Capítulo 10: El destino de la orden
En cuanto empiece el combate
Que ningún hombre de buen linaje
Piense en más que romper cabezas y brazos.
Pues más vale muerto que vivo y vencido (1)
Moux
Bernard de Béziers llegó cansado, y además necesitaba abrigo. La distancia desde su villa hasta el punto de encuentro no era mucha, pero sí que hacía frío allá afuera. Pasó el camino pensando en Luc. Ya había cumplido los años reglamentarios como siervo menor de la orden, le tocaba ascender al siguiente nivel. Y eso tal vez empezaría por nombrar a Luc caballero, ya tenía suficiente edad para empezar a hacerse cargo de algunos temas más delicados. De eso ya hablaría con el gran maestre, y suponía que ya tendría tiempo para eso durante la reunión.
El senescal no había recibido mucha información. Apenas una nota urgente desde Moix diciendo que había sido convocado por la cúpula de la orden, y que debía de portar los emblemas de ley. Bernard era uno de los pocos caballeros que tenía un collar con una pieza de cobre con el símbolo grabado. También llevaba en su alforja la capa blanca con una capucha que usaba para ocultar su rostro. Antes de llegar se quitó cualquier emblema que lo identificara como el señor de Béziers, incluso tomó otra ruta para llegar con total discreción a la encomienda.
Al acercarse lo recibió un templario muy joven, quien le dio algo de vino caliente y le indicó el sitio de reunión. La encomienda estaba muy solitaria a esas horas, cosa rara. Eso no era lo único extraño, también que hubiera caballos finos. No era necesario ser un experto para darse cuenta de eso, un simple templario de un pueblo perdido entre Carcasona y Béziers no podía costear monturas como aquellas. Eran caballos de señores.
La única vez que estuvo frente a los tres miembros de la cúpula de la orden del Grial fue cuando pasó su iniciación. Aunque siempre supo quiénes eran los otros miembros de la orden, jamás se reunieron todos. Era su gran maestre el encargado de llevar las noticias y dar las instrucciones. Todo eso era muy extraño.
Conforme avanzaba, el hombre miraba alrededor en busca de respuestas. Nadie había visto su rostro, y antes de entrar al salón designado, tuvo que mostrar el emblema en el collar. Ah, y decir el santo y seña para los miembros de la orden de su categoría.
—Los dioses necesitan a los humanos. Los humanos necesitan a los dioses —pronunció cada palabra con precisión, habló bajo. El templario que lo recibió le abrió la puerta.
El lugar no tenía ventanas, pero tampoco estaba a oscuras. Las velas estaban bien ubicadas, y la mesa rectangular se encontraba dispuesta. El único lugar que no estaba ocupado era justo la cabeza. El sitio del gran maestre. La sorpresa no fue su ausencia, sino la presencia de otras personas. El comendador Froilán estaba parado al lado de la mesa, y sentados en sus respectivas ubicaciones se encontraban el vizconde Trencavel y los dos señores de Cabaret. Todos llevaban la capa blanca, pero ya nadie cubría su rostro. Bernard se quedó pasmado, estaba seguro que eso jamás había pasado.
Antes de siquiera poder saludar o hacer alguna pregunta, la puerta se abrió y dejó pasar a otro caballero, quien al notar que ya nadie llevaba la capucha, se descubrió. Era el conde de Foix. Eso ni siquiera lo esperó. Raimón Roger Conde de Foix destacaba por su presencia que se imponía desde el primer instante, por su valentía y arrojo en las batallas, y por servir de nexo entre la orden del Grial y otra organización al sur, en Aragón. Este también se quedó bastante sorprendido al verlos a todos reunidos, y a su lado, Bernard no tuvo otra alternativa que identificarse quitándose la capucha.
—Lamento la demora —les dijo el de Foix después de saludar a todos—, pero el camino estaba bloqueado. Y déjenme decirles que aún no entiendo lo que está pasando aquí.
—Ni yo —murmuró Bernard—. No tenía idea de que estos eran los planes.
—Debo suponer —continuó Peyre Roger— que esto es una reunión formal de los caballeros iniciados de la orden, y de la cúpula.
—Yo no estoy tan iniciado que digamos —interrumpió Trencavel—. Quiero decir, se suponía que iba a aprender más este año.
—¿Se trata de eso entonces? —Preguntó el conde—. ¿Es algún rito para Trencavel? Pensé que no era necesario. En fin, supongo que ya solo queda esperar a los otros dos miembros de la cúpula. ¿El señor de Saissac y el conde de Tolosa ya están aquí?
