Capítulo 24: La loba de Cabaret
Bello amigo, agradable y bueno,
¿cuándo os podré ver?
¿Qué me costará estar con vos una noche
y darte un beso amoroso? (1)
Llegó la noche a Cabaret, y Orbia estaba sentada mientras una doncella le cepillaba el cabello con cuidado. La señora ni siquiera se preocupaba por sentir algún jalón de cabello, confiaba lo suficiente en las personas que estaban a su servicio. Pero, sobre todo, sabía que todas ellas tenían muy claro que no toleraba errores si se trataba de asuntos de belleza. Cualquier error, por más mínimo que fuera, le quitaría la perfección de la que tanto hablaban los trovadores. La dama Grial, la loba de Cabaret. La mujer con más belleza y gracia de todo Languedoc, y de seguro de toda la cristiandad.
"Soy bella", se repitió con seguridad. O al menos lo intentó. Orbia sabía que era así. Se lo dijeron desde muy pequeña, y ella lo creyó. Los años se lo reafirmaron. La primera vez que lo escuchó fue antes de casarse, cuando la alabaron tanto diciendo que Jourdain tuvo suerte de desposarse con una flor tan hermosa como ella. Los halagos no pararon, y luego siguieron los trovadores. Su momento había llegado.
No fue fácil, y muchos parecían haber olvidado sus años de juventud e inseguridad. Tuvo miedo, en especial cuando los dos hijos que le dio a Jourdain murieron a los meses de nacer. ¿Qué destino le esperaba a una mujer incapaz de engendrar niños fuertes? Orbia imaginó los peores escenarios para ella, pero no tardó en darse cuenta de que alrededor nadie pensaba lo mismo. Nadie compartía sus temores. Porque Jourdain sentía una pasión extraña por ella, y la buscaba en el lecho más seguido de lo que solían hacer los maridos. Que seguían alabando su belleza, su gracia, su forma de dirigirse en la corte.
Por eso tuvo que hacer de la finn' amor y el joy su fortaleza. ¿Quién fue el que la nombro dama Grial? Apenas lo recordaba, pero todos sabían que la dama vivía en Cabaret y nadie se iba a atrever a sacarla de ahí. Ni Jourdain ni nadie. Porque los hijos ya no importaban, ya a nadie le interesaba Jourdain. Ella era la importante. La joya que brillaba con luz propia, la mujer más aclamada, la que todos adoraban. Y a quien los señores iban a buscar también, situación que ella aprovechó para conseguir beneficios.
Orbia supo que no bastaría la presión popular para obligar a Jourdain a que la mantuviera a su lado. Si había que mantener contentos a los señores para que se encargaran de respaldarla, ella lo haría sin importar el precio. No le desagradó para nada, de hecho, lo disfrutó mucho.
Los años habían pasado, y ya no solo la protegía su reputación en Cabaret, también la orden del Grial. Se sentía libre a su manera, impune para salirse con la suya siempre que podía. "Soy bella", se volvió a repetir. Y aun así se sentía rechazada por culpa de quien menos imaginó. De alguien que siempre le pareció insignificante. No quería pensar en ella de esa manera, pero, ¿qué otra cosa podría decir? Le daba pena, no merecía que la despreciara. Pero así eran las cosas.
Cuando se enteró de que Peyre Roger iba a casarse, pues la orden así lo dispuso, temió ser desplazada por la verdadera señora de Cabaret. Ella era solo la mujer del hermano del señor, la futura esposa sin duda tendría más autoridad e intentaría quitarle sus dominios. Orbia se preparó para una guerra, pues eso no iba a permitirlo. Pero al conocer a Bruna pronto supo que no iba a ser así, que esa muchachita sin gracia sería incapaz de quitarle algo. No, la chica jamás sería competencia para ella.
Para favorecerla aún más, la chica se apartaba de la finn' amor. Por cortesía intentó incluirla en sus juegos de la corte, pero Bruna siempre se mantuvo a un lado. Tal vez por eso ni siquiera esperó el primer golpe a su orgullo: Peyre Vidal.
