retrocedía asustada como una niña—. Solo... Bueno, tengo una duda. ¿Será seguro transportar una carta de tal valor desde Béziers hasta aquí? Hay proscritos en la ruta, nunca se sabe lo que puede pasar. ¿No sería mejor que yo vaya a por ella?
—Buen punto —observó Guillaume—. Es verdad, lo mejor será que vayas a Béziers, aunque debo imaginar que abandonar Cabaret ahora es difícil.
—Es verdad, y si la idea es que todo se haga con discreción, no creo que sea conveniente viajar ahora. No es usual.
—Y levantaría sospechas, desde luego —contestó él—. Veremos la mejor forma de hacerlo, no te preocupes por eso.
—Gracias... eso me deja más tranquila. Ahora... Ahora yo...
—¿Tú qué? —Guillaume volvió a posar las manos en sus caderas. Le sonrió con picardía mientras aproximaba su rostro al de ella.
—Pues debo irme —respondió con timidez—. Ya sabes, es de noche y...
—Y estás en mi alcoba, cumpliendo mis sueños —bromeó él—. ¿Sabes cuántas veces imaginé que venías a mí? Así, justo como ahora.
—Yo también lo he pensado, digo... algo así, pero al revés. Tú acudiendo a mi alcoba y...
—¿Y...? —insistió él. Bruna había enrojecido, no sabía cómo continuar. Expresar ese tipo de deseos no era propio de ella, ni siquiera sabía qué decir.
—No sé para qué quieres que te lo diga, de seguro es lo mismo que has imaginado.
—Oh, eso lo dudo. Quizá sí se parece a lo que piensas, pero más. Mucho más. —Guillaume se inclinó hacia su mejilla, y poco a poco fue avanzando por su cuello, besándolo. Bruna tembló cuando sintió la humedad de su boca, su aliento caliente. Todo su cuerpo parecía reaccionar a eso, y deseaba más.
—Una parte de mí quisiera averiguarlo —murmuró—. Pero debo irme —añadió. Y ni siquiera hizo esfuerzo alguno por apartarlo.
—No irás a ningún lado, dama Bruna —dijo atrapándola entre sus brazos. Ella soltó una risita traviesa, Guillaume aspiraba el aroma de su piel, y eso le causaba cosquillas.
—Basta, me vas a hacer reír a carcajadas.
—¿Cómo lo haces?
—¿Qué cosa?
—Oler así, tan bien.
—¿Huelo bien? —preguntó, aquello sí que le hizo gracia. De hecho, ella no solía usar perfumes ni ungüentos porque le causaba llagas y la piel se le ponía roja, le picaba. No olía a flores y rosas como toda dama debe, por eso siempre se consideró a sí misma una sosa.
—A frescura —murmuró él.
—Bueno, es que no me lo vas a creer, pero tomo baños con regularidad.
—¿En serio? ¿Y no te enfermas? El exceso de agua no debe ser bueno.
—Miriam, la perfecta, me lo aconsejó. Ha funcionado bien hasta ahora. No es tan malo como dicen, deberías probarlo también.
—¿Me estás llamando sucio? —preguntó él arqueando una ceja, la miró, y ambos empezaron a reír—. ¿Apesto, Bruna? Vamos, dímelo y destrózame el corazón.
—¡No! No es eso, de hecho pensé que los francos apestaban más. —Otra vez se rieron, pero disimularon un poco para que nadie los escuchara.
—Que si me baño, Bruna. La mayoría de veces sin querer, pero lo hago. A ver, dime. ¿A qué huelo?
—A hombre —respondió sin pensarlo, cosa que a él le causó gracia.
—¡Qué bueno! Pensé que olía a caballo.
—No, tonto. Me refiero a... No sé cómo decirlo. A caballero, a varón... a hombre. Me gusta, lo juro.
—Voy a creerte, aunque no me explico en qué momento pasamos de hablar de lo mucho que te deseo, a lo poco que según tú me baño.
