Capítulo 37: El poder
Cantad, amigas.
Vosotras que interpretan mis canciones,
Vosotras que lloráis como yo lo hago.
Cantad conmigo y con mi vihuela.
Llamadlo sin cansancio hasta que él pueda volver (1)
Del manuscrito de Arnald
Por varios días todo pasó sin novedades. Bruna se puso enferma luego de la partida de Jourdain a Queribus, cosa que tranquilizó tanto a Mireille como a mí. Ella seguía angustiada por la salud de su señora, y yo empecé a preocuparme menos del bienestar del mío. Eso porque un día dejó de ponerse borracho, y luego me explicó que estaba muy ocupado para eso, pues había descubierto algo importante para la orden. Algunas notas que compartió conmigo no he tenido el valor de escribirlas, pues son parte del peligroso secreto que custodiaba la orden.
Supe que mi señor al fin había contactado con alguien que lo estaba orientando, aunque no supe su identidad en ese momento. También me enteré de algunos detalles del origen de la orden y su organización, así como mi posición en la misma. Todo parecía al fin encaminarse, y eso me hacía sentir mejor. Por su lado, Guillaume ponía empeño en resolver sus asuntos como gran maestre, pero aún notaba su tristeza. Él seguía mortificado por lo que pasó con Bruna, y acudía a mí con frecuencia para obtener novedades.
Fue en medio de todo aquello que Peyre Vidal llegó a Cabaret. Como es obvio, un trovador como él no iba a pasar desapercibido, pronto todos supieron de su presencia y más de uno quiso ofrecer su casa para una fiesta. Por supuesto, la señora Guillenma se les adelantó a todos y en un par de días el gran trovador se iba a presentar.
Yo hablaba seguido con Pons, el siervo de mi señor. Él me contó que cuando Peyre llegaba se aseguraba la fiesta, pues nadie sabía por cuanto tiempo se iba a quedar. Cierto que en Cabaret siempre se recibían trovadores, pero ninguno como él. La gente andaba muy entusiasmada, y yo intentaba animarme también. Siempre quise conocer a Peyre Vidal, y cuando al fin lo tendría al frente, no hacía otra cosa que torturarme a mí mismo con pensamientos tenebrosos.
No podía sonreír, porque ya sabía secretos que harían temblar a cualquier hombre. Ese era el peligro de formar parte de la orden: Las revelaciones a veces te hundían en la miseria. Cierto que en un principio me sentí fascinado con las novedades, pero cuando mi señor me contó que Sybille de Montpellier había predicho que Languedoc sería arrasada tuve mucho miedo.
Me contó los detalles de la profecía, pero sin dudas la que más me impactó era de la iglesia de cuyas puertas salía sangre como un río. Había muchas iglesias en el Mediodía, podría ser cualquiera. Pensé que si algún día volvía a ver a Sybille le iba a preguntar los detalles para poder identificarla. Solo le rezaba a Dios a diario pidiéndole que mi Béziers amado no sufriera tanto, y que esa iglesia no sea la nuestra. Qué tonto fui, aun cuando han pasado tantos años recuerdo lo mucho que luego sufrí. Hasta llegué a pensar que ese Dios al que tanto le rezaba en realidad siempre estuvo en nuestra contra.
Volviendo a los días en los que el trovador regresó a Cabaret, todo alrededor parecía ser una fiesta. A pesar de mis temores por el futuro trágico que estaba por llegar, me decidí a animarme para no vivir preocupado. Salí dispuesto a buscar al trovador y charlar al menos un momento. Así que fui a casa de la señora Guillenma, ya que ahí se iba a hospedar unos días. Lo encontré en el salón principal, sentado en una de las escaleras probando algunas notas musicales con su vihuela.
A primera vista me pareció agradable, un tipo joven y bastante relajado. Debía de tener la edad del vizconde Trencavel a quien yo solo había visto una vez. La música que él tocaba era suave y hermosa, me atrapó. Me acerqué a él con timidez, lo miraba con admiración. Él y su arte habían sido capaces de conquistar Languedoc, me sentía como si estuviera ante alguien de la alta nobleza. Ni siquiera se sabía del origen de ese hombre, pero a nadie parecía importarle. Menos a mí en ese momento.
—Buenas tardes, trovador. Es un honor conoceros —dije despacio cuando estuve frente a él. Pronto dejó de tocar y me miró, una sonrisa se formó en su rostro, y yo me sentí más confiado.