—Ellos no vendrán —le dijo Froilán, quién hasta el momento se había mantenido en silencio—. Bernard de Saissac ha sido asesinado.
Nadie fue capaz de responder, quedaron pasmados ante la noticia. Lo dijo de una manera tan fría que hasta le pareció mentira, pero Froilán no jugaría con algo como eso. Se miraron los unos a los otros, y algunos se llevaron las manos a la cabeza
—El conde de Tolosa tampoco vendrá —continuó Froilán—. Porque fue él quien lo vendió.
—¡Traición! —Estalló colérico Raimón de Foix mientras se ponía de pie. Fue el primero en reaccionar, y los demás hicieron lo mismo.
Bernard sentía que la cabeza le daba vueltas, eso era una catástrofe. ¿Qué demonios pasó? ¿Por qué el conde decidió matar al gran maestre y traicionarlos a todos? ¿Los había vendido? ¿Estaban todos en riesgo? De pronto pasó del temor y la estupefacción, a la más pura rabia. No fue capaz de contener su enojo y golpeó con fuerza la mesa. ¡Cómo pudo ser capaz de aquella bajeza a esas alturas! Toda una vida dedicada al Grial y a la orden, ¿y de pronto a ese maldito conde se le daba por traicionarlos a todos? Eso no tenía sentido, y quería una explicación de inmediato.
—¿Por qué no se ha enviado al vengador? ¡Debemos actuar! —Reclamó Peyre Roger mientras los demás afirmaban con la cabeza—. ¡Ese bastardo ya debería estar muerto! ¡Él y todos los traidores de Tolosa! —El resto apoyó aquellas palabras, él incluido.
—No era necesaria esta reunión para decidir nada —le dijo el vizconde Trencavel—. Si mi tío ha cometido una falta muy grave no nos debe temblar la mano. Su orden de muerte debe ser inmediata, nos ha traicionado. ¡Yo se lo advertí, maldita sea! Hace poco estuvo en Carcasona, y le dije a nuestro gran maestre que no podíamos confiar en Raimon de Tolosa. Lo sabía, lo sabía. ¡Es lo que siempre pensé que era!
—No podemos quedarnos con los brazos cruzados —continuó él—. La muerte de nuestro maestre es un ataque directo, peor aún después de todo lo que nos contó de las profecías de Sybille. —Ellos asintieron.
Por supuesto que todos exigían que se honrara la faide de la orden, era claro que las acciones tenían que ser inmediatas. Pero mientras todos maldecían en voz alta, solo Froilán se mantenía sereno, eso no pasó desapercibido para el senescal.
—El gran maestre ya había dispuesto que se aniquilen a los siervos traidores de Tolosa —les informó—. Y déjenme decirles que ese asunto ya está resuelto. Lo que aún no se ha dispuesto es el envío de nuevos siervos fieles que espíen para nosotros. Infiltrarse en el castillo de Tolosa será un poco más difícil ahora, así que debemos actuar con cuidado. Recuerden que el conde era hasta hace poco uno de nosotros, y conoce todos nuestros trucos.
»En cuanto a lo otro, a honrar la faide y enviar al vengador a acabar con él, lamento decir que eso no será posible. Si hacemos eso el verdadero autor de todo buscará amenazar a uno de nosotros, ya sabe quiénes somos. Dejaremos que el conde de Tolosa se las arregle con el legado papal Arnaldo.»
—Así que fue él... —Dijo molesto el conde de Foix—. Siempre supe que estaba tramando algo, ese miserable perro de la iglesia lo único que quería era meterse en nuestros asuntos. ¿Qué es lo que sabe? ¿Ya lo han averiguado?
—Escuchen con atención. —Froilán caminó hacia el lugar que le correspondía en la mesa, pero no se sentó. Tampoco se atrevió a sentarse o siquiera acercarse al sitio del gran maestre. Eso era un claro mensaje para todos—. El legado Arnaldo es ahora nuestro enemigo. Todos saben de la última profecía de Sybille, y estoy seguro que él es la rata que vio en sus sueños. Está tramando nuestra destrucción, y es ahora cuando debemos estar unidos. Él ha amenazado al conde de Tolosa con la excomunión, y solo por eso reveló la identidad el maestre.
»Según el siervo de su cámara privada, y que habló bajo tortura, el legado estaba muy bien informado antes de llegar al conde. De hecho, aunque el siervo fue fiel, la decisión de matarlo se tomó porque él escuchó información que no le correspondía a alguien de su nivel. Con esto quiero decir que el legado tenía conocimientos similares a los que tiene un iniciado. Así de grave es.»
