-CAPÍTULO 1-
Discretos, lejanos y brillantes aquellos luceros con nombres de mitos griegos fueron testigos mudos de su insólito comportamiento. La maldijo, los maldijo a todos, tanto en su lengua natal como en aquella que se había visto obligada a estudiar desde niña a la espera de ese momento. Aquellas luciérnagas atemporales la escuchaban y, con discreción, cruzaban miradas cómplices reconociendo a otra preciosa joven que había sido víctima de aquella costumbre que, con los años, se recordaría como arcaica y carente de sentido ante las nuevas libertades y derechos que se aclamarían en las calles.
Pero aquella época que solo las fulgurantes estrellas conocerían, estaba muy lejos de llegar; así que, por el momento, Asuna, como cualquier otra joven, sólo podía perjurar sobre los resquicios de su orgullo herido ajena al par de ojos divertidos que la observaban sin necesidad de inclinar la mirada desde cielo.
—¡La odio! ¡La odio con todo mi ser y no debería! ¿Pero qué madre desea tan aciago destino para su hija? ¿Acaso le importa más una posición que mi felicidad? ¡No, no puede ser que yo saliera de esa mujer! ¡Es una bruja! —se repetía a sí misma entre apelativos menos galantes—. ¡Eso es! Esto solo puede ser cosa de un ser maligno que ha pervertido el juicio de mi madre con sus engaños... —tan pronto como esa idea se hizo voz fue consciente de la absurda realidad que pretendía—. ¿A quién quiero engañar? Ella siempre ha sido así... y ahora lo será mucho peor después de mi comportamiento. ¡Argg, pero no podía, no podía acceder a tal sinsentido!
—Pues a mí me ha resultado muy ingeniosa su respuesta, incluso, me atrevería a decir que adorable.
La voz que surgió a su derecha la sobresaltó. La figura de uno de los caballeros del salón la estaba observando desde el flanco, oculta tras la sombra de un floreciente rosedal. El gesto de preocupada inquietud que recorrió la piel de la muchacha, erizándola, fue suficiente para que su anónimo espectador diera un paso al frente descubriéndose.
—Lamento haberla asustado señorita, no era mi intención —tan pronto como la luz de la luna hizo mella en su rostro y su cabello, supo quién era él—, me disponía a salir y tomar un poco el aire cuando me percaté de su presencia, así que me pareció descortés interrumpirla. Era obvio que necesitaba... desahogarse—. La sonrió y toda la tensión acumulada hasta el momento resbaló por su piel y sus ropas para acabar mezclándose con los restos de lluvia que, durante la tarde, habían saciado la sed del jardín.
—Discúlpeme de verdad que no sé muy bien qué estaba diciendo, debo haberle parecido una insolente —intentó disculparse por su comportamiento tan poco apropiado de hacía un momento—, yo solo...
—Usted solo merece algo mejor que ese sexagenario pretendiente que su "querida" madre, muy convenientemente, planeaba adjudicarla esta noche —nuevamente su coqueta sonrisa dejó entrever un reguero perlado de comprensión.
Su atrevida respuesta, más que molestarla, le resultó increíblemente galante y encantadora. Había oído hablar de él desde los primeros eventos que trajo esa floreciente primavera, incluso cruzado alguna mirada en los recientes bailes de sociedad tan concurridos en aquella época, pero nunca antes habían compartido palabras.
Aún así, era notorio que no había dama que no se rindiera ante sus encantos, no solo por su posición social, sino porque, sin lugar a dudas, era el soltero más deseado. Atractivo, tremendamente cortés, de conversación interesante y fluida, daba siempre muestra de su impecable educación haciendo suspirar por su atención a todas y cada una de las damas de clase alta. Pero también de las de más modesta alcurnia como Asuna quien, aunque nunca se había considerado dentro del círculo apropiado para ser objeto de su interés, en alguna ocasión se permitió soñar con un poco de su carisma en algún que otro evento social. De modