Capítulo 17: Incendiarios
Si el ojo tuviera permiso para ver,
Ninguna criatura sería capaz de resistir
La abundancia y ubicuidad de los demonios
Y continuar viviendo sin ser afectados por ellos (1)
Raimón recordaba bien el día en que aquello empezó, pero en realidad no podría definir qué fue lo que lo llevó hasta eso. O en qué momento llegó a un punto de no retorno. Lo cierto era que ya no podía arrepentirse: Lo hecho, hecho estaba. Y asumiría las consecuencias, sean cuales sean.
Aún sentía el calor del incendio. No debió ir, no debieron ir. ¿Por qué ensuciarse las manos de esa manera? Pero el conde insistió, dijo que tenían que asegurarse como miembros de la orden de no dejar huellas, y que ninguno de sus acompañantes intentara pasarse de listo. Cualquier cosa, por más mínima que fuera, podría convertirse en una pista que no podían darse el lujo de dejar.
Él sabía que no solo inició el fuego en Saissac en un sentido literal, sino que encendió otro tipo de llama. Una que estaba resquebrajando a la orden del Grial. ¿Sentía culpa? Tal vez. Y aun así, una parte de él estaba convencida que hicieron lo que tenían que hacer. Que fue necesario.
¿Cómo empezó todo? Con su ascenso. Después de pasar varias semanas en Montpellier escuchando a Sybille al fin fue consciente de la gravedad de todo aquello. No solo de lo peligroso que sería que el Grial cayera en las manos equivocadas y de lo importancia de la orden. Sino de otras verdades que antes le fueron negadas, y que de pronto lo hicieron entender más.
Con Sybille fue educado. La escuchó sin reclamarle nada, después de todo, ¿qué culpa tenía la pobre? El hombre al que debería reclamarle por haberlo tenido tanto tiempo en la ignorancia ya estaba muerto, e ir a quejarse con Froilán no tendría sentido.
Fue de regreso a Carcasona que encontró a la persona ideal para llevar sus reclamos. De hecho, ni siquiera lo pensó bien. Solo estaba tan irritado, tan desesperado y asustado que no pudo evitarlo. El conde de Foix había llegado un día antes de paso hacia sus tierras, y había decidido quedarse a esperarlo. No sería nada fuera de lo común, pues ambos eran nobles aliados con intereses comunes más allá de la orden. Su esposa Agnes y su hijo se habían encargado de mantener entretenido al conde, así que lo encontró de buen humor cuando se vieron. ¿Cómo iba a imaginar él lo que se venía?
—¿Por qué estás aquí? —Le preguntó una vez estuvieron a solas. Y notó al conde desconcertado—. Sé que no estás de paso.
—¿Cómo afirmas tal cosa? —Dijo este a la defensiva.
—Tú y yo sabemos quién eres —contestó firme—. El vengador. El que ejecuta la "faide" de la orden. ¿Es por eso qué estás aquí? —El conde guardó silencio. Parecía cauteloso.
—¿Acaso crees que tengo una razón para asesinarte?
—Por supuesto que no. Pero sé que quieres hacerlo con alguien más, ¿o me equivoco? Carcasona está en la ruta a Tolosa. Irás por él. —El silencio del conde se lo dijo todo. Así que después de todo él pensaba faltar a lo acordado en la reunión con Froilán.
—Dime de una vez si piensas impedirlo, Trencavel. O estás de mi lado, o estás contra mí. —No le sorprendieron esas palabras. El conde siempre fue así, lo conocía desde que era un niño. Él no era de los que pedía permiso antes de actuar, él siempre jugaba con sus propias reglas.
—No voy a impedirte nada —contestó—. Porque sé que tienes miedo. Y no deberías avergonzarte de eso, porque me siento igual. Ahora sé... Sé otras cosas, Raimón —suspiró. No quería hablar de eso, no debería—. Sybille... Ella...
—¿Qué cosa?
—¿Hasta cuándo iban a esperar para decirme que no existe el Dios de los cristianos? ¿Que la magia antigua es real? ¿Qué somos todos unos paganos? —Le tembló la voz cuando habló. Se sentía a punto de colapsar en ese momento.
—Supongo que me toca darte tu nuevo santo y seña, Trencavel —contestó—. "Los dioses necesitan a los humanos, los humanos necesitan a los dioses". Y si entiendes esas palabras, entonces estás listo para llevar tu misión con éxito.