Conforme Froilán hablaba, todos empezaron a callar. Nadie dijo ni una palabra, ni siquiera el conde de Foix. Tomaron asiento incluso, estaban demasiado aturdidos para hacer otra cosa. No solo era grave, era una desgracia. Que el legado supiera tanto, y que buscara el Grial con fines personales, era un problema que iba a afectarlos a todos. Ya sabían las consecuencias, Sybille las vio. Solo les quedaba intentar arreglar lo que se pudiera.
—Así que ese es el punto —continuó Froilán—. Matar al conde de Tolosa será inútil. Él está allí fingiendo que después de la muerte de Bernard ha ascendido a gran maestre. Pero nada más. Ninguno de nosotros le dará información, nadie lo recibirá. Y él no puede decirle al legado algo que no sepa, porque a lo que apunta ese hombre es a la ubicación del Grial, y de eso el conde no sabe nada. Matarlo solo provocaría que el legado se vuelque a presionar a alguno de nosotros, y eso no podemos permitirlo. Por más que odiemos la idea, vamos a aislar al conde de Tolosa, y lo dejaremos manejar la situación a su manera.
—¿Cómo sucedió eso? ¿Cómo mataron a Bernard? —Preguntó Jourdain de Cabaret.
—Bernard estaba en París con su hijo —dijo Froilán—. Hace poco recibí una carta de Sybille, en ella indicó que vio en sus sueños la muerte de Bernard. Y para confirmarlo, tengo un testigo. Por favor, usen sus capuchas. —Obedecieron de inmediato y se pusieron de pie. Froilán fue a un lado y tocó tres veces una campana, esa era la señal para el guardia de afuera, quien dejó pasar a un joven caballero templario.
—Él es Abelard de Termes. Lo designé para seguir a nuestro maestre e informarnos sobre cualquier suceso. Abelard, contad todo lo que sucedió.
Estaba seguro que todos, debajo de sus capuchas, miraban al caballero con atención. De cabello negro y ojos oscuros, alto y fornido, el joven no parecía pasar los veinte años, o tal vez se estaba engañando. El rostro era juvenil, pero la mirada no. Esa eran los ojos de alguien que ya conocía a la muerte.
—Me encargué de seguir con discreción al maestre —empezó a hablar. Se había puerto erguido, se expresaba con seriedad. Pudo percibir un ligero temblor en su voz igual. Como todos, también debía sentir el miedo y la incertidumbre por lo que les esperaba—. Todo se desarrolló con normalidad. Llegó a la casa de los Montfort en París, fue recibido por el señor, incluso celebraron una fiesta y un compromiso. El gran maestre fue envenenado, presumo, en la madrugada del día en que murió. Fue alguien de dentro del castillo, un joven al que luego encontraron muerto. Alguien tuvo que contactarlo y darle la orden.
—¿Cuándo fue que sucedió eso? —Preguntó el de Foix—. ¿Cuánto tiempo llevaba en París?
—Ni un día, señor. Me informaron que concertó una cita con su hijo en un lugar alejado de la Cité, salieron todos a escondidas de la casa de los Montfort, así evitarían oídos indiscretos o ataques. Todo pasó antes de la hora prima. Cuando me acerqué lo suficiente, uno de los siervos del maestre me informó de lo que estaba pasando. No pude quedarme más tiempo, el hijo me vio, y supongo que me halló culpable. Tuve que huir y venir a informar, estoy seguro que no me hubiera creído y ahora mismo estaría muerto.
—Entonces, ¿Guillaume ya sabe todo lo que Bernard fue a contarle? —Preguntó él. Abelard dudó, solo ladeó la cabeza.
—¿Cómo podría saberlo, señor? Todos los siervos huyeron asustados, y el hombre quería matarme.
—Gracias por el testimonio, Abelard. Podéis retirarte. —El caballero asintió. Hizo una inclinación delante del comendador, y luego se retiró en silencio. Una vez solos, se quitaron las capuchas.
—Vaya problema... —Murmuró Peyre Roger—. No sabemos si le contó, o si le dio pistas. A juzgar por el poco tiempo que pasaron juntos, es poco probable.
—Lo que sí debemos tener claro —les dijo Froilán— es que Benard fue a París con la intención de iniciar a su hijo en los misterios, y heredarle el puesto como gran maestre de la orden. A su muerte, Guillaume debe tomar el puesto.
