Capítulo 31: Confusión
¡Ay de mí!, yo que pensaba saber
de amores, sé tan poca cosa,
porque de amar no me puedo abstener
a la que sin piedad es tan hermosa.
Me robó el corazón, me robó a mí,
a ella se robó, y robó a todo el mundo,
nada me deja al privarme de sí,
sólo ansiedad en el pecho infecundo (1)
Solo podía encontrar refugio en un lugar, y ese era la iglesia. Apenas tuvo un momento libre esa mañana le pidió a sus doncellas que la acompañaran a rezar. Una vez frente a la cruz, Bruna intentó sentirse en paz. Se puso de rodillas, miró a Jesús crucificado, y contuvo las lágrimas. No había podido dormir, ya iban varias noches en las que la angustia la ahogaba.
No dejaba de pensar en todo lo que sucedió. En lo que en verdad sentía por Guillaume, y en qué iba a hacer con el juramento que le hizo a otra persona. Si fuera solo por él tal vez hasta habría recibido con entusiasmo su propuesta, pues también era consciente que la única forma en que la sociedad y su esposo aceptarían verlos juntos era siguiendo la farsa de la finn' amor. Pero no era solo eso, temía por el juramento que hizo aquella vez.
"Juro por nuestro Dios amarte y serte fiel el resto de mis días, tú siempre serás el único", esas fueron sus palabras. Él también repitió algo así, aún recordaba cuán feliz estuvo aquella vez, cómo le latió el corazón emocionado al pronunciar esas palabras. Palabras que ya no ardían en su pecho, al contrario, solo la atormentaban.
—Mi señora, qué bueno verla aquí. —La voz del padre Abel la hizo girarse. Él la quedó mirando con algo de sorpresa, tal vez al darse cuenta de que su semblante no era el de siempre—. ¿Os sientes bien?
—Buen día, padre —contestó ella—. Estoy bien, o lo intento. Vine a rezar.
—En tal caso, lamento haber interrumpido vuestras oraciones. Quise hablar con vos de un asunto, pero lo dejaremos para después. Solo sepa, señora, que aquí estoy para cualquier cosa que necesitéis —ella asintió.
Tal vez el padre Abel no podía entender sus sentimientos, ni siquiera podía comprender los miedos de su corazón. Pero los sabía bien, pues ella le contó en confesión. ¿Y si pedía consejo con él? Después de todo lo que más le atormentaba era el asunto de su juramento.
—Padre, necesito haceros una pregunta. Y quiero que me respondáis con sinceridad. Es muy importante para mí —él asintió. Abel se arrodilló a su lado, y la miró a la expectativa.
—Por supuesto, ¿qué duda os aqueja, señora?
—Quisiera saber algo. ¿Dios castiga a los que rompen un juramento?
—Es mandamiento del señor: "No tomarás el nombre de Dios en vano", ¿eso responde a vuestra pregunta?
—Eso lo sé, padre. Pero, ¿me castigaría si decido romper un juramento luego de varios años?
—¿Qué clase de juramento es ese?
—Os lo he contado. Es el que hice con mi caballero en la finn' amor —confesó, ni siquiera tuvo el valor de mirarlo a los ojos mientras decía eso. Fue joven en ese entonces, ¿qué pasó por su cabeza al usar a Dios para algo como eso? —. Ambos juramos por Dios amarnos por siempre y ser fieles, pero él no ha cumplido —explicó—. Lo sabéis, no he recibido la visita de mi caballero en años, él no ha dado señales de que le importo. —El padre asentía con la cabeza. A él nunca le agradó del todo esa parte de su confesión en el pasado, pero al menos no parecía juzgarla—. Yo ya no quiero seguir atada a un juramento así, pero temo las consecuencias de mi decisión, ¿qué debo hacer?