—¡No he dicho eso! —exclamó. Antes de que pudiera decir otra cosa, Guillaume la besó. La estaba dejando sin aliento. El caballero separó apenas un poco sus labios de los suyos, y susurró algo.
—Ahora me ha dado curiosidad de oler cada parte de ti, de averiguar si esa frescura está en todas partes de tu cuerpo. Sería interesante averiguarlo.
—Mi señor, ni siquiera hemos hecho un assaig como para que me pidas eso —le dijo en un tono suave, y quizá hasta sonó seductor. Guillaume la miró a los ojos y le sonrió.
—¿Y hasta entonces pretendes matarme de deseo? —bromeó.
—La idea del assaig es que no hagamos nada, Guillaume, por algo es como un reto.
—¿Te parece si vamos practicando?
—¿Qué? —pensó que era una broma, aquello no podía ser real. Pero no, la mirada de Guillaume le dejó muy claro que en serio lo deseaba. Y ella... ella no sentía muchos deseos de oponerse.
—Ven conmigo. —La tomó de la mano y la llevó hasta la cama, sentándose uno al lado del otro. Nunca habían estado así, sus encuentros furtivos eran siempre en un pasillo, de pie, sin algo tan íntimo como una cama al lado. Ella sabía lo que iba a pasar. Lo vivía cada vez que Peyre Roger acudía a su alcoba. Abrir las piernas, dejarse hacer. El dolor, el asco, la vergüenza. No. No quería hacer eso con él, no iba a manchar su amor de esa forma tan inmunda.
—Guillaume... —murmuró. Tenía que dejárselo claro, tenía que decirlo y evitar que pasara.
—¿Tienes miedo? —le preguntó él, y acarició despacio su mejilla. Intentó relajarse, él no era Peyre Roger. No iba a hacerle daño.
—Un poco...
—No voy a hacerte nada que no desees, solo quiero estar a tu lado. ¿Confías en mí?
—Claro que sí —contestó ella volviendo la mirada a sus ojos.
—Entonces, ¿te quedarás a mi lado esta noche si te juro que no voy a hacerte nada? No voy a propasarme contigo, no voy a tocarte más de lo que quieras.
—Está bien —dijo ella con seguridad—. Y yo también quiero estar a tu lado esta noche —contestó sonrojada. Confiaba en él, si le había jurado que no le haría nada entonces así iba a hacer. Su caballero era un hombre honorable que cumplía con su palabra, no había ni una sola razón para dudar de su amor y su respeto hacia ella.
Hizo a un lado las mantas de la cama, se agachó para quitarle los zapatos con delicadeza y luego hizo lo mismo con él. La ayudó a recostarse en la cama, y luego él se echó a su lado. Se quedaron mirándose, sonrieron y no se dijeron nada más. Bruna se aproximó a él, y Guillaume la envolvió en sus brazos. Era hermoso estar así, no pensó que algún día pasaría. ¿Dormír a su lado? ¿Cómo se sentiría amanecer con la cabeza recostada en su pecho? Así como él amaba su olor, cosa que no imaginó, a ella también le encantaba eso de él. Su calor, su piel, el aroma varonil que emanaba. Pensó, en ese momento, que podría quedarse así por el resto de su vida.
—¿Estás cómoda? —preguntó él de pronto.
—Eso creo.
—¿No te gustaría quitarte el vestido? —propuso él con picardía, le sonrió de lado, con ese gesto pillo que a ella le encantaba.
—Si me lo quitas, ¿cómo me lo pondré después? Por algo tengo doncellas que me asisten.
—No te vayas a molestar, pero...
—¿Pero qué?
—Pero tengo experiencia quitando y poniendo vestidos —ella frunció el ceño, un súbito arranque de celos lo invadió. Le dio un débil manotazo en el pecho, y él fingió dolor.
—¿Y tenías que contarme de tu amplia experiencia desnudando mujeres?
—Solo lo hice para darte la seguridad de que nadie va a descubrirte, pondré ese vestido mejor de lo que Mireille lo arregla.
—Me tientas, me tientas... —bromeó.
