Capítulo 51: Para el amor imposible
Más vale que cada uno se conceda la misma libertad;
que yo, obedeciendo a mis caprichos,
piense en mí mismo (1)
Sabía que eso iba a suceder, ella misma lo pidió así. Tal vez se precipitó al expresar su deseo de hablar con el vizconde, apenas supo que él llegó le quedó claro que no estaba preparada para ese momento.
—Que pase —le dijo a Mireille, no tenía idea de cómo le salió la voz. Raimon estaba tan cerca, y ella incapaz de moverse.
Bruna no sabía qué hacer. Quería hablar con él, era lo que correspondía. Pero no sabía cómo reaccionar ante su presencia. Si no lo quiso recibir esos días fue porque pensó que no merecía consideración alguna después de todo el sufrimiento que le ocasionó con su abandono. Detestaba la idea de que él estuviera ahí. ¿Cómo se atrevía? Llegaba como si tuviera derechos, llegaba para confundirla y decirle que la amaba.
Y de pronto Guillaume cambiaba toda la historia. Le dijo que en realidad una especie de orden los había separado a propósito porque estaba prohibida una relación entre ella y el vizconde. Siendo así, Trencavel no era culpable de nada, los habían separado y él siempre la amó. Guillaume dijo que cometieron una injusticia con ellos después de todo.
Entonces, ¿cómo debería tratarlo? Si en realidad nunca quiso abandonarla, ¿tenía que ser fría acaso? ¿Tenía que ser distante con su primer amor? De pronto se sintió mal, pasó años en la soledad, y quizá si hubiera esperado un poco las cosas entre ellos se hubiesen aclarado. Pero, ¿qué había de Guillaume? Lo amaba como creyó jamás podría hacerlo. ¿Y quién era él en toda la historia? La persona por la que la separaron de su primer caballero.
Se negaba a pensar en que aquello fuera un plan malvado de Guillaume, de ser así jamás le hubiera contado la verdad. Para él hubiera sido más sencillo ocultarle todo, pero se lo contó, y notó que sentía miedo de perderla. Ella tampoco quería eso. Ya no estaba segura de sentir algo por el vizconde, había vivido tantos años con resentimiento hacia él y de pronto todo había cambiado. Y él estaba afuera, dispuesto a contarle su versión de los hechos. ¿Qué debía de hacer? Solo seguir adelante, el momento había llegado
Se puso de pie y salió a su encuentro. Era él otra vez. Sus ojos observándola con devoción, ese rostro que tanto adoró, esos labios que besó dos veces. Tuvo miedo de estar allí, de lo que iba a pasar. Se mantuvo silenciosa, apartó su mirada de él. Lo saludó, y tomó asiento.
—Pueden irse —les dijo a las doncellas—, las llamaré si las necesito.
—Sí, señora —dijeron las dos a la vez. Le hicieron una venia al vizconde y a la dama para luego retirarse. Estaban sentados frente a frente, pero ninguno de los dos quería hablar. Bruna ni siquiera parecía tener intención de hacerlo, se suponía que estaba ahí para escucharlo.
—Mi señora —empezó él. Bruna se vio obligaba a levantar la mirada y sintió algo extraño dentro de sí. Los ojos cristalizados de quien fue su primer amor la conmovieron. Ya no sentía enojo, sentía pena—, he esperado mucho por verte, mi ser de los cielos. —Ella sintió que todo su cuerpo temblaba al escuchar su voz llamarla de esa manera. Pero era diferente, no de emoción como cuando estaba con Guillaume. Era como si de pronto sintiera una terrible nostalgia por el pasado. Porque ya sabía que hubo gente que hizo planes para matar su amor y habían triunfado.
—No me llames así —le dijo en voz baja—, ha pasado mucho tiempo desde aquello.
—Pero yo nunca he dejado de amarte, Bruna.
Ella retrocedió un poco en su asiento cuando él hizo un movimiento rápido y se arrodilló a sus pies. Tomó sus manos y las besó con urgencia. Aspiraba la piel de sus manos y muñecas, parecía no tener intención de soltarlas. Bruna no supo qué hacer, se quedó quieta sin atreverse a apartarlo. Le pareció que no era justo privarlo de eso, porque él también sufrió. Y de pronto ella se sentía mal, porque no sentía su piel erizarse como antes cuando él la tocaba. No sentía siquiera un leve cosquilleo por sus besos. Solo lo dejó hacerlo porque él la necesitaba. Al fin tomó valor para apartó un poco, estaban ahí para hablar.