Que la dama más aclamada tuviera al trovador más famoso de la cristiandad dedicado a ella era como un símbolo de su estatus. Y si bien sabía que Peyre se caracterizaba por sus amores galantes en cada corte a la que iba, eso nunca le molestó mientras ella fuera su dama principal. Excepto cuando él vio a Bruna y decidió dejarla de lado. Al menos así lo sintió. Ella le puso como condición que no dejara sus deberes, pero hacía casi dos años que Peyre se dedicaba a la tal Rosatesse porque sabía que a Bruna le gustaba, y que casi todas sus canciones estaban dirigidas a su cuñada.
Lo que más le irritaba, aunque jamás lo demostraba, era que a Peyre le importaba de verdad Bruna. Cuando fue por ella solo lo hizo porque era una conquista necesaria, un reto inalcanzable para un trovador. Pero a Bruna la adoraba, la quería más allá de las canciones. ¿Por qué no podía ella inspirar esos sentimientos puros?, se preguntó una vez. ¿Acaso para ella solo estaban reservados los amores galantes? Aquellos que, como decía Bruna, se acababan con una canción.
Tal vez lo de Peyre Vidal podría soportarlo, pues en verdad a ese hombre no lo quería. Pero lo otro... Lo otro era intolerable, y le había dado donde más le dolía.
Guillaume no podía ser tan ciego, en verdad no podía creerlo. Estuvo a la expectativa antes de conocerlo, bastante ansiosa en realidad. Quería una novedad en su vida, y sin duda el hijo de Bernard se la daría. Pero cuando la conoció ni siquiera se vio interesado, apenas algo cortés y apresurado. Le dio la oportunidad de reivindicarse en varios banquetes, y ni una sola vez lo intentó. Ya había sido suficiente humillación que la hubiera despreciado delante de todos en la fiesta de bienvenida, como para que además ni siquiera se acercara un poco a morder el anzuelo que lanzaba. El muy idiota solo tenía ojos para la insignificante de Bruna. ¿Cómo podía resignarse a aceptar eso?
Su humor, tan afable y relajado a esa hora de la noche, se trastornó de solo pensar en Bruna y Guillaume. Apenas se dio cuenta cuando la doncella dejó de peinarla y se hizo a un lado. La puerta de la habitación se abría lento, y ahí vio a la figura de su marido. Apartó la mirada de él, no estaba de humor para ese estúpido.
—¿Qué haces acá? —le preguntó ella apenas la doncella que la peinaba se fue.
Orbia se puso de pie para ir a recostarse a la cama. Era obvio lo que quería, y mientras antes terminara, mejor. Con tipos como él la tortura duraba tan poco tiempo que ya ni importaba.
—Nada, solo vine a verte —contestó, pero la miraba con burla.
La dama temió. La última vez que estuvo ahí la golpeó para forzarla a hacerlo, aunque no fue necesario. Lo hizo por el simple placer de lastimarla. "Así que eso quieres", se dijo molesta. Pues ella no iba a quedarse callada. Si alguien iba a salir herido de ese encuentro, sería él.
—Me contaron de lo que pasó —comentó ella con desinterés—. Qué vergüenza, Jourdain, ¿cómo le hiciste eso a la pobre de Bruna? Ya sé que vives frustrado, pero lo mejor sería que escogieras a otra persona para desquitar tu terrible humor.
—Esa pequeña zorra se lo merece —contestó este sentándose frente a ella.
—No digas eso de ella, sabes que es una dama honorable. Lo de llamarla "zorra" te lo has inventado para sentirte mejor, querido. No es culpa suya si no fuiste lo suficiente hombre para mantener a una mujer a tu lado. —Cuando dijo eso vio como el rostro de su marido se transformaba por completo. Había dado donde dolía, y era hora de clavar otro puñal—. ¿Dije una? Dos mujeres en realidad. No sirves para satisfacer a nadie. —No esperó lo siguiente. Joudain se abalanzó sobre ella. La tenía contra la cama con una mano presionando su cuello.
—No te atrevas a burlarte de mí, maldita —le dijo entre dientes.
—¿No me atrevo a qué? ¿A decir la verdad? ¿Tanto te duele, querido? —decía burlona, y él la silenció con una fuerte bofetada—. ¿Quién te has creído que eres? —dijo ella, luchando por zafarse—. ¡Suéltame, o vas a pagar muy caro! —exclamó. Jourdain sabía que ella podía cumplir sus amenazas, pero en ese momento no parecía importarle.