—Debéis ser Arnald de Maureilham —me dijo—. Me comentó vuestro señor que tal vez vendrías a verme. He escuchado de vos, vuestro amigo Luc de Béziers se deshizo en elogios.
—¡No puedo creerlo! —exclamé emocionado. Hacía mucho tiempo que no oía hablar de Luc, y hasta me sentía culpable de no haberle enviado ni una carta—. ¿Hace mucho que lo habéis visto?
—Lo vi hace poco, estuve en Carcasona antes de venir. Es paje del vizconde Trencavel, y fue inevitable entablar conversación con un muchacho tan agradable y cortés.
—Muchas gracias por la noticia —le dije muy animado. Pensé que si mi buen amigo estaba en Carcasona tal vez debería ir a verlo—. Pero disculpadme, fui descortés. Vine a conocernos y a felicitaros por ser un excelente trovador, y terminamos hablando de mis amistades.
—No os preocupéis —dijo con la misma sonrisa amable—, yo entiendo que os interese el paradero de su buen amigo. Por cierto, ¿os dijo vuestro señor si vendría pronto?
—No tengo idea, no lo ha mencionado.
—Oh, en ese caso, necesito que me hagáis un favor.
—Como no. ¿Qué es lo que tengo que hacer?
—Decirle a vuestro señor que por favor se digne a presentarse aquí para revisar sus avances.
—Está bien... —contesté confundido. ¿Acaso esos dos se habían puesto de acuerdo para algo?, me pregunté en aquel momento.
—Eso no será necesario. —La inconfundible voz de mi señor llegó a mis oídos. De lo concentrado que estuve en la conversación apenas me di cuenta de que las puertas de la casa de la dama Guillenma se abrieron—. Acá estoy.
—Un poco tarde, señor —comentó el trovador sin abandonar su postura relajada.
—Oh, disculpadme —le dijo Guillaume en un tono extraño. Una mezcla de fastidio e ironía—. Pensé que estabais ocupado escoltando a la señora del castillo.
—De hecho sí, justo estaba practicando una nueva melodía para dedicarle a la bella Bruna, pero no es de mi cortejo que vamos a hablar hoy, ¿verdad? —Miré a ambos de lado. Guillaume, a punto de estallar de celos y rabia. El trovador, fresco y sin temor. Todo eso acabó haciéndome gracia.
—¿Podemos ir al punto de una buena vez? —contestó Guillaume avanzando hacia el trovador. Solo entonces noté que llevaba pergaminos en una de sus manos.
—Por supuesto, dejadme ver eso.
Sin decir más, Guillaume los extendió en la mesa. El trovador le dio una rápida ojeada, pero luego se detuvo un momento a leerlo con atención. Lucía tan concentrado que lo desconocí, toda postura de trovador relajado por la vida se había acabado. Por curiosidad me acerqué, pero no logré leer nada.
—Interesante —comentó Peyre. Noté a Guillaume sonreír satisfecho.
—Es una genialidad, tenéis que admitirlo.
—Yo lo hubiese escrito mejor, ciertamente. Pero no está nada mal.
—Y eso que no me esforcé mucho —agregó Guillaume con orgullo.
—¿Ah no?
—No, estuve ebrio casi todo el rato.
—Si... se nota —contestó el trovador señalando la caligrafía.
—Pero lo escribí con sentimiento.
—Eso también se nota —respondió el trovador, y le sonrió de lado—. Ahora puedo ayudaros a componer una melodía "encantadora" para exponerla en la fiesta.
—Entonces, ¿esto se trata de canciones? —pregunté yo sin pensármelo mucho, y luego ambos giraron a mirarme. Enrojecí, fui entrometido—. Lo siento.
—Arnald, puedes retirarte —me pidió mi señor, yo solo asentí e hice lo que ordenó.
En ese momento no tenía idea de lo que ellos dos estaban planeando, luego supe que, a pesar de lo trivial de la conversación, se trataba de un tema serio: Enseñarle a mi señor el poder de una de las armas de terror, el encantamiento.
