Capítulo 45: Caballeros
Mujer, tu bondad y tu ira, a la par,
me dieron alegría en muchas ocasiones.
¿A mi espíritu quieres consolar?
Acaba de una vez con mis lamentaciones.
Con una palabra me salvarías:
tendré otra vez confianza el resto de mis días (1)
Del manuscrito de Mireille
No puedo decir que no sabía lo que mi señora y Guillaume hacían a escondidas. Al principio Bruna decidió no contarme nada, después fue como si se le escapara. Dijo algo sin querer, y al verse descubierta lo dijo todo.
Traté de no parecer escandalizada, pero la verdad me sorprendió mucho. No estaba respetando las reglas de la finn' amor, y a mí se me hizo muy extraño en Bruna, que siempre había temido al pecado y a desafiar las leyes de Dios. Incluso le sugerí que debía de ir a la iglesia a hablar con el padre Abel, pero ella me dijo de lo más natural que no estaba haciendo nada malo de lo que pudiera arrepentirse, así que decidí no insistir más con el tema.
Ella se sentía feliz y yo no era nadie para arruinarle eso. Era como antes en Béziers, sonreía, cantaba con naturalidad, reía con ganas, y mi corazón se llenaba de dicha de solo verla feliz. Pueden pensar que como doncella debí desconfiar de las intenciones del señor Guillaume, pero estaba convencida de que esos dos se amaban y que él también halló la felicidad al lado de Bruna.
Arnald me lo contó, me dijo que se había dado cuenta lo mucho que cambió el señor Guillaume desde que conoció a Bruna. Yo casi no pude creerle cuando me contó que en París él disfrutaba de seducir algunas damas y de divertirse con ellas, yo no podía pensar siquiera que estuviéramos hablando del mismo hombre. Arnald me lo dijo, su señor cambió y él se sentía satisfecho por eso. Me contó que había pasado mucho tiempo detestándolo a más no poder por sus modales, pero de solo ver la delicadeza con la que trataba a Bruna la percepción de él cambió.
Y tal vez todo hubiera seguido igual un tiempo, o quizá los hubiesen descubierto, pero una visita lo cambió todo. Esa mañana ella no estaba en la alcoba, Valentine y yo sospechábamos lo que hacía, pero no comentamos nada. Cuando escuchamos que tocaban la puerta no tardé en ir a abrir, y me di con una gran sorpresa. Frente a mí estaba Luc de Béziers acompañado de Arnald.
Me atrevo a decir que Luc y yo fuimos criados casi como hermanos. Ya que desde niña estuve acompañando a Bruna, la relación entre nosotros fue muy similar, aunque con ciertas reservas de mi parte pues era consciente de mi condición de doncella. Pero siempre le tuve mucho cariño a Luc, me parecía un joven muy apuesto y bueno, todo un modelo de caballero, aunque aún no hubiera sido declarado como tal.
—¡Pero si es Mireille! —dijo emocionado—. ¡Hace tanto tiempo que no te veo! —Y para sorpresa de Arnald, y sobre todo la mía, me abrazó fuerte tal y como lo hacía con su prima.
—Joven Luc, por favor... —le dije con las mejillas rojas. Nunca había tenido mucho contacto con un hombre, solo aquella vez hace un tiempo cuando Arnald me consoló al verme triste. Así que imaginaréis como reaccioné, estaba enrojecida, y además sabía que Arnald me observaba, cosa que solo me hacía sentir más abochornada.
—No sabía que eran los mejores amigos del mundo —dijo de pronto Arnald. No sé si fue mi imaginación, pero me pareció que había algo de irritación en su voz.
—¡Oh vamos, Arnald! Sabes que Mireille es como mi hermana, es como Bruna —aclaró Luc con despreocupación—. Por cierto, ¿dónde está mi hermosa prima? ¡Quiero verla!
—Está... bueno, aquí no —respondí intentando controlar mis nervios. No quería que Luc saliera a buscar a Bruna y la hallara en los brazos de su caballero—. La llamaré ahora mismo. —Los hice pasar, y Valentine salió en búsqueda de nuestra señora.