—¿Sabes por qué le digo a Bruna que no se compara ni un poco a ti? No porque seas la mejor dama de todas, sino porque eres la peor zorra que existe. Puedes engañar a todos con esa sonrisa, pero a mí no. Ella no se puede comparar contigo, tú le ganas en todo. Tiene mucho que aprender de la zorra mayor.
—¡Oh, defendiendo a la pequeña! Quién lo diría —dijo con esa sonrisa llena de burla que él no soportaba—. ¿Me parece o aún sigues sintiendo algo por ella? Aunque no me explico tu ira, ¿así reaccionas cuando una mujer no te presta atención?
Burlarse de él era un pasatiempo, pero tal vez debió contenerse un poco en ese momento, considerando que estaba en desventaja y sin posibilidad de escapar. Jourdain empezó a asfixiarla, y esa vez en serio. Intentó mantener la calma, pero pronto la falta de aire la desesperó. No supo cuánto tiempo duró la tortura de luchar por su vida, solo se dio cuenta de que él lo estaba disfrutando. Que incluso sonreía. Cuando la soltó, Orbia lo empujó con las pocas fuerzas que le quedaban e hizo lo posible por tomar aire. Estaba furiosa, pero también asustada. Jamás había llegado a ese punto.
—¡Maldito! —gritó, pero este empezó a reírse—. ¡No tienes idea de lo que soy capaz de hacer! ¡Vuelve a tocarme, y te juro que las pagarás muy caro!
—Claro que no pienso volver a tocarte, ¿por qué querría a una mujer usada? —Orbia enfureció aún más al escucharlo decir eso. No tenía nada a la mano, y solo atinó a arrojarle un almohadón, cosa que solo le provocó más risas al miserable—. ¡Pobre Orbia de Pennautier! ¿Te has dado cuenta de cuántos años tienes? Ya estás muy vieja para los juegos de almohadas.
—¡Cállate! —Jourdain también sabía dónde dar golpes, y no solo físicos. Había tocado uno de sus mayores temores. Hacerse vieja y perder toda esa belleza que la hacía famosa. Tenía treinta años, y eso para el mundo era casi una ancianidad.
—En cambio Bruna, tan hermosa ella, es joven aún. En la flor de la juventud lo que la hace tan bella, ¿no crees? No llega ni a veinte.
—¿Qué rayos quieres decir? ¿Qué me importa a mí eso? —preguntó con rabia.
—¡Creí que era obvio! No te resultó tu última conquista, ¿verdad? Claro que no, si seguro ya le hueles a vieja.
—¡Deja de decir estupideces! No sabes de lo que hablas.
—Claro que lo sé. Tu nuevo objeto de deseo llamado Guillaume de Saissac no te mira ni aunque lo quieras. —Maldijo por dentro, Jourdain la conocía demasiado bien—. ¿Por qué te miraría a ti? Sin dudas Bruna es una flor más atractiva para él. Y no, querida, no es que hayas dejado de ser la maestra de la seducción con la finn' amor, es solo que algunos hombres preferimos algo llamado juventud. Una mujer joven y bella sin mucha experiencia. Dócil y suave, perfecta para amar. En cambio, ¿qué eres tú? Una loba vieja que no tiene ya nada que ofrecer.
—¡Idiota! ¡Estúpido! ¡Lárgate de aquí! —gritaba molesta mientras le arrojaba todo lo que había en su lecho. Él solo se reía, y Orbia se desesperaba más y más.
—Hay gente que no le gusta que le digan sus verdades, y cuando es así reaccionan como la basura que son. ¡Esta es la verdadera Orbia que todos deberían conocer! Desesperada porque no puede conquistar a un hombre, echando espuma por la boca. ¡Esa eres tú! Ojalá pudieras ver lo ridícula que luces ahora.
—No me vengas con ese discurso, sé bien que el desesperado eres tú —le tocó su turno de atacar, y no iba a contenerse—. ¿Acaso no ves que te la están quitando?
—Querida Orbia, por si no lo sabes, yo ya no quiero saber nada más de Bruna hace mucho tiempo. El hecho que piense que es hermosa no significa nada. Ella es joven aún, podría conquistar a cualquier caballero con solo desearlo, es más, no deseaba conquistar a Guillaume y ya lo hizo sin nada de esfuerzo, ¿en cambio tú qué?
