Capítulo 47: Engaños
Me produce gran dolor
haber dejado a la hermosa;
intrepidez me faltó,
no le dije cuán preciosa
me era la luz de su amor,
porque la inquina envidiosa
de algunos, me lo impidió.
Que quien al Infierno acosa
les dé una pena espantosa (1)
Carcasona, 1204
El vizconde Trencavel llegó a su hogar después de su larga estancia en Béziers, y lo recibieron con toda la pompa posible. Su pueblo lo extrañaba y se lo hicieron saber, él sonreía agradecido pues no esperaba tal recibimiento, considerando que apenas si había anunciado su regreso a Carcasona. Tampoco lo llenaba de felicidad volver, su corazón se quedó en Béziers.
Luego de atender las obligaciones que de seguro su Gran Maestre quería darle, se ocuparía de entrar en una negociación con el padre de Bruna para concretar el matrimonio. "Negociación", no le parecía un buen nombre, aunque así era como se le decía. Le daba mucha pena dejarla atrás y no esperar a su padre para hacerle el anunció los dos juntos. Tenía que ser una gran boda, lo había pensado durante el camino.
En un par de meses todo estaría listo, y Bruna llegaría en un bello corcel blanco acompañada de su séquito. Entraría a Carcasona el día de la boda y él esperaría en el altar a su amada. Ya le había jurado amor eterno con la finn' amor, pero se lo juraría ante Dios. Vería su sonrisa y sus mejillas rosadas. La fiesta duraría días, estarían llenos de baile, música y lo mejor de lo mejor. Los grandes señores y damas llegarían desde todos los rincones de Provenza para el matrimonio y conocerían al amor de su vida.
Aquella noche, la noche de bodas, sería la más inolvidable de todas. No podía negar que había fantaseado con el momento de hacerla suya, de tenerla entre sus brazos y amarla de mil maneras, de hacerle sentir toda esa pasión que lo desbordaba. Vivirían juntos en Carcasona muy felices, el vizconde y la vizcondesa Trencavel serían conocidos por todo el mundo como la pareja más hermosa de todas. Serían recordados por décadas, quizá siglos. Los trovadores harían conocida su historia de amor, serían inmortalizados. Sí, ese era el futuro que le esperaba al lado de Bruna.
Al llegar lo primero que hizo fue encontrarse con el gran maestre. Él lo esperaba junto con otros caballeros de Carcasona y demás funcionarios. A una señal de este entendió que el asunto iba a tomar tiempo, así que decidió atender primero a los demás y despacharlos rápido para poder hablar con Bernard a solas. Después de mucho rato al fin pudieron reunirse en una de sus habitaciones privadas a puertas cerradas. Pasaron un rato en silencio asegurándose de que no hubiera nadie más cerca, y entonces empezó todo. Raimon estaba feliz, Bernard lo notó.
—Sé que has estado en Béziers durante muchos días, ¿cómo va todo allá? —preguntó su tutor.
—Magnífico —dijo sonriente—. No tiene idea, señor. He conocido a la mujer de mi vida, es mi dama, es mi señora... es todo cuanto tengo y la voy a amar por siempre —decía emocionado—. La conoce, es hija de mi senescal. Es la hermosa Bruna de Béziers.
—Muy bien. —Bernard tomó asiento, lo miró sin expresión. No parecía nada contento con la noticia—. Raimon, nosotros...
—¡La amo, señor! —exclamó como si no lo hubiera escuchado—. Le he pedido que sea mi esposa. Nos casaremos pronto. ¡No puede haber en el mundo hombre más feliz que yo! —Bernard cerró los ojos, suspiró con fastidio. Trencavel no lo entendió. Tenía dieciocho años, y estaba bajo la tutoría de Bernard desde los siete. Por algo su padre le confió su crianza, y para el vizconde era uno de los hombres en los que más confiaba. ¿Por qué no podía alegrarse de su decisión?