No esperamos mucho, ellos apenas se estaban poniendo cómodos, cuando Bruna llegó acompañada de Guillaume, quien la llevaba del brazo. Pero cuando mi señora vio a su primo soltó al señor y corrió a su encuentro. Luc también hizo lo mismo, y me pareció que se repetía aquel encuentro en Béziers hacía unos meses. Él la abrazo y la elevó del piso dando varias vueltas en el aire mientras ella reía. Cuando al fin se detuvieron Luc besó sus manos y ella su frente. Era una escena linda, al menos para mí que sabía cuánto se querían esos dos primos. Me fue inevitable mirar al caballero de reojo y notar que no estaba muy contento con la situación.
—Guillaume —dijo ella—, os presento a mi primo Luc de Béziers. Querido Luc, él es el señor de Saissac, es mi caballero.
—Es todo un gusto conoceros, señor —dijo el joven haciendo una venia. Me pareció que al escuchar "primo" Guillaume logró calmarse un poco. De seguro que ya Bruna le había hablado mucho de Luc y de cómo era la relación entre ellos.
—El gusto es mío, Luc —contestó el caballero.
—Con vuestro permiso, señor, me gustaría hablar con mi prima. Hace mucho tiempo que no la veo y la extrañaba. También tengo novedades de Béziers que darle.
—Por supuesto —contestó Guillaume—. Os dejo, y si me permite decirlo, es casi como lo había imaginado por lo que cuenta Bruna. Debéis saber que vuestra prima se desvive en halagos para Luc de Béziers.
—Mi querida prima siempre exagerando, ella es la joya de la familia —dijo este mirando sonriente a la señora—. Gracias por brindarme este tiempo, señor. Quisiera hablar con vos a solas luego, de hombre a hombre —dijo eso con más seriedad. Guillaume solo asintió.
—¿Qué asunto es ese, Luc? —preguntó Bruna con curiosidad.
—Es solo un asunto de futuro caballero a un señor, no debes preocuparte —contestó Luc. Ni yo ni Bruna entendimos eso en ese momento a qué se refirió. Pero los tres hombres presentes sabían que Luc quería hablar de la orden. Asunto que en ese momento ambas desconocíamos.
Guillaume se retiró y Arnald lo siguió. Valentine se fue a buscar algo que merendar para Luc y mi señora, yo me quedé en la habitación a su lado. Ambos se sentaron juntos y rieron un poco, se dijeron lo mucho que se extrañaban, y Bruna le pidió noticias de su padre. Fue entonces cuando le hizo aquella pregunta, una pregunta natural y obvia.
—¿Fue largo el viaje? ¿Te han atendido bien, querido primo?
—Nada de eso, Bruna, fue muy rápido en realidad. Vengo de Carcasona.
—¿Carcasona? ¿Qué hacías ahí? —Solo yo noté como el semblante de Bruna cambió al nombrar aquella villa. Esperé que sus expresiones no la delatasen.
—¡Oh, es cierto! Me olvidé de contarte. Sigo de servicio como paje del vizconde Trencavel, él es mi señor ahora. Hemos venido a hacerles una visita a los señores de Cabaret por un par de días. Ahora mismo él está con tu esposo.
***************
Conocer a Luc de Béziers fue la sorpresa inesperada del día, aunque le hubiese gustado que llegara más tarde para así poder pasar más tiempo a solas con Bruna. Quizá eso era una especie de problema. Aunque Bruna estaba feliz, él entendía que la presencia del chico ahí no solo tenía que ver con visitar a su prima, sino que quería hablar con él sobre la orden.
Gracias a este Arnald pudo informarle lo que sucedió a sus espaldas, y aunque Luc le mencionó a su paje que era fiel a él como gran maestre, no tenía idea de por qué decidió arriesgarse a ir hasta Cabaret. Pensó que de seguro le traía novedades sobre las andanzas de Trencavel, o quizá solo quería presentarse ante él. Aunque creía tener casi todo bajo control, incluso ser el caballero de la dama del Grial, no estaba muy seguro de cómo manejar el tema de Trencavel y su traición. Decidió apartar de momento aquellos pensamientos de su cabeza, pero cuando cruzó el pasillo hacia su habitación se dio con la sorpresa de que Guillenma le cerraba el paso.
