Capítulo 38: Cercanos
Señora, no puedo ni la centésima parte
de mis penas ni de mis males enumerarte;
ni de los sufrimientos, angustias y dolores
que padezco, señora, por tu amor. Amor es
causa de mis tormentos: me abraso estando vivo
y en medio de esta hoguera me consumo cautivo (1)
Del manuscrito de Arnald
La noche de la fiesta descubrí por qué tanta gente adoraba a Peyre Vidal y lo consideraban el mejor trovador. Quedé maravillado con su talento, y aunque ya había escuchado versiones de Rosatesse antes, esa me dejó mudo. Tampoco fue una sorpresa que mi señor le dedicara una canción a la dama Bruna. Debo confesar que me gustó mucho, reconozco que esa vez se esforzó en serio en crear algo bonito y conmovedor. No entendía la razón por la que Peyre Vidal lo ayudó con la música, luego tendría las explicaciones.
Yo sabía de los errores de Guillaume, y que Bruna no lo iba a perdonar tan fácil. Ay, pero aunque suene extraño, deseé que eso se solucionara. Mi señor había cambiado mucho desde que dejó París, las presiones por ser parte de la orden le hacían diferente al zángano con quien conviví allá. O quizá era que el afecto a Bruna lo que motivó ese cambio, y esa idea se me hacía más hermosa. Después de tocar su canción se veía muy animado, así que decidí aprovecharme de la situación. ¿Hice mal? En ese momento no sentí culpa por mi oportunismo. Hoy tampoco.
Le pedí permiso para ir hasta Carcasona a visitar a mi amigo Luc de Béziers solo por ese día. Él aceptó gustoso, incluso me pidió que observara si estaba pasando algo raro y cómo andaba el vizconde Trencavel. No tenía intención de espiar, pero aun así acepté. En fin, a la mañana siguiente estaba listo para ir a Carcasona. Conocía el camino, era muy fácil de hallar. Se dice que "todos los caminos llevan a Roma" cuando se habla en general, pero si de Languedoc se trata me atrevo a decir que todos los caminos pasan por Carcasona o muy cerca de ella.
No era el único en la ruta, así que me uní a un pequeño grupo para no pasar inconvenientes con proscritos. Llegué poco antes del mediodía y hallé Carcasona tal y como la atesoraba en mis recuerdos. Una próspera ciudad con altos e impenetrables muros, con sus iglesias y casonas sobresaliendo en lo alto, con hermosas banderas de las familias colgadas en sus casas y siempre tan llena de vida, de gente dedicada a sus comercios, de personas de gran valor. Quien diría que tiempo después de esa ciudad no quedaría ni uno solo de los habitantes, y que sería propiedad del infame que llegó desde el extranjero en busca de riquezas. Infame ahora, pero que alguna vez consideré un gran señor.
Me apresuré a llegar hasta la zona de la villa donde vivía el vizconde Trencavel, de seguro que ahí estaría también Luc. Los pajes como él y yo no solíamos andar con los escuderos y otros hombres de armas, al menos no durante el día. Tuve que entrar al castillo principal y preguntar. Habían pasado más de cuatro años desde la última vez que nos vimos, ambos éramos muy jóvenes cuando nos separamos. Me bastaron algunas preguntas para orientarme sobre su paradero, hasta que al fin nos volvimos a encontrar.
La alegría me invadió, él me observó con una sonrisa. Casi sin poder evitarlo corrimos al encuentro uno del otro y nos abrazamos como si fuéramos dos niños. Él había cambiado, me atrevo a decir que parecía más un caballero que yo mismo. Sentí deseos de llorar de alegría por verlo, pero él se me adelantó y cuando lo vi derramar un par de lágrimas de emoción no pude contenerme. Nos separamos un momento a observarnos bien, como para confirmar qué tanto habíamos cambiado, y luego volvimos a darnos un abrazo fraternal. Las lágrimas dieron paso a las risas y carcajadas. ¡Qué gran encuentro! No podía creer que al fin estábamos frente a frente.
—Pero miren, nada más y nada menos que Arnald de Maureilham —dijo Luc con la voz más gruesa de lo que recordaba—. ¡Imposible de creer! Quien te viera y quien te ve. ¡Pareces todo un caballero!
—Eso debería decir yo de ti. Has cambiado para bien, por supuesto. Ha pasado mucho tiempo. ¡Te extrañé tanto en París! ¡No hay tipos como tú en ningún lado del mundo!
—Ni yo he logrado encontrar un amigo como tú en estas tierras, y eso que he recorrido el Mediodía hasta llegar a Foix. Ven conmigo, debes estar cansado y con hambre. Podemos ir a recorrer la villa, quiero llevarte por Carcasona.
—Pero, ¿no estás ocupado? ¿No requiere el vizconde de tus servicios?
—Oh no, hoy no está en la villa y no me llevó con él, descuida. Podemos disfrutar el día tú y yo —agregó animado—. Por cierto, ¿de dónde vienes? ¿Estabas en la ruta? ¿O vienes del hogar? —preguntó en referencia a Béziers. Siempre le llamamos así.
—No, estoy en Cabaret por ahora.
—¡Ah! ¡Cabaret! ¿Puedes creer que aún no conozco la montaña negra? Y he escuchado maravillas, ¿es cierto todo lo que cuentan? ¿Es cierto lo que se dice de la dama loba?
—Se dicen muchas cosas de ella y de Cabaret, y me atrevo a decir que todo es cierto. Es un lugar maravilloso, tiene una bella vista del valle. Siempre hay fiestas, el joy está presente en cada cosa que hacen. Y bueno, escuché muchas leyendas de la dama loba que de seguro tú mismo has oído. Todas son ciertas, es una mujer muy hermosa y encantadora.
—¡Interesante! Bruna no habla mucho de esas cosas, me temo que la vida en Cabaret no le cae bien y prefiere Béziers. Y dime, ¿cómo está mi hermosa prima? ¡Han pasado un par de meses sin verla y la extraño mucho!
—Está bien. Hace unas semanas tuvo un pequeño accidente, casi no podía caminar ni salir de sus habitaciones. Pero ya está mucho mejor, hasta va a fiestas —comenté sin entrar en detalles. Ah... ¿Qué hubiera hecho Luc de saberlos? Montar en rabia de seguro, siempre fue muy protector con su prima.
—¡Oh! ¡Pobre Bruna! Ella siempre ha sido muy frágil, ¿sabes? Ni hablar de sus males del estómago. Pero si me dices que está mejor me siento más tranquilo. Quisiera ir a verla un día de estos, desde que me hicieron paje del vizconde Trencavel he estado muy ocupado.
—¡Debe ser todo un honor estar al lado de ese ejemplar caballero! ¡Qué suerte has tenido, Luc! Si supieras las que he tenido que pasar en París...
—Si, claro, mucha suerte... —dijo en un tono extraño. Incómodo tal vez—. Hay cosas que tengo que contarte, pero no aquí.
—¿Sucede algo? —No contestó. Solo me hizo una seña para que lo acompañara a un lado.
—Ven, vamos a pasear por Carcasona. Te llevaré a un lugar, pero debes ser discreto.
—¿Qué...?
No entendí aquello, todo se me hizo muy extraño, tanto que empecé a desconfiar. Conforme salimos del castillo, y cambiamos de tema, me fui animando. Conversamos un rato más sobre Béziers, de algunas cosas que había vivido en París. Me contó sobre la fiesta de San Juan, y yo también le hablé de algunas cosas que había visto en Cabaret. Hasta se atrevió a contarme que planeaba ser caballero en la finn' amor de mi querida prima Lorena. Nos dimos unos golpes en juego, tal vez unos más fuertes por mi parte a modo de reclamo y muestra de celos.
Yo sabía que Lorena que no era una niña, aunque así la recordara. Ya estaba en edad para casarse, pero eso poco tenía que ver con la finn' amor. ¿Podía oponerme a esa relación? Pues no. Después de todo, ¿quién mejor que mi gran amigo para ser caballero de mi dulce prima?
Salimos por las calles empedradas, pasamos cerca al mercado, pero no nos detuvimos. Luc había llevado algo de pan que nos repartimos en el camino. Nos sentíamos animados, charlando de nuestras aventuras y de todo lo que vivimos cuando estuvimos lejos, parecía que los temas de conversación nunca se nos iban a acabar. O así fue, hasta que me di cuenta de que estaba frente a una iglesia.
—¿Y qué hacemos aquí? —pregunté sin entender.
—Es una iglesia del temple —me explicó—. Ven, te voy a presentar a alguien.
—Bien... —respondí extrañado.
Entramos con respeto, y haciendo la señal de la cruz. El lugar estaba solitario, así que cruzamos hasta llegar a otra estancia. Allí, al fondo, había una puerta que Luc tocó. Fueron dos golpes secos, y así supe que se trataba de una especie de código.
—Solo me muevo durante el día —dijo alguien del otro lado de la puerta.
—Porque no confío en la noche —contestó Luc. Estaba boquiabierto, ¡era el santo y seña del que me habló Guillaume! ¡Luc también era parte de la orden! —. Traigo a alguien que debéis conocer —añadió.
—Eso lo juzgaré yo.
La puerta se abrió, y pronto apareció un caballero templario a quién reconocí por el color blanco y la cruz roja. Me miró de pies a cabeza, me examinaba, y yo no sabía por qué Luc me llevó ante ese hombre.
—Es Arnald de Maureilham —aclaró Luc, y esas palabras bastaron para calmar al templario.
—¡Arnald! —escuché una exclamación dentro de esa habitación. Poco después vi dos rostros familiares: Mi tío Bota, y el senescal de Béziers.
—¡Tío! —expresé sorprendido. Cuando me di cuenta, él ya estaba frente a mí, dándome un fraternal abrazo. Jamás había hecho algo así, aunque nunca fue hostil conmigo, siempre me trató con cierta distancia. Pero en ese momento saber que me había extrañado y le complacía verme me llenó de alegría.
—¿Qué pasó? ¿Por qué estás aquí? —preguntó con rapidez el senescal.
—¿Escapaste de Cabaret? —agregó mi tío con preocupación.
—¿Estáis bien? ¿Os hicieron daño? ¿Habéis venido por refugio? —me interrogó el templario. Los miré confundidos, ¿qué querían decir con todo eso?
—Esperad, ¿por qué tendría yo que huir de Cabaret? ¿Pasa algo malo?
—Ha estado muy tranquilo desde que llegó —les explicó Luc—. Diría que vino por voluntad, que nadie lo retuvo en Cabaret.
—¿Qué está sucediendo? ¿Estoy en peligro? ¿Quién sois? —le pregunté al templario, y este se apresuró en contestarme.
—Abelard de Thermes —me dijo, pero eso no me daba ninguna referencia.
—Tío, señor, caballero —dije mirando a los tres—. ¿Somos lo que creo que somos? ¿Miembros de una misma orden? —pregunté con cautela, con temor de haber hablado de más.
—Sí —respondió el señor Bernard—. Sé que sois un muchacho listo, no podéis ser indiscreto sobre lo que hablaremos hoy.
—Claro... claro... ¡Es que no puedo creerlo! Mi señor y yo hemos estado a la deriva, pensábamos que no nos querían en la orden, o que podía ser peligros, no lo sé... ¡Guillaume se va a animar tanto cuando sepa de esto!
—¿Qué parte de "discreción" no te quedó clara? —me dijo mi tío Bota, y de inmediato me sentí abochornado. La emoción me invadió y no pude controlarme.
—Decidnos una cosa, ¿cómo está Guillaume? —preguntó el senescal.
—Pues... Bien. Si, bien. Sobrio, eso es importante —expliqué.