—Me opongo —dijo el vizconde Trencavel con firmeza—. Primero, conozco a Guillaume de Saissac, no es el hombre que necesitamos en este momento de crisis. Segundo, todos ya escucharon el testimonio de Abelard, y tampoco creo que el gran maestre haya tenido tiempo de iniciarlo. Guillaume no sabe nada de la orden, ¿cómo va a dirigirnos? No podemos aceptar las directivas de alguien que ni nos conoce.
—Estoy de acuerdo con el vizconde —agregó Raimón de Foix—. Yo tampoco acepto a ese extranjero dentro de la orden. Al menos no como gran maestre. Cierto que tiene derecho de sangre, pero no conoce los secretos básicos. No digo que se le deba negar el ingreso, nunca está de más una ayuda. Pero debe pasar el mismo proceso que todos los demás.
—A Guillaume de Saissac le corresponde el puesto. Nosotros debemos ayudarlo, no obstaculizarle el trabajo —continuó Froilán.
—Pero también recordad —le dijo Trencavel— que cuando el padre de mi tío el conde de Tolosa vio que este no era apto para el puesto, designó a Bernard de Saissac. Podemos hacer lo mismo, todo sea por el bien de la orden y de la dama.
—¿Y quién de ustedes se cree con el derecho y capacidad de tomar el puesto? —Dijo Froilán muy firme—. Ninguno de nosotros puede hacerlo, todos tenemos posiciones definidas y misiones diferentes. Guillaume de Saissac es el elegido, y no lo digo como un capricho o por seguir el legado de Bernard. Su madre fue Agnes de Tolosa, nuestra profetisa antes de Sybille. Ella fue la que nos dio la revelación de lo que iba a pasar, ella vio que el Grial sería revelado.
»Y ahora digo, ante todos, un secreto que solo la cúpula manejaba. Agnes vio el papel crucial de Guillaume en la orden. Por eso se decidió enviarlo lejos, por eso él debe volver y cumplir su deber. Todos nosotros creemos en las profecías, no vamos a negarlo ahora. Y les digo que la partida y retorno de Guillaume fueron previstas. ¿No tiene mérito? Tal vez. Pero no estamos aquí para restregarle en la cara lo incapaz que es, sino para ayudarlo a que esté preparado cuando llegue el momento.»
Todos callaron, pero seguían inconformes. Él sabía de profecías, y en su momento creyó en las palabras de la fallecida Agnes. Si ella profetizó algo, había que seguir los designios. Pero, ¿en ese momento? ¿Poner a alguien que no sabía de nada a dirigir una orden en crisis?
—¿Qué haremos? —Preguntó Peyre Roger hablando por todos—. ¿Cómo podremos confiar en él? ¿Cómo vamos a tomar decisiones?
—De la misma manera que lo estamos haciendo ahora, todos juntos —respondió Froilán—. Si bien es cierto que Guillaume no está preparado para asumir el cargo por completo, podemos ayudarlo y es lo que haremos. Facilitaremos todo para que llegue bien a Saissac donde Bernard dejó documentos para que lo pueda entender todo. Entenderá sobre el Grial, y como es la orden por dentro. En cuando a la dama, pues sabrá encontrarla. Estoy seguro que Bernard al menos le dio una indicación nombrando a algunas mujeres, y además tiene al paje Arnard de Maureilham apoyándolo. De nosotros depende iniciarlo en los secretos.
—Tengo mis dudas —expresó él—. ¿Y qué haremos hasta entonces? ¿Esperar a que esté apto? Disculpadme, pero la situación es crítica. El legado Arnaldo sabe de nosotros, encontrará un motivo para destruirnos y tenemos que actuar.
—No tenemos que actuar mientras el Grial y la dama estén a salvo —respondió Froilán—. No mientras el legado no sepa donde están. Y no crean que me he quedado con las manos cruzadas, he movido uno de mis contactos en Roma para que manden a llamar a Arnaldo y sus planes se paralicen.
—¿Quién es ese contacto? ¿Alguien de la orden? —Preguntó Jourdain.
—Me sorprende que no lo sepan, ¿quién mejor que Fray Domingo de Guzmán, un verdadero hombre de Dios, para amansar a la fiera? —Ellos sonrieron.
Conocían al sacerdote por sus predicaciones en Languedoc. Aquel hombre entró en contacto con todos ellos para pedir su ayuda durante sus prédicas. Y todos escucharon de su boca lo frustrado que se sentía, no solo con sus pocos avances, sino con la actitud del legado Arnaldo. Domingo llevaba tiempo sintiendo la presión de Roma para presentar resultados de las prédicas, y si él volvía a informar, el legado también.
—Crucé algunos mensajes —explicó—. Pronto ambos tendrán que volver a Roma. —Eso al menos era un alivio.