—Mi señor —dijo al tiempo que hacía una inclinación—, quizá le sorprenda mi presencia aquí, pero era necesario verlo antes de que las cosas se compliquen.
—¿Por qué sería así? ¿Está pasando algo? —preguntó él de inmediato.
—Mi señor, solo le pido calma. Sé que no está muy de acuerdo con mis consejos, pero ahora le ruego que me escuche y no cometa ninguna locura.
—Está bien, Guillenma, ¿me puedes decir que sucede? —Por alguna razón el caballero creyó saber cuál era el problema. "Por favor, que no sea eso", pensó sin muchas esperanzas. Ni siquiera le habían confirmado la noticia, pero ya estaba ardiendo en rabia.
—El vizconde Trencavel acaba de llegar a Cabaret —dijo la dama, y solo bastó eso para que Guillaume apretara los puños, y de un fuerte golpe hizo temblar la puerta de madera que estaba a su lado. Fue la única forma de liberar la rabia que sentía en ese momento.
—¡Cómo se atreve a venir después de todo lo que ha hecho! —gritó colérico. Era demasiada desfachatez de Trencavel ir a enfrentarlo. Porque solo podía ser eso, conocía bien al joven como para pensar otra cosa.
—Tranquilo, mi señor —dijo la dama con voz suave. Eso lo hizo recapacitar un poco, debió haber sido un espectáculo lamentable lo que acababa de hacer.
—Lo siento, Guillenma, me he excedido.
—No se preocupe. Sabía bien que iba a reaccionar así, y lo hace con justa razón. El vizconde Trencavel obró mal y lo sabemos. Pero su presencia aquí no significa una guerra.
—¿Entonces qué es lo que quiere?
—Recuerde que él es señor de Cabaret también, Peyre Roger es su vasallo, al igual que mi hermano Xabaret, lo cual lo hace mi señor. Está en todo su derecho de venir, quizá solo quiere ver si Peyre Roger está haciendo un buen trabajo.
—Pero sabemos bien que no viene a eso.
—Quizá, señor, puede también venir a hablar con vos. Para saludarlo como y darle el pésame por su padre. Eso es lo que todos creerán.
—No me refería a eso, Guillenma, esos son aspectos formales. Trencavel viene por otra cosa. Viene a enfrentarme.
—Si hablamos en aspectos formales, como vos mismo los llama, como señor de Saissac no le debe ningún juramento a Trencavel. Más bien la idea es que se unan y cooperen entre sí. Él es señor de Albi, Béziers y Carcasona. ¿Sabe lo que es eso? Es un señor importante. ¡Es dueño de medio Languedoc! La gente lo adora, lo respetan. Acá en Cabaret casi se le idolatra. Mi señor, dudo mucho que quiera buscar algún problema.
—¿Entonces el problemático soy yo?
—No quise decir eso, señor. Tiene razón en cuanto a un posible enfrentamiento, pero eso bien puede evitarse si usted procede con calma. Declararle su enemistad a Trencavel sería un error. Si algo tienen que hacer es arreglar sus diferencias.
—¿Diferencias, Guillenma? ¿Diferencias? ¡Él entorpeció mi labor como gran maestre! ¡Él destruyó documentos secretos solo con su afán de hacerme la vida imposible!
—Mi señor, por favor, no diga en voz alta su cargo.
—Cierto... —respiró hondo, se estaba exaltando. En parte sabía que Guillenma tenía razón, pero su orgullo y la rabia sentía por Trencavel no lo dejaban pensar con claridad.
—Escuchadme, señor. Prometió que iba a hacerlo. —Él asintió en silencio. De alguna forma Guillenma siempre lo hacía entrar en razón, ella sabía más de esas cosas que él después de todo. Era casi su mano derecha—. Enfrente a Trencavel no como señor de Saissac, sino como gran maestre de la orden. Pero no lo rete a duelo ni nada de eso, solo pídale explicaciones del porqué de su accionar.