—Eso es lo que quiero.
—Nunca hemos hablado del assaig, Guillaume. Ni siquiera has compuesto algo sobre lo mucho que lo deseas. Peyre Vidal lo hizo. —Quizá estaba jugando con fuego, después de todo ese malentendido empezó por celos. Pero de alguna forma quiso devolverle el golpe por lo que dijo antes. El caballero también frunció el ceño, y la miró fingiendo enojo.
—¿Entonces eso quieres? ¿Que cante en público lo mucho que quiero traerte a mi cama? ¿Para qué, si acabo de hacerlo? —Los dos rieron a la vez. Guillaume fingiéndose molesto podía ser divertido.
—Esto no cuenta como assaig.
—¿Por qué no? Estamos en una cama sin hacer nada.
—Pero no estamos desnudos.
—Tú misma lo has dicho. Yo lo único que quiero hacer es honrar las tradiciones —respondió en tono solemne. Bruna se acercó, y le dio un beso en los labios. Uno lento y largo que al fin los hizo callar y detuvo las risas. Guillaume acarició su cabello mientras la besaba, ella posó las manos en su pecho. Cuando después de un buen rato él puso una corta distancia entre sus labios, se preparó para escuchar lo que quería decirle—. Pero podríamos hacerlo, ¿no?
—¿El assaig?
—Sí, ¿por qué no?
—La idea de pasar la prueba es que no hagamos nada, Guillaume. Nada de nada.
—¿Eso significa que sí quieres hacer algo?
—No. Yo... —se puso nerviosa, ¿qué cosa dijo? —. ¡No pongas palabras en mi boca!
—Yo no dije nada, tú lo pensaste —se burló él.
—No lo sé, Guillaume. No sé si funcione, ¿de qué nos valdría? ¿Qué vamos a demostrar?
—Que nuestro amor es solo espiritual y que resistiremos las tentaciones de la carne. Pero en verdad... —Los dos sonrieron a la vez. Sabían que lo deseaban, pero mucho los detenía, en especial a ella.
—Me gusta lo que hacemos cuando estamos a solas —aclaró—. Pero... pero hacer lo que un marido hace con su esposa, hacer eso contigo... No, Guillaume. No quiero. No quiero arruinar lo nuestro así.
—¿Por qué piensas que lo arruinaría?
—Es que... —moría de vergüenza, ¿cómo decirlo? ¿Él lo entendería? Los hombres lo veían de otra manera, y a la mayoría no le importaba—. Duele —dijo al fin, sintiéndose terrible—. A mí me lastimará, me dolerá. Quizá tú lo disfrutes, pero yo...
—Bruna, yo no voy a disfrutar nada que te haga daño —aclaró él de inmediato—. No soy un animal para tomarte sin importarme lo que tú sientas.
—Ya lo sé, pero...
—No tienes que decidir nada ahora —interrumpió él—. Descansa esta noche, ha sido un día largo para ti. Luego decide, no tienes que precipitarte. Solo te prometo que, pase lo que pase entre nosotros, serás dichosa. Me encargaré de eso —le sonrió. Claro que quería dormir, estaba muy cansada. Se acercó a darle un beso, y recostó la cabeza en su pecho.
—Te amo —susurró. Bruna cerró los ojos, y durmió con una sonrisa en el rostro. No debería estar allí, ya lo sabía. Pero no le importaba si era imposible e impensable. Era así como quería pasar el resto de su vida.
-----------
(1) Jaufré Rudel
-----------
¿SE VIENE ASSAIG, DAMITAS Y DAMITOS? AH YO NO SÉ.
Bueno, sí sé pero no voy a decir kjsjkakja
Quería dejarles esto ayer por San Valentín, pero el tiempo se me fue volando :( Igual si me siguen en Insta y Facebook saben que pedí una ilustración de mis bbs Bruna y Guillaume, en la escena de su encuentro después del primer baile en Cabaret. Como siempre Mar haciendo arte:
ES TAN HERMOSO QUE VOY A LLORAR ADIÓS
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top