—Raimón, toma asiento —dijo este, y el joven obedeció. Quizá no debió hablar de sus sentimientos cuando estaban ahí para otra cosa—. Hay algo que debo revelarte, no te lo dije antes porque acababas de ser nombrado y aún no era tiempo. Ahora mismo me arrepiento de no haberte dado ese conocimiento, te hubiera ahorrado mucho sufrimiento.
—¿Qué pasa, maestro? —preguntó. Sea lo que sea que iba a decirle no parecía ser bueno, y no quería que nada opacara la felicidad que le daba el amor de Bruna.
—Bruna de Béziers es la dama del Grial —le reveló. Y el vizconde fue incapaz de articular una sola palabra—. Su madre era una Montpellier, hija de una dama de Narbona, esta era hija de una dama de Tolosa, y la de Tolosa era hija de una dama de Aquitania y bueno... creo que ya sabes lo que sigue. El linaje de Bruna viene desde tiempos del inicio de nuestra orden, y no empieza con aquella joven de Tierra Santa que entregó desesperada el secreto al primer caballero de la orden, viene de mucho más allá. Creo que sabes lo que eso significa.
—Ella es el fin máximo de la orden... —dijo despacio, seguía sin poder creérselo—. Es quien posee el secreto de la ubicación del Grial, la orden gira en torno a ella. Ella es nuestra misión, protegerla, porque a su vez protegemos al Grial. —No podía creer que su Bruna fuera alguien tan importante. Eso le parecía insólito, jamás había escuchado hablar de Bruna de Béziers antes, era una desconocida para el mundo. O quizá esa era la idea, quizá por eso ninguna de las antiguas damas del Grial fueron mujeres poderosas. La idea era la discreción.
—Exacto, las viejas profecías lo dicen. Y así como hemos seguido las viejas profecías siempre, lo seguiremos haciendo. Hay una cosa que respetaremos, el destino de la dama. La dama Bruna tiene ya un destino trazado desde antes de nacer, Raimon. Y ese destino no te incluye. —El vizconde se quedó pasmado al escuchar aquello. Lo había comprendido todo de golpe, y era demasiado para aceptarlo. Negó con la cabeza y bajó la mirada. No podía ser cierto.
—Pero, maestro... Usted... usted no fue tan cercano a la señora Marquesia...
—Eso fue una excepción, pero siempre estuve cerca de ella como lo he estado ahora con Bruna. El destino de la dama es unirse al futuro gran maestre de la orden. Mi hijo. —La sola idea de que su Bruna tuviera que ser dama de aquel joven Guillaume a quien detestaba tanto se le hacía insoportable. Sabía que todo lo que Bernard le decía era ley, pero tenía que luchar, no podía permitir que le quitasen a Bruna.
—Le he propuesto matrimonio, puede casarse conmigo y ser la dama de Guillaume. No hay problema ¿verdad?
—Claro que lo hay, Raimon. Eres un gran señor, llamas mucho la atención.
—¡Dejaré de hacerlo! Dejaré de llamar la atención si es necesario.
—Aun así sigues siendo un gran señor. Bruna no puede unirse a alguien de tanto prestigio. Hemos escogido a uno de tus vasallos para eso, Peyre Roger de Cabaret.
—¡No pueden hacernos esto! —exclamó al borde de las lágrimas—. Nosotros nos amamos, queremos estar juntos.
—Pero las necesidades de la orden están primero, y jamás protegerás a Bruna como vuestra esposa. Al contrario, la pondrás en el ojo de la tormenta y estará insegura. Una hija de Bruna de Béziers y el vizconde Trencavel tendría que casarse con el heredero de grandes tierras. La dama se haría poderosa y eso no es lo que queremos, queremos discreción para proteger a la dama y el secreto. Raimon Roger Trencavel, hiciste un juramento sagrado al entrar a esta orden, un juramento que trasciende y que es mucho más importante que la finn' amor. Y como el gran maestre de la orden de los caballeros del Grial te exijo que te alejes de Bruna de Béziers pues la pones en peligro. —No iba a llorar ahí delante de él, pero moría de ganas. Todos sus sueños de amor se habían ido de pronto. Tenía que respetar ese juramento y alejarse de Bruna.