—Debéis saber, señora, que quien rompió su juramento y ofendió a Dios fue el caballero. Él juró que os amaría, ¿y qué ha hecho? Burlarse del señor. En cambio, vos fuisteis paciente y honrasteis tu palabra por años. Dios conoce vuestro corazón, nuestra madre la virgen María sabe de vuestro sufrimiento y paciencia. Cumplisteis con Dios, pero ya no es culpa vuestra si ese mal caballero decidió reírse del señor.
—Entonces, ¿habría la posibilidad de que yo renuncie al juramento? —preguntó esperanzada.
—Vuestro corazón está libre de culpa. Vos cumplisteis, aun cuando el ingrato caballero daba señales claras de no interesarle sus palabras.
—Padre Abel, ¿quiere decir que Dios no se molestaría si yo renuncio a mi antiguo juramento? —preguntó dudosa, todo le parecía demasiado simple.
—Debéis orar mucho, a nuestro señor y a la Virgen. Quizá en medio de vuestras oraciones escucharéis la señal que necesitáis. Pero como siervo del señor, os digo que no veo nada de malo en renunciar a un juramento vacío y que ya no tiene ningún valor, que además fue realizado en medio de la imprudencia de la juventud.
—Es que yo tengo miedo de ofender a Dios —le dijo con sinceridad, pues era lo que más le atormentaba. No quería sentir que le debía algo al ingrato. Solo sus creencias la detenían
—Señora, no dejéis que eso os atormente. Os conozco como una dama piadosa y temerosa de Dios, alguien que cumple su palabra y con los mandamientos, que ama al señor, ¿por qué lo ofenderías?
—Gracias, padre —contestó ella—. Creo que ya me siento mejor.
—Me alegra haberos ayudado, ahora os dejo a solas. Hay cosas que... —El sacerdote estaba poniéndose de pie, cuando su vista se desvió a un lado, y calló. Bruna no pudo evitar la curiosidad, fue apenas un instante. Al girarse lo vio. Era Guillaume entrando a la iglesia.
Al principio él no reparó en ella, tal vez no la distinguió de espaldas y concentró su atención en el padre Abel, pero en cuanto sus miradas se cruzaron todo cambió. Bruna no pudo evitar sentirse mal en ese momento. No solo la invadió la culpa, pues no podría borrar de su cabeza la imagen de la decepción de Guillaume esa noche; sino que sintió que en ese momento él no era el mismo de siempre.
No notó alegría en su mirada, ni ternura, ni nada. No se atrevía a decir que había rencor o indiferencia, pero era obvio que de la desilusión pasó a la amargura. Lo entendía, pero no podía evitar sufrir por eso.
Guillaume dejó de mirarla, como si de alguna forma la castigara con su desdén, y ella una vez más quiso contener las lágrimas. Se lo merecía, por supuesto que sí. ¿Acaso no lo había rechazado? A él, quién todo ese tiempo le dio alegría y la hizo volver a sentir de verdad. ¿No sería lo más justo que él la desdeñara? Sin duda no era un caballero del Mediodía como los demás, él no iba a prestarse para el juego de insistir y rogarle a la dama que lo rechazó.
—Padre Abel, señora —dijo este sin mucho entusiasmo—. Disculpad mi interrupción, ¿os encontráis ocupado?
—Buen día, señor —lo saludó el sacerdote—. Me figuro que vienes por nuestro asunto pendiente.
—Así es, ¿podemos hablar de eso?
—Debo atender primero un tema, ¿me esperáis un momento? Luego podéis pasar a conversar al respecto. —Guillaume asintió. Bruna no sabía que esos dos tenían tratos, y tampoco se le ocurría qué asunto podía ser. No sabía si lograría averiguarlo luego, pero no era lo importante en ese momento.
El padre Abel se excusó, y Guillaume se hizo a un lado, apartándose de ella. Tenía que volver a sus oraciones, pero no lo consiguió. La iglesia de Cabaret casi siempre estaba solitaria, y ellos dos eran los únicos en ese momento. No creía que hubiese sido la intención del padre dejarlos a solas, por supuesto que no imaginó que ellos podrían aprovechar ese momento. Al menos ella quería hacerlo.
