Capítulo 35: Revelaciones
No falté por negligencia;
conservo pues la ilusión
de que el mal mude a favor
porque el bien tan bien comienza (1)
Los sucesos después del ataque de Jourdain fueron tal y como Guillaume lo esperó. Ese mismo día Peyre Roger llegó de Carcasona, al parecer sus asuntos con el vizconde terminaron antes de lo previsto y envió a su hermano primero mientras se reunía con otros señores.
No sabía si dudarlo, pero en verdad no creía que Peyre Roger hubiera ignorado por completo el trato que su hermano le dio a Bruna. Tuvo que saberlo de alguna forma, y solo mostró indignación cuando fue muy escandaloso. Después de todo, ¿qué dirían de un hombre incapaz de proteger a su mujer? Lo mínimo que tenía que hacer era poner en su sitio a Jourdain y defender el honor de la esposa. Por supuesto, lo que había pasado no fue solo escandaloso. Fue terrible.
El señor de Cabaret escuchó los testimonios de todos, incluso de Bruna, aunque esta no salió de su habitación. No había dudas, Jourdain era culpable y no podía permanecer en el castillo. Por un lado, Guillaume entendía cómo se debería sentir el hombre. Jourdain era un pedazo de basura miserable, pero seguía siendo su hermano y apoyo en la defensa de Lastours, despacharlo así no más le restaría hombres de armas.
Fue así que Guillaume descubrió que en Cabaret eran especialista en disimular los escándalos. Según Arnald, fuera del castillo poco se sabía lo que pasó, en realidad ni detalles tenían. Así que después de un día de pensárselo, Peyre Roger tomó su decisión: Enviar a Jourdain a Queribus, un castillo ubicado al este y separado por una montaña. No se revelaron detalles, lo hicieron pasar por un asunto de caballeros que no era de la incumbencia de nadie. Ah, y Peyre tampoco dejó que su hermano se llevara a todos sus hombres. Era un castigo, pero no lo parecía.
¿Qué le quedaba a Guillaume? Resignarse, ¿qué podía reclamar? Aceptó las disculpas de Peyre por lo que hizo su hermano, y supuso que Bruna asintió en silencio la decisión del marido. ¿Qué otra cosa podría hacer? Ojalá Jourdain recibiera un castigo real, pero la vida no era tan justa y eso él lo sabía. Algún día, se dijo. Algún día le llegaría la hora al miserable, y si estaba en sus manos, él se encargaría de ejecutar la justicia.
Con la partida de Jourdain los problemas no habían acabado. Entendía que Bruna no saliera uno o dos días. O tres. Pero un día se enteró de que ella estaba enferma de verdad. Fiebre, mareos, una terrible dolencia del estómago. Circulaban rumores de un embarazo, pero no lo creía. Suponiendo que hubiera concebido antes de la partida de Peyre, pudo perder a la criatura después del accidente. Estaba enferma, y eso lo llenó de angustia.
No quería ser chismoso, esas cosas eran impropias de alguien de su condición. Pero necesitaba el chisme para saber lo que le pasaba en verdad a Bruna, y como Arnald y Pons eran hábiles consiguiendo información, pronto supo que se trataba de una enfermedad que Bruna tenía desde niña. Nadie sabía bien qué era, solo que había veces tenía que guardar cama y esperar a recuperarse. A veces tardaba días, o semanas. Y saber eso lo atormentaba, pues estaba seguro de que él y sus cagadas le provocaron eso. El accidente la debilitó, no podía solo culpar a Jourdain por eso.
Así que no se habían encontrado desde aquella vez. Y a quien tampoco veía, o no se dejaba ver, era Guillenma. Ella ni siquiera apareció a declarar por lo que pasó, es más, nadie la nombró, como si jamás hubiera estado allí. Las veces que mandó a Arnald a preguntar por ella y solicitar una reunión, nunca tuvo respuestas. Guillenma no estaba, no podía, se encontraba ocupada. Por supuesto que lo evitaba, y él no iba a dejar ese asunto pendiente. Nunca había estado tan cerca de obtener las respuestas que necesitaba sobre la orden, y no iba a detenerse.