—Quiero despedirme de ella al menos, explicarle...
—No —dijo con firmeza Bernard—. Ella va a casarse en un par de semanas y prohíbo que hables con ella. Nada de despedidas, nada de cartas. Déjala así.
—Va a sufrir mucho...
—Y esa es la única forma de hacer que ella se aleje de ti. Que se desilusione y crea que la has abandonado.
—¡No voy a hacer eso! La amo y no voy a romper su corazón, Bruna merece una explicación.
—Escucha, Raimon, no quería tener que llegar a esto. Es simple: Si no cumples lo que te pido serás separado de la orden. Y sabes bien lo que significa eso. —Eso era una condena a la muerte y el vizconde lo tenía claro. La muerte y el deshonor. No podía arriesgarse a eso, tampoco podía faltar al juramento que hizo con la orden. Amaba a Bruna más que a nada en el mundo, pero para protegerla tendría que alejarse de ella.
Tendría que hacerle creer que era un maldito canalla, un desgraciado que la había abandonado. Y solo pensar en el sufrimiento de su amada se le hacía insoportable. No podría con eso, no podría con semejante carga. Sintiéndose perdido y desesperado al saber que todo se había acabado, y que esa simple despedida había sido la última, Raimon se echó a llorar sin importarle nada. No supo cuando tiempo estuvo ahí, pero de pronto sintió la mano de Bernard apoyarse en su hombro para consolarlo
—Calma —le dijo Bernard—. Es muy pronto. Bruna va a casarse y luego conocerá a mi hijo. Pero si ustedes de verdad se aman ella no aceptará a Guillaume, son jóvenes y luego ya se verá. —El vizconde se aferró a esa idea, a que quizá algún día volvería con Bruna. Quizá algún día ella comprendería por qué hizo aquello y volvería a sus brazos. Pero en ese momento debía de obedecer.
****************
Béziers
—¡No voy a hacerlo! —exclamó Bruna con lágrimas en los ojos.
Unos días después de la partida de Trencavel su padre le dio la noticia de que ya había negociado el matrimonio. El rostro se le iluminó cuando creyó que su amado habló con él y que pronto se iban a casar. Pero cuando le dijo que partirían para la boda en Cabaret, la chica sintió que un escalofrío la recorría. Otro se había adelantado, ella ya estaba separada.
—No he pedido tu opinión, Bruna. Te lo estoy comunicando —dijo Bernard con total frialdad. Escuchar a su padre hablarle así la desesperaba.
—¡Pero no lo amo, padre! ¡Yo no quiero casarme con alguien que no amo! —decía llorando. Sabía que su padre había tomado una decisión y que todos los acuerdos ya estaban hechos, pero tenía que convencerlo para que esperaran a Trencavel.
—El amor nace con la convivencia, querida. Fue lo que nos pasó a tu madre y a mí.
—¡No voy a estar con un hombre que no amo! —gritaba con amargura sin parar de llorar—. ¡Un hombre que no amo no va a tenerme nunca!
—¡Silencio, Bruna! —exclamó Bernard, y se puso de pie. Eso tomó de sorpresa a la joven, quien se quedó paralizada un instante. Él jamás le había hablado de esa manera—. Tú tienes que aceptar el hombre que tu padre escoja y eso es todo. Peyre Roger es un buen caballero.
—Pero, padre... —dijo en un tono más suplicante—. Yo quiero casarme con el hombre que amo.
—Hija mía —Bernard suavizó el tono—, nosotros, los de nuestra clase, no podemos escoger. Yo tampoco escogí a Marquesia, nuestros padres decidieron todo y fue increíble que me enamorara de ella y logremos ser felices. Bruna, los de nuestra clase debemos atenernos a las decisiones de nuestros padres, a las alianzas políticas. La unión de Béziers con Cabaret es conveniente, es lo que debes de hacer. Eres dama del vizconde Trencavel, cierto, pero eso no significa que deban casarse y creí que lo sabías.