Bruna se puso de pie, sintió vergüenza de caminar hacia él. Hasta el mismo Guillaume se sorprendió. Ya no parecía el hombre que intentó castigarla con su desdén al inicio, quiso pensar que aún estaba ahí el caballero que adoraba, el que se le declaró. Le temblaban los labios, sentía la garganta seca. Ni siquiera sabía cómo iniciar esa conversación.
—Guillaume...
—¿Qué sucede, señora? —dijo este, y le pareció que sonó brusco.
—Creo... Creo que hay algo de lo que tenemos que hablar.
—¿Ah si? No me imagino que podrá ser. Fuisteis bastante clara la última vez —sentía que se le hacía un nudo en la garganta. Ay, ¿pero qué podía decirle? Él tenía todo el derecho de odiarla por lo que le hizo.
—Yo lo... Por favor, ¿puedes escucharme? —Fue ella la que rompió las formalidades, hasta el momento él se había encargado de mantener la distancia—. Lo que hice, lo que dije. No quise lastimarte, tampoco rechazarte. No es porque no sienta nada...
Estaba muerta de culpa, cierto. Pero en ese momento también se sentía presa de los nervios. Empezó a enrojecer, estaba segura de que jamás le había hablado así a ningún hombre. Jamás había mostrado su sentir de esa manera.
—No es que no sienta nada por ti —aclaró, ni siquiera entendía cómo le salió la voz. Solo entonces la actitud de Guillaume cambió. Ya no era ese tipo que entró a la iglesia, parecía ser el de siempre. Su caballero, su Guillaume—. No se trata de lo que yo sienta.
—¿Y qué hay de lo que yo siento? —preguntó él.
—Lo lamento tanto —le dijo con la voz quebrada—. No quise decirte que no, porque lo único que quería cuando escuché tus palabras era arrojarme a tus brazos y olvidarme del mundo, pero no se trata de eso. Yo... —Quería ser fuerte, lo intentaba. Pero, ¿cómo contarte? ¿Qué iba a decirle? Su humillación, el abandono, lo que sintió, lo que hizo en medio de su desesperación. ¿Cómo contárselo si ni ella podía asumirlo? Aún le dolía todo eso.
—¿Qué pasó entonces? —Guillaume se acercó un poco más. La miraba fijo, parecía hasta contener el aire, esperaba la respuesta. La necesitaba.
—Mereces saber la verdad, pero no aquí, no ahora —le pidió—. Déjame reunir el valor para contarte todo, ¿puedes concederme ese tiempo?
—Señor, ya puede... —Justo en ese momento, el padre Abel regresó. Se quedó mudo al verlos juntos, tan cerca. Carraspeo la garganta, parecía disgustado—. Señor, seguidme —le pidió, habló con seriedad.
—Os esperaré el tiempo que sea necesario —murmuró Guillaume antes de ir al encuentro del sacerdote. Bruna respiró con alivio. Al menos, se dijo, la esperanza no había muerto.
***************
Por supuesto que fue una mala idea ir a ver al padre Abel con resaca. Un error, como siempre, como todo en su vida. Con razón se la pasaba de fiesta en fiesta en París, para no acordarse del desastre que era en verdad. La noche en que Bruna lo rechazó casi no pudo frenar sus impulsos de ir por algo de beber. Así que lo hizo, total, ¿qué importaba ya?
No salía del castillo de Cabaret de noche para no dar una mala imagen, y porque en realidad nadie lo hacía. No le interesó, tomó su bolsa y bajó de la cima de la montaña negra hacia alguna taberna que le ofreciera cualquier porquería que le quitara de la cabeza el rechazo que acababa de vivir. ¿Y acaso no supo que iba a ser así? Debió adivinarlo desde que llegó esa maldita canción del trovador aquel, y además le tuvo que quedar claro cuando Arnald le contó el chisme que consiguió de la doncella de Bruna. Maldita sea, ¿por qué no podía ser prudente una vez en la vida?
