Capítulo 49: Compasión

Me he entregado a una dama tal

que vive de gozo y de amor,

de mérito y de valor,

en quien se purifica tanto la belleza

como el oro en el ardiente carbón;

y ya que acepta mi ruego,

me parece que el mundo sea mío

y que los reyes reciban feudos de mí (1)

No había visto al vizconde Trencavel desde aquella vez en Béziers, cuando él se despidió con promesas de matrimonio y de un pronto retorno. Los años la hicieron aceptar que nunca la amó, que ya no significaba nada para él. Por supuesto que no se resignó del todo, siempre en sus momentos de tristeza imaginaba lo dichosa que pudo ser con él. Si hasta creo a Rosatesse para expresarle su sentir en canciones, para así poder desahogarse. Él fue quien la dejó, él fue el infame. Y si era así, ¿por qué parecía seguirla amando?

Sus acciones, la forma en que la miró y como se dirigió a ella. Todo se lo gritaba. Era como si la amara tanto como antes. Notó su desesperación, sus ansias de besarla, de tenerla entre sus brazos. Era imposible no darse cuenta de que estaba loco por ella. Y tampoco podía negar que algo dentro de sí se movió cuando lo tuvo al frente, cuando escuchó su voz. Eso no podía ser.

Aún estaba temblando cuando Peyre Roger la dejó en su habitación y les encargó a las doncellas de que ese día no recibiera a nadie, ni siquiera a Luc. Ellas no entendieron la razón, Bruna tampoco les explicó nada. No tenía cabeza para eso.

La dama estuvo recostada en su cama pensando, tratando de no llorar. ¿Qué sintió cuando vio a el vizconde? Miedo, esa era la verdad. Porque era como si de pronto el pasado volviera a recordarle un antiguo juramento que debía de honrar, uno del que ella renegó. Su primer caballero estaba ahí exigiendo los derechos que como tal le correspondían. Pero ella no estaba dispuesta a dárselos.

De pronto supo que le sería imposible hablar a solas con él, dejar que la acariciara y besara. No, ya no podía hacer eso. Sentía que le pertenecía por completo a Guillaume, que él era el hombre que amaba y el caballero que quería honrar. Trencavel tenía que entender que ya no sentía lo mismo, que si estaba en brazos de otro era porque la abandonó y no supo valorarla.

¿Pero seguía sintiendo algo por Raimon? Claro que sí. Estaban los recuerdos de sus días de felicidad en Béziers. Lo quiso, y lo quiso mucho, eso lo sabía. Pero ya no era lo mismo ni volvería a serlo. Le dolía pensar en el pasado, en lo mucho que se amaron y como todo se perdió. Empezó a llorar casi sin querer, pues recordaba esos momentos, recordaba su dulce voz, sus caricias, sus ojos mirándola con amor. Y todo eso se había esfumado, él mismo se encargó de matarlo.

Pero lo que más le dolía era que regresara después de cuatro años a buscarla, cuando por tanto tiempo jamás le dio una respuesta. No era iba a tolerarlo, había regresado a perturbar su paz. Justo cuando estaba tan bien con Guillaume, justo cuando sentía que el verdadero amor la había alcanzado al fin, justo en ese momento se atrevía a volver.

Lloró con amargura porque ya no entendía lo que pasaba. Si el vizconde estuvo enamorado de ella todos esos años, como le pareció en ese encuentro, si todo el tiempo la extrañó a horrores, ¿por qué la dejó? ¿Qué había pasado? ¿Acaso alguien lo alejó de ella? No quería pensar en eso, porque significaba que siempre la amó y que estuvo esperando el momento para acercarse. Y ella ya estaba con otro. Otro a quien amaba con todas sus fuerzas como jamás lo había hecho.

Pero no era tonta, ya era una mujer que sabía distinguir entre lo que sucedió en su segunda edad (2) con lo que sentía en ese momento. Amaba a Guillaume, y no estaba dispuesta a renunciar a él por nada. Ni aunque llegara el vizconde a exigirle su amor. Nadie la iba a separar de Guillaume.

Entendía por qué él reaccionó así en el pasillo, debió de sentirse mal al ver a la mujer que amaba con otro que además era su antiguo caballero. Guillaume conocía su historia, aunque quizá debió contarle antes la identidad de "Raimon de Miraval" para evitar ese problema. Tenía que ver a Guillaume, lo necesitaba. Quería estar entre sus brazos, sentir sus besos y buscar consuelo a su lado. Pero se quedó dormida hasta muy tarde. No lo vería ese día.


*************


Guillaume estaba furioso. Cuando llegó a su habitación echó a Pons y se quedó a solas. No podía aceptar que el vizconde fuera el hombre que Bruna tanto amó. Maldito sea, no conforme con arruinarle todo dentro de la orden, llegaba para destruir su relación con Bruna. No iba a permitir que lo hiciera, ese tipo era más miserable de lo que pensaba si en verdad fue capaz de abandonar a su Bruna después de proponerle matrimonio.

Lo odiaba más que antes, aunque nunca estuvo seguro de odiarlo de verdad. Siempre supo que lo detestaba, pero ya sabía que lo odiaba por haber hecho sufrir a Bruna. Sí, quizá era egoísta, pero detestaba la idea de que él fuera el hombre que le enseñó a Bruna lo que era el amor, quien le dio su primer beso. Que haya sido ese miserable quien la tuvo antes que él. Y le dio más rabia ver como el muy desgraciado regresaba para afirmarse como el primer caballero de Bruna, señalando que lo que él tenía no valía para nada. Que su juramento fue en vano, que él podía disponer del tiempo de Bruna, de buscarla de nuevo y estar con ella.

Pero algo le daba la seguridad de que Bruna no iba a aceptarlo. O al menos eso creía. Lo había rechazado dos veces, y él la escuchó con claridad. Por supuesto, Bruna ya no sentía nada por él, había pasado demasiado tiempo y echó de su vida cuando lo aceptó como caballero a él. Aunque muy en el fondo sabía que era pronto para asegurar algo así, que una cosa era lo que dijera Bruna y otra lo que sintiera.

Ella amó a Trencavel, pasó cuatro años perdida en la soledad y rechazando a todo aquel que se le acercaba, dos años rechazando a Peyre Vidal también. Y además lo rechazó a él mismo en un primer momento. Bruna había sido fiel a su juramento cuatro años, con rencor tal vez, con resentimiento. Pero fiel después de todo. ¿Quién le aseguraba si volver a verlo no le hizo sentir lo mismo de antes? ¿Quién le asegura que al ver a Trencavel todos esos sentimientos que hundió en lo más profundo de su ser se reavivaron? No había forma de saberlo en ese momento y moría de rabia por eso.

Peyre Roger tenía razón, debía de calmarse antes de acercarse a conversar con Bruna. Porque estaba seguro de que si hablaba con ella en ese momento terminaría por gritar o estallar por nada cuando la dama no tenía la culpa de lo que estaba pasando. Se iba a dedicar el resto de la tarde a tranquilizarse, y a pensar como le haría frente a Trencavel.


***************


El vizconde echó a todos sus siervos con la orden de que nadie se acercara. Si quería algo él les iba a avisar, pero en ese momento lo único que deseaba era estar solo para pensar en todo.

Durante esos cuatro años jamás apartó a Bruna de su mente y su corazón, intentó hacerle llegar cartas de diferentes maneras, aún a riesgo de que Bernard de Saissac lo descubriera. Estaba seguro de que así lo hizo, porque tampoco recibió nada de Bruna desde que la dejó en Béziers. Quizá interceptaron sus cartas, nunca estuvo seguro cómo, pero siempre lo pensó.

Se casó, tuvo un hijo de una mujer que no amaba y que además detestaba. Podía tener a la dama que quisiera, más de una se le había ofrecido con descaro, y otras intentaron ganarse su favor. Pero él jamás olvidó a Bruna y la promesa que le hizo. Siempre pensó que hallaría una oportunidad para volver a su lado. Que en algún momento él podría volver y contarle todo lo que había pasado. Ella lo iba a odiar al principio, iba a sufrir, pedir explicaciones. Pero al final volvería a él, siempre tuvo la esperanza de que ella lo siguiera amando.

Pero no fue de esa manera, Bruna se había enamorado de Guillaume. Solo podía ser eso, tenía que estar enamorada de verdad para olvidarse de él, para dejar a un lado el juramento que se hicieron y entregarse a otro. Y le dolía eso, no solo porque detestara a Guillaume, sino porque ella había conseguido olvidarlo. 

Su mirada llena de rencor, sus ojos cubiertos de lágrimas y su voz cargada de rabia fueron más de lo que el vizconde podía soportar. Creyó que estaría preparado para eso, se esperó una reacción así de Bruna. Pero no imaginó que lo iba a destrozar tanto. Tampoco podía esperar que después de haberla abandonado se arrojara a sus brazos. Había escuchado las canciones de Rosatesse y no era necesario que se lo dijeran. Era ella. Y era insoportable escuchar esa música sabiendo que él era el causante de ese dolor.

De lo que sí estaba seguro era que no iba a perder a Bruna, no otra vez. Lucharía por ella, le diría lo que pasaba, intentaría explicarle la verdad. No pensaba forzarla a su amor, no pensaba exigirle que lo amara como el juramento señalaba. Quería estar a solas con ella para hablar, pasa hacerle saber lo que sentía. Y que ella decidiera después. Eso era lo correcto.

Bruna tenía que saber por qué los habían apartado. Ella tenía que conocer la verdad de todo. Y esa verdad era que en realidad él siempre la amó, que los separaron porque consideraron que su reputación la pondría en peligro como dama del Grial, que interceptaron sus cartas y no dejaron que jamás respondiera a sus súplicas. Tenía que saber también que Guillaume estaba con ella porque era su deber, porque era su destino. No sabía si él la amaba o si la había conquistado solo para triunfar como Gran Maestre, pero ella tenía que saberlo. 

Aquella noche no se ofreció ningún festín para celebrar la llegada del vizconde. Él mandó a decir que se sentía indispuesto y envió sus disculpas a los señores locales. Les dijo que en tres días se daría la gran fiesta, y que iba a ser espectacular. En verdad Raimon no tenía ganas de celebrar nada, lo único que quería era solucionar sus asuntos con Bruna. Aunque para eso primero debía de hablar con Guillaume, o quizá podía pasar por alto aquello. 

Habló con Peyre a la mañana siguiente de lo sucedido, y este le dio autorización para acercarse, pero ella no quiso siquiera recibirlo en su sala de invitados. Eso le dolía mucho, quería verla aunque sea un instante, ver su silueta sería suficiente para él. Bruna tenía derecho a saber la verdad, tenía el derecho de escoger. Y aunque la razón le decía que la había perdido para siempre, el corazón aún mantenía esperanzas de que su amada volviera.

Intentó ser recibido otra vez, pero ella se negó como lo esperaba. Aunque dio un mensaje que para él fue alentador. Le dijo que lo iba a recibir si su caballero le daba permiso. No sabía si Bruna se había encontrado con Guillaume antes, quizás así fue y por eso le mandaba a decir aquello. No le agradaba la idea de tener al frente una vez más al hombre que le robó a su amada, pero sabía que no le quedaba de otra. Hablaría con él más tarde, porque esa mañana se encontraba a solas en la sala de armas entrenando con el arco y la flecha.

Era una forma de sacarse toda esa frustración de encima, su puntería era fina y había mejorado  con los años. Practicar el tiro al blanco le hacía bien, hasta el momento no había fallado ni una sola vez en su objetivo. Y así estaba, concentrado, cuando de pronto se quedó paralizado. Sintió que una flecha pasaba muy cerca de él, a la altura de su oreja derecha, hasta dar al lado de uno de sus blancos. Volteó y se encontró con la figura de Guillaume, quien lo observaba fijo. Sostenía arco y flecha, y seguía apuntándolo. Al cabo de unos segundos bajó el arma y la dejó a un lado. Trencavel hizo lo mismo.

—Buen tiro, Guillaume —le dijo—. Aunque no fue muy preciso, no llegaste a dar en el blanco.

—Tienes razón, he fallado. Aunque lamento decir que ese no era el blanco. El blanco era tu cuello, me apiadé a último momento y lo desvié un poco.

—¿Sabes que puedo mandarte a encarcelar por lo que has hecho?

—¿Más de lo que ya estoy? Creo que exageraste con enviarme tantos guardias. Si no nos hemos visto es porque mi habitación ha estado rodeada de tus hombres.

—Mi consejero se preocupó y tomó cartas en el asunto. No sabía que te tenían tan vigilado, esa no era mi idea.

—Casi no he podido salir de mi habitación —decía molesto—. Ni siquiera he visto a Bruna, supongo que eso era lo que buscabas. Aunque dudo mucho que ella haya querido verte.

—Tienes razón —contestó y se acercó un poco a él. Supuso que afuera había guardias, o que quizá Guillaume los había burlado. Casi lo mató, y nadie apareció por ahí ni parecían tener la intención de hacerlo—. Pero ha puesto una condición —continúo—, que tú me des permiso para hacerlo. —Guillaume rio despacio, y sonrió con burla.

—Entonces anda olvidando de esa posibilidad, no dejaré que te le acerques nunca.

—Guillaume, tenemos que hablar. —El vizconde tomó asiento frente a él, aunque el caballero siguió de pie—. Y es en serio. No solo como caballeros de una misma dama, sino también como miembros de una orden. Tengo que explicar muchas cosas. —Guillaume se quedó en silencio mirándolo con seriedad.

—Está bien —dijo tomando asiento—. ¿Qué es lo que quieres? ¿Por dónde empezamos? ¿Por la parte en que abandonaste a "mi Bruna"? ¿O cuando mandaste a quemar mi castillo? —remarcó bien eso de "mi Bruna". El vizconde no mostró ninguna señal de sorpresa cuando le dijo que sabía que era responsable del incendio, después de todo Froilán ya lo había puesto al tanto.

—Creo que primero debemos hablar como caballero y Gran Maestre —contestó calmado—, y admito que hice mal. Cometí un terrible error por el que merezco ser castigado.

—Al menos eso lo aceptas.

—Pero quiero que sepas por qué lo hice —Guillaume asintió—. Cuando vuestro padre murió nos dejó una gran responsabilidad. Ya debes saber de la profecía de Sybille y del futuro terrible que se nos viene. Lo lógico hubiera sido que tú heredaras su puesto como Gran Maestre, pero es que tú no sabías nada de la orden. Tienes que admitirlo, estando en París eras ajeno a todo, no estabas apto para asumir semejante puesto.

—Quizá tengas razón —le dijo—, pero esa no es justificación para incendiar Saissac. Sé que había documentos importantes, y de encontrarlos, hubiera estado al tanto de todo en poco tiempo. Los hubiera contactado a todos, y tendríamos las herramientas para poder defendernos del peligro. Podríamos estar mejor organizados y lo sabes, lo que hiciste fue una de las estupideces más grandes que has hecho y que harás en toda la vida, Trencavel.

—Lo sé —respondió avergonzado—, fue un error. Estaba asustado, me enteré de cosas delicadas en poco tiempo y temí lo que podría pasar. Te detestaba, aún te detesto. La imagen que tenía de ti era de un tipo despreocupado que no le interesaba nada, menos la orden. ¿Qué crees que pensé cuando supe que serías nuestro líder? Esos documentos no podían caer en manos de cualquiera, era un peligro. Ya sabes la historia completa, el conde de Foix pensó lo mismo. Tomamos esa decisión, y sé que al menos para él no era personal. No te conoce, solo se aferró a la idea de que tenía que proteger a la orden y sus secretos como sea. Ahora tú... Bueno, has tenido suerte. Encontraste a quienes te guiaron, y ya sabes lo necesario.