El caballero estuvo a punto de plantarse ante la puerta de la casa de la dama y no moverse de allí hasta que lo recibiera, pero por suerte eso no fue necesario. Una mañana Arnald llegó corriendo, entusiasmado con la noticia: Al fin la dama aceptaba recibirlo para un almuerzo en casa, pero le pidió que fuera muy discreto. Lo entendió, así que decidió usar una capa que jamás se había puesto para que no lo reconocieran, y salió apenas escuchó las campanas de la sexta (2). Lo único que esperaba, y hasta lo rogó en su mente, era que Guillenma no le pusiera una condición similar a la de Orbia. No parecía ser como ella, pero en verdad no sabía qué esperar de la dama de Barvaira.
Al entrar a la casa todo parecía normal. Nada de ambientes íntimos que se prestaran para ese tipo de asuntos, y mejor, no quería que se corrieran chismes. Algo le decía que Peyre Roger sí sería capaz de clavarle una espada si se enteraba de que se veía con su dama. A ella la adoraba más que a su esposa.
—Espero que os encontréis bien, señor —le dijo esta al verlo—. Lamento no haber podido responderos antes, solo no lo creí prudente.
—Lo entiendo, gracias por recibirme. He tenido muchas dudas en estos días, lo que pasó en el castillo me dejó desconcertado. —Fue discreto al hablar, sobre todo porque aún había sirvientes cerca. Guillenma hizo una seña, y bastó con eso para que el público se esfumara.
—Tomad asiento —pidió. Se acomodaron frente a frente, la comida estaba servida. En honor a la verdad, no tenía apetito. Lo único que quería era escuchar información de la orden—. Siento mucho no haber podido hablar con vos antes. Como debéis saber, señor, las cosas dentro de nuestra orden no son tan simples
—No lo sé en realidad. —El alivio lo invadió cuando la escuchó decir "nuestra orden". Era como si al fin se sintiera comprendido. Al fin alguien que era consciente de todo.
—Claro, tengo entendido que vuestro padre no llegó a explicaros mucho sobre vuestro papel, señor.
—No me explicó nada para ser exactos, solo me dijo que protegiera al Grial y a la dama del Grial. Eso fue todo.
—Qué problema... —murmuró bajando un poco la mirada—. Nos habían llegado rumores de eso, tal vez esperamos que tuvierais más información. Lo único que tengo por seguro es que el padre Abel os ha estado ayudando con algunas traducciones. ¿Qué tan lejos habéis llegado? —La miró sorprendido. ¿Cómo lo sabía? Con lo miedoso que se había puesto el cura con el tema del libro dudaba mucho que se hubiera ido de chismoso con la dama. ¿Cómo hizo para averiguarlo? ¿O era que Abel siempre sirvió a la orden? Se sintió traicionado.
—Para empezar. ¿Quién sois en todo esto? —preguntó él sin más rodeos—. ¿Cuál es vuestro papel en la orden?
—Creí que nunca lo preguntaría, señor. Fue vuestro padre quien me encargó la red de seguridad de Lastours, así como la coordinación y correspondencia con nuestros aliados en Aragón —dijo para sorpresa de este. Ajá, tal vez por ahí venía el contacto con el padre Abel. Estaba tan perplejo con la noticia que la dama parecía a punto de reír, tremenda cara de idiota que debió poner. El viejo sí que fue listo, ¿a quién se le hubiera ocurrido colocar a una viuda en un cargo tan delicado? —. Debéis preguntaros cómo es que una mujer tiene esas labores —añadió, adivinando sus pensamientos—. No se trata de defender con armas, sino de una manera más sutil. Yo cuido que todo alrededor vaya bien. Es mi deber saberlo todo, no dude que más de una persona con la que os habéis cruzado en Cabaret responde ante mí. Mi arma más poderosa es esa, la información. Solo sabiendo cada detalle de lo que pasa puedo prevenir desastres. Aunque no he tenido mucho éxito en los últimos días.