—Lo siento, mi Bruna —le dijo sonriente—, pero es que no pude evitarlo.
—Entiendo... —contestó con una media sonrisa. Se dio cuenta de que incluso se estaba esforzando por hacerlo. ¿Acaso ya no le salía una sonrisa natural con él? —. Guillaume me contó algunas cosas, supongo que debo pedirte disculpas por haberte tratado mal aquel día. Es que yo...
—Lo sé, mi amor, pensabas que te abandoné —decía sin dejar de acariciar sus manos—. Pero no fue así, ahora lo sabes. Nunca, nunca he dejado de amarte. Es cierto lo que dijo Guillaume. Fue su padre quien me ordenó que me apartara sin dar siquiera una oportunidad para despedirme, y me han mantenido alejado todos estos años.
—Lo sé, y lo siento —respondió ella. Se le rompía el corazón al escucharlo hablar de esa manera. Sí la amaba, la amaba mucho como hacía tanto tiempo. Y ella no era capaz de devolverle sus palabras de la misma manera. Él hablaba con pasión, con afecto. "Y tú solo puedes murmurar un 'lo siento'. Eres malvada, Bruna", se dijo.
—¿Qué opinas de todo eso? —le preguntó él al notarla aún un poco fría.
—Que nos hicieron mucho daño —respondió sin cambiar la expresión—. Yo te amaba, quería casarme contigo, pero... bueno, ya pasó. No hay nada que podamos hacer para remediarlo —le dijo con sinceridad. Porque de pronto descubrió que eso era lo que en verdad pensaba. Le dolía recordar en el pasado y en lo que pudo ser, pero no creía que hubiera solución para aquello.
—Pero, Bruna, nosotros tenemos un juramento. Nosotros somos dama y caballero, no podemos decir que ya pasó y olvidarlo.
—Yo ahora soy la dama de Guillaume —respondió con firmeza y lo notó algo molesto.
—¿No te das cuenta? ¡Fue por él quien nos separaron! La orden te apartó de mi lado para que puedas estar con él. ¿Te parece justo? Te apartaron, y ahora él ha conseguido alejarte de mi lado. Ellos han manipulado tu vida tantos años. ¿Vas a seguir permitiéndolo?
—No sé nada de eso —dijo apartando las manos de Trencavel—. Quizá ellos lo hayan planeado de esa manera, pero yo lo amo y él me ama. Un juramento nos une.
—¿Y qué hay de nuestro juramento? —le dijo con voz desesperada—. Nosotros juramos amarnos por siempre y yo cumplí. ¿Por qué me dices esto ahora?
—Lo siento mucho, Raimon —dijo ella de pronto y con voz entrecortada. Las lágrimas luchaban por escapar de su rostro y ella quería contenerse—, pero yo ya no siento nada por ti, lo lamento. Pasó mucho tiempo, yo no sabía la verdad... yo solo deseaba olvidarte, deseaba apartar de mi corazón tanto sufrimiento. Lo he logrado, siento no haber podido mantener el juramento.
Bruna se puso de pie, ya no soportaba más aquello. Pero Trencavel no estaba dispuesto a dejarla ir. No le importó nada, la tomó de la cintura y la acercó a su cuerpo como jamás se había atrevido a hacerlo en tiempos pasados. Ella se quedó pasmada ante aquello, no pudo siquiera alejarse cuando sintió los labios del vizconde sobre los suyos.
Pero de pronto él mismo se separó al notar lo que estaba sucediendo. No hubo ni un solo momento en que Bruna correspondiera a su beso. Ella solo luchaba por controlar sus lágrimas. No lo odiaba por besarla, sino que le daba rabia darse cuenta de que ni siquiera eso fue capaz de revivir de las cenizas el amor que alguna vez le tuvo. Solo incomodidad, culpa. Nada más. Eso era lo único que le provocaban los labios que una vez anheló con todo su ser.
—¡Lo siento tanto, Raimon! Lo siento... ¡Lo siento! —dijo llevándose las manos al rostro—. Lo siento... pero yo ya no te amo más. Lo sé ahora, nuestro amor murió hace tiempo. ¡Lo siento mucho!
Ese intento de beso fue la confirmación de todo. Estuvieron tan cerca que en lugar de sentir un cosquilleo o emoción, se sintió mal. Solo permitía que Guillaume se le acercara así, Guillaume y nadie más. Recordó como tembló años antes con aquel beso que se dieron cuando juraron amarse por siempre, como se emocionaba con sus roces y miradas. De eso ya no quedaba nada.
Una enorme pena la invadió, el pobre de Raimon la amó durante cuatro años y ella lo había olvidado. Quizá lo había dejado de amar incluso antes que Guillaume llegara a su vida. Sí, cometieron una injusticia con ellos, los separaron para propósitos que no conseguía entender bien. Él seguía queriéndola, había respetado el juramento después de todo. Pero ella no era capaz siquiera de ser amable con él ni de nada. La culpa la invadió, no era justo que después de tantos años las cosas acabaran así.
—Mi Bruna, mi ser de los cielos... no llores por favor —le dijo y se acercó para abrazarla.—. Tú eres la única inocente en todo esto —añadió—, solo espero que Guillaume te ame como yo nunca podré hacerlo, que te ame por los dos y para siempre. Quiero que seas feliz —decía él ya sin poder evitar las lágrimas. Lo había destrozado, lo estaba haciendo sufrir y por Dios que no deseaba eso—. Me iré mañana —le dijo de pronto. Por supuesto que quería huir de ella.
—¿Entonces esta es la despedida? —dijo ella, y solo conseguió sentirse peor. Él tampoco tenía la culpa de lo que había pasado, no era justo. Amó mucho a ese hombre y no quería que sufriera, no quería verlo llorar por ella porque sabía lo que se sentía. Ella también sufrió mucho pensando que él no la quería más. Raimon se iba a sentir así, iba a sentir ese dolor profundo por el que ella también pasó.
—No, Bruna, esta no es la despedida. Nos veremos esta noche en la fiesta que tu esposo ha preparado en mi honor. Estarás ahí, ¿verdad?
—Si me lo pides, ahí estaré. —El vizconde tomó sus manos una vez más y las besó. Se quedó apretándolas, no quería soltarlas.
—Ahí nos veremos, Bruna —le dijo y se apartó de ella con todas las fuerzas que le quedaban. Retrocedió de espaldas hasta la puerta, ella solo lo miraba sin saber si agregar algo, si decirle algunas palabras de consuelo siquiera.
No dijo nada y él se fue. Bruna se apresuró a cerrar la puerta. Se esforzó por no llorar, pero no pudo evitarlo. Ya no lo amaba, cierto. Pero siempre lo querría, siempre atesoraría en su corazón los momentos que pasaron juntos, lo feliz que la hizo. Ninguno de los dos merecía la tristeza que estaban pasando, y todo por culpa de esa cosa. Esa orden.
Esa orden de la que iba a averiguar todo.
**************
Llegó la noche a Cabaret, y con ello la hora de la fiesta en honor a Trencavel. Aunque pronto se extendió la noticia de que el vizconde había recibido una carta urgente desde Carcasona que merecía su atención, por lo que tendría que partir lo más pronto posible. Anunció que se quedaría para la fiesta, pero que partiría a la mañana siguiente, incluso ya estaban haciendo los preparativos.
Cuando Guillaume se enteró de eso supo que lo más probable era que Bruna lo hubiera rechazado. Solo podía ser eso, si ella se hubiera mostrado dudosa sería motivo suficiente para que Raimon se quedara en Cabaret a intentar reconquistarla. Debió ser bastante contundente con él, si no el joven vizconde jamás se hubiera rendido. Eso lo tranquilizó, se sintió angustiado creyendo que Bruna lo vería como el culpable de su sufrimiento.
Sintió un alivio indescriptible, Bruna lo había elegido. Lo amaba a él y ya no quería más a Trencavel a pesar de todo lo que acababa de enterarse, y de que le guardó fidelidad por años. Hasta llegó a sentir lástima por Raimon. Después de todo seguía siendo un joven sin mucha experiencia al que le habían quitado al amor de su vida. Tampoco hubiera estado dispuesto a compartir a Bruna con él, pero igual toda la historia seguía siendo triste.
La orden fue injusta con ambos, si él hubiera sido el gran maestre en esos tiempos al menos le hubiera dado la oportunidad a Trencavel de darle explicaciones a Bruna. "Pero lo eres ahora, tienes la oportunidad de hacer las cosas bien y a tu estilo", se dijo. Creía estar haciendo las cosas correctas, le había dicho la verdad arriesgándose incluso a perderla.