Pero yo hice a un lado mi curiosidad, en el camino hacia el castillo no dejaba de pensar en la posibilidad de ver Luc otra vez. Moría de ganas de hablar una vez más con mi amigo de la infancia. ¿Cómo estaría él? Era paje de un importante señor del Mediodía como Trencavel. Por mucho tiempo lo envidié por servir a alguien con una fama abrumadora como la del vizconde, y en ese momento sabiéndolo tan cerca moría de curiosidad por visitarlo. ¿Por qué no? Si mi señor estaba de buenas podría pedirle permiso para ir a Carcasona con alguna excusa que ya inventaría.
Ah, no sabía yo que aquella visita sería el inicio del cambio. O el inicio de algo peor.
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Cuando las campanas de las vísperas (2) sonaron, muchos ya andaban camino a la casa de Guillenma. Era una tarde calurosa, y el caballero estaba seguro de que iba a sofocarse entre la multitud. Cierto que el salón de la dama era amplio y perfecto para recibir a gran cantidad de invitados, pero Guillaume estaba seguro de que a esa fiesta no faltaría nadie. No había dejado de escuchar a todos hablar de la llegada de Peyre Vidal, eso era lo único que les importaba.
Ah, y también era la primera fiesta de Bruna en mucho tiempo, sin contar la fiesta de San Juan. Ni siquiera dudó que ella estaría allí, y esa vez solo por ver al trovador. Que sí, Guillaume tenía muy claro que no tenía ningún derecho a reclamar nada a la dama, y menos a demostrarle sus celos. Pero, ¿cómo evitarlo? Hasta se sentía miserable por eso, ¿no debería alegrarle de que ella volviera a salir y sonreír? ¿Qué ya se viera mejor? Pues sí, eso debería sentir. Pero como seguía siendo un cretino imbécil, una parte de él deseó ser el único que le devolviera la sonrisa. Se le había olvidado que tenía fuerte competencia.
Y aún tenía asuntos que arreglar con Bruna. Ella no desmintió nada de lo que dijo Jourdain, y eso lo llenaba de angustia. Sabía que no quiso contarle, que tuvo temor y vergüenza. De verdad no quería juzgarla, necesitaba entenderla. ¿Bruna tenía un pasado? Pues él también. Lo que dijo Jourdain tenía que ser una exageración de parte de aquel canalla miserable y poco hombre, se le hacía tan obvio que tenía un asqueroso resentimiento hacia ella porque de seguro Bruna no aceptó sus proposiciones.
Eso era algo que solo él tenía claro. Fuera del castillo de Cabaret seguían pensando en Joudain como un caballero cortés y galante, respetuoso de la finn' amor. Ah, y había escuchado rumores sobre su partida a Queribus. Los días habían pasado, y pronto supo que pocos creían en la versión oficial. Se sabía que Jourdain y Bruna no se llevaban bien, y los más osados lanzaron teorías diciendo que la dama hizo que echaran a su cuñado del castillo. Ese rumor era el que más lo desesperaba, ¿por qué tenían que culparla a ella? Bruna ya tuvo que aguantar a ese miserable, como para encima soportar los chismes de la gente.
Guillaume llegó a la fiesta al lado de Arnald, antes que los señores del castillo. Así que en cuanto Peyre Roger, Orbia y Bruna hicieron su entrada, empezaron los rumores y miradas reprobatorias a la señora de Cabaret. Supuso que ella sabía muy bien lo que estaban hablando, pues ni siquiera se inmutó. Solo se mantuvo firme y no miró a nadie, apretó el brazo de su esposo y caminó con él hasta la mesa principal.
A veces Guillaume se preguntaba por qué Peyre Roger no hacía nada por detener los rumores que tanto hacían sufrir a su mujer, aunque rara vez los caballeros se enteraban de esas cosas. Solo él, porque había aprendido y hasta agarrado gusto a las artes del chisme. Como fuera, había cosas que a veces eran muy obvias. Quizá Peyre no quería a Bruna, pero no era razón para descuidarla. Si estuvieran en Saissac y alguien se atreviera a decir algo en contra de ella no habría perdón para ese infame. ¿Y qué le quedaba en ese momento? Poner cara de asesino al que pescara hablando pestes de ella. No servía de mucho, pero era lo único que podía hacer.