—No debéis disculparos por eso —contestó, al fin saliendo de la sorpresa—. No es posible prevenir todo.
—Casi os matan, mi señor. Y yo no debí arriesgar todo al aparecer de esa manera, pero fue necesario. Nos expuse más de lo debido.
—Así que al fin hablaremos de eso —le dijo él acomodándose en el asiento. Por cautela, miró a los lados en busca de oídos indiscretos. No, nadie alrededor—. ¿Por qué no me dijisteis nada antes? Habéis estado cerca de mí todo el tiempo, y si siempre supisteis quien era yo. ¿Por qué no contarme la verdad?
—No podía, señor. Pero os responderé con otra pregunta. ¿Por qué creéis que ninguno de los caballeros de la orden se ha acercado a vos?
—Bueno... —Esa interrogante siempre rondaba por su cabeza. "¿Por qué no vienen? ¿Qué están esperando? ¿Acaso no saben que estoy aquí?". Los días corrían, y después de tanto tiempo, ya había sacado sus conclusiones. Aunque odiaba la respuesta, estaba seguro de ello—. No me quieren, no me reconocen como su Gran Maestre.
—Es eso —confirmó ella. Tal como siempre lo supo—. Somos muy pocos los que os aceptamos como nuestro señor dentro de la orden, y estoy segura de que lo comprendéis.
—Es ridículo —le dijo fastidiado—. Es justo ahora que debemos unir fuerzas para enfrentar el mal que se nos acerca, mi padre me advirtió de aquello. Nunca lo vi tan asustado, y sé parte de las profecías. ¿Por qué crear complicaciones justo ahora?
—Pensadlo bien, señor. ¿Confiaría en alguien que ha sido criado lejos por tantos años? ¿Alguien que no sabe nada de la orden? De quien tenéis pocas referencias, y tal vez esas referencias no son tan buenas —hizo lo posible por esconder la molestia. Bien, bien. Tenía que admitirlo, su fama de borracho y juerguista de seguro rompía todas las barreras—. Es cierto eso, señor. Estamos en crisis, y hay quienes están muy preocupados, que no quieren errores. Si estuvierais del otro lado, ¿confiarías en vos?
—No —respondió muy a su pesar. Ni él confiaba en sí mismo, entendía al resto de caballeros de la orden—. Y aun así he estado haciendo algo al respecto, señora. Si estáis tan bien enterada como parece, entonces sabéis a qué me he estado dedicando.
—Lo sé, porque el libro que vos entregasteis al padre Abel es el mismo con el que vuestro padre me inició en los misterios de la orden —le dijo, sorprendiéndolo—. Así que en realidad vais por buen camino. La idea era dejar que vos descubráis los secretos por cuenta propia, pero ahora que las cosas se han precipitado tal vez será necesario que os cuente más. —Él asintió animado. ¡Bien! ¡Al fin! Era justo lo que había estado esperando, la señal de que tenía un rumbo.
—Os lo agradezco —contestó con una sonrisa que ella correspondió.
—Señor, solo quisiera saber una cosa. ¿Logró vuestro padre revelarle la identidad de otros miembros de la orden? ¿Os dio nombres?
—No las mencionó como parte de la orden, pero... —dudó si darle esa información a la dama. Después de todo, fue una conversación casual sobre mujeres con su padre—. Tampoco me dio sus nombres, pero mencionó de forma indirecta a Orbia y Bruna. Fue en otro contexto.
—Entiendo —murmuró ella, pensativa—. ¿No mencionó a nadie más?
—A Sybille de Montpellier. —Entonces Guillenma lo miró con interés. Así que al fin sabría más de esa mujer—. Sé que ella confirmó una profecía, pero no sé más. ¿Quién es?
—Es la profetisa de la orden. Siempre necesitamos el consejo de una, es una tradición que se ha mantenido desde que se creó nuestra organización. Tiene veintiún años, sirve a la orden desde los quince. Fue ella la que nos advirtió de todo lo que estaba por venir.