—¿Qué pasará entonces? —Preguntó el vizconde Trencavel—. Se suponía que cuando Bernard volviera, yo continuaría mi iniciación al lado de Sybille. ¿Debo ir con ella de igual forma? —Froilán asintió.
—Sí, acompañarás a la profetisa en nombre de toda la orden. Sé que encontrarás un buen motivo para pasar una temporada en Montpellier. En cuanto a Guillaume, tengo templarios vigilando el Ródano(2). Cuando lo cruce, ellos nos informarán. Queremos que todo le vaya bien, ¿verdad? —Pocos respondieron, solo unos cuantos asintieron.
—Estaré atento —dijo el conde de Foix—. Si veo el más mínimo indicio de ataque, no duden que defenderé estas tierras cueste lo que cueste.
—Y estoy seguro que así será —le dijo Froilán—. Pero ahora solo nos queda eso, esperar. Si algo malo se acerca, se manifestará en los sueños de Sybille. Ahora vos, vizconde Trencavel, seréis el nuevo nexo entre ella y nosotros.
—Por supuesto —respondió en voz baja—. Y al igual que el conde de Foix, también empezaré a prevenir cualquier ataque a mis tierras.
—Los castillos deben empezar a fortificarse —les dijo Froilán, y en eso todos estuvieron de acuerdo—. Sean discretos, como si fuera solo una remodelación, nada que llame la atención. En especial Béziers.
—Así será —respondió él—. Béziers está a la entrada. Si hay un ataque, será hacia nosotros.
—Eso si es que no averiguan que el rey Pedro de Aragón es nuestro aliado —dijo el conde de Foix—. Prefiero pensar lo peor y prevenir.
—Y tienes razón —le dijo Froilán—. Todos estaremos atentos, nuestras líneas de comunicación estarán más fluidas que nunca.
—Lo importante —dijo de pronto Peyre Roger— es que pase lo que pase, el secreto se revelará. Cuando eso suceda ya nada importará, ni el antes ni el después. En cuanto a Guillaume... —suspiró. Al parecer el único ahí de acuerdo con respetar su posición de maestre era Froilán—. Creo que es mejor mantenernos cautelosos. Si, entiendo que hay una profecía, pero no lo conocemos. No sabemos la clase de persona que es y si podemos confiar en él. Propongo que nadie se revele ante él como miembro de la orden, que él llegue a nosotros. Así sabremos qué tanto sabe, y si es apto. Lo ayudaremos, sí, pero a nuestra manera y con mucha discreción.
—De acuerdo —respondió él—. Si aparece en Béziers, haré lo posible por guiarlo.
—De acuerdo —murmuró el conde de Foix—. No confío en él, pero apoyaré en lo que pueda.
—De acuerdo. —Apenas escucharon la voz del vizconde—. Mi postura con Guillaume no ha cambiado, solo sepan eso.
—Cumplid vuestra parte, Trencavel. Del resto nos encargamos nosotros —ordenó Froilán.
Al menos todo parecía ya estar encaminado, ya tenían instrucciones. Pero él no lo sentía así. Todo le parecía a punto de desmoronarse.
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Ese mismo día iban a partir a casa y estaba todo listo para el gran viaje. Lo principal sería enfrentar el clima por las noches, pues las temperaturas eran demasiado bajas, además de cruzar el Ródano en una barcaza que apenas si podría andar con tanto hielo atravesándose. Aunque confiaban en que clima mejorase para cuando ellos estén cruzando hacia Languedoc, igual sabían que el asunto iba a demorar un poco.
Aquel día Arnald estaba muy pensativo. ¿Tendría la oportunidad de regresar alguna vez a Béziers? Debía permanecer al lado de su señor, se lo juró a Bernard mientras este agonizaba. Quizá no volvería a ver su ciudad radiante, quizá solo la vería de paso en su camino a Saissac. Pero más que eso temía de lo que les esperaba.
¿Qué podrían hacer un paje y un caballero para defenderse? Para empezar, no sabían nada acerca de la orden. De lo que sí tenía la certeza era que Languedoc atravesaría por graves problemas, y que ellos serían grandes responsables de que no sucumbiera.
—Arnald.
Estuvo tan concentrado en sus pensamientos que no oyó que alguien se acercaba. Guillaume acababa de llegar, y se acercaba a él a paso lento. Le pareció muy extraño verlo, pues se suponía debía de estar conversando con algunos caballeros ilustres antes de partir. Pero se notaba también pensativo, incluso cabizbajo.