—Estoy seguro de que cualquier explicación que me dé no va a dejarme tranquilo.
—Exacto, y eso él tiene que saberlo. Decidle lo mal que ha actuado, que como es posible que el último caballero nombrado entorpezca así la labor de su Gran Maestre. Pero déjele claro que ha logrado muchas cosas, que sepa que tenéis las riendas de todo.
—De eso no estoy muy seguro —respondió con franqueza—. Soy caballero de la dama, sé de qué trata el primer pilar del Grial, sé la organización interna. Pero no tengo nada más, ni siquiera un contacto.
—¿Cómo que no, señor? ¿Y qué somos Orbia y yo? ¿Y el trovador Peyre Vidal? Todos nosotros estamos de su lado, eso sin contar a Arnald, Abelard de Termes, Luc y Bernard de Béziers; y lo principal, la dama del Grial. Señor, tenéis todo lo necesario para hacer que la orden sobreviva. Créame que no necesitará nada más de momento. Pero lo que sí es innecesario es enfrentarse a los caballeros de la orden. Lo que debe hacer es arreglar sus asuntos con Trencavel y unirlo. Después de todo, cuando llegue la tragedia necesitaremos a un señor importante como él en nuestras filas. No lo queremos en nuestra contra. Además si llega a él, seguro que también tendrá de su lado al conde de Foix.
Guillaume se quedó en silencio. Una vez más la dama tenía la razón. Tenía de hacer todo aquello, era su deber, era lo correcto. No soportó a Trencavel cuando tenía doce años, ¿acaso podría tolerarlo en ese momento? No le iba a quedar de otra si de verdad quería hacer las cosas correctas.
—Está bien, Guillenma, voy a tener cuidado y seguiré tus consejos.
—Gracias por escucharme, señor. Falta poco para el almuerzo, de seguro será especial para darle la bienvenida al vizconde. Por favor, todo dependerá de lo que suceda en ese momento cuando se encuentren.
—No te preocupes, voy a comportarme como el Gran Maestre que se supone que soy —contestó, aunque no estaba muy seguro de eso. Tenía la clara sensación de que hablaba de la boca para afuera, pues su voluntad no estaba conforme con lo que la razón le pedía hacer.
La dama se despidió de él, y Guillaume decidió esperar antes de bajar al salón. Se preguntó qué pretendía Trencavel al presentarse de la nada y sin anunciarse, pues sin duda la llegada del vizconde debió preverse. Con lo minuciosa que era Bruna para organizar los banquetes del castillo, si ella hubiese estado enterada de la visita como correspondía, se la habría pasado el día entero ajetreada con los preparativos. Pero eso no pasó, y la llegada del vizconde lo intrigada más. ¿Qué pretendía?
Guillaume bajó hacia al salón principal a la hora justa para el almuerzo. No le sorprendió ver que había mucho movimiento, después de todo la llegada de un gran señor como Trencavel no podía pasar desapercibida. Le hizo unas cuantas preguntas a Pons, y este respondió que se había ordenado un gran banquete y una fiesta para la noche en la que todo Cabaret estaría invitado, el almuerzo sería privado.
¿Y él estaba invitado? Se suponía que sí, después de todo era uno de los habitantes del castillo. ¿Qué tal si no se presentaba fingiendo que no sabía nada? Por más que lo deseara no podría hacer tal desaire. La parte difícil para Guillaume sería esa, presentarse ante ese tipo como si nada, haciendo de lado las diferencias. Iba a tener que ser hipócrita, y en honor a la verdad dudaba no aguantar ni un instante para molestarlo como en los viejos tiempos.
Al fin llegó al salón, y lo encontró sentado al lado de Peyre Roger. No lo veía desde hacía tanto tiempo que casi no lo reconoció, pero supo por sus ropas que solo podía ser él. Claro, ya no era el mocoso que solía molestar hasta hacer llorar de rabia, era todo un caballero dueño de grandes tierras. Y dueño de una gran estupidez también por atreverse a desafiarlo y a ir contra los intereses de la orden. Ganas de golpearlo no le faltaban, pero había prometido a Guillenma que se iba a comportar. Cuando al fin se dieron cuenta de su presencia, el joven vizconde lo observó de frente, y sus miradas se encontraron en un instante que pareció eterno.