"Si esperabas, tal vez ella no te hubiera rechazado", pensó con amargura mientras bebía. O quizá todo hubiese acabado igual, porque Bruna prefería a un tipo ausente que a él. ¿Qué hizo? ¿Ilusionarlo? ¿O acaso esa era la forma en que jugaba la dama a la finn' amor? Fingiéndose un imposible, para luego rechazar y mandar al pretendiente a un abismo donde solo lograría sentirse miserable. Así estaba en ese momento.
Bebió por resentimiento, por rabia, por sentirse herido. ¿Acaso no la merecía? ¿Por qué ella jugaba de esa manera con su afecto? Recordaba haberla maldecido varias veces durante la noche, y cuando despertó, ni siquiera recordaba cómo llegó a su habitación en el castillo de Cabaret. Pero ahí estaba, a salvo, con su bolsa de monedas intacta, y sin ganas de pedir explicaciones.
Lo único que quiso fue algo de comer y más vino. No quería moverse de ahí, no podía. Se sentía miserable, tal vez lo era. Desde que había llegado a Cabaret sentía que por más que se esforzara jamás sería bueno para nadie. Ni para honrar las promesas que le hizo a su padre mientras moría, ni para la orden que prefería ignorarlo en lugar de darle la mano, y mucho menos para Bruna. Oh no, él no merecía a una dama como ella. ¿Qué hacía ahí entonces? No valía la pena.
Las horas pasaron rápido, apenas escuchó las campanadas de la iglesia. Solo se dio cuenta de que tenía hambre cuando notó que ya estaba oscureciendo y las campanas sonaron, logrando que le doliera la cabeza. Debían de ser las vísperas (2). Fue justo a esa hora que Arnald irrumpió en su habitación. Sí, irrumpió, ni siquiera tocó la puerta el maldito mocoso atrevido. Solo apareció ahí, y lo encontró en el piso con botella en mano, sentado con la espalda recostada a la fría pared. Guillaume bufó, ni siquiera quiso mirarlo. No quería soportar la mirada reprobatoria del pilar de la moral provenzal.
—Mi señor, ya veo que estáis... ¿Bien? —dijo con algo de duda al final—. Me asusté.
—¿Por qué tendrías que estarlo?
—Pons mencionó que no queríais ver a nadie.
—Si digo que no quiero ver a nadie, ¿qué te hace pensar que puedes pasar por alto mis órdenes?
—Lo lamento, señor. Es solo que me preocupé, creí que sufristeis algún tipo de accidente, y me alegra ver que me equivoqué.
—Bueno, ya me viste. Estoy vivo, ¿qué más quieres? Ahora retírate y déjame en paz. Espera, antes que te vayas, pide que me traigan algo de comer. Muero de hambre —le ordenó, pero el chico no se movió—. Arnald, ¿qué estás esperando? Muévete ya.
—Señor, no estáis bien.
—¿Y ese es tu problema?
—Sí, señor —agregó, y esa vez sonó más firme. Incluso se acercó unos pasos a él—. Pues le prometí a vuestro padre que os cuidaría, que os guiaría. Yo no olvido esa promesa.
—Tómate un descanso, y vete.
—¿Qué os pasó, señor?
—¿Y eso a ti qué te importa?
—¿Qué os pasó? —insistió el paje—. Tal vez puedo ayudaros. Cualquier cosa, por pequeña que sea, estoy dispuesto a hacerlo.
—¿Ah si? ¿Quieres saber qué pasó? Te lo diré para ver si al fin te callas: Bruna me rechazó. Así como lo oyes, y ya debes estar feliz por eso, ¿no? ¿Acaso no es lo que quisiste desde que nos viste juntos? Por supuesto, debes estar regodeándote por dentro, así que vamos, te doy permiso de reírte. —Contrario a lo que pensó, Arnald solo lo miró con sorpresa, ni siquiera parecía contento.