—¡Cállate! —estalló otra vez—. No sabes lo que soy capaz de hacer, no tienes idea. Tomaré esto como un reto. Ese hombre será mío —amenazó.
Ya no solo se trataba del fastidio que le causaba que el tipo no le prestara suficiente atención. No iba a tolerar que el infeliz de su marido se burlara de ella diciendo que no podía conseguir a quien deseara. Le iba a demostrar de lo que era capaz, haría que se tragase sus palabras.
—Eso quiero verlo, debes estar soñando —dijo este, fingiendo desinterés.
—¡Claro que lo verás! Y yo me reiré de ti cuando lo tenga a mis pies.
—Eres malvada, Orbia, ¿cómo puedes pensar solo en ti? ¿Y qué hay de Bruna?
—Tú me has provocado —dijo decidida—. Guillaume suspirará por mí, estará conmigo, rogará por ser mi caballero, ya verás. Y no será todo —volvió a sonreír, sabía que eso lo enfurecería—. Será mío por completo, sentiré su cuerpo. ¿Y sabes qué será lo mejor? Que lo haremos en esta cama que alguna vez tú y yo compartimos. ¡Claro que sí! Me reiré acordándome cuando decías que me amabas mientras él me hace suya.
—¡Mujerzuela! —Una cachetada le viró el rostro, pero ella siguió riendo. Jourdain la tomó del cuello una vez más con sus dos manos—. Conquístalo si quieres, pero no toleraré una nueva traición. Ya he tenido que soportar lo suficiente de ti. ¡Eso se acabó! ¡Tú te atreves a hacerlo, y te mato! ¡Los mato a los dos! —la soltó, ella una vez más luchó por recobrar el aire.
—No te creo capaz —dijo con dificultad.
—Eso lo veremos. No me retes, Orbia. No estoy dispuesto a soportar otra de tus traiciones. Te mataré con mis propias manos si es necesario, y él correrá la misma suerte si te atreves a desafiarme. Ya no tienes a Bernard de Saissac para que te defienda, se acabó la impunidad para ti.
—No te creo —dijo otra vez. Al menos sí creía la parte en que la podía matar, pero no creía aquello que se refería a matar a Guillaume. Él era el gran maestre, no podía hacer eso.
—No estés tan segura.
Jourdain no quiso quedarse más tiempo. Salió de la habitación, tirando la puerta con fuerza para cerrarla. Orbia se sentó en donde estaba antes que él llegara, tomó su peina y empezó a ordenar sus cabellos. Estaba nerviosa, cierto. Jourdain intentó asfixiarla varias veces, le temblaban las manos. Y eso no la detendría, ya había lanzado la amenaza. Era una cuestión de orgullo.
****************
Cuando aquella mañana la dama Orbia de Pennautier envió una doncella para informarle que lo invitaba a almorzar con ella en sus habitaciones privadas no lo pudo creer. Y menos Arnald, quien estuvo a su lado cuando llegó la noticia.
Guillaume casi lo había olvidado o, mejor dicho, prefirió ignorar que entre las misiones que le dio su padre estaba la de proteger a la dama del Grial. Su excusa favorita era decir que estaba demasiado ocupado para eso. Primero con los asuntos de Saissac, las rentas, la restauración del castillo, entre otros asuntos. Poco sabía de cómo administrar un feudo, así que tuvo que pedirle consejos a Peyre Roger en cuando a organización, y este aceptó gustoso a orientarlo.
Y claro, estaba su quebradero de cabeza principal: La maldita orden. Al principio esperó que en cualquier momento alguno de los caballeros del Grial le revelara su identidad y lo ayudara, pero ya había pasado un buen tiempo y estaba seguro que si quisieran ya lo habrían contactado. Le habían dado la espalda, eso era lo que pasaba. Estaban siguiendo por su propio camino sin considerarlo, o quizá lo estaban probando. No sabía que pensar, solo estaba seguro de que los odiaba a todos en secreto. Al menos, se dijo, la nueva invitación de Orbia podría ayudarlo en algo.
—Iré —comentó él por lo bajo. Arnald lo miró con fastidio
—Es obvio que vais a ir —agregó, reprendiéndolo—. Y espero de todo corazón, mi señor, que esta vez no lo arruinéis. —Guillaume suspiró. Bien, bien. Estaba acorralado.