—Pero él me pidió matrimonio —confesó, y de inmediato notó el rostro impactado de su padre.
—No puede hacer eso, el matrimonio entre ustedes no es conveniente.
—¡Lo que pasa es que no me ves mérito! —exclamó alterada—. Crees que soy muy poca cosa para un vizconde, ¿verdad? ¡Eso es lo que pasa! —Bruna se llevó las manos al rostro para llorar una vez más.
—Mi vida... —se acercó para abrazarla, pero ella lo rechazó—. Escucha, Bruna, mandaré una carta al vizconde, ¿si? —Al decir esto llamó la atención de la dama, quien lo miró a los ojos en ese instante—. Le preguntaré por qué ha propuesto matrimonio, y le pediré que venga a hablar conmigo. Si él viene, si él me responde, entonces aceptaré la negociación y te casarás con él. — Bruna sonrió entre lágrimas y se sintió animada una vez más, aún había esperanzas—. Pero como entiendes, no puedo decirle a Peyre Roger de Cabaret que detenga los preparativos para la boda, ¿verdad? —ella asintió—. Entonces seguiremos adelante con todo, con el vestido, con el equipaje, con el acuerdo. Si en dos semanas el vizconde no ha respondido pensaré que cometió un error y en realidad no le interesas. Si es así te casarás con Peyre Roger, ¿te parece bien?
—¡Claro que sí, padre! —dijo ella y lo abrazó con fuerza. Bruna estaba segura de que su amado respondería la carta al instante y que volvería por ella pronto. No había nada que temer.
Pero el vizconde Trencavel no respondió. Y Bruna insistió mucho, estuvo al lado de su padre esas semanas exigiendo el envío de las misivas casi a diario, acompañada además de una de ella. Incluso vigiló al mensajero, pues creyó que se desviaba del camino por orden de su padre. Y nada, ni una noticia de su amado. Bruna no entendía lo que estaba pasando, no entendía el porqué de su silencio.
Poco a poco empezó a comprender, pero lo negó con todas sus fuerzas. Día a día se llenaba de desesperación y vivía esperando la respuesta, preguntándole a todo aquel que regresaba de Carcasona por el vizconde, queriendo saber que si estaba bien o si algo le había pasado. Pero todos los comentarios señalaban que el vizconde tenía una salud estupenda, que estaba mejor que nunca.
¿Entonces por qué no respondía? Bruna tenía miedo de que no regresara por ella a tiempo y que no pudiera evitar la boda. Las semanas pasaban y Bruna participaba sin ganas y obligada en los preparativos para partir a Cabaret, en la elección del vestido de bodas y todo lo demás. En un principio estuvo muy animada pues pensó que cuando Raimon respondiera esa sería la preparación para su boda con él. Pero nada. Él jamás se pronunció.
Lloraba todas las noches en compañía de Mireille, quien trataba de consolarla de todas las maneras posibles, pero no había forma de contenerla. Era terrible todo lo que sentía, la angustia, el miedo, la tristeza de sentirse abandonada. No quería ni pensar que él la hubiera dejado porque no la amara, solo quería creer que algo había pasado que lo obligaba a demorarse. Su amado, su trovador de Miraval, su vizconde... No, él sería incapaz de dejarla así, él la amaba de verdad. Y se aferró a esa idea hasta el fin, se aferró a la idea de que él volvería en cualquier momento a rescatarla.
Cuando faltó solo una semana para partir a Cabaret iniciaron los verdaderos problemas. Bruna empezó a protestar. Se negaba a comer, se negaba a hablar. La tuvieron forzar para que se alimentara. Su padre le decía que había enviado muchas cartas a Trencavel, pero que si este no respondía no era problema suyo, que no lo culpara. Bruna sabía que era cierto, pero siguió firme hasta su último día en Beziers. Ese día lloró como nunca, abrazó a todos los siervos del castillo que la adoraban y que la habían visto crecer, partió a Cabaret al lado de Mireille y su padre.