—Pero, ¿por qué? ¿No os advertí que sería mejor esperar? ¿Qué pasó? —preguntó desconcertado.
—Vas a decir "Te lo dije", ¿verdad? Por supuesto —contestó Guillaume con fastidio—. Anda, búrlate de mí. Te doy permiso.
—No quiero burlarme, señor —dijo con toda sinceridad—. Es triste saber que las cosas no os resultaron bien. Pero, ¿por qué hacéis esto?
—¿Porque me da la gana? —contestó con molestia—. Este no es asunto tuyo.
—Señor —Arnald dio unos pasos para acercarse a él, incluso se puso de cuclillas para hablarle mejor—, no hagáis esto, os lo ruego. No seáis otra vez el hombre que dejó en París.
No podía creer la osadía que tenía el muchacho para decirle algo como eso. Una parte de él quería golpearlo por decirle sus verdaderas incómodas, y otra parte que él, una bastante pequeña, quería abrazarlo
—No os pido que seáis perfecto —continuó Arnald—, todos podemos cometer errores. Pero desde que llegasteis os convertisteis en el caballero que siempre pensé existía dentro de vos. Estoy muy orgulloso de serviros como gran maestre de la orden, y también como el señor de Saissac.
—Orgulloso —repitió incrédulo—. No tienes que mentir para hacerme sentir mejor, ¿sabes? ¿De qué rayos estarías orgulloso?
—De que nunca os rindes, señor —contestó, y lo dejó sin palabras—. Pase lo que pase, siempre que las cosas se os ponen difíciles, encontráis una manera de arreglarlo. Si os proponéis algo, os empeñáis en hacerlo bien. Yo sé que sois impulsivo a veces, pero os he visto ser una mejor persona de lo que erais antes. ¿Por qué queréis destruir eso?
—No sé qué quieres conseguir, pero...
—Quiero que os levantéis del suelo, que dejéis esa botella a un lado, y me contéis más de las traducciones del padre Abel.
—No estoy de humor para eso.
—Ya sé —contestó este, percibió cierto fastidio en su voz. Al parecer la paciencia de Arnald también tenía un límite—. Aunque os parezca ahora mismo algo horrendo, os aseguro que lo de Bruna tiene solución. La conozco desde siempre, y sé que ella no es malvada ni mucho menos. Tampoco es la clase de persona que os haría sufrir solo para regodearse con una conquista difícil.
—Creo que tienes razón. Esa que describes es Orbia —dijo sin pensarlo, y casi le arranca una carcajada al paje.
—Lo dijisteis vos, no yo. Como os contaba, sé que ella no es ese tipo de persona. Y cuando hablé con Mireille, noté que hay una razón importante que ella estaba meditando, y esa razón es la causa de su negativa. Dadle tiempo, señor. No os digo que os arrodilléis a sus pies para rogarle que acepte ser vuestra dama, pero tampoco os echéis al abandono por eso.
—¿Sabes una cosa? Voy a ponerme de pie y dejar de beber solo para que te calles. Sigo con dolor de cabeza, hace mucho que no tomaba así. —De hecho, había bebido menos de lo que acostumbraba en París, pero tanto tiempo sin salir a una taberna le estaba haciendo pagar las consecuencias.
—Al menos es un inicio señor. Ahora sí, ¿me podéis contar más sobre esos dioses sumerios? Os escucho atento. —El caballero suspiró. Al menos hablar de esas cosas diabólicas lo distrajo de sentirse miserable.
Como no confiaba en otra persona, y porque el muchacho había demostrado ser avispado, Guillaume decidió confiarle las traducciones del padre Abel para así poder entre los dos conseguir pistas sobre lo que protegía la orden.