—¿Qué puedo decir en mi defensa? Ya sé que no he actuado con sensatez últimamente.
—Nada —contestó el paje con insolencia—. No me hagáis repetir lo que es obvio. La dama Grial se está esforzando por acercarse a vos, pero no hacéis nada para facilitar las cosas.
—Bueno, pero ya te dije que esta vez me voy a esforzar y no arruinaré nada, ¿contento?
—Estaré contento cuando me digáis que habéis conseguido información importante sobre la orden. No sé, que confirméis que de verdad ella es la mujer que estamos buscando.
—¿Y si no lo es?
—Pues podréis volver con tranquilidad a ir detrás de mi señora Bruna —contestó con fastidio. No quiso molestarse, de hecho, casi se le escapó una carcajada. Pobre criatura, seguía irritado por eso.
—¿Celoso?
—Ya no —aclaró muy seguro—. Solo quiero lo mejor para la misión que os dio vuestro padre. Y para ella, desde luego.
—Por supuesto. —Iba a creerle. El paje decía que ya no le guardaba rencor por eso, pero de seguro sí. Algún día se le pasaría, y esperaba que fuera pronto, pues él no estaba para aguantarlo.
Así que ordenó a Pons que buscara algo decente entre su ropa, y a la hora indicada se dirigió a la cita con Orbia. La hicieron pasar hacia su habitación, ya había estado ahí, pero no le había prestado mucha atención la primera vez.
Era un sitio encantador, a decir verdad. Bien iluminado, y con un aroma tan dulce que lo embriagó. Todo parecía hasta exótico, había almohadones y finos tapices, además de bellos arreglos florales. La dama lo esperaba sentada mientras tañía su vihuela. Cuando entró pareció no prestarle atención, lo miró de reojo y le sonrió mientras entonaba una suave melodía que se le hizo conocida.
A mi caballero quisiera
tenerlo una noche en mis brazos
A él le otorgué mi corazón y mi amor,
mi juicio, mis ojos y mi vida.
Pero a él nada le importó
Cuando marcharse de mi vida decidió.
Bello amigo, agradable y bueno,
¿cuándo os podré ver?
¿Qué me costará estar con vos una noche
y darte un beso amoroso?
Si te di todo mi querer,
¿cómo es posible que lograras dejarme de querer?
Lo sabes tú y lo sé yo.
Llevas mi recuerdo en el corazón (1)
—Rosatesse, ¿verdad? —preguntó él sonriente cuando la dama terminó de entonar la canción.
No sabía si era porque la canción era hermosa, porque la dama tenía una bella voz, o si era el ambiente y el aroma de la habitación. Pero se quedó absorto observándola. Se veía muy bella ese día, con el cabello suelto cayendo sobre los hombros con delicadeza. Vestía apenas una túnica para dormir. Y si la miraba bien podía incluso distinguir sus formas debajo de esta. "Eso no se hace", pensó divertido. Era demasiada provocación para un hombre como él.
—¿Quién más podría ser? —contestó ella sonriendo—. Llegáis temprano, señor. Dejadme vestirme para salir a almorzar, ya está el espacio preparado. Tomad asiento, no demoraré mucho.
Y si creyó que lo de antes fue provocativo, era porque no estaba preparado para lo que seguía. Cuando le dijo que iba a cambiarse pensó que se iría de habitación. Pero caminó hacia un biombo donde dos doncellas la esperaban con un vestido. No pudo evitar mirar, y fue en verdad tentador. El biombo dejaba al descubierto desde la rodilla hacia abajo y terminaba hasta casi exhibir sus pechos. Ella levantó los brazos y las doncellas le quitaron la túnica. Orbia se acomodó el cabello mientras él la observaba sin parpadear.
El biombo no era transparente, pero la luz de la habitación dejaba ver la silueta de su cuerpo desnudo. La miraba absorto, no podía reaccionar. "Eso te pasa por fingirte el célibe", se dijo intentando aplacar las reacciones de su cuerpo.
Cabaret no era tan distinto al resto del mundo, también tenía tabernas donde encontrar compañía para pasar el rato. Y claro, podría tomar a cualquiera de las sirvientas de los tres castillos, estaba seguro de que ninguna iba a negarse.