—Entiendo. ¿Y cómo se encuentra? ¿Está a salvo?
—Está perfecta, calmaos. De ella no debéis preocuparos por ahora, está bien protegida en Montpellier. Tiene a varios siervos de la orden a su servicio y resguardo, y cualquier visión que ella tenga se informa de inmediato.
—Claro... —La idea de una "profetisa" y de visiones se le hacía extraña. Más que eso, le parecía una completa locura. Lo peor era que Guillenma hablaba muy en serio de eso, ni siquiera lo dudaba. Era real, seguro que todos en la orden lo tenían muy claro. Y él tenía que empezar a acostumbrarse.
—Sé que el padre Abel tradujo para vos la primera parte del libro —él asintió—. Y de seguro tenéis dudas, lo entiendo porque pasé por lo mismo. Quizá sea un poco complicado, pero debéis saberlo pues es algo que todos los caballeros de la orden conocen. ¿Y sabéis la razón? Porque el asunto fue revelado muchos años atrás. He de contaros primero como se originó el Grial.
—Ajá... —"Una historia muy larga al parecer", pensó desanimado. ¿Y qué le quedaba? ¿No se suponía que para eso fue allí?
—Sabéis que el secreto vino desde Tierra Santa en los tiempos de la primera cruzada, ¿verdad? —Guillaume asintió, al menos eso sí lo había escuchado—. Este secreto es muy antiguo, al parecer incluso más que los sumerios o babilonios. El origen es incierto, pero se dice que fue revelado hace miles de años de los dioses a los hombres, tal como se menciona en el manuscrito. Los primeros en obtenerlo fueron los sumerios.
—¿Después del incidente con los hermanos y las armas de terror? —Guillenma asintió.
—Eran tres secretos, esos son lo que componen el Grial. Tres armas de terror. Pero fueron los dioses quienes revelaron el primer pilar.
—¿Dioses hablando a los hombres? —arqueó una ceja. ¿Por qué eso cada vez le parecía cada vez más ridículo? Hablar de dioses era más de lo que podía aceptar.
—¿Será una metáfora? No lo sabemos, pero sí es claro que quienes lo ordenaron fueron seres muy poderosos. ¿Humanos? ¿Ángeles? ¿Cómo estar seguros? Algunos miembros de la iglesia de la orden dicen que tal vez los antiguos llamaron "dioses" a los ángeles, pero es incierto. El secreto, la primera arma de terror, fue usada por los hermanos. Y mucho tiempo después, el secreto apareció en Egipto.
—Oh... Por eso los dibujos —contestó recordando los detalles del libro, Guillenma asintió.
—Fueron ellos los que revelaron el primer pilar del Grial. Entre esa información había algo importante, algo que incluso conocieron los griegos.
—¿Cómo es eso?
—¿Habéis escuchado de Pitágoras? ¿Del número áureo? —abrió la boca con sorpresa. ¡Pero claro que sí! Era de las pocas cosas que aprendió en las lecciones con su padre de niño. Algo que nunca olvidó porque siempre le pareció muy interesante.
—¿Tiene que ver con el número que rige la creación? ¿El llamado "número de Dios"? —preguntó con algo de incredulidad.
—Exacto. El número áureo es el que crea la armonía de la vida. El que marca las proporciones de nuestros cuerpos, el que coincide con el crecimiento de las espirales de caracoles. Pero no solo eso, señor. Aquello es parte de la información sagrada que se obtuvo del primer pilar. Porque en su conjunto, este no es otra cosa que la fórmula del encantamiento de la voz, de la música.
—¿Música? —Cierto que todo de pronto parecía cobrar sentido. Si lo relacionaba con los dibujos antiguos del libro, con lo que mencionó Orbia, e incluso con lo que el mismo padre Abel admitió; todo tenía que ser real. Todos hablaba de lo mismo. Y cada vez le daban más ganas de huir de las locuras de la orden.