Hasta el momento el sacerdote había traducido una narración extraordinaria de los mitos de los sumerios en los que ellos llamaban "tiempos previos" y también "tiempos de antaño". En ellos contaba cómo sus dioses llegaron de ese planeta llamado Nibiru. Como discutieron entre ellos, y lo que pasó con la Tierra. Hablaba de grandes catástrofes, incluido el famoso diluvio del que se hablana en la biblia. Esa era la única parte que le gustaba al cura, pues corroboraba que sí hubo un diluvio, y que hasta los paganos lo tenían claro.
A Guillaume todo eso se le hacía extraño, en especial porque había partes que le parecían perturbadoras. Hablaban de los dones que los dioses entregaron a algunos mortales, y de "las armas de terror". Justo era esa parte la que tenía que leerle a Arnald, pues él no dominaba bien el latín. Así que, hizo todo lo posible para aguantar su dolor de cabeza, y la soltó.
A ellos, un secreto de los dioses revelaré; el lugar oculto de las armas de terror a ellos les desvelaré. Los dos hijos, uno mío, uno suyo, en su cámara interior Enlil convocó. Nergal, cuando volvió junto a mí, desvió la mirada. ¡Ay!, grité sin palabras, ¡el hermano se ha revuelto contra el hermano! ¿Acaso por hado han de repetirse los Tiempos Previos? Un secreto de los Tiempos de Antaño les reveló Enlil a ellos, ¡las Armas de Terror a sus manos confió! Aderezadas de terror, con un resplandor se desataron; todo lo que tocan, en un montón de polvo lo convierten. Para hermano contra hermano en la Tierra fueron abjuradas, ninguna región afectar.
Entonces, el juramento se violó, como una vasija rota en inútiles trozos. Los dos hijos, plenos de gozo, con paso rápido de la cámara de Enlil emergieron, para la partida de las armas. Los otros dioses volvieron a sus ciudades; ¡sin presagiar ninguno de ellos su propia calamidad! (3)
—¿Y bien? ¿Qué opinas? —le preguntó Guillaume cuando terminó de leer.
—Entiendo que, según los sumerios, nuestro mundo fue entregado a dos hermanos, dos hijos. Y que a ellos les dieron las armas de terror con las que podrían destruir todo, ¿verdad?
—Cierto, y que por alguna razón ambos se enemistaron. Hasta ahora tenemos dos cosas según las traducciones: Los supuestos dioses entregaron las armas de terror, y también dones — concluyó él, y Arnald asintió.
—Pues mencionan mucho lo de las armas de terror, yo diría que fue un error grande y que eso los asustó. O al menos eso es lo que pienso —explicó el muchacho—. Suponiendo que fuera real.
—No lo veo tanto así... Quiero decir, si se pone que son dioses, sabios y todo eso, sabían bien lo que hacían. Y si entregaron los dones y las armas de terror a estos hermanos fue con buenas intenciones, se suponía que esas armas de terror destruirían todo, pero acá estamos.
—Si fuera real —repitió el paje, y eso también le costaba a él. ¿Cómo interpretar eso?
El padre Abel insistía que no eran más que leyendas antiguas de los paganos, y solo podía verlo como eso. ¿Y si no era así? ¿Y si eso sí era lo real? Ni siquiera quiso comentarlo con el cura, pues ya se veía irritado con tener que traducir herejías, estaba seguro de que no iba a aceptar sus comentarios. Pero en ese manuscrito se hablaban de cosas que él ya conocía, o que al menos se le hacían familiares por las historias que había escuchado de la biblia. El diluvio, por ejemplo. Y esa guerra entre dioses, o hermanos o lo que fuera, le parecía a él a esa historia de la lucha de Dios con el maligno. El manuscrito también hablaba de otras calamidades, de reinos, de ciudades extintas. ¿Dónde empezaba el mito? ¿Qué parte era verdad?
—Algo tiene que ser real —le dijo al paje—. Dioses, ángeles, reyes. Lo que fuera. Utu entregó su estrella a la humanidad, entregó sus dones. Pero estos dioses entregaron las armas de terror. La pregunta es: ¿Qué protege la orden? ¿Los dones o las armas? ¿O ambas?