Solo que esa no era su ciudad, no eran sus tierras. Y no se sentía en suficiente confianza para coger a cualquiera de las muchachas que estaban por ahí para quitarse las ganas. Apostaba a que Peyre Roger y Jourdain tenían a algunas entre la servidumbre, pero hasta el momento ninguno le había insinuado que podía tomar a quien deseara. Tener sexo en Cabaret era casi una aventura que podía cansar.
En París no tuvo tantas obligaciones, en cambio ahí amanecía y anochecía con rapidez. Cuando se daba cuenta ya era tarde, estaba exhausto y sin ganas de bajar de la montaña solo por sexo. ¿Resultado? Que a la primera muestra de sensualidad estuviera babeando como si no hubiera cogido en años.
Por supuesto que Orbia era consciente de lo que provocaba, lo hacía a propósito. Ella le dirigió una mirada coqueta, y entonces reaccionó. "¿Qué haces, idiota?", se dijo a sí mismo sacudiendo un poco la cabeza. Claro que había escuchado historias de la dama Grial, pero tampoco se iba a aprovechar de eso para acostarse con Orbia. Sobre todo porque conocía la rivalidad indirecta que esta tenía con Bruna. No haría nada por ofenderla.
—Lamento si demoré —dijo ella. Ya estaba vestida, y no se dio cuenta en qué momento pasó. Para él todo ese proceso fue tan lento y provocador, como si el tiempo se hubiera detenido—. Ahora sí, ¿me acompañáis?
Guillaume la siguió hasta la terraza que tenía una buena vista del valle. Había una mesa donde estaban servidos los alimentos para ellos dos. Quizá se alarmó un poco al ver que el vestido que Orbia tenía puesto se ceñía a su cuerpo con perfección, tanto que podía apreciar con claridad sus formas.
—Bonita vista. —Fue lo que pudo comentar apenas. Rayos, Orbia estaba demasiado cerca, podía sentir el calor de su cuerpo. Así se había dispuesto la mesa.
—Claro que sí, acá todo es hermoso. La música, el joy, sobre todo esto último. Aunque por lo que he visto vos no sois un cultivador experto.
—Seré de Provenza, pero en París aprendí a vivir de otra manera —contestó con amabilidad. Tenía que pensar en otra cosa y evitar que sus ojos se dirigieran a sus pechos. Podría jurar que veía sus pezones debajo de la tela—. Aún me cuesta entender esa forma de pensar de vosotros, quienes dicen que el joy es el máximo goce de todo.
—Porque es así —contestó ella con una sonrisa—. El joy es lo más hermoso que existe. Con canciones, con juegos, con el disfrute del amor entre la dama y el caballero, con las miradas, con la música. Todo es un conjunto de belleza que enaltecen el alma, que nos hacen llegar a Dios.
—Se puede llegar a Dios mediante la oración —contestó sin querer. De inmediato se sintió avergonzado por la estupidez que acababa de decir.
"¿Qué eres ahora? ¿Arnald?", se dijo, pues eso era algo que sin duda respondería su paje. Tenía que cambiar de tema y, sobre todo, apartar su mirada de ella. Tenía un aroma exquisito, no podía negarlo. La forma descarada en que lo miraba comenzaba a ponerlo algo nervioso.
—Claro que se puede, pero esa es solo una forma. Me llaman la dama Grial porque soy la señora de la finn' amor y del joy. Lo enaltezco, esa es mi labor. Hacer que los corazones se sientan invadidos por el gozo de amar.
—Una labor noble —contestó sin mirarla y cogiendo algunas uvas. No quería verla, sabía que si le seguía el juego terminaría cayendo.
—¿No le parece que la música de Rosatesse lo más hermoso que existe? Su arte lo es todo, ¿verdad?
—Bueno, cuando escucho alguna de las composiciones de esa persona me siento invadido por algo. A veces cantan y no se siente nada, pero cuando la interpretación es buena pues parece que invade el alma. —Fue sincero. Y evocó a Bruna, a la noche en que la encontró en el balcón. La forma en que cantó fue casi mágica. Atrayente, precioso. No había escuchado hasta el momento ninguna interpretación de Rosatesse tan buena como la de ella.
—Como un encantamiento, ¿verdad? —continuó Orbia—. Porque cantar es una forma de encantamiento.
—¿Perdón? —le cortó de pronto—. ¿Habláis de hechicería? —Eso lo dijo más bajo. Esperaba no haberse equivocado.