—Sí, señor. Es "encantado" el que queda atrapado dentro del poder del canto. Pero no cualquier música lo consigue, solo las que se acoplan a nuestro ritmo interno. Como sabréis, señor, se dice que los egipcios hacían una música hermosa capaz de hipnotizar y "encantar" a quien la escuchaba. Estoy segura de que ha oído alguna vez la leyenda de Orfeo.
—Sí —dijo al tiempo que asentía. Otra de las cosas que le contó su padre de joven—. Algo sobre su canto, que podía dominar a las bestias.
—El primer pilar del Grial es el secreto de Orfeo, quien con su canto daba vida a las cosas y a las piedras, al menos eso es lo que cuentan. La dulzura de su canto era tal que hasta las arenas del desierto lloraban.
—Disculpadme, Guillenma —la interrumpió. Sí, claro que quiso revelaciones. Pero no tantas—. No quiero ofenderos, pero todo eso me suena a patrañas.
—Quizá solo sean mitos, pero todo mito o cuento tiene una base real. Esas cosas no salen de la nada. Si lo contrastamos con hechos reales de los que hemos sido testigos, sabemos que no es así. Porque vos también os habéis dado cuenta del potencial de Rosatesse.
No pudo evitar la sorpresa. Lo recordaba, Orbia también le había contado algo parecido. Que Rosatesse sabía, que ella conocía del primer pilar del Grial. Y con todo lo que acababa de contarle Guillenma, las cosas tenían más sentido. Sintió la garganta seca, y se apresuró a coger la copa de vino y servirse un poco. Lo necesitaba.
—Algo sospechaba —admitió—, pero de verdad no sabía que tan cierto podía ser. Entonces Rosatesse conoce el primer pilar y lo usa, ¿es eso lo que queréis decir?
—Lo usa más que bien, diría yo. Es una suerte que en estos días alguien conozca el secreto, y lo use de una manera inocente. Solo trasmite sensaciones, melancolía, historias de amor. La orden ha dejado que siga con su labor, que no sepa que en verdad está haciendo uso de algo tan maravilloso y poderoso a la vez. La controlamos, aunque no se da cuenta.
—Eso... bueno, eso me preocupa un poco —le dijo—. Pero si me dicen que está en orden, y no hay nada que temer, os creeré. Ese no es el problema, al menos no como lo veo. El problema es la profecía, es lo que os tiene asustados a todos.
—"La rata devorará al ruiseñor", dijo Sybille —le explicó la dama—. Ahora sabemos que se refiere a nosotros, no solo a la orden. Si no a todo, a Languedoc. A una guerra que arrasará con el territorio.
—No puede ser... —se sintió tentado a coger el vino y terminarse de una vez, a ver si con alcohol asimilaba todo eso pronto. No, es que no quería creerlo. ¿Una guerra? ¡Ya podía entender por qué estaban tan paranoicos!
—Pero lo de Sybille fue solo la confirmación de algo que ya se sabía que iba a suceder, el asunto es que no teníamos idea cuándo —añadió para su sorpresa—. Solo puedo deciros que mucho tiempo antes, otra mujer nos dio la profecía que nos ha tenido a la expectativa. Mi señor, una profetisa de la orden nos dijo que había llegado el momento de que el segundo pilar se revele.
—Otra de las armas de terror... —murmuró. Sentía el corazón acelerado, y ya no pudo aguantarse. Se bebió todo el vino de su copa mientras la escuchaba.
—Según sabemos, este es aún más poderoso y terrorífico que el primero. Recuerdo bien la profecía original: "Si el secreto se levanta, que el cielo nos proteja a todos, porque contiene la llave para abrir los labios mudos de la naturaleza y liberar las voces de los dioses" —escuchar eso le dio escalofríos. Tal vez fue la forma en que Guillenma lo dijo, o tal vez era que al fin empezaba a tomarse en serio esas locuras—. Es un secreto terrible y fascinante, señor, se debe tener mucho cuidado —añadió la dama—. Por eso Sybille predijo que el momento de la revelación estaba cerca, pero no llegaría en paz. Grandes peligros atacarán la orden. Alguien sabe del secreto, y lo quiere para él. Destruirá todo el Mediodía para conseguirlo, y debemos impedir que caiga en manos equivocadas que podrían hundir a la humanidad en el caos. Esa es nuestra misión.