La cabeza le daba vueltas. Como todos los que ingresaban a la orden, Trencavel recibió el primer santo y seña. Y cuando ascendió a caballero, le dieron el segundo. "Así como es abajo, es arriba". Aquello ya lo había escuchado antes, incluso los judíos repetían algo similar. Pensó, pecando de inocente tal vez, que estaban cumpliendo una especie de voluntad divina. Al menos eso siempre le dieron a entender. Al igual que el resto, él tampoco era un cristiano practicante. Fingía, tenía que guardar las apariencias ante la iglesia y la sociedad, pues lo criaron con la creencia de que no necesitaba a la iglesia y sus normas para existir.
Por supuesto, eso no significaba que no creyera en Dios. O en Jesús, la Virgen y hasta los santos. Siempre le pareció claro y obvio que todos existían. ¿Cómo podía sentirse cuando entendió que nada de aquello era real? Hasta Sybille lo había entendido. Le dijo con calma que ella pasó mucho tiempo sintiéndose culpable, diabólica y pecadora; pero que Bernard le devolvió la calma cuando le contó la verdad. Ella seguía manteniendo los valores cristianos porque le gustaban, seguía las normas de la sociedad porque así tenía que ser, decía "Dios mío" porque no podía evitarlo; y de hecho hasta le gustaba creer –o engañarse– diciéndose que había un Dios como siempre le enseñaron. Pero ya sabía que no era real, y él tenía que aceptarlo también.
No, la orden no seguía ningún mandado divino. Le pusieron Grial para seguirle el juego a las leyendas locales sobre la existencia de un cáliz sagrado, o las leyendas artúricas que él bien conocía. Todo para despistar, después de todo, ¿no era eso más creíble y aceptado por la gente? Lo que en realidad protegían era un secreto que venía desde una civilización tan antigua que apenas podía pronunciarlo: Sumeria. La cúpula de la orden, y al parecer los caballeros de rango más alto, no solo creían en la religión de los sumerios: También en sus dioses, en su magia, y en sus saberes. El Grial era un secreto que nació en oriente.
—¿Qué es en verdad? —Le increpó al conde. Este solo se encogió de hombros.
—¿No has entendido nada? Nadie sabe qué es el Grial, o dónde se esconde. Solo la dama es la guardiana del tesoro. Protegiéndola a ella, proteges al Grial...
—Si, si, eso ya lo sé —interrumpió—. Sabes que no me refiero a eso. Hablo de la mística. Ustedes deben saber algo, ¿verdad? Deben tener una idea.
—¿Qué has visto, Trencavel? ¿Qué te mostró Sybille?
—Tablillas, papiros, símbolos antiguos. Pero nada de eso es el Grial. No puede ser lo mismo.
—Vamos a suponer que no.
—Pero lo otro sí es cierto, o eso es lo que dicen.
—¿Y qué es "lo otro" para ti?
—¡El primer pilar, Raimon! ¡Deja de tratarme como si ya no necesitara saber! ¡Todos ustedes sabían que el primer pilar del Grial fue revelado hace mucho tiempo! —Gritó desesperado. Sentía que el conde lo evadía, como si a pesar de su ascenso se negara a revelarle lo más importante. A decirle con todas sus letras que todos ellos tenían conocimiento de esa magia antigua.
—Nosotros preferimos llamarle "encantamiento" —murmuró el conde con cautela—. Y baja la voz, que no estás hablando de ninguna estupidez.
De todas las revelaciones, sin dudas la que lo dejó perplejo fue aquello. "El primer pilar". O el "encantamiento", como le llamó el conde. El poder de la voz, del verbo. Las entonaciones precisas y correctas. La magia de Orfeo, quien con su música podía hacer llorar a los Dioses. Y ellos sabían que era real, lo habían comprobado de alguna forma que aún no le revelaban. Pero hasta Sybille estaba convencida que todo era cierto, pues Bernard le había contado la historia de unos cuantos miembros de la orden que dominaron el secreto. De hecho, había alguien dentro de la orden que lo conocía a la perfección.
El "encantamiento", aquella magia antigua y poderosa que residía en la voz, le daría a quién supiera dominarla el poder de controlar. Era desatar la voz de los dioses, así lo llamaron los antiguos. ¿Y cómo usaría alguien malvado tal poder? Para conseguir más, para dañar, para controlar a todo aquel que se cruzara en su camino. Sería una maldita catástrofe si no hacían algo. Si ese secreto que componía el Grial completo ya era tan peligroso, ¿qué pasaba con el resto? ¿Acaso no sería aún peor?
—Algo tenemos que hacer —le dijo muy convencido al conde.
—Lo sé —contestó este tranquilo—. Por eso voy camino a deshacernos del traidor de Tolosa. Puede que Froilán piense que es nuestro tonto útil, que el legado Arnaldo ya no sacará más de él. Trencavel, él sabe de Sybille, él sabe quién es la dama. Si no lo ha revelado aún, lo hará en algún momento. No podemos permitir que siga con vida.