—Tengo que hablar contigo. Es algo... Bueno, es urgente.
—Si, señor. Os escucho. —Lo conocía bien, y esa pose de caballero serio y arrepentido era solo cuando se trataba de un favor.
—Necesito tu ayuda. —Arnald de esforzó por no sonreír. Eso iba a ser divertido.
—¿En qué podría ayudarlo, señor? Soy solo un paje que no sabe nada de la vida —le dijo, repitió palabras que alguna vez el mismo Guillaume usó con él.
—Quizá aún eres muy joven, pero sabes mucho de Provenza. Sí, sabes incluso más que yo. Por algo mi padre te eligió para que seas mi paje. Escucha... —Suspiró hondo, como si fuera una humillación decirlo. Y quizá sí lo era—. Necesito que me ayudes, que me enseñes como ser un verdadero caballero de Provenza. —A Arnald se le abrieron los ojos de manera exorbitante, gesto que no fue pasado desapercibido por su señor—. Si, lo sé. Es extraño. Pero en serio, necesito tu ayuda con eso. —Arnald no acababa de creérselo, ¿que le enseñara a ser cortés? ¡Misión imposible! Pero algo dentro de él se regocijaba de alegría. Quizá tendría su oportunidad para vengarse de todas las burlas que le hizo su señor.
—No entiendo cuál sería el objetivo de algo como eso, señor.
—Escucha —Arnald no pudo evitar sonreír. Era obvio que cada palabra le costaba al caballero como si fuera un golpe a su honor—. He recibido una misión muy grande. Algo que, si soy sincero, no sé si podré hacer bien. Sé que mi padre me alejó de Saissac para no correr el riesgo de ser asesinado, pero ahora que soy el encargado de seguir su trabajo no sé cómo hacerlo.
»No sé quiénes son los nuevos señores que gobiernan Provenza, aparte de Trencavel. No recuerdo mucho de las costumbres, sobre todo de la Finn' amor tan apreciada por ustedes. Si voy proclamándome el hijo de Bernard de Saissac, señor y gran maestre de la orden, tengo por seguro que no me creerán, e incluso podrían matarme. Mas aún si al conocerme notan que no soy nada parecido a ellos, sino que tengo toda la pinta de un caballero franco, ¿entiendes?
»De alguna forma debo transformarme en un caballero provenzal que los convenza y los haga confiar en mí. Esa es la razón. Lo quieras o no, estamos juntos en esto. Eres tú quien conoce todos los caminos, a los señores, las ubicaciones y tradiciones. Solo tú puedes ayudarme.»
El tono reflexivo con el que habló le borró la sonrisa al paje. Todo aquello era cierto, servían a planes más altos y no podían fallar. Estaba sorprendido con el pedido, cierto. Pero estaba aún más asombrado de que Guillaume se estuviera tomando muy en serio eso, que lo reflexionara y trazara una estrategia creíble. Por un corto instante se sintió bien. En el fondo Guillaume siempre fue ese hombre, ¿no? Y servir a alguien así lo haría sentirse más tranquilo. Y tal vez hasta orgulloso.
—Claro que os ayudaré, señor. Aunque os advierto que no será muy fácil. —El caballero sonrió. Por supuesto que se intuía que había llegado el momento de su venganza personal.
—Y bueno, ya que hemos llegado a un acuerdo. Quiero que me ayudes con un asunto, ¿quién puede ser la dama del grial?
—Señor, deciros eso es algo difícil. Quizá vuestro padre os lo haya dicho durante alguna de sus conversaciones, ¿no os habló de alguna dama del Mediodía en especial?
—Espera... —Murmuró pensativo—. Mencionó a una tal Orbia de Pennautier. —Al momento de decir eso, Arnald abrió los ojos con sorpresa. ¿Dónde tuvo la cabeza? ¡Cómo no se le ocurrió antes!
—Debe ser ella, señor. Orbia de Pennautier, o la loba de Cabaret como le dicen. No sé cómo no se lo mencioné, pero a ella le dicen "La dama Grial" en toda Provenza.
—¿La dama Grial? —preguntó con interés—. No lo sé, ¿de verdad ha sido tan fácil? Cuéntame más de ella.
—La dama es la más aclamada por los trovadores, señor. Incluso tiene como trovador al más grande de todos, Peyre Vidal. Es famosa por su belleza, su picardía y astucia. Se dice que ella es capaz de conquistar a cualquier hombre con solo una mirada.
—¿Y la conoces?