Era como si se estuviesen retando con la mirada, ambos entendieron en ese momento que serían capaces de matar el uno al otro si no hubiera nadie presente. No había nada de respeto en sus miradas, solo un resentimiento antiguo que se había transformado en algo peor con los años gracias a los últimos acontecimientos. Guillaume se sorprendió al principio de eso, el Trencavel que recordaba era un muchacho idiota que no hacía más que llevarle las quejas a su padre y nunca le hacía frente. Este Trencavel era más osado, más atrevido y firme.
—Mirad quién ha llegado —dijo Peyre Roger poniéndose de pie—. Mi señor, tengo el agrado de presentaros a...
—Guillaume de Saissac —interrumpió Trencavel mirando al caballero—. No tenéis que presentármelo, Peyre. Lo conozco bien.
—Claro, como olvidar a Raimón Roger Trencavel, vizconde Albi, Béziers y Carcasona —contestó Guillaume en igual tono. Lleno de desprecio el uno por el otro.
—Qué alegría que se conozcan, algo me habían comentado sobre eso —dijo el señor de Cabaret. Guillaume notó que los miraba a ambos de lado. Era un tipo astuto, por supuesto que se dio cuenta de las tensiones entre ellos.
—¿Pero qué falta de respeto es esta, Trencavel? ¿Estás seguro de que te instruyó mi padre? No nos hemos saludado como se debe —le dijo Guillaume, y se inclinó ante él esperando que el otro hiciera lo mismo. El vizconde hizo un gesto de desagrado e imitó el acto—. Es un honor teneros aquí.
—Es una sorpresa verte, creí que ya estabais en Saissac.
—Claro, me encantaría regresar. Pero aún se está recuperando del incendio, como comprenderás. Lo cual es bastante irónico, ¿no? Quien quiera que haya hecho aquello esperaba mi desgracia, pero solo me ha traído felicidad.
—¿A qué os refieres? —preguntó el vizconde intentando sonreír. Quería ser el mismo tipo relajado y confiado de siempre. Guillaume sabía que no se la estaba dejando fácil, y disfrutaba mucho de eso.
—Creí que ya medio Languedoc lo sabía, ese pillo de Peyre Vidal se ha encargado de difundir la noticia según él de puro despecho. Me he unido en juramento de finn' amor con la dama más hermosa de este mundo, Bruna de Béziers.
Guillaume tuvo la intención de que esa manera Trencavel supiera que como Gran Maestre había logrado el objetivo de acercarse a la dama del Grial, pero la reacción de Trencavel lo sorprendió. El vizconde le devolvió la mirada con rencor, o más que eso en realidad. Con odio. Tuvo una extraña sensación que le dijo que ese hombre se iba a lanzar sobre él en cualquier momento. De pronto hicieron su aparición en la sala Orbia y Guillenma acompañadas de sus doncellas, detrás de ellas también iban Luc y Arnald.
—Qué increíble sorpresa —dijo Orbia sonriente—. Mi señor Trencavel, hace tanto tiempo que no nos hacéis el honor de una visita, vuestra presencia aquí llena de alegría los corazones de todos —se acercó y lo saludó con una venia. Por suerte, la llegada de las dos damas bastó para que los ánimos entre ambos se apaciguasen.
—El honor es mío, señora —le dijo Trencavel.
Guillaume lo miró de reojo, parecía otra vez que era el tipo que describían y amaban en Provenza. Amable, sonriente, galante. Todo un caballero cultivador de la finn' amor. Saludó a ambas damas y las llenó de halagos antes de tomar asiento. Estaban todos en la mesa, menos la señora del castillo. Y eso hasta a él le extrañó.