Para sorpresa de él, Valentine llegó a anunciarle que su señora quería que vaya con ella a la fiesta en honor a Trencavel. Pensó que Bruna quería aparentar que todo estaba bien para la gente no creara chismes. Cuando llegó el momento fue a verla, y esta lo recibió tranquila. Sonrió cuando se encontraron, pero también parecía haber llorado. "Ha sido un día difícil, Guillaume. Es eso, se ha enterado de muchas cosas hoy", se dijo para tranquilizarse. Se la llevó del brazo hacia el salón donde ya la mayoría de los invitados habían llegado, y por supuesto ahí estaba también Raimon. Mientras ellos saludaban a quienes se le acercaban, el vizconde los veía de lejos.
Era fácil para él darse cuenta de que Trencavel no dejaba de mirar a la dama. No quería molestarse por eso, debió esperarlo en realidad. Y era obvio que Bruna también lo sentía. Los dos entraron tranquilos al salón, pero de pronto estaban incómodos. Tal vez no fue buena idea acudir al baile.
—Ya regreso —se excusó Bruna—. Tengo que hablar con mi marido.
—Sí, entiendo —murmuró él.
"Mejor así", se dijo. Siempre detestó al vizconde, pero también podía comprenderlo. Y no era tan cruel como para seguir raspando su herida. No quería provocar más sufrimiento, y si al final Bruna se decidió por él no había nada que temer. Además, era normal que el señor y la señora de Cabaret estén juntos durante una aparición pública. Nadie entre los asistentes conocía la historia de Bruna y Trencavel, no había nada de qué preocuparse.
Estuvo atento al momento en que el vizconde se acercara a Bruna y su esposo. Parecía bastante respetuoso, tomó la mano de la dama y la besó con educación y cortesía. Nada más. Incluso ambos parecían un poco fríos. ¿Acaso fue una discusión fuerte? ¿O habían acordado que así sea? "Puede que hayan quedado no ser efusivos en público, pero en privado sea otra cosa", pensó una parte de él. Apartó la idea de inmediato, Bruna sería incapaz de hacerle algo así. Era celos, celos naturales. Nada más.
La música empezó a animar la fiesta, y varias parejas salieron a danzar. Guillaume sabía que no podía dejar a Bruna sola, ella solo bailaba con él. Pero antes de que él llegara se sorprendió al ver como Bruna aceptaba bailar con Trencavel.
Incluso hubo un murmullo general, el vizconde era bien apreciado en esas tierras y más de una dama estaba dispuesta a danzar con él aunque sea una pieza. Pero él no eligió a la dama loba, sino a la que todos detestaban. Las damas mayores ya se habían dado cuenta, y empezaron los chismes. Desde que Bruna entró al salón el vizconde no le había quitado la mirada de encima, por más que intentara evitarlo.
—No sé qué tendrá esa mujer —dijo en voz baja una de las damas—, ni siquiera por educación el vizconde debió prestarle atención a esa. Peor con su caballero cerca. ¿No le basta el señor de Saissac acaso?
Guillaume pudo escuchar eso. No por chismoso... O tal vez sí. Sabía quienes estaban murmurando, y pasó detrás de ellas con discreción. No iba a engañarse, verla con él lo molestaba. ¿Por qué Bruna había aceptado bailar? ¿Por pena acaso? ¿O es que no entendía que todos iba a murmurar después de aquello? Todos iban a decir que Bruna dejó de lado a su caballero para bailar con el vizconde Trencavel. "¿Eres idiota o qué? ¿Estás más preocupado en tu honor?", se dijo. Solo quería saber lo que estaba pasando entre ellos dos. ¿Habían llegado a algún acuerdo? Le daba rabia verla cerca de él, quería apartarlos.
Por suerte el primo de Bruna se acercó y pidió una pieza. El vizconde le cedió la mano de la dama y ambos comenzaron a bailar. Fue entonces que Guillaume notó la diferencia. Con su primo ella parecía estar divirtiéndose, jugando, como una niña mientras danzaba. Pero con Trencavel fue distinto. Ni siquiera vio esa coquetería característica de Bruna cuando bailaba con él. "¿Será lástima?", pensó para tranquilizarse. Quería creer que era así, no podía ser de otra manera.
Bruna se pasó un buen rato bailando no solo con su primo Luc, sino también le concedió una pieza a Arnald. "Le cumplió el sueño al mocoso", pensó con gracia intentando animarse. "Al menos no está con Trencavel", se dijo también. Pero eso no significaba que el chisme no iba a correr en Cabaret.