Tuvo la esperanza de que quizá aún hubiera tiempo, que quizá el vizconde llegaría hasta Cabaret a detener la boda cuando se enterara. Su amado podía hacer eso, tanto su futuro esposo como su padre eran sus vasallos y no habría ninguna ofensa en ir, sino todo lo contrario.
Avistó Cabaret en la cima de una montaña negra muy temprano una mañana. No quería vivir ahí, debía de ser un lugar frío y horrible a pesar de que todos dijeran que era la cuna de la finn' amor. A la entrada de Cabaret los esperaba una comitiva formada por algunos caballeros locales y liderada por su futuro cuñado, Jourdain de Cabaret. Bruna estaba tan sumida en sus pensamientos que no se dio cuenta al primer instante de lo que pasaba. No se dio cuenta de cómo Jourdain la miraba. Apenas si respondió con una sonrisa a sus saludos y halagos, subió a Cabaret casi sin mirarlo.
—¿Cómo estuvo su viaje, dama Bruna? —preguntó Jourdain mientras caminaban al castillo de Cabaret.
—Me he cansado —respondió sin ganas—. Tuvimos que tomar un desvío, nos dijeron que la ruta no se encontraba en buen estado.
—Lamento eso. Que la futura esposa de mi hermano pasara esas incomodidades sin dudas es un error nuestro.
—No tenéis culpa en eso —murmuró ella, y al fin le devolvió la mirada—. Son cosas que pasan, no todos los caminos son seguros.
—Oh, en eso os equivocáis. Lastours tiene la mejor seguridad de esta zona de Provenza. Esta fortaleza es inexpugnable, y tenemos varios círculos de vigilancia en la base de la montaña, todos se encuentran bien resguardados. Es raro ver proscritos por aquí.
—Eso sin duda es algo bueno —respondió Bruna, y sonrió a medias. Odiaba estar allí, pero no quería ser grosera con Jourdain, después de todo solo estaba siendo amable.
—Descubriréis que es uno de los lugares más seguros para andar a caballo, tenemos prados preciosos.
—Qué bueno.
—Si deseáis, puedo llevaros a verlos —lo dudó. No quería ponerse cómoda allí, es no era su hogar ni lo sería nunca. Pero Jourdain insistía, y le daba vergüenza desairarlo.
—Claro, es una excelente idea —respondió intentando animarse. Él le mostró una sonrisa radiante y la guio al salón. Al menos, se dijo, sus primeros días en Cabaret no serían un tormento.
*************
No dudó, apenas la tuvo al frente supo que quedó prendado de ella. La vio llegar de lejos y creyó que era ideal. Tan joven, tierna e inocente, como alguna vez lo fue Orbia. Él se casó muy joven con Orbia de Pennautier, y también se enamoró de ella, pero la perdió pronto cuando esta se convirtió en una dama conocida y luego en una dama descarada que ya no lo respetaba para nada.
Cuando quiso dejar a Orbia esta lo evitó con los contactos que había hecho en la cama, en su cama mientras él estaba ausente. Odiaba a su mujer y sabía que no quedaba para él nada más en Cabaret. Pero cuando vio a Bruna supo que las cosas podrían ser diferentes.
Su hermano jamás iba a querer a esa mujer, se lo dijo mientras bebían. Era su responsabilidad como caballero de la orden del Grial, pero no quería hacerlo. Peyre Roger estaba muy desilusionado, cuando el marido de Guillenma de Barvaira murió decidió esperar un tiempo prudente a que pasara el duelo y luego proponerle matrimonio. La había amado desde siempre, pero el marido de esta nunca fue partidario de los cortejos de la finn' amor. Cuando se convirtió en viuda, Peyre creyó que tendría la oportunidad. Y de pronto tenía que casarse con esa pequeña desconocida que resultaba ser la dama del Grial.