—Oh, lamento decir que tu ridículo plan no funcionó para nada —le dijo con molestia—. ¿Y se puede saber qué hicieron con los documentos? ¿Los quemaron todos?

—No, nos llevamos cuanto pudimos. Y de eso no tienes que preocuparte, te será devuelto pronto.

—Ya veo —dijo, y parecía conforme—. Al menos harás algo bueno.

—No resultó como quería, cierto. Pensé que te rendirías, que seguirías con tu vida. No lo sé, creí que si renunciabas a la orden te mantendrías alejado también de ella. Yo no quería que la conocieras, no quería perderla.

—Ya la has perdido hace tiempo, Raimon —contestó. Una vez más parecía irritado.

—¿La amas, Guillaume? ¿O solo estás con ella porque la orden así lo exige? —Fue rápido. Para su sorpresa, Guillaume se puso de pie y lo miró de cerca, enfrentándolo.

—¡No se te ocurra decir algo así! ¡Amo a Bruna y no vas a venir con esas intrigas! ¡No vas a conseguir separarme de ella, maldito infeliz! —decía furioso. Pero el vizconde no reaccionó, lo quedó mirando y se mantuvo quieto.

—Vaya... Sí la amas... —dijo con voz triste, y con la mirada fija en el suelo—. No creí que fuera así, pero la amas. Y ella también. Tienes mucha suerte.

—No sé si es suerte o no, solo sé que la quiero y que no voy a permitir que te interpongas entre nosotros.

—¿Es que no lo ves, Guillaume? Yo no me estoy interponiendo entre ustedes. Eres tú el que está entre nosotros.

—Deja de decir tonterías, tú la abandonaste sin consideración alguna. Le dijiste que ibas a casarte con ella, pero jamás volviste. Te olvidaste de tus promesas, la arrojaste al dolor y la soledad de la que la saqué. Tú ya no eres nadie para ella. Parece que no quieres entenderlo.

—Guillaume, las cosas no son como crees. Yo no la abandoné porque quise, fue porque me obligaron.

—¿Qué quieres decir?

—Nos separaron, Guillaume. Vuestro padre, la orden. Todos planearon en nuestra contra para separarnos. Yo no quise hacer sufrir a Bruna jamás, fue la orden la que me obligó a hacerlo.

El vizconde comenzó a contarle la verdad de la historia. Guillaume guardó silencio y pronto todo ese enojo que sentía se fue disipando. Él tenía que saber que estuvo muy enamorado de Bruna, de verdad quiso que fuera su esposa, de verdad lo intentó. Le contó lo que sufrió, que quiso comunicarse con ella aunque sea para explicarle el porqué de su abandono, pero que jamás tuvo respuesta. Le dijo que era obvio que alguien interceptó las cartas de ambos lados, y por eso Bruna se sintió abandonada sin ninguna respuesta.

—¿Ahora entiendes? —preguntó el vizconde. Le había costado hablar con ese hombre de algo que tanto le dolía. Pero estaba dispuesto a todo por Bruna.

—Entiendo, ¿y sabes una cosa? Eso no te justifica. Si estuviera en tu lugar jamás hubiera dejado que me separaran de ella, hubiera desafiado a todos, hubiera huido con ella si era necesario.

—No seas insensato, Guillaume. No solo el amor está en juego. Es también el Grial. Yo hice un juramento de fidelidad para con la orden, proteger el Grial y a la dama.

—Juramento que pareció importarte muy poco cuando provocaste ese incendio para perjudicarme.