Estaba seguro de que todos en el salón se daban cuenta de que el invitado de honor tenía los ojos puestos en Bruna, y que él miraba de a ratos a Trencavel como si lo estuviera vigilando. Seguro que al día siguiente correrían todo tipo de rumores sobre ellos, pero ya no importaba. Lo único que él quería era saber qué había pasado entre el vizconde y Bruna. Nada más, solo quería saber a qué acuerdo llegaron para estar tranquilo y dejar de sentirse desplazado. Pronto pudo acercarse a Bruna, y se quedó con ella hasta que llegó el momento de las declamaciones.
Se sentó a su lado y la tenía tomada de la mano, ella la apretaba con fuerza y lo miraba sonriente. Quizá nada había cambiado y todo lo que creía ver era fruto de sus celos y dudas. Bruna ya no quería nada con el vizconde, lo había elegido a él. Tenía que convencerse de ello. "No seas desconfiado, son tonterías, Guillaume. Ella te quiere a ti", pensaba y apretaba la mano de Bruna. No quería pensar de esa manera, pero la presencia de ese hombre no lo dejaba ver las cosas con claridad.
Al frente salieron a cantar Luc y Arnald, fue un momento bastante divertido, ambos parecían ser los mejores amigos del mundo y divirtieron a la audiencia. Bruna sonreía muy animada al ver a su primo, él también se relajó al verla feliz. Pero pronto se dio cuenta de que su amada se tornó seria cuando el aclamado vizconde Trencavel salió al frente. Más de una dama lo miraba embobada, pero Bruna solo estrechaba su mano. ¿Nerviosa acaso? Quizá. Pero él estaba ahí y no la dejaría pasar un mal momento, aunque dudaba que Trencavel se atreviera a ser tan directo.
—Estoy aquí como Raimon de Miraval —dijo este, recorriendo con la mirada a los presentes—. Y esta canción es para mi amor imposible, para mi única amada. —Guillaume sabía lo que eso significaba. Y no tenía idea si iba a poder controlarse.
Bruna levantó el rostro y lo quedó viendo. Él se dio cuenta, ambos se estaban mirando a los ojos. El vizconde empezó a tocar, era una melodía suave, tal vez algo que compuso hacía tiempo. Y, cielos. El condenado sí que tocaba bien. Era bueno con la vihuela, las notas parecían fluir con naturalidad. Quizá no era una canción hecha con el número áureo, pero era tan sincera que tuvo casi el mismo efecto con Bruna.
Haré una pequeña canción, vencido.
Voy a hacer una pequeña canción, vencido.
y aunque he tenido alegría de ella,
ahora quiero deshacerme y purificarme.
Me gusta el hermoso clima de verano
y pájaros como el canto;
Me gustan las hojas y los huertos,
y me agradan los prados verdes;
Y usted, señora, me gusta cien veces más.
Y me gusta hacer lo que tú quieras.
Aunque no puedas concederme nada,
Yo solo haré todo lo que te agrada,
Aún si me muero de ganas de quererte.
Aquí estoy frente a mi dama,
a quien a voluntad he amado
durante mucho tiempo.
Y de nada me ha valido:
Ni homenajes, ni adulaciones, ni ruegos, ni cantos.
¿Tan pérfido soy?
Pero yo he sabido resignarme con mi suerte;
y he sabido hacer las paces con ella.
Más vale que cada uno se conceda la misma libertad;
que yo, obedeciendo a mis caprichos,
piense en mí mismo.
¿No ha sido mejor terminar así, que separarnos furiosos?
Gracias sean dadas a la sabiduría cortés
con la que siempre, tanto alegre como triste,
sé puede reír o cantar (1)
Todos aplaudieron ante la hermosa canción del vizconde. Todos menos Guillaume. Quizá Raimon estaba resignado a haber perdido el amor de Bruna, pero no le gustaba lo que veía en su amada. En medio de la canción Bruna apartó su mano de la de él y se la llevó a los ojos para secarse las lágrimas. Ni un solo momento apartó la mirada de aquel hombre. Los aplausos seguían, y ella se excusó saliendo con discreción hacia un lado. Ni siquiera lo miró a él. Peyre Roger dio una señal y el baile empezó otra vez, todas las parejas volvieron al centro para empezar una armónica danza.