—¿Ha sufrido algún ataque desde que llegó? —preguntó el templario.
—Si... —respondí con algo de duda. De inmediato todos se alarmaron, noté el temor—. ¡No es lo que pensáis! No fue un ataque enemigo. Fue... Bueno, fue un lío entre caballeros, por decirlo así.
—¿Quién lo atacó? —preguntó mi tío.
—El señor Jourdain...
—¡Qué! —exclamaron todos a la vez, incluso Luc.
—Parece que hay mucho de qué hablar —dijo el señor Bernard de Béziers—. Y nosotros tenemos cosas que contaros. Como habréis notado, estamos muy preocupados por el bienestar del gran maestre, y lo que acabas de contar no nos tranquiliza del todo. —Yo asentí. Estaba sorprendido, y bastante abrumado. No podía creer que al fin después de tanto tiempo sintiéndome a la deriva con la orden estaba ante caballeros de la misma, y que además parecían muy preocupados por todo. Lo que me llevó a hacer una pregunta.
—Claro, claro. Os contaré. Pero... no lo entiendo. ¿Por qué ahora? ¿Por qué no antes? ¿Qué pasó que no pudieron contactarnos?
—Solo debéis saber que somos fieles a la orden, y que reconocemos a vuestro señor como el gran maestre —explicó el senescal—. Pero han sucedido muchas cosas que ahora debéis saber, y que os pedimos expongas ante Guillaume.
—Si, claro. Lo haré sin dudarlo. ¿Y qué es lo que está pasando en verdad?
—Traiciones desde adentro para empezar —explicó el templario. Contuve la respiración. Así que al fin, me dije, el velo que ocultó la verdad iba a levantarse.
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Todo su entusiasmo por aprender más del encantamiento se desvaneció en cuanto Arnald le contó las novedades. Que la orden estaba dividida ya lo sabía, de cierta forma Guillenma se lo había insinuado cuando dijo que no todos confiaban en él y esperaban a que estuviera apto. Lo que no pudo siquiera imaginar era que amenazaron a otros para que no lo contactaran, que incluso llegaron más lejos. Hasta incendiar Saissac.
Al conde de Foix no lo conocía, pero a Trencavel sí. Nunca se llevaron bien, y siempre lo creyó demasiado caballero para atreverse a hacer algo así. No pensé que ese chico fuera capaz, había llegado demasiado lejos. ¿Que confesó arrepentido? No se la creía, seguro que el muy cobarde solo lo dijo para librarse del castigo cuando notó que estaba acorralado. Oh no, él no se iba a fiar de ese vizconde de mierda. ¿Así que no confiaban en él? Pues ya se iba a enterar lo dispuesto que estaba a ponerlo en sitio que para que aprendiera a respetarlo. No iba a dejar que pasaran sobre él, mucho menos el idiota de Trencavel.
Guillaume se sabía impulsivo, eso nunca lo había negado. Hizo planes para salir de Cabaret, pero se olvidó de un gran detalle: Su nueva aliada lo sabía todo. La dama Guillenma fue a su encuentro, y con calma, lo hizo entrar en razón. No se consideraba la clase de persona que aceptara consejos, pero tuvo que reconocer que las razones que expuso la dama para que se dejara de estupideces y se calmara fueron aceptables. Eso, y que de seguro ya había dado la orden para que no lo dejasen ni asomarse a la salida del castillo.
Sí, ella tenía razón. Enfrentar a Trencavel haría que la orden desconfiara más de él. Y ya no estaba en la misma situación de antes, ya sabía que tenía aliados. La misma Guillenma. Arnald, Luc, el padre de Bruna, el tío de su paje, y hasta un templario llamado Abelard. Todos estaban corriendo riesgos por apoyarlo, y tenían que ser discretos para no arruinarlo. Por un lado estaban Trencavel y el conde de Foix, que aunque le jodiera, eran los hombres más poderosos de Languedoc. Ah, y el otro hombre poderoso, el conde de Tolosa, era el maldito traidor que pudo entregar su cabeza. Oh no, peor. Entregó a su padre para morir en su lugar.