—¿Dónde está vuestra bella esposa, Peyre? —preguntó Trencavel cuando estuvieron acomodados para comer. Hubo un silencio quizá un poco incómodo, las damas y Peyre intercambiaron miradas, luego observaron a Guillaume. El caballero reconocía que tal vez en ese momento no tenía buena cara, había descubierto de pronto que no le agradaba que Trencavel mencionara a su amada. Dio gracias de que ella no estuviera ahí, porque quizá no hubiera resistido ver como la llenaba de halagos. Aunque él también se hizo la misma pregunta. ¿Dónde estaba Bruna?
—¡Oh, cierto! —dijo Luc—. Mi prima se sintió mal de pronto. Las doncellas la arroparon y creímos que era mejor que no bajara hasta el banquete.
—¡Pobre Bruna! —exclamó Guillenma—. Pasaré luego del almuerzo para ver como está, sería una lástima que no estuviera presente en la fiesta de hoy.
Nadie hizo más comentarios sobre Bruna, se dedicaron a comer y a hacerle algunas cuantas preguntas a Trencavel acerca de Carcasona y otros asuntos del vizcondado. Aunque Guillaume estaba muy preocupado por lo que acababa de escuchar, iría corriendo a ver a su amada cuando terminara el almuerzo. Era extraño, todo el día estuvo bien, ¿por qué de pronto eso?
—Decidme, Guillaume —le pidió el vizconde—, ¿sigues siendo tan bueno como antes con vuestra puntería con el arco y la flecha?
—Por supuesto —contestó relajado—. Mejor aún, los años han perfeccionado mi técnica.
—¡Qué sorpresa! —dijo Orbia—. En Provenza todos saben que la mejor puntería la tiene el vizconde Trencavel, pero no teníamos idea de vuestras habilidades, Guillaume. ¿Qué tal una competencia entre ambos? Será fascinante ver eso.
—Desde luego, señora —contestó el joven vizconde—. Siempre y cuando estéis presente.
—No me perdería algo así por nada del mundo.
—No debéis organizar ese tipo de competencias, Raimón —le dijo Guillaume—. Es obvio que voy a humillaros. ¿Qué va a pensar la gente de Cabaret cuando vea a su encantador vizconde derrotado? Eso no sería nada conveniente. —Trencavel sonrió para disimular y hacer pasar todo eso como una broma. La risa de Peyre Roger fue lo único que hizo que no respondiera, después de todo eso era una ofensa. Aquello pasó a ser una broma sin la mayor relevancia, por suerte.
—Igual creo que será interesante —agregó Guillenma—. Ahí estaremos, señores, no lo duden.
—Entonces solo queda decidir el día —le dijo el vizconde—. Veréis, Guillaume, yo también he mejorado mucho. Veremos quién se queda con el título de la mejor puntería de Provenza.
—Supongo que es una buena idea —contestó este—. En París me conocen como uno de los mejores, puedo seguir acumulando premios. —Aunque Guillaume lo decía muy en serio, eso fue tomado una vez más como una broma y al caballero no le quedó otra que sumarse a las risas.
Estuvieron en la mesa un rato más, conversando de diversos temas, y Guillaume trataba de no intervenir mucho. Quería irse de ahí de una buena vez, pero el primero en retirarse debía de ser Trencavel según las normas de cortesía. Así que iba a esperar un rato más, moría por ir a ver a Bruna.
Al fin el vizconde dijo que se iba a retirar a descansar y estar bien dispuesto para la fiesta. Peyre Roger se fue casi de inmediato seguido por Orbia, Luc se fue por su lado con Arnald, y él se quedó solo en la mesa con Guillenma. Por alguna razón estaba seguro de que esta quería decirle algo, así que decidió escucharla antes de ir a ver a Bruna.
****************
Bruna no quiso bajar al almuerzo por nada del mundo. La reacción que tuvo cuando Luc le dijo que el vizconde estaba ahí no fue exagerada, fue natural. Si es que se podía llamar así a los mareos y el casi desmayo que le provocó la noticia. Por suerte su primo no se dio cuenta de nada, o mejor dicho, no lo relacionó con la realidad. Con decirle que se había sentido un poco mal desde hacía unos días bastó para convencerlo y despedirlo. A solas con Mireille no pudo evitar sentirse nerviosa sin saber qué hacer. Él estaba ahí, no podía quedarse callada y tenía que hacer algo.