—Para eso tendríamos saber qué es el Grial. Y si soy sincero, el Grial me suena más a un don que a un arma —contestó, y él asintió lento. Tenía sentido, e iba a averiguar más.
El padre Abel ya le había dicho que pronto terminaría de traducir la primera parte de los manuscritos, al menos lo que estaba en sumerio. El resto ya se vería, en especial porque él no tenía idea de escritura egipcia, o de interpretar los dibujos extraños. Así que, a pesar de la resaca, Guillaume salió hacia la iglesia en busca de más respuestas.
Fue así que se encontró con Bruna y esta intentó darle una explicación. Quiso mantenerse distante y firme, pero ella lo desarmó con pocas palabras. Bien, Arnald tuvo razón. Había otro motivo para su rechazo, y no era el afecto al otro caballero. Moría por saberlo, pero la esperaría. Sobre todo porque ella admitió, tal vez sin querer, que también sentía algo por él.
—Me figuro que viene por la traducción completa —le dijo el padre Abel una vez estuvieron a solas, y no parecía contento. Por supuesto, lo acababa de ver intentando seducir a santa Bruna de Béziers. Al menos así debía de ser en su mente. Ah, si tan solo supiera...
—Así es —contestó él—. Pensé que de seguro lograsteis terminarlo. Necesito la traducción completa, pues no entiendo muchas cosas.
—¿Qué es lo que no entendéis, señor? —preguntó este con interés.
—Las armas de terror, y los dones. ¿Qué son en realidad? ¿Acaso en alguna parte del texto lo dicen?
—Señor... —murmuró, y parecía contrariado—. ¿Hace cuánto que no practicáis latín?
—¿Eh? ¿Por qué?
—Porque de seguro se os pasó algo al momento de leer el texto. Los dones y las armas de terror son lo mismo. A veces lo llaman de una forma, y de otra. Pero se refieren a lo mismo.
—¿Qué? —Tembló al escuchar eso. Bueno, tal vez el tipo tenía razón y no entendió en el texto. O no era tan sencillo de inferir—. ¿Eso quiere decir que los dioses entregaron las armas de terror a dos hermanos?
—Según el mito, sí. Las armas de terror son dones sobrehumanos. Son las armas de los héroes de las leyendas sumerias.
—¿En serio?
—Así es. Por eso los héroes eran más fuertes, más poderosos que el resto. Son un arma de doble filo, diría yo, pues por un lado son dones que pueden poner en peligro al que lo posea. Por eso le llaman "armas de terror".
—Oh, ya veo —dijo pensativo—. ¿Y acaso en lo que habéis traducido se sabe qué son las armas de terror?
—No son muy específicos, pero algo sí entendí. Una de las armas de terror es la voz de los dioses.
—¿Qué?
—También le han llamado encantamiento, señor.
Sintió vértigo. La cabeza le daba vuelta. Una de las armas de terror, de los dones entregados por Utu a los humanos, era el encantamiento. Y según la dama Orbia, ese era el primer pilar del Grial.
Ya le quedaba claro, la orden cuidaba de las armas de terror. A eso le llamaron Grial.
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(1) Cuando contemplo a la alondra mover - Bernart de Ventadorn (1147-1170)
(2) Vísperas. Según la división del tiempo que hacía la iglesia en la edad media, sería alrededor de las 6pm
(3) Traducción de la tablilla de Utu del sumerio original
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BOOM BABY
Fuertes y salvajes declaraciones. Al menos Guillaume ya sabe, o cree saber, qué protege la orden. ¿Y qué es el Grial en verdad? Lo averiguaremos.
Este capítulo es 100% inédito por cierto, por eso viene con drama extra en el borde xd
Ahora sí, solo digo... ¡PREPÁRENSE PARA LOS PROBLEMAS Y MÁS VALE QUE TEMA!
Próxima actualización: Lunes 12 de julio
PD. No olviden comentar, porque sino me estreso y muero (?
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