Guillaume solo estaba sentado sin saber qué hacer. Todo había pasado muy rápido. ¿Dónde se había ido Bruna? Quizá se sintió mal y culpable después de haber escuchado aquella canción. De pronto también se dio cuenta de un detalle. El vizconde tampoco estaba. Sin pensarlo se paró de su asiento y fue a buscar a Bruna. No tenía idea siquiera de donde estaba, sólo quería confirmar si su sospecha era cierta.
Esos dos de seguro se habían encontrado después de la canción. Era insoportable pensar en eso, era terrible creer que su Bruna sería capaz de traicionarlo. Subió por las escaleras que daban a las habitaciones, ese podía ser el único lugar donde podían estar. Dentro de él un miedo grande crecía, había intentando convencerse de que Bruna lo había elegido a él, pero no estaba seguro. ¿Y si quizá había decidido tenerlos a los dos como caballeros? No quería siquiera pensar en eso, no podía. No solo eran celos, era miedo de no tenerla, miedo de verse obligado a compartirla o de haber perdido su amor.
—Bruna... —escuchó de pronto la voz del vizconde y sintió que sus temores más grandes se hicieron realidad. Ellos iban a verse. Llegó hasta el pasillo y los vio juntos. Uno frente al otro. Ella lo miraba, parecía dudar de lo que iba a hacer—. Esa fue mi despedida para ti —continuó él—. Yo sé que no me amas, pero si quisieras podrías mantenernos a los dos.
—No puedo hacer eso —respondió—. Lamento haberte lastimado tanto, Raimon. Lamento no cumplir con mi promesa.
—No es culpa tuya —dijo él tomándola de las manos—. Fue la orden, fue el tiempo, quizá la mano de Dios. No lo sé, pero no quiero que sufras con esto. Deja que yo cargue con esta cruz.
—Eso que dijiste allá afuera... no sé cómo he podido contener mis lágrimas. Si ya te he lastimado bastante con haber olvidado nuestro juramento, no quiero hacerte sufrir más —le decía con voz entrecortada, de seguro estaba a punto de llorar—. Pero no puedo estar contigo, no puedo de verdad... —Y para sorpresa de Guillaume quien observaba todo en silencio, fue ella misma quien se arrojó a sus brazos. Él la sostuvo con fuerza y le besaba los cabellos con ternura. ¿Qué debía hacer? Trencavel era su primer caballero, la habían separado de él por su causa. ¿Tenía que ofenderse? Casi no podía pensar, solo podía sentir. Y lo que sentía eran celos, decepción, rabia, frustración.
—Mañana me voy, pero no quiero que nos distanciemos para siempre.
—¿Quieres que seamos amigos? —preguntó ella separándose un poco. Trencavel le quitó las lágrimas de los ojos y le sonrió, Bruna también lo hizo.
—No creo que pueda verte más sin intentar besarte y abrazarte, al menos no por un tiempo.
—Y así será entonces, seremos como amigos en un futuro, en nombre del amor que alguna vez nos tuvimos.
—No, Bruna, yo te sigo amando. Pero no te culpo. Sí, algún día seremos solo amigos, espero sea pronto. Adiós, Bruna —dijo él en voz baja y le dio un beso en la frente.
Sus labios se quedaron pegados a la piel de su amada. Y casi sin quererlo descendió un poco, quería darle un último beso en los labios. Fue ella misma quien se alejó, y al mirar a un lado lo vio a él. Lo descubrió espiándolos, y de seguro vio la furia en sus ojos. No quería hacer una escena, ya no. Y estaba seguro de que si la discusión empezaba acabaría lastimando a Bruna con sus palabras. Quería golpear a Trencavel, quería gritar. Pero se tragó su orgullo y se dio la vuelta. No iba a quedarse para seguir tolerando que ellos dos se vieran a escondidas.
—Guillaume, ¡espera! —la escuchó decir. Pero no se detuvo. No era momento para hablarlo, y no sabía si sería capaz de enfrentarlo después. A él también lo había lastimado.
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(1) Raimon de Miraval - Chansoneta Farai Vencut
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¡ME MUERO MUERTA DESVANECIDA! jajja okno
RIP el vizconde... NO MENTIRA MI AMOR YO TE QUIERO OK?? En fin, que nada le salió bien a mi pobre criatura del señor :( pero al menos ya aclaró las cosas con Bruna.
Al que le salió todo mal por fifas fue a nuestro fifas medieval favorito jdjajkakja
Por cierto, pueden escuchar el audio que dejé en multimedia, es la música de la canción del capítulo en Oc.
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