—Nunca tuve la oportunidad de conocerla en persona, pero sé de quienes sí la han visto. Dicen que es la joya más preciosa que hay en este mundo. —Guillaume sonrió. Quizá se excedió con los elogios a la dama loba, pero no pudo evitarlo. A juzgar por el gesto de su señor, su interés iba por otro lado.
—¿Qué más? ¿Cómo es que le dicen la dama Grial?
—Pues todo empezó hace unos años. Decían que el verdadero Grial era la Finn' amor y el joy, como ella era la principal cultivadora y especialista de este arte, los trovadores la nombraron como "La dama Grial".
—Interesante...
—No solo se hizo famosa por los trovadores, sino por sus amores galantes con algunos caballeros. Grandes señores en realidad
—¿Ah si? ¿Y cómo se siente el esposo de una dama tan aclamada?
—Pues el señor Jourdain de Cabaret al principio estaba muy complacido de que todo el mundo vaya cantando que su esposa era la más hermosa y encantadora del mundo. Pero se le borró la sonrisa cuando comenzaron a llegar los señores, y vos sabéis que un caballero después de llevar tantos obsequios y halagos no quiere irse con las manos vacías.
—¿Qué quieres decir?
—Pues dicen que muchos de los señores se fueron muy contentos a casa.
—¡No me digas! Me suena a una dama del Mediodía con costumbres de una dama franca. La combinación perfecta.
Arnald giró los ojos. Bueno, ¿y qué esperaba? Era Guillaume después de todo. De todas maneras se iba a enterar, todos en Provenza sabían de las aventuras de la dama Orbia, y en realidad nadie la despreciaba o criticaba por eso. Excepto por algunos curas tal vez.
—El señor Jourdain en un principio quiso repudiarla por tantas humillaciones conocidas por todos —continuó Arnald—, pero la dama ya tenía amigos muy poderosos y no quería perder su posición en Cabaret. Así que aún andan casados, eso es lo que sé.
—¿Y la dama es muy joven? Me cuentas todo como si cada acción de ella fuera conocida por medio mundo.
—Es así señor. Lo que le cuento viene pasando desde que es esposa de Jourdain de Cabaret. La dama tendrá ahora unos treinta años, no lo sé en realidad. Aún así se dice que conserva la frescura de la juventud, y está más hermosa que nunca.
—Cabaret está muy cerca de Saissac, eso sí lo recuerdo. Me parece que lo primero en nuestra lista de asuntos en Languedoc, después de revisar los documentos que dejó de mi padre, será hacerle una visita a la dama. Gracias por la información, siento que ya no iré ciegas hacia Provenza.
—No hay nada que agradecer, señor. Para eso estoy.
Guillaume se despidió con una palmada en el hombro del muchacho, y luego se fue en silencio, pero más animado. Al menos ya tenían un propósito, se dijo Arnald. Y no podían fallarle al fallecido Bernard de Saissac.
**************
El día había llegado. Guillaume intentó no retrasar su partida, después de todo aún tenía la amenaza de un Montmorency dispuesto a partirle el cuello por meterse con su mujer, pero siempre había retrasos. Al fin estaba listo para irse. Sabía que tenía que hacerlo, y no iba a negarlo más. El anillo de su padre le pesaba, y no solo se refería al hecho de que fuera tan macizo. Era lo que representaba. El deber, su destino. Aquella cosa siempre lo estuvo esperando.
Irse de París era el final de la que fue su vida por más de catorce años. Se había acostumbrado a sus calles, a su gente. A los comerciantes del norte, a las tabernas universitarias incluso. Vamos, hasta iba a extrañar esas campanas de iglesias que tanto le rompieron los oídos cuando despertaba con resaca. En esa ciudad se quedaba lo que su corazón más apreciaba también.
Amaury no era solo su amigo, era su hermano del alma. A su lado vivió los mejores momentos de su juventud. Con él compartió todo, desde sus temores hasta sus alegrías. Incluso el dolor, pues en varias ocasiones ambos habían resultado heridos de alguna rencilla, o batalla en alguna campaña militar. Dejarlo atrás era como si le arrancaran una parte del alma, no sabía ni cómo iba a soportarlo.
Por eso demoraba. Ya el día anterior se había despedido de Oriza y Alix de Labarthe, quienes le dijeron adiós con tristeza y le desearon mucha suerte en su nueva vida. Despedirse de ellas era una cosa, pero dejar a Amaury era otra. Se retrasó todo lo que pudo, pero ya no pudo evitarlo. Afuera esperaba el séquito que lo escoltaría hasta Saissac acompañando el cuerpo de su padre, y todo el equipaje que tenía que llevar. Hasta Arnald, más ansioso que nunca.