—¡Por supuesto que no! —Declaró muy firme—. Y tenemos que aprovechar ahora que podemos hacer algo. El legado está camino a Roma, ahora es cuando.
—Me alegro que pienses lo mismo, Trencavel. Si has entendido los secretos básicos, entonces ya sabes por qué no cumpliré con las órdenes de Froilán.
—¿Y qué hay del resto?
—¿A qué te refieres con el resto? —Preguntó el conde sin entender.
—El resto de información. Los documentos que tenía Sybille son comprometedores, pero no son todos, ¿cierto? Ella no podría guardar tanto en ese pequeño baúl. Hay más, sé que hay más. ¿Y de dónde vino? De Saissac, por supuesto.
—Buen punto —murmuró el conde. Al parecer no había pensado en eso.
—¡No podemos permitir que se apoderen de ellos! ¿Te imaginas la desgracia que sería? El legado ya sabe que tenemos el secreto, ¿verdad? Pero no sabe cómo empezar a usar el encantamiento ese, ¿o me equivoco?
—Tienes toda la razón —dijo este pensativo.
—Podrá no tener el Grial ahora, pero con que se apodere de la fórmula para usar encantamiento ya sería una tragedia. Nadie puede tener esos secretos. Nadie.
—Cuando dices "nadie" te refieres también a Guillaume, ¿verdad? —No lo había pensado de esa manera, ni siquiera pasó eso por su mente cuando habló. Pero ya que lo mencionaba...
—Si —respondió, aunque no sonó muy seguro. Se tomó un momento para pensarlo. Guillaume no tenía idea de la orden. ¿Cómo podría custodiar algo tan importante? ¿Cómo podría entenderlo? Era intolerable que él se hiciera cargo de algo tan delicado—. Él no puede tenerlos. Ni él ni nadie.
—Hay que deshacernos de todo eso. —El conde tenía una nueva idea. Algo que no esperó.
—¿Cómo dices?
—Cierto que el gran maestre es el custodio de aquellos documentos y secretos, pero ambos coincidimos en que Guillaume no está preparado. También estamos de acuerdo en que ninguno de nosotros va a usurpar su lugar. —El vizconde asintió—. Así que lo mejor será que nos llevemos todo.
—¿Te refieres a robar los documentos? —El conde asintió—. Bien, suena razonable. Los ocultaremos hasta que sea seguro, pero... No, es que no podemos solo desaparecerlos. Ese maniático del legado los buscará, será peor. Tenemos que hacer que todos crean que se perdieron para siempre.
—Un incendio —dijo el conde de Foix. Él fue el de la idea—. No queda de otra. Tenemos que destruir Saissac.
En verdad no fue consciente que él y el conde iban a cometer un acto de traición contra la orden al desobedecer las disposiciones de todos en la reunión, pues en ese momento se sintió convencido de que era lo que tenían que hacer. Destruir todo, que el legado y que hasta Raimón de Tolosa pensaran que no quedaba nada. Por supuesto, tal vez sería demasiados documentos, y no podrían salvarlo todo. Tenían que llevarse lo más importante, y dejar que el resto se consumiera en las llamas para siempre.
El conde se encargó de conseguir a las personas encargadas de aquella misión. Ambos tomaron la decisión de participar, de entrar a escondidas a llevarse lo importante y quemar el resto. Ni siquiera se dio cuenta en qué momento notó a su compañero siendo más intransigente. Él ya no solo quería destruir Saissac, también quería evitar a toda costa que Guillaume se enterara de algo.
—Piénsalo bien, Trencavel —le dijo despacio la noche del incendio. Justo cuando estaban allí, por entrar al castillo de Saissac—. Mientras menos gente sepa sobre el primer pilar el Grial, será mejor. Guillaume no necesita saber todo esto. Si algún día llega a ejercer como Gran maestre, que su labor sea cuidar de la dama y mantenernos unidos, nada más. Nadie tiene que saber cómo usar encantamiento.
—Que así sea entonces —contestó. El conde lo convenció, y en honor a la verdad, creyó que eso sería lo más sensato.
Raimon de Foix sabía que el castillo tenía guardias, y un incendio tenía que ser rápido. Había que causar confusión, atacar diversos puntos a la vez, dispersar a cualquiera que pudiera darse cuenta que estaban robando. Esa era una de las razones por las que también tenían que destruir.