—Ya te expliqué por qué lo hice. Fue la única vez que he desafiado las reglas de la orden. Fui muy tonto, las cosas ya no son como antes.

—Qué bueno que lo entiendas.

—Pero, Guillaume, ella debe saberlo. ¿Hasta cuando vas a callar la verdad? Como Gran Maestre debes actuar. Debes decirle la verdad de su condición en la orden. Ella merece saberlo.

—Lo he pensado, pero aún debo buscar la oportunidad. Es una situación difícil, lo sabes. Bruna va a saber todo a su debido momento, se lo explicaré poco a poco y haré que otros miembros de la orden le confirmen todo. Ella lo sabrá, ya lo estoy considerando.

—¿Y entonces también le dirás que como Gran Maestre ella estaba destinada a ti? ¿Le dirás que tu deber era estar a su lado? ¿Le dirás que por eso nos separaron? —lo tomó por sorpresa, el caballero tragó saliva.

—Eso... eso quizá... eso es muy difícil... —contestó.

—Pero ella merece saberlo. Ella debe de saber la verdad. ¿Acaso crees que es justo que siga viviendo engañada? ¿La amas, Guillaume?

—Más que a mi vida —respondió seguro.

—Entonces si la amas, no querrás engañarla. Ella debe saberlo, tú eres el encargado de decírselo. Y tienes que hacerlo.

—¿Por qué? ¿Por qué tú quieres? Creí haber dejado claro que encontraría la manera de hacerlo pronto.

—Pero, Guillaume, ese "pronto" debe ser ahora. —Su voz era casi un ruego, el caballero lo notó. Lo miraba con ojos suplicantes, se notaba su desesperación—. ¿Qué mejor oportunidad que esta? Guillaume, lo que hicieron con Bruna y conmigo fue una injusticia y lo sabes. No estuvo bien, nosotros nos enamoramos, y si nos iban a separar al menos ella merecía una explicación. Ella puede tener esa explicación, puede saber la verdad de todo si tú quieres. Debes darle la oportunidad de escoger.

—Ella ya no te ama —le dijo—. Pierdes tu tiempo si crees que revelándole todo aquello va a volver a tus brazos.

—Eso no lo sabremos hasta que ella sepa la verdad.

—Escucha, Trencavel, si tu plan es alejarme de Bruna quiero que sepas que no voy a permitírtelo.

—No voy a hacer nada, no voy a planear nada en tu contra. Lo único que quiero es explicarle la verdad, que ella lo sepa todo. Y que luego elija. ¿O acaso tienes miedo de que me siga amando? Guillaume, ¿tienes miedo de que la verdad la aleje de tu lado?

—No digas tonterías —contestó molesto.

—Quiero ver a Bruna, quiero hablar con ella, pero ella dice que solo lo hará si tú me das la autorización para hacerlo. ¿Tengo tu permiso, Guillaume? —El caballero se quedó en silencio mirándolo. Trencavel lo miraba suplicante, estaba seguro de que era capaz de arrodillarse ante él, de rogarle el día entero, que era capaz incluso de cortarse un brazo si se lo pedía, y todo por ver a Bruna.

—Tengo que pensarlo.

—Por favor, piénsalo —dijo. No quería seguir humillándose, ya había hablado demasiado—. Piénsalo bien, Guillaume.

—Lo haré. —Sin decir nada más el vizconde se puso de pie y se retiró de la sala de armas. Al menos, se dijo, creía que ese nuevo Guillaume era correcto. Y haría las cosas bien por la mujer que ambos amaban.



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(1) Poema de Peye Vidal

(2) Segunda edad: Durante la edad media se consideraba a la adolescencia, entre los 7 y 14 años

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Hello, hello, hello!!!

¡SEGUIMOS CON EL DRAMA! Y ya Trencavel puso al Guille contra la espada y la pared D: 

¿Será el momento de decirle a Bruna que es la dama del Grial? ¿Cómo reaccionará al saberlo? SE ACERCAN LAS ESCANDALAS.


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