Por supuesto que lo lamentaba por su hermano, sabía lo mucho que quería a esa Guillenma, pero así era las cosas en la orden después de todo. Siendo práctico, la decisión del gran maestre fue estratégica. Él mismo no se cansaba de repetirlo, Cabaret era inexpugnable, y era el mejor lugar para refugiar a la dama del Grial y sus secretos. También entendía el gesto triste de la joven, como toda dama, detestaba la idea de dejar el hogar y unirse a un desconocido.
Bruna iba a ser infeliz así, Jourdain lo sabía. Pero tal vez habría una esperanza para ambos. Él sabía que podría volver a amar. La vio sonreír a medias, y supo que no quería nada más en el mundo que verla feliz, que verla sonreír por él. Se sentía tonto, pero en verdad había caído prendado de esa joven dama. No dejó de mirarla ni un solo instante, no dejó de pensar en ella, de suspirar por ella. Incluso el día de la boda cuando la vio tan triste y hermosa creyó que moriría de emoción.
Ella era un ángel. Un ángel precioso que adoraría por siempre. Había sentido indiferencia por su parte, pero quizá se debía al miedo de casarse con un desconocido. Pero luego, cuando se sintiera más segura, él la iba a conquistar. A su bello ángel, la mujer que le había devuelto las ganas de querer con su sola presencia y su tenue sonrisa.
—¿Puedes cambiar esa cara de idiota de una vez, Jourdain? —La voz de Orbia lo sacó de sus pensamientos. Estaba en su alcoba, y al girar la miró con desagrado—. ¿Qué te traes?
—No es asunto tuyo —respondió con molestia.
—Escúchame cuando me dirijo a ti, te estoy expresando mis dudas. Bernard ya me dijo que yo seré un anillo de seguridad para proteger a esa Bruna, que si es necesario tendré que dar la vida por ella.
—Y tú aceptaste.
—¿Qué me quedaba? Me lo pidió el gran maestre, además dudo mucho que tal situación ocurra. Es una chiquilla insignificante.
—¿Perdón? —Si ya estaba ofuscado por la presencia de su mujer, fue peor al escucharla referirse así a Bruna. Y Orbia, tan astuta ella, sonrió triunfante. Ya sabía cómo molestarlo.
—¿Qué pasa? ¿Te ofende que hable de la mosquita?
—Cierra la boca, mujer. Se ha casado hoy con mi hermano, es la nueva señora de Cabaret. Tu señora, nuestra señora. Le debes respeto.
—Vamos, es una niña insípida. Y yo que en serio creí que sería una amenaza —se burló. Él frunció el ceño, no seguiría aguantando eso.
—Orbia, deja de fingir que no te duele. Una dama bella más joven que tú ha llegado, ¿cuánto pasará hasta que todos se den cuenta de que ya apestas a vieja? —Esas palabras ensombrecieron el gesto de su mujer. Pero la conocía tan bien que no dudó que ella contraatacaría.
—Te ha gustado, ¿verdad? Piensas pretenderla como tu dama.
—Eso a ti no te importa.
—Pues anda con cuidado, porque esa chiquilla se trae algo. No sé qué es, pero escuché a Bernard advertirle a Guillenma. Ahora que ella está a cargo de la seguridad, velará para que ninguna carta indiscreta llegue a las manos de Bruna.
—¿Carta indiscreta?
—Capaz y hasta tiene un enamorado por allí —se burló Orbia—. No la pongas en un pedestal, quizá tenemos una pequeña zorra en Cabaret.
—Eres una furcia detestable, Orbia. Deja en paz a Bruna, o te las verás conmigo —le advirtió, y se fue al fin de esa habitación. Tenía cosas más importantes en las que pensar, y no iba a seguir perdiendo su tiempo con esa arpía.
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(1) Me produce un gran dolor - Friedrich von Hausen (1150 -1190)
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¡Buenas, buenas!
El primer capítulo del año #memuiroooooo
Ya sabemos cómo separó la orden a Bruna y bb Trencavel :(
En estos capítulo también sabremos qué pasó en verdad entre Bruna y Jourdain.
¡Hasta la próxima!
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