—Impedir que destruyan el Mediodía —dijo él, fue lo primero que se le vino a la mente.
—No, señor. —Le pareció ver tristeza en los ojos de Guillenma. La dama bajó la mirada y se quedó en silencio un instante—. No podremos impedir que acaben con el Mediodía —murmuraba cabizbaja—, pero debemos evitar que se lleven el Grial y que le hagan daño a la dama. Solo ella sabe dónde está escondido, y si la toman prisionera pueden obligarla a hablar, pueden hacerle mucho daño. La verdad es esa: Destruirán Languedoc, nos matarán a todos, incluso a mí tal vez. Pero vos, señor, debéis sobrevivir por el bien de todos. Vos, la dama y la profetisa, al menos vosotros debéis manteneros vivos hasta que todo acabe.
—Por todos los cielos... —Guillaume se sentía confundido. Demasiadas revelaciones así de pronto que lo estaban abrumando. Ya sabía que las cosas eran peor de lo que pensaba, y lo que le daba más impotencia, saber que no podría hacer nada para detener el daño que se avecinaba.
—Tenéis mucho que saber y descubrir —le dijo Guillenma—, y yo os ayudaré. Debéis estar preparado. La orden tuvo sus reservas con vos al inicio, pero yo ya no las tengo. No es momento de dividirnos, sino de fortalecernos. Iré pasa a paso con vos, así como lo hizo vuestro padre. Podéis revelar algunos asuntos a vuestro paje si así lo deseáis. Así ascenderá de nivel dentro de la Orden.
—Claro, el chico ha estado desde un principio a mi lado. De eso me encargo yo. —Y de seguro que Arnald iba a estar encantado de ser más importante. O quizá terminaría más traumatizado que él cuando se enterara de que iban a destruir su amado Languedoc.
—Podéis venir en tres días si así lo deseáis.
—¿Tres días? ¿No puede ser mañana? En verdad quiero saberlo todo pronto, necesito prepararme.
—Se acerca la fiesta de San Juan, señor.
—Ah, cierto. —Casi lo había olvidado. A esa hora, en París, ya estaría borracho con Amaury como previa a la fiesta del santo.
—Solo me sorprende un poco que estéis aquí hoy, y no en el castillo.
—¿En serio? ¿Por qué? ¿Alguna fiesta de la que no me he enterado? —preguntó intentando aparentar que ya estaba más tranquilo, incluso sonrió. Guillenma solo lo miró con incredulidad por su sorpresa.
—Es el cumpleaños número diecinueve de Bruna, señor.
***************
Tuvo que aceptarlo, no tenía otra opción. Ya no podía continuar de esa manera, y aunque al principio poco le importó su estado porque en realidad no sentía deseos de salir, la preocupación empezó a crecer con el pasar de los días. Esa, sin dudas, era su peor crisis. Nunca había pasado tanto tiempo en cama, y sintiéndose tan mal.
Bruna sabía que era una suma de todo. Su melancolía por lo que pasó con Guillaume, la caída, el terrible incidente con Joudain, y luego sus dolencias del estómago que nunca la dejaban en paz. Sentía que había retrocedido en días todo lo que logró para mantenerse sana en los últimos meses. Al principio casi no comía porque todo lo devolvía, su cuerpo no toleraba nada, y tuvo que conformarse con caldos. Ya podía comer, pero eso no la libraba del dolor. Y aunque Valentine fue de mucha ayuda con sus brebajes, llegó un punto que ya no pudo hacer más. Necesitaba a Miriam.
No la veía desde aquella vez que discutieron, y creyó haber sido lo suficiente firme para dejarle claro que no quería volver a verla. Era hasta humillante tener que recurrir a esa perfecta, pero sabía bien que ella fue la única que logró ayudarla a mejorar antes, y sin duda podría hacerlo otra vez.