La culpa empezó a carcomerlo cuando vio arder los primeros libros. Cuando todo eso empezó a transformarse en un infierno. Trencavel y el conde de Foix llevaban sacos con algunos de los documentos más importantes, con algunos símbolos también. Pero ya no había tiempo, y todo se iba consumiendo entre las llamas. ¿En verdad estaban haciendo lo correcto? Todo iba a cambiar a partir de ese momento. La orden se dividiría. ¿Qué pasaría si los demás se enteraban que ellos hicieron aquello? ¿Acaso no intentarían atacarlos por su desobediencia? ¿Y en serio tenían que dejar a Guillaume en la total ignorancia?
—¡Vámonos ya! ¡No hay tiempo! —Exclamó el conde.
Trencavel tenía un libro en la mano. No tenía idea de lo que había adentro, solo sabía que era delgado y que en el lomo estaba grabado el símbolo de la orden. ¿Lo destruiría? ¿Lo dejaría allí? ¿Le serviría a Guillaume? Podría guardárselo, ya no era momento para arrepentirse de sus actos.
En último instante decidió dejarlo todo a la suerte. O a los dioses. Arrojó ese libro a un lado y se fue. Si era voluntad de los de arriba que Guillaume lo encontrara, que así fuera. Si su destino era perderse en el fuego, que así fuera.
Huyeron, y el incendio fue todo un éxito. Solo quedaba una última cosa por hacer: Destruir al traidor de Tolosa.
****************
Cuando la noticia llegó fue demasiado tarde, y se preguntó qué pensaría Froilán al respecto. Abelard no era el tipo de persona que entregaba información a medias, él siempre prefería adelantarse y ahondar más en los hechos hasta conseguir nuevas pistas. De esa forma supo que tal vez quienes incendiaron Saissac no fueron enviados desde Tolosa. Nadie en la red de caminos había visto pasar a aquellos hombres por la ruta.
El joven templario aún cargaba la culpa de lo que sucedió en París. Si tal vez hubiera estado más atento, si tal vez en lugar de huir de Guillaume lo hubiera ayudado... Bueno, en ese momento en verdad creyó que el hombre iba a matarlo, lo vio furioso y dolido por la muerte de su padre. Una parte de él se arrepentía de su fracaso en la misión de París, por eso estaba tan empeñado en hacer las cosas bien.
Necesitaba saber quiénes ordenaron la quema de libros y el incendio de Saissac. La teoría principal era que fue una excusa para robarlos. Ya había recibido el informe de Reginald, el siervo de la orden encargado del castillo. Los vándalos no robaron nada, ni siquiera pusieron empeño en buscar el oro. No, fueron directo allá, porque quien ordenó eso sabía dónde se ubicaba todo. ¿Orden del legado Arnaldo tal vez? Tenía sentido. Tal vez antes de irse dejó instrucciones para que hicieran eso.
Solo había una forma de averiguarlo, y él ya la tenía claro. Cuando fue ante Froilán le expuso todas sus suposiciones mientras este lo observaba atento. Y aunque sabía que tal vez al miembro vivo más antiguo de la orden no le gustaría lo que iba a decirle, igual se atrevió a hablar.
—Debemos enviar emisarios de las otras encomiendas —explicó—. Estos vigilarán la ruta a Roma. Si es verdad que el legado Arnaldo ordenó que roben los libros para tenerlos él, entonces podremos comprobarlo.
—Abelard, será complicado comprobar entre tantas personas que van a Roma quién de ellos guarda libros. Hay cientos de comerciantes, y de seguro ellos también compran o venden libros.
—Yo creo que sí podremos averiguarlo, señor —continuó—. ¿Quiénes hicieron esto? Bandidos. Ese tipo de gente no suele viajar en las caravanas o con los comerciantes. Van juntos, y por su propia cuenta. Y si tienen un equipaje valioso, como libros o pergaminos, lo sabremos.
—Me sigue pareciendo una opción complicada —contestó Froilán pensativo—. Sé que la red de mensajeros podría ayudar, pero...
—Tengo otras opciones —le dijo, y su líder lo miró con interés—. Aún podemos usar nuestros contactos para acercarnos a la iglesia aquí. Peyre de Castelnou y Domingo de Guzmán se han quedado, puede que ellos sepan de algún "cargamento" o "equipaje delicado" del legado Arnaldo que debe ir a Roma a la brevedad.
—Podrían enviarlo con monjes y soldados —murmuró Froilán—. Claro, es otra opción. Tal vez podamos ejecutar ambas. ¿Y qué pasa si nada de eso funciona? Si esos libros robados no salen de Languedoc.
—Eso significa otra traición a la orden, señor. Si no fue el enemigo, fue uno de nosotros.