¿Que si estaba molesto? Por supuesto. ¿Que quería destrozar todo lo que se le cruzara en el camino? También. Ya estaba harto de todo y de todos, ni siquiera tenía idea de cómo había hecho para aguantar tanto sin rendirse. Estaba haciendo todo lo posible, se estaba esforzando de verdad. Pudo escoger el camino fácil y largarse de Languedoc para dejarlos con sus malditos problemas. Pero no, su vida se estaba consumiendo en conocer a esa orden. Y ya ni siquiera tenía a Bruna.
Si eso ya lo tenía con los nervios de punta, su distanciamiento de Bruna solo empeoraba las cosas. No sabía cómo acercarse a ella. Antes todo era como magia al verse. Aparecían las sonrisas, se aceleraban sus corazones, se olvidaban de todo. Eso había cambiado, y lo odiaba. Ya solo quedaba incomodidad, sensación de culpa, de dolor. ¿Cómo arreglar eso? ¿Cómo volver a ser los de antes? No sabía, pero tal vez se le ocurriría algo decente si tuviera la oportunidad de compartir un rato con ellos. ¿Y cómo iba a hacerlo, si ese condenado trovador la acaparaba todo el tiempo?
Mientras Guillaume andaba preocupado con asuntos de la orden, Peyre Vidal estaba de lo más feliz con Bruna. Ambos daban paseos acompañados por las doncellas, incluso con Guillenma. ¡Hasta ella lo estaba traicionando! Y se notaba que la pasaban muy bien. ¿Qué sentía? ¡Ni siquiera podía entenderse a sí mismo! Odiaba verla feliz con otro, pero a la vez le alegraba verla sonreír después de pasar tantos días enferma y en la oscuridad. ¿No supo siempre que ese desgraciado de Peyre tenía "algo" con Bruna? Tal vez no lo mismo que tuvo con él, quizá ni siquiera sentían algo verdadero el uno por el otro, pero eso bastaba para enojarlo. Y porque estaba enojado y celoso no se le acercaba, y por no acercarse ella aceptaba la compañía del trovador. Un círculo de nunca acabar.
Pero ya no más, se cansó. Tal vez no era el mejor día para decidirse a hacer algo al fin, considerando que no dejaba de pensar en la traición de algunos miembros de la orden, pero igual bajó a los jardines de Cabaret dispuesto a encontrar una oportunidad para hablar con ella de una vez. Y pobre de aquel se atreviera a interponerse.
Así los vio juntos otra vez. Resopló, pero avanzó convencido de que iba a sacar al trovador del medio. Bruna fue la primera en verlo, y esa vez no se esforzó por evitarlo. Lo miró, y no dijo nada. Lo contempló, y quizá por un instante fue la misma de antes. Sí, estaba seguro de que así fue. Solo que de alguna forma se forzó a entrar en razón y a volver a ser indiferente ante él. "Quiere olvidarse de mí", se dijo con pesar. Bruna buscaba dejar de quererlo, deseaba dejarlo atrás y se esforzaba por lograrlo. Y él tenía que hacer lo posible para que no tuviera éxito.
—¡Oh! ¡El señor de Saissac aquí! —exclamó animado el trovador. Lo que más ganas de golpearlo le daban era que ni siquiera estaba fingiendo. Sonreía con franqueza, era amable, atento, agradable. ¡Desgraciado Peyre! ¿Por qué tenía que ser así? Le daba culpa tener que detestarlo—. Qué bueno veros por aquí, ¿cómo es encontráis?
—Bien. Ocupado, pero bien. Gracias por preguntar —contestó. Miró a Bruna, pero esta apenas respondió con cortesía.
—Que tenga un día agradable, señor —le dijo. Ah, y además quería despedirlo. No, eso no.
—Mi señora —se paró frente a ella, buscó su mirada. Bruna intentó apartarse, pero no lo logró—. Me preguntaba si podríamos dar un paseo para poder hablar.