Al salir, Guillaume encontró a Amaury esperándolo. En ese momento ambos tenían dolor de cabeza, pues decidieron despedirse con algo de alcohol de por medio. Para sorpresa de los dos, en especial de Guillaume, no fue capaz de beber tanto. Solo se le fueron las ganas de beber en plena juerga. El vino no le sabía igual, y no creía que fuera algo relacionado con el líquido en sí, era algo de él. Desde la muerte de su padre ya no sentía el mismo de siempre.
—¡Te voy a extrañar, hermano! —Le dijo Amaury apenas estuvieron frente a frente.
El franco degenerado ese no solía ser muy expresivo. De hecho, cuando se conocieron, este apenas le hablaba y siempre se comportó parco. Poco a poco Guillaume venció esas barreras y logró sacar de Amaury a ese amigo fiel. Uno que solo se expresaba así con él. No le sorprendió recibir de su parte un fuerte abrazo fraternal. Amaury era todo lo que la palabra "hermano" podía encerrar, hasta a él le costaba deshacer ese abrazo.
—No hagamos tanto drama —dijo intentando minimizar la situación—. En cuanto esté instalado te mando a llamar. ¡Tenemos que conquistar Languedoc juntos!
—¡Claro que sí! Arreglas bien todos los asuntos pendientes, y no dudes que ahí estaré para apoyarte.
—Y espero que sea muy pronto, dudo mucho que en Saissac encuentre a un pillo como tú —dijo mientras ambos reían. Se dio cuenta que Arnald los miraba con una mezcla de alivio y aceptación. Seguro estaba alegre de no tener que soportarlos más.
—Ya sabes, Arnald —le dijo Amaury apenas se separaron—. Cuida bien a tu dama, porque entre los dos no tendremos piedad.
—¡Ya quisieran! —Contestó insolente como siempre, haciendo reír una vez más a los caballeros. Solo Simón de Montfort miró extrañado que aceptaran ese tipo de trato de parte del paje.
—Espero que tengáis un buen viaje, Guillaume —le dijo el señor de Montfort—. Fue un gran honor teneros en mi casa durante tanto tiempo. Sabéis que sois como un hijo para mí, un Montfort más. En cuanto os instaléis, y venguéis a vuestro padre, sabéis que contáis con grandes aliados acá en París.
—Claro que lo sé. Os tendré siempre presentes y formaremos una gran alianza. Sé que hay mucho por hacer aún, pero tendréis siempre noticias de mí.
—Y vos también las tendréis —le dijo el señor—. Solo espero que todo vaya bien y que nuestro señor Jesucristo ilumine vuestro camino.
—Amén. Yo también espero que así sea —contestó Guillaume.
Sabía que ya era hora de partir y de nada valía dilatar el tiempo. Un último abrazo a ambos hombres, al hermano y al padre que fueron para él su verdadera familia. Él y Arnald montaron a caballo, y mientras el joven paje se adelantaba al lado de la comitiva que llevaba el cuerpo de Bernard, Guillaume dio una última mirada a la casa de los Montfort.
Iba a extrañar mucho ese lugar, iba a extrañar todo de París. Pero debía iniciar una nueva vida, tenía nuevas y grandes responsabilidades, personas e intereses mayores que proteger. Y como el nuevo Gran Maestre de la Orden de los Caballeros del Grial debía ser muy responsable y cauteloso. Se lo juró a su padre.
Tal vez no fue el mejor de los caballeros por mucho tiempo, pero una cosa sí sabía: La palabra tenía valor, y un caballero no podía romperla por nada del mundo.
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(1) Bertrand de Born
(2) Ródano. Es uno de los ríos más grandes de Europa central, también conocido como Rhône en francés o Ròse en la zona de Occitania. Conecta el Mediterráneo con Europa del norte y fue una importante vía de comunicación comercial.
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¡Buenas, buenas! Se completan los primeros diez capítulos de la historia #kemocion y ahora empezamos una nueva etapa de la historia, más conocida como "Las desventuras de Guillaume en Provenza" kjsjajkka
Ahora el chico anda en rehabilitación, y ya no quiere dedicarse al alcohol xdd Veremos qué tal le va, y qué harán los otros miembros de la orden para salvarse mientras se pueda.
NO OLVIDEN QUE en la cuenta de Instagram oficial de La dama subo siempre info importante. Biografías, datos históricos de la trama, simbología, infografías, canciones de Rosatesse y del bb Peyre Vidal, entre otras cositas ❤
PRÓXIMA ACTUALIZACIÓN: Jueves 04 de Marzo
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