Así que la recibió en silencio. Bruna estaba recostada en la cama, sintió vergüenza de mirarla cuando entró en su habitación. Miriam fue educada, hizo unas preguntas, y le pidió permiso para tocarla. No dijo nada, solo asintió y dejó que la mujer la examinara. A juzgar por su cara, diría que curarla no iba a ser sencillo.
—Es la enfermedad con la que nació —empezó a explicar ella una vez terminó de examinarla—. Hay personas que son así, no toleran ciertos alimentos. Es triste, porque algunos no tienen otra cosa que comer. Vos podéis elegir, y le dejaré instrucciones a Valentine para que pueda daros alimentos que os ayuden a restableceros. También un preparado de yerbas que os darán fortaleza.
—Gracias —murmuró. Seguía sin devolverle la mirada. Se sentía avergonzada, sí, porque después de todo lo que le dijo para humillarla, ella iba ahí como si nada con la intención de ayudarla. Sin rencores, como si fuera solo una persona más que necesitaba su intervención.
—Pero me temo que su enfermedad ha empeorado. Eso también suele pasar, con los años es así, y solo se puede ser más cuidadoso para evitar caer en cama como ahora. Por cierto, ¿ya podéis caminar mejor?
—Lo he intentado, aún me duele, pero ya no cojeo.
—Entonces estaréis bien, señora. Pronto podréis volver a bailar como antes.
—Yo no bailo —respondió en voz baja. En parte eso era mentira. Sí le gustaba bailar, pero le daba vergüenza hacerlo. Solo lo hizo con Guillaume porque con él se sintió segura, porque pensó que con él nada podría pasarle. Qué tonta fue.
—¿Ni siquiera en vuestro cumpleaños? —No había mirado bien a Miriam desde que entró, pero en ese momento le llamó la atención. ¿Cómo lo supo? Bueno, muchos en Cabaret sabían que la señora del castillo cumplía años en una fecha cercana a la fiesta de San Juan. No debería sorprenderle.
—No estoy en condición de celebrar nada, y tampoco siento deseos de hacerlo. No he tenido un buen año, y vos misma acabáis de decirlo, mi enfermedad ha empeorado. ¿Qué sentido tiene celebrar?
—Que estáis viva tal vez.
—¿No dicen los tuyos que esta vida es un infierno? ¿No sería mejor morir? ¿No es así como piensan ustedes?
—No —respondió, pero en lugar de molestarse por su comentario, sonrió de lado—. Es verdad que el mundo está lleno de males, y el maligno os hace sufrir. Para eso fue creado este mundo de vicios, para atormentarnos. Eso es lo que el diablo disfruta, ¿y queréis darle gusto a aquel ser del mal?
—No —le dijo, y sonó más firme de lo que esperó. Aunque no quisiera admitirlo las palabras de Miriam tenían sentido.
—Sé que sois una mujer buena, o que al menos lo intentáis dentro de las limitaciones que tenéis. Valentine os aprecia mucho. Las doncellas como ella suelen ser sumisas, solo agachan la cabeza y aceptan los castigos de sus amas sin cuestionar nada, con miedo. Ella no os teme, siente afecto por vos. Y vuestra otra doncella también os ama. Sois una mujer muy querida, Bruna.
—Creo que sí. Ellas me quieren, mi padre me ama, mi primo Luc también. Sé que hay gente que me aprecia de verdad.
—¿Y qué hay del caballero que os pretende? —Sin querer empezó a enrojecer. ¿En qué momento Miriam empezó a hablarle como una confidente? —. La gente habla, los rumores corren. A veces es inevitable enterarse de las cosas —se excusó. Por supuesto, el chisme en Cabaret no se detenía.
—Él no es para mí.
—¿Por qué?
—No finjáis que no lo sabéis. Seguro que Valentine os dio algunos detalles de lo que me pasó, del accidente que me lastimó el pie.