—Tengo compañía en este momento, sería una descortesía retirarme.
—¿No podéis hacer una excepción solo por esta vez? No os robaré mucho tiempo. —Bruna lo dudó. La notó apretar los bordes de su vestido con discreción. Pero a pesar de todo, y para alivio suyo, asintió.
—Ya regreso, Peyre —le dijo al trovador.
—Os espero, mi señora —respondió él.
Bruna estaba sentada en el pasto, y cuando extendió la mano para que su acompañante la ayudara a levantarse, Guillaume se la tendió. Por un instante Bruna estuvo a punto de apartar la mano para no tocarlo, pero al final cedió. Sentir la suave piel de sus manos otra vez lo estremeció. Y tenerla cerca reavivó su deseo por ella. Dios, cuánto... cuánto la anhelaba. Cómo deseaba besar esos labios, adorar la piel de todo su cuerpo, escucharla suspirar. No había forma de que se resignara a perderla.
No fueron muy lejos, tampoco sería apropiado. Valentine y Mireille estaban cerca, en teoría escoltándolos. Bruna no había tomado su brazo, parecía tensa. La miraba de lado, y una vez más no sabía cómo empezar la conversación. Todo lo que había pensado para acercarse se le borró, era difícil hacerse el listo con ella cuando su sola presencia lo dejaba sin palabras.
—¿Cómo está todo en Saissac? —Fue ella la primera en hablar, qué gran alivio.
—Mejor. No voy hace varios días, pero hasta donde vi, el castillo estará en condiciones pronto.
—Oh, me alegra saberlo. Supongo que volverás.
—¿Quieres que me vaya?
—Te ibas a ir de todas maneras. Este no es tu hogar. —No sabía si pretendió ser mordaz o no, pero de alguna forma le dolieron esas palabras.
—Era mi hogar. Al menos así lo sentía cuando estaba cerca de ti.
—Ah... —murmuró ella. Todo se estaba poniendo incómodo otra vez.
—Bruna...
—Fue una canción bella —se apresuró en decirle, hablaba de lo que le cantó en la fiesta de Guillenma—. Muy bonita, pero melancólica. No quiero ponerte triste.
—No es tu culpa, fui yo el que lo arruinó todo.
—No sirve de nada que te atormentes por eso y que sufras. Ya pasó, y debe quedar atrás.
—No puede ser así si no me has perdonado —se detuvieron un momento. Bruna se giró, estaban frente a frente. Ella, cohibida. ¿Qué quería decirle? ¿Qué luchaba por ocultar?
—Es mi deber como cristiana perdonarte —explicó con cierta timidez—. Y sé que debo hacerlo. Pero cada vez que lo intento, cada vez que te veo... No lo entiendo. Sé que no tiene explicación, que solo sucedió, que estás arrepentido. Pero cuando te veo recuerdo lo que pasó esa noche, lo veo una y otra vez. Se repite aquí —dijo señalando su sien—. Se repite, y se repite. Cierro los ojos, y lo veo. Ojalá pudiera dejar de pensar en eso, pero no puedo.
—Hay cosas que son difíciles de olvidar, y en serio lamento hacerte pasar por eso —le dijo con sinceridad.
Él mismo tampoco podía dejar atrás algo, por más que intentara olvidar siempre se repetía. Como la sensación de terror que experimentó al ver a Bruna desmayada después de la caída, creyéndola muerta. O el instante en que vio en sus ojos el dolor y la decepción. Podría jurar que ese fue el momento exacto en que todo se rompió para ellos, y a veces pensaba que no había forma de repararlo.
—Por favor, basta ya de hablar de eso. Lo hemos conversado antes, y ya no vale la pena. Pasó, y algún día habrá lugar para el perdón, pero ahora es difícil. Seguir mencionándolo me atormenta.
—Lo lamento. Solo tienes que saber que en serio haría cualquier cosa para que me perdonaras, lo que fuera. Todo lo que me pidas lo cumpliré si así lo quieres.