Fue entonces que decidió esperar a que el almuerzo acabara para salir de sus habitaciones e ir a buscar a Guillaume. Sabía que iba a ser difícil, pero tenía que contarle todo antes que ocurriese un malentendido. Quizá él se molestaría, pero era mejor eso a que se enterase mediante un escándalo. Confiaba en que su amado la iba a comprender, que él sabría escucharla y la iba a apoyar en todo. Envió a Valentine a que le avisara cuando el almuerzo acabara para salir a solas y a escondidas. Nadie debía verla, eso era impropio de todas maneras. Cuando Valentine le dijo que el vizconde se había retirado ya, ella salió de inmediato para el lado del castillo donde Guillaume estaba instalado.
Caminó con cuidado, todavía no entendía como era que no se había quebrado al saber de la presencia del vizconde. Quizá se había hecho demasiado fuerte para llorar ya. Tocó la puerta varias veces y al no recibir respuesta entendió que no estaba. Iba a demorar en llegar de seguro, mejor iría a su habitación y lo mandaría a llamar desde ahí. Era mejor así, en su territorio se sentiría más segura para hablar acerca del tema.
Cuando salió por el pasillo miró a ambos lados y agradeció al cielo que no hubiera nadie por ahí. Pasó cerca de la escalera que daba a la planta baja, en el cruce que daba a los pasillos que conducían a las diferentes habitaciones. Nadie la había visto, o eso creyó. Hasta que le pareció escuchar unos pasos que venían del otro pasillo, desde la habitación donde se había instalado Trencavel. Apretó el paso, quizá él estaba ahí, pero al menos no la vio.
—Bruna... —escuchó una voz detrás de ella, y se quedó paralizada. El corazón le latía tan acelerado que pensó se le iba a salir del pecho. Sus sentimientos la nublaron y no consiguió pensar en nada. Quiso escapar, pero él fue más rápido. Sin esperar, la dama se dio la vuelta y empezó a correr, pero él hizo lo mismo—. Bruna, por favor... —dijo este mientras la tomaba por los brazos, así logró detenerla—. Bruna, amor mío... —Él estaba desesperado, y ella apenas fue capaz de mirarlo. Todo ese temor se transformó en furia cuando este la arrinconó contra la pared y buscó sus labios. Antes siquiera de que llegara a rozarlos, ella lo empujó y le dio tremenda bofetada que sonó fuerte en todo el pasillo.
—¡No me digas "amor mío"! —gritó con la voz cargada de rabia. Solo entonces Trencavel se dio cuenta, sus ojos estaban cubiertos de lágrimas y toda ella temblaba—. No te atrevas a tocarme. ¡No te atrevas a besarme! No eres más mi caballero, ¡yo no soy más vuestra dama!
Pero de pronto el ruido de un metal chocando con el piso los alertó. Ambos volvieron la mirada y a la entrada del pasillo estaba Guillaume, pasmado por lo que acababa de escuchar. Ella empezó a temblar de temor, de seguro que a esas alturas él ya lo tenía claro. El vizconde Raimón Roger Trencavel, era el mismo Raimon de Miraval. Su primer caballero, el hombre que la abandonó y destrozó.
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(1) Cuando brotan las flores y las hojas - Wolfram von Eschenbach (1170- 1220)
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Noches, porque buenas están mis ganas de arruinarle la vida a Bruna JAJAJA PERDÓN
Y si no lo sabían, y lo saben y queda reconfirmado xd Trencavel es el primer caballero de Bruna, y también mencioné por ahí que Trencavel era Raimon de Miraval... MUAJAJAJAJA
¿Qué se viene? MÁS DRAMA.
Capítulo dedicado a mi amiguis Leo_Hidalgo, quien hoy ganó un premio de medicina de su universidad, y si no publicaba hoy me mandaba un misil xdddd
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