Sabía que a Froilán no iba a gustarle la idea. Lo miró receloso, y no entendía bien la razón. ¿Acaso no era lo que acababa de pasar? ¿Lo que los llevó a esa situación? Suponía que para ellos, los caballeros de la cúpula y de la vieja guardia, la orden era incorruptible. Se habían dedicado años a construir una fantasía en la que todo funcionaba a la perfección, pero no era así. Porque las personas cometían errores, tenían miedos, ambiciones. Por supuesto que algunos podían sucumbir a la traición si eran presionados. Había pasado con Raimón de Tolosa, y no dudaba que volvería a ocurrir.
—Tendría que ser un miembro iniciado —murmuró Froilán, decepcionado. Al parecer sí podía darle crédito a esa teoría—. Solo uno de ellos sabría lo que custodiaba Bernard en el Saissac.
—Bueno, en mi primer puesto de la lista están los hermanos de Lastours —dijo para sorpresa del hombre.
—¿Cómo afirmas algo así?
—Ellos se han llevado a Guillaume a Cabaret, y hasta ahora no sé si con buenas o malas intenciones.
—¿Se lo han llevado? ¿Fue a la fuerza? —Preguntó este con sorpresa.
—Claro que no. Reginald dijo que el señor Peyre Roger llegó a ofrecer su ayuda y le dijo que podía hospedarse en su castillo. Ha sido amigable, desde luego, pero no conocemos sus intenciones. ¿Acaso no es lógico? Incendian Saissac, se llevan los libros, y ahora al gran maestre. Eso parece ser un gran golpe. —Al menos eso creía él. No había de otra, los hechos eran claros. Sin embargo, Froilán dudaba. Eso empezaba a frustrarlo, ¿por qué no podía creerle? ¡Lo único que Abelard deseaba era servir a la orden!
—Hay algo que ignoras, muchacho —murmuró Froilán—. Es la razón por la que creo que Peyre Roger decidió llevarse a Guillaume.
—¿Y de qué se trata? —Insistió. Pero Froilán solo se puso de pie, y se asomó a la puerta. Luego de asegurarse que no había nadie cerca, la cerró. Eso no olía nada bien. Al acercarse, empezó a hablar casi en susurros.
—Sabes, Abelard, que te considero mi sucesor —dijo para su sorpresa.
Por supuesto que había intuido que era una persona de confianza para él. Cada vez le daba más responsabilidades, era obvio que lo tenía en estima. Pero había caballeros templarios en Moux con más edad y experiencia que él. ¿En serio quería que él ascendiera de esa manera? No pudo evitar sentir cierta emoción y orgullo.
—Bernard y yo lo hablamos, que era momento de iniciarte en otro tipo de secretos. Entre ellos la existencia de alguien.
—¿De quién?
—Lo sabrás apenas termine de contarte ciertos asuntos. Verás, solo hubo un caballero que fue la excepción a la regla, y no quiero eso para ti. Necesito que tu iniciación sea correcta, y que a partir de hoy entiendas mejor lo que custodiamos.
—Estoy listo —dijo con toda seguridad.
Jamás imaginó que llegaría ese día. De hecho, la mayoría de templarios con los que convivía jamás había recibido otro tipo de iniciación. Solo eran mensajeros y nada más, tenían otra misión. Una misión que él aceptó para sí mismo sin mayores aspiraciones. Pero si Dios le daba esa prueba, si Dios creía que su misión era saber mucho más y cumplir con una misión sagrada, entonces así sería.
—Nadie está listo —murmuró Froilán en un tono paternalista—. Hay un antes y un después cuando sabes esto.
—Sea lo que sea, estoy preparado. No voy a fallarle, señor.
—Lo sé —contestó con tranquilidad—. Ha llegado la hora, Abelard, de entender algo. Debes saber en qué consiste el primer pilar del Grial, y quién es la dama del Grial.
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(1) Talmund babilónico, Tractate Berakhot 6ª
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¡Hola, hola! Este capítulo es 100% nuevo (el apartado no, pero el contenido si). Creo necesario contar qué pasó en verdad en el incendio, y ahora lo sabemos. ¿Sospechaban de Trencavel y el conde de Foix? ¿Cómo quedaron después de enterarse más sobre el origen del "Grial"?
Espero que les haya gustado el capítulo, pues también nos sirvió más para conocer a un personaje nuevo, como Abelard. ¿Qué tal les pareció? Cuenten y exageren.
Yo me iré de mini-vacaciones estos días, así que no actualizaré hasta dentro de una semana. Nos leemos el martes 6 de abril.
¡Gracias por sus comentarios!
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