Ni siquiera pensó esas palabras, pero hablaba muy en serio. "Amaury, ¿recuerdas cómo nos burlábamos de los caballeros que se la pasaban rogando a una mujer? Bueno, aquí estoy", se dijo con resignación. Ya ni vergüenza le daba, eso que sentía era más fuerte que su orgullo.
—Basta, no voy a pedirte que hagas una locura por mi perdón. No soy esa persona —aclaró Bruna de inmediato, de pronto ella parecía la avergonzada—. No se trata de cuánto me ruegues, no es necesario.
—Entonces, ¿qué puedo hacer? Dímelo. Dime algo que en este momento te haga feliz.
—Hablemos de otra cosa, eso me alegraría —propuso la dama, y él asintió. Eso era sencillo, y tal vez hasta mejor. Seguir dando vueltas a lo mismo cuando Bruna lo rechazaba solo acabaría lastimándolos más.
—¿Y de qué quieres hablar?
—Eres uno de los pocos caballeros que canta, aunque en verdad a todos les gusta a hacerlo. El tema es que les avergüenza no hacerlo bien.
—Lo he notado, Cabaret tiene un público muy exigente.
—¿Cómo lo logras? Digo... lo haces ver muy fácil. Yo moriría de vergüenza si tuviera que pararme delante de todos ellos a cantar. Estoy segura de que me abuchearían.
—¿Qué? ¡No! ¿Cómo se te ocurre? ¡Eres una intérprete maravillosa! Lo poco que he escuchado de ti me lleva a preguntarme cómo es que nadie en Cabaret conoce lo buena trobairitz que eres.
—Yo no... En serio no creo que les guste. Se trata de mí, yo no les agrado —respondió avergonzada. Pero también había enrojecido con sus elogios, cosa que acabó por hacerlo sonreír—. Han escogido inventar chismes sobre mí, o juzgarme mal, antes que escucharme. Eso ya lo he aceptado, así que ya no me importa. Es solo que cuando sales a cantar siempre... No sé. Siempre pareces seguro.
—Bueno, seguro no estoy. Hay tipos con un talento que jamás podré alcanzar. Peyre Vidal, por ejemplo. Siempre he pensado que ha sido una suerte que les gustara lo que presenté, tal vez solo les caí en gracia por ser la novedad.
—Oh, es que tú no sabes cómo te ves cuando sales a cantar. Creo que los trovadores también tienen de eso. Me refiero a la seguridad en ellos, en lo que hacen. No importa si no son tan buenos, no les interesa. A la gente le gustan los hombres seguros, ¿no? Les da confianza. Supongo que los hombres son así, creen que pueden hacerlo todo.
—¿Y eso es malo?
—No lo sé. También me gustaría sentirme de esa manera de vez en cuando. Nunca aprendí eso. —Guillaume se tomó un momento para pensarlo. Había algo de razón en sus palabras. No lo habían criado para reprimirse, siempre tuvo la firme creencia de que podía hacer lo que le diera la gana y nada iba a pasarle. Las damas no eran así.
—Tal vez algún día puedas cantar delante de otras personas, apuesto a que tendrías un público encantado contigo. Como si les cantara la misma Rosatesse. —Apenas dijo eso, Bruna lo miró con sorpresa. Enrojeció en un instante, hasta se puso nerviosa.
—¿Me... Me comparas con ella?
—Ella ni siquiera canta, ¿no? Peyre le hace el trabajo. Tú sí que lo haces, y además muy bien.
—Pero yo... no sé. Todos aman a Rosatesse, nadie amaría a Bruna de Béziers.
—Yo no la amo, por si te interesa.
—Entonces, ¿no te gusta?
—No quise decir eso. Sus letras son hermosas, la música que la acompaña también. Es estremecedor, cierto. Como si pudieras sentir el dolor de lo que ha vivido en cada una de sus canciones.