El ambiente estaba muy animado. Peyre Vidal no era el único trovador presente, aunque este era de lejos quién causaba más alboroto. La comida y la bebida se sirvió. El baile empezó, y parecía ser una fiesta muy similar a las otras. Bruna permaneció en su sitio, y solo dos hombres se atrevieron acercarse a ella: El padre Abel, y el trovador por supuesto. Ni siquiera imaginó que el sacerdote aparecería en esa fiesta, pero sus ganas de ver a la señora lo superaron al parecer. Y claro, el picaflor de Peyre Vidal no se conformaba con tener a su dama oficial ahí, sino que dejando de lado a Orbia iba con todo descaro a llevarle flores y halagos a Bruna.
—Mi señor. —La voz de Arnald lo tomó por sorpresa—. Los músicos me han preguntado si de verdad vais a tocar hoy.
—No, voy a tocar de mentira —contestó sin ganas, y el paje lo miró extrañado—. Que es broma, claro que voy a tocar. Supongo que es mi primera prueba de rigor.
—¿Prueba? ¿Prueba de qué?
—Es una historia muy larga, tenebrosa y ancestral.
—¿Y qué tiene que ver la música en eso?
—Todo —le dijo. No quería entrar en detalles en medio de la fiesta, ya habría tiempo para ello—. Solo di que sí, voy después de Vidal. Ya lo acordé con él.
—Bueno... —contestó el chico contrariado—. ¿De verdad queréis cantar después de Peyre Vidal?
—¿Cuál es el problema?
—Él es quien cierra la fiesta, nadie querrá escucharos cuando termine —suspiró. ¿Qué iba a decir?
—Si, esa es la idea. Si logro captar su atención aunque sea un instante, habré aprendido algo.
Arnald no entendió nada, solo se encogió de hombros y se retiró a llevar su respuesta a los músicos. Los primeros trovadores se presentaron, y tal vez pronto cantaría otra dama. Él tenía que concentrarse en lo que iba a hacer. Lejos de lo que imaginó, la melodía que Peyre le ayudó a poner a su composición no fue tan compleja. Aun así había algo en la forma que le enseñó a tocar que lo estremeció. Simple, pero conmovedora. O encantadora, entrando en contexto.
Pero lo que más le costó fue la entonación. Podría jurar que no aprendió nada de eso, una que otra nota le salió bien. Cantar de esa manera, en el momento preciso en que tocaba de cierta forma, y hacer que encaje con precisión con sus letras... Ah, eso sería lo complicado. Por separado todo parecía sencillo, pero en verdad era tan complejo que lo intimidada. Era algo que Peyre Vidal dominaba con tal facilidad que lo asustaba, ¿de verdad usaba una de las armas de terror solo para cantar en una corte? Al parecer sí. Conforme pasaban los trovadores y trobairitz, su momento se acercaba. Y por supuesto que estaba seguro de que lo iba a arruinar.
—Muy bien, señores —dijo Peyre Vidal poniéndose de pie. Se escuchó una exclamación de emoción de parte de las damas incluso, hasta vio a Bruna sonreír animada—, me parece que ha llegado mi momento, o debería decir el momento de Rosatesse. —Al decir eso los aplausos no se hicieron esperar. Peyre ni siquiera había llegado al centro del salón, y ya lo estaban aclamando. El trovador tomó su vihuela y empezó a acariciarla despacio al tiempo que miraba a los invitados—. La dama, como siempre, ha enviado una composición maravillosa para su público. Os invito a escucharla, pero más que eso, a comprenderla.
Cuando las primeras notas de su vihuela sonaron el silencio en el salón fue absoluto. Peyre se tomó un momento tocando antes de cantar, e incluso eso fue intenso. La tristeza se apoderó de Guillaume. ¿Acaso la música era capaz de aquello? No, la música no. El encantamiento. Giró con discreción para ver al público, y vio a varias damas con los ojos cristalizados. Eso era algún tipo de magia, ya no le quedaban dudas.
Te he llamado sin cansancio
En secreto, entre lágrimas, en mis rezos.
Te he llamado sin cesar,
Aún con el alma hecha pedazos.
Y he comprendido, amigo mío
Que en verdad ya no vendrás.
Es voluntad del cielo, me han dicho.
Que solo me queda la resignación, he escuchado.
Te he llamado sin cansancio,
Pero he comprendido, amigo mío
Que cualquier cosa que haga
No traerá de vuelta tu dulce amor.
Te he llamado sin cansancio,
Y ya sin esperanza
Te envío mi canción.
Mi vihuela llora tanto como mi corazón.
Pero no me rendiré
Hasta hacerte oír mi voz.
Llorad conmigo, acompañad mi dolor.