—Claro que no. O sí, en parte. —Orbia se acercó un poco más a él, quería hablarle con complicidad. Guillaume contuvo la respiración—. Os diré algo que muy pocos conocemos, señor. Rosatesse sabe.
—No entiendo. —¿Acaso estaba hablando del Grial? ¿O qué rayos quería decir eso?
—¿Habéis escuchado la leyenda del número áureo? —Lo tomó por sorpresa. No tenía idea de a qué quería llegar con eso, pero hablar de asuntos esotéricos y definitivamente nada cristianos, parecía ser una pista sobre su verdadera identidad. O tal vez de su cercanía con la orden.
—No sé nada de eso —respondió con cautela.
—Y si yo os digo "Los dioses necesitan a los humanos", ¿qué contestaréis? —Estaba boquiabierto. Mierda, mierda, mierda... ¡Es que no lo sabía! Aquello tenía que ser una especie de santo y seña, ¡y él no tenía idea de nada! Se estaba desesperando de verdad.
—No lo sé —respondió avergonzando—. Pero creo saber de qué se trata todo esto. Sé por qué me habláis de esa manera. Necesito saber más, basta de juegos. Sois la dama del...
—Silencio, mi señor —le cortó ella con una sonrisa, y para hacerlo posó dos de sus dedos en los labios de Guillaume. Una eficaz manera de callarlo—. Hay muchos oídos indiscretos en Cabaret. ¿Acaso vuestro padre no os lo enseñó?
—Señora —dijo apartándose un poco—, sé que hay leyes que debo de respetar dentro de la orden. Pero estamos en una situación crítica, necesito información, y mucha. Para empezar, ¿qué es eso de que Rosatesse sabe?
—El secreto, señor. El primer pilar. El número áureo. Ella lo sabe y lo usa para producir ese efecto en las personas con su música. No sé cómo se enteró, nadie lo sabe, al menos eso es lo que me han dicho. Pero lo sabe. Ella conoce los secretos del encantamiento. —La cabeza le daba vueltas. No esperó recibir ese tipo de información en un almuerzo.
"Encantamiento". Jamás había escuchado hablar de eso, pero de por sí ya sonaba a algo sobrenatural, mágico tal vez. Y recordó aquellos dibujos tan extraños en el libro que Arnald rescató de Saissac. Un hombre tocando la vihuela, cantando. Y las bestias obedeciéndolo, incluso una persona sometiéndose a sus órdenes por ese simple cantar. ¿Entonces era cierto? Tenía sentido. El dibujo hablaba de lo que Orbia mencionó, el primer pilar del Grial. Y aquella misteriosa compositora poseía el secreto. Sabía cómo encantar a las personas. Controlarlas con sus canciones.
—Entonces, ¿vos sabéis quién es Rosatesse? —insistió.
—No lo sé, nadie lo sabe. El único que la conoce es Peyre Vidal. Mi señor, encontrad a Rosatesse y sabréis el principio de todo. Ella no sabe qué es su poder, o al menos eso me han contado.
—Queréis decir que sí existe una Rosatesse, que no es solo una invención de ese trovador, ¿cierto? —Ella asintió—. ¿Cómo podría encontrarla?
—¿Cómo puedo deciros algo como eso? No es en mí en quien debéis buscar pistas para encontrar a la compositora secreta. Pero hay cosas que no debéis hacer si queréis llevar con éxito vuestra misión. Y una de ellas es dejar de perder vuestro preciado tiempo con Bruna.
—¿Qué? —Esas palabras lo descolocaron. Se alejó, frunció el ceño. Eso no iba a tolerarlo.
—Solo os digo la verdad. Bruna no sabe nada, señor. Es inútil en vuestra búsqueda. Sé quién sois en verdad, sé que tenéis prioridades. Creedme, no tenéis que preocuparos por ella.
—No tenéis derecho a decirme lo que tengo que hacer o no, yo decido lo que hago con mi tiempo. —No le gustó para nada ese comentario, y en todo caso no era asunto de Orbia. Por supuesto que era consciente de sus obligaciones, y Bruna estaba al margen de todo eso.
—Yo solo decía que, si queréis información de verdad y avanzar en vuestra búsqueda, Bruna jamás os la dará.
—Pero vos sí, ¿verdad? Eso es lo que queréis decirme. —Ella sonrió y se acercó más a él.