—Creo que eso es lo que hace que todos la amen. Que de alguna forma todas hemos vivido eso, o en algún momento de nuestras vidas nos hemos sentido como ella. Eso es lo que entiendo cuando veo a las damas conmovidas o llorando. De alguna forma todas han querido a alguien que las lastimó.
—¿Eso te incluye? —Bruna apartó la mirada, pero no era necesario que respondiera. Ella misma se había delatado sin querer, y solo le venía a la mente el nombre de Raimón de Miraval.
—Tal vez no canto en público, pero en verdad me gusta mucho hacerlo —admitió, y aprovechó el breve momento de silencio para cambiar de tema por completo. No iba a insistir para sacarle información por más que quisiera saberlo. La charla se había tornado amena, no iba a arruinar el momento.
—Sí, lo he notado.
—Es como si lo olvidara todo, no sé cómo describirlo. A veces pienso que solo necesito a la música para sentirme bien. Todo lo malo desaparece, no pienso en otra cosa. Es un alivio, es como sentirse en paz —describió ella, y Guillaume amó verla sonreír con disimulo. Adoró más sus mejillas rojas, su gesto emocionado, hasta los lindos hoyuelos que se formaron en su rostro —. ¿Te ha pasado alguna vez? ¿Tienes algo que te haga olvidarte del mundo de esa manera?
—Sí... —murmuró, inseguro de contestar, aunque sabía muy bien la respuesta—. Bueno, lo tenía. Te tenía a ti.
"Esto duele", se dijo con tristeza. Admitirlo así, abrirse ante ella, era algo que no imaginó iba a pasar. Conocerla fue lo mejor que le sucedió en Languedoc. Mientras se atormentaba pensando en su padre y en la orden, pensar que la vería y que pasarían el rato juntos lo aliviaba. Ella era su paz, y la había perdido. Cuando estaba con Bruna sentía lo mismo que describió ella al hablar de su música.
—Guillaume...
—Lo siento, no debí importunarte con ese comentario.
—No... —le sorprendió de pronto sentir algo cálido en su mejilla. Era la mano suave de Bruna posándose sobre esta.
La dama lo hizo sin pensarlo, solo lo vio triste y actuó. Lo acarició lento mientras él la observaba perplejo, y cuando se dio cuenta de su atrevimiento intentó alejarse. Pero Guillaume no la dejó. Posó una mano sobre la suya, y así se quedaron. Mirándose, quietos, solo disfrutando el momento. Sin poder detenerse, deslizó despacio la mano de Bruna hacia sus labios, y besó lento la palma de la misma. Lo hizo varias veces, la escuchó suspirar. Ninguno de los dos quiso apartarse, no hasta que Mireille carraspeó la garganta para advertirles.
Se separaron de inmediato, y las doncellas se acercaron más a ellos para disimular. Un pequeño grupo de damas pasó cerca, si nadie les advertía los hubieran visto. Suspiró, qué bueno que Mireille siempre estaba atenta para evitar esas situaciones. Y, aprovechando el pánico, Bruna se fue a un lado, refugiándose entre sus doncellas.
—Debo irme —le dijo.
—No os detengo más, mi señora.
—Hasta luego —murmuró ella, aún conmocionada.
Pero esa vez, a diferencia de otras veces en las que la vio partir, no se sentía mal. Sonrió, pues pensó que tenía razones de sobra para eso. Ella aún lo quería tanto como él lo hacía, ambos lo tenían claro. Solo que había entre ellos una herida sangrante que se negaba a cerrar.
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(1) Señora, más gentil de lo que sé expresar - Arnaut de Maruelh (1195)
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¡Buenas, buenas!
Arnald se encontró con gente del resto de la orden AL FIN. Y todos quedaron kjjkajaka
¿Habrá esperanza cercana para los bebesitos Bruna y Guillaume? 💔 Cada vez más cerca, pero a la vez no 💔
PRÓXIMO CAPÍTULO: Jueves 30 de setiembre
¡No olviden comentar y seguir mis gatadas! xd
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