Canten y griten, y compartan mi canción.
Cantad de nuevo por si él no la escuchó.
Si lo veis, decidle que aún lo quiero y lo extraño.
Que lo he llamado sin cansancio esperando que vuelva
Que no encuentro nada que me dé consuelo.
Que en esta soledad, sin él, agonizo.
Cantad, amigas.
Vosotras que interpretan mis canciones,
Vosotras que lloráis como yo lo hago.
Cantad conmigo y con mi vihuela.
Llamadlo sin cansancio hasta que él pueda volver (1)
Cuando Peyre terminó de interpretar la nueva canción de Rosatesse el público solo le dio un instante antes de estallar en aplausos. "Mierda, que esto no puede ser", se dijo alarmado cuando sintió que de alguna forma se rompió el encanto. No. Imposible... ¡Si hasta él quería llorar! ¿Cómo lo hizo Peyre? ¿Cómo era capaz de algo así? Le bastó un rápido vistazo para notar que no era el único caballero conmovido aún en contra de sus deseos, mientras que las damas derramaban lágrimas sin vergüenza.
Aquella canción había calado en todos. Estaban conmovidos, sentían en carne propia el dolor de Rosatesse. "Así que este es el poder", se dijo a sí mismo. Nunca lo había experimentado, pero siempre le habían contado que el mejor intérprete de Rosatesse era Peyre Vidal, y ya podía confirmarlo. Era el poder del secreto que dominaba lo que le daba ese talento que todos apreciaban. Tal como decía en la canción, parecía que la vihuela llorara de dolor con esas notas.
Por un instante se preguntó qué pasaría si Peyre Vidal no fuera un trovador, sino un mal hombre. De seguro iría cantando por ahí, juntando personas que lo siguieran en una revuelta. Quizá conquistaría el favor de reyes, quizá hasta del mismo Papa. Con música el mundo podía ser suyo, recién estaba entendiendo el verdadero poder. O Peyre Vidal era muy tonto, o en verdad era un gran hombre. Usar ese poder solo a favor de la finn' amor y el joy era algo que le parecía increíble.
—Muchas gracias —dijo el trovador con humildad—. Solo recuerden que estas no son mis palabras, sino no de bella dama que aún sufre. ¿Será que algún día nos sorprenderá con música nueva? ¿Algo alegre que llene de gozo nuestros corazones tal vez? Ya lo sabremos —agregó animado, cosa que se contagió a los demás—. Pero hasta que eso pase, alegremos esta noche con mis canciones. —Más aplausos, y la algarabía volvió.
Peyre Vidal pasó a tocar sus propias composiciones, y a Guillaume le gustó en serio. Quiso odiarlo por acaparar la atención de Bruna, pero lo estaba adorando. Nunca le habían gustado del todo los trovadores, menos los provenzales, pero Peyre... Peyre era distinto. Tenía la magia del encantamiento, y no solo cuando tocaba. Todo el tiempo parecía tener esa extraña atracción sobre todos los que lo rodeaban. Así que la pasó bien escuchándolo cantar, rio con algunas trovas picarescas, y rio aún más cuando el trovador retó a una tensó a otro de los cantores presentes, y por supuesto que acabó victorioso.
Tan distraído estuvo que apenas notó cuando Peyre empezó a hacerle discretas señas para indicarle que ya era su turno. Ya era tarde, el trovador no iba a cantar más, y cuando algunos invitados lo notaron empezaron a retirarse. En verdad Guillaume estuvo a punto de echarse para atrás, pues en no creía que ese fuera el momento ideal para exponer una canción para Bruna. Pero al trovador sí que le pareció buena idea.
—Me han contado —Peyre levantó la voz. Habló en un tono lleno de complicidad, y de inmediato llamó la atención de los invitados— que durante mi ausencia el señor de Saissac demostró que heredó la pasión por la música que tenía su honorable padre. ¿Es eso cierto? —"Ya me arruinó", se dijo avergonzado. ¿Qué le quedaba? A seguir el juego—. Pues bien, me gustaría escuchar eso.
—Por supuesto —contestó Guillaume poniéndose de pie. Sabía que su música no iba a causar el mismo efecto que la de Peyre, pero al menos tenía las notas musicales en armonía tal como le enseñó—. Si la señora de la casa me permite salir y quitarle un poco de protagonismo a su invitado, pues no tengo problemas.