Guillaume se quedó inmóvil, ¿qué iba a hacer? El olor exquisito de esa mujer lo embriagaba, su calor, el recuerdo de su cuerpo desnudo detrás del biombo. Lo irritaron sus palabras contra Bruna. Pero su cuerpo... Su bello y deseable cuerpo...
—Yo os diré todo lo que queréis saber —le dijo con voz seductora al oído—. Vuestro padre me confió muchos secretos. —La mano de Orbia se posó en una de sus piernas, y él luchó por apartarla. Pero no podía, estaba inmóvil, el deseo empezaba a crecer en él.
—Entonces hacedlo, decidme todo lo que sabéis —le pidió.
—Yo solo comparto secretos en la cama.
Y eso terminó por matarlo. ¿Qué más le iba a decir? Las intenciones de la dama eran claras. "Acuéstate conmigo y te lo diré todo", eso dijo entre líneas. Una propuesta demasiado tentadora.
—No haré eso —respondió casi titubeando. Y de paso odiándose un poco.
¿Qué pensaría de él? Que era un idiota de seguro, ¿cómo rechazar una propuesta así? ¿Cómo rechazar gozar de los favores de esa dama? Pero no podía y no lo iba a hacer por más que se muriera de ganas. No le iba a hacer eso a Bruna por nada del mundo.
—Si es así, guardaos esos secretos —se apartó, al menos quería parecer seguro de su decisión—. No soy un caballero al que podéis poner condiciones.
—Pues ya las puse —contestó ella en el mismo tono seductor de antes.
Orbia tomó una uva y se la comió lento mientras lo observaba. Un poco del jugo de la fruta resbaló por su boca hasta su mentón. ¡Por Dios! No podía quitarle la mirada, y cuando bajaba los ojos solo podía ver sus pezones tomando forma debajo del fino vestido. Esa mujer era una tentación.
—¿Acaso no lo deseas? —preguntó con complicidad. Hasta el momento no habían dejado los formalismos, pero ella estaba cada vez más próxima—. Nadie se va a enterar, Guillaume. Y te juro que lo vas a disfrutar mucho.
—A mí nadie me pone condiciones, soy yo el que las pongo.
Guillaume se paró y se dio la media vuelta para irse de una buena vez. Sentía que se estaba asfixiando en su presencia. No fue para nada una salida digna, fue más bien un escape. Estaba escapando de ella, de la tentación que representaba. Si esa mujer seguía mirándolo así, tratando de acercarse y provocándolo de esa manera, estaba seguro de que en cualquier momento se le iba a arrojar encima.
Tenía que controlarse, no podía permitirse esos arrebatos. Caminaba por el pasillo para alejarse de ahí y sacudió la cabeza. No, no. No se dejaría seducir por ella. Además, ¿qué clase de locura era esa? ¿Por qué no solo hablarle con la verdad cuando estaban en una situación crítica con la orden? ¿A qué quería jugar? Al menos Guillaume sabía que, por su lado, jugaría a hacerse el digno. No iba a aceptar que le pusieran condiciones, o eso quería creer.
Resistiría, eso se lo prometió. Por Bruna, sí... Por ella. Porque sabía que de enterarse, jamás lo perdonaría. Por ella se contendría a sí mismo. No sabía hasta cuando iba a resistir, pero lo intentaría con todas sus fuerzas.
------------
(1) Llevas mi recuerdo en el corazón – Rosatesse – Composición original de Katerina Az. Para la historia
------------
Descripción gráfica de Guillaume en el capítulo de hoy
Hello, hello, hello!!! Mis damitas preciosas (así se ha autodenominado el fandom de la historia xd si eres hombre, entonces eres un damito. Y también eres precioso <3)
OMG la Orbia sacó las garras, pero que conste que la culpa la tiene el sátrapa de su marido, un asco ese bro la verdad.
¿Qué acontecerá ahora? ¿Guillaume logrará controla su p... Paciencia? :v
Recordemos que, efectivamente, Orbia es una de las iniciadas de Cabaret. De hecho, si tuviera voluntad y no ganas de joder, podría enseñarle mucho a Guille xd
PRÓXIMA ACTUALIZACIÓN: Martes 25 de mayo
¡No olviden dejar sus lindos comentarios!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top