—Algo sé, y no pido más información. Las mujeres y los hombres cometen errores todo el tiempo, es inevitable. A veces decimos y hacemos cosas que dañan a los que amamos.
—Es cierto, pero mi corazón no está preparado para perdonarlo —admitió. Era algo que se había repetido muchas veces en silencio.
Lo extrañaba. Pensaba con tristeza en sus encuentros, en las veces que cantaron y bailaron juntos. En sus divertidas conversaciones, en las ideas que compartían. Se le escapaban las lágrimas cada vez que pensaba en las veces que la sostuvo, que acarició sus manos y sus mejillas. Deseaba creer que la quería, que las personas cometían errores y que tal vez de verdad fueron sus bajos deseos de hombre lo que lo llevaron a lo que pasó aquella noche. Quería excusarlo, quería olvidar lo que sucedió y perdonarlo. Pero mientras más lo pensaba, menos capaz se sentía de hacerlo.
Antes, cuando sonreía a su lado, imaginó que iba a pasar su cumpleaños con él. Que disfrutarían la fiesta de San Juan, o que podría celebrar sus diecinueve años con un banquete en donde bailarían. ¿Y qué le quedaba? Un cumpleaños miserable en cama, sin él, solo acompañada por el dolor.
—El corazón tarda mucho en sanarse, esa es otra verdad que no pude negarse —continuó Miriam—. Tal vez no esté recuperada para celebrar vuestro cumpleaños hoy, pero os prometo que estará mejor para la fiesta del santo. Eso también es lo que le hace falta, señora. Caminar un poco en la naturaleza, en sus jardines. Respirar aire puro, sentir la luz del sol. Esas cosas os ayudarán.
—Voy a intentarlo.
—Sé que así será. ¿Sabéis que vuestro cumpleaños es un día muy especial? He escuchado que es el día más largo, en el que más brilla el sol. Ahora ustedes los cristianos celebran a un santo, pero en tiempos antiguos había otro tipo de fiestas.
—Eso he escuchado. —Sí, festividades paganas. Por lo general rechazaba esas cosas, pero siempre le causó curiosidad que su cumpleaños fuera justo un día tan celebrado en todo el mundo conocido desde tiempos ancestrales.
—Creo que es especial. Sé que no os sientes bien para celebrar, pero no está mal alegrarse un poco por eso. Haced algo que os guste y que os haga sentir bien. Eso ayudará a mejorar vuestra salud.
—¿En verdad será así? —preguntó con dudas. Nunca había escuchado que ser feliz curara las enfermedades.
—El mundo es cruel y miserable, a veces las personas que nos aman nos hacen daño, ¿y qué más da eso? La única forma de purificarnos y alcanzar la paz en este plano terrenal es dejar esas cosas atrás y sonreír a pesar de todo. Señora, no necesitáis de nadie para ser feliz. No dejéis que nadie os robe la alegría, menos en el día de vuestro cumpleaños.
—Gracias —murmuró, y se descubrió sonriendo de lado. No esperó esas palabras, y a pesar de todo la hizo sentir mejor.
Cuando Miriam se fue, pidió que le alcanzaran su vihuela. Si iba a pasar su cumpleaños en la habitación, lo haría cantando. Era lo que mejor sabía hacer, lo que la hacía feliz.
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(1) Puesto que volví a Provenza – Peyre Vidal
(2) Sexta: Según la medida del tiempo que daba la iglesia en la edad media, sería alrededor del mediodía.
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Hello, hello, hello!!! A los años. Bueno, al mes xd
He estado trabajando en nuevos capítulos, pero decidí no publicar nada para poder dedicarle tiempo a "Homo deus" que va para los Wattys. Pero ahora sí manas, 100% dedicada a La dama y nos vamos de avance.
Hoy sí tuvimos... FUERTES REVELACIONES. Algunas cosas imporantes que saber sobre el origen del Grial y sus secretos, Guillaume ya se va enterando de las cosas. Y bueno, Bruna está enferma de verdad :(
PRÓXIMA ACTUALIZACIÓN: Domingo 12 de setiembre
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