—Claro que no es ninguna molestia —le dijo Guillenma en voz alta—. El salón es vuestro, señor. Demostradle a este honorable trovador que los nobles también sabemos cantar.
—Será todo un placer.
Caminó hacia el centro mientras sentía la mirada fija de todos, o al menos de los que decidieron quedarse. Peyre Vidal se hizo a un lado, y él tomó su lugar. Buscó a Bruna, y se encontró con su mirada. Así se quedaron un rato mientras él esperaba a que Arnald le alcanzara su vihuela. Empezó entonces la suave melodía que de entrada dejó hechizados a los presentes. Guillaume se dio cuenta de inmediato del poder que ejercía, hasta Bruna se quedó con la vista fija en él.
Tenía que seguir, no podía arruinarlo. Era la canción que empezó a componer e intentó dedicarle la noche en que se le declaró, y al fin estaba terminada. Mucho de eso lo escribió con el corazón hecho pedazos, sintiéndose culpable y miserable, sin saber cómo rogar su perdón. No esperaba reconquistarla con una canción, pero al menos quería que ella lo supiera, que entendiera lo que sentía de verdad.
Señora, os adoro y admiro
más de lo que puedo expresar.
Por vos no hago más que suspirar.
Este, tu fiel caballero y amigo,
te entrega todo el amor que tiene.
Jamás tendrá algún bien si de ti no viene.
Hace mucho, amiga, que intento comprender
cómo conseguiré decirte mi querer.
Mi corazón y mis pensamientos están perturbados,
Con solo mirarte olvido todo lo pensado.
El amor por vos me ha ordenado cantar
Todo lo que mi boca no se atreve a decir.
No es un pretexto ni una excusa,
Al mandado el corazón no se rehúsa.
Escuche pues, mi señora,
Todo lo que le quiero expresar.
Me agobia pensar que mi inconsciente actuar
De mí para siempre la pueda alejar.
Le ruego a Dios que me salve del horror
Que significaría perder tu dulce amor.
¿Cómo obtendré tu perdón?
Sabe Dios que soy tuyo más que mío,
Que desde el primer instante en que la vi
El amor penetró en mí.
Mientras más me aleja de usted, señora,
Más y más se hiere este corazón que la adora.
Señora, me duele comprender
Que me privará de su querer
Y yo ya no sé qué hacer,
Porque lo único que este pobre hombre ansía
Es el perdón que alivie el alma mía.
Escucha esta plegaria.
No sé qué más decirte, señora.
De rodillas te pido que me aceptes
Como tu siervo y eterno amante.
Porque os adoro más
de lo que estas palabras pueden expresar (3)
La melodía terminó, y el salón estaba en silencio. Guillaume había ensayado la canción a solas y le gustó como quedó, pero no imaginó que a pesar de que no dominara todos los pasos del encantamiento esta tendría buen efecto. Vio como Bruna se secaba las lágrimas. Peyre Vidal empezó a aplaudir, y los demás hicieron lo mismo.
Les había gustado, lo notó. No era el único que cantaba algo para rogarle a una dama, todos hacían lo mismo. Pero esa vez fue distinto con la ayuda del trovador. Giró para verlo, y este le sonrió dándole su aprobación.
"Ya eres un caballero encantador", se dijo con gracia. Y sí, eso estaba bien. Pero en verdad no quería tener un poder semejante.
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(1) Llora mi vihuela – Rosatesse. Composición original de Katerina Az. Para la historia
(2) Vísperas: De acuerdo con la medida del tiempo que tenía la iglesia en la edad media, sería alrededor de las 6pm, cuando atardece.
(3) Más de lo puedo expresar – Guillaume de Saissac. Composición original de Katerina Az. Para la historia.
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¡Buenas, buenas! ¿Qué tal? ¿Cómo van? ¿Qué es de sus vidas?
El Peyre anda desatando pasiones por todos lados, ni Guille se le resiste. ¿Cómo van con sus teorías? ¿Qué tienen por ahí por compartir?
Ya sabes que si quieren contactarme pueden buscar mis pendejadas en vivo y en directo en Twitter como katiealone. ¡Ah! Y en mi grupo de Facebook "El dogan de Katie", donde compartimos concurso de memes cada que termina un capítulo. Y a veces, teorías xd
PRÓXIMA ACTUALIZACIÓN: Viernes 24 de setiembre
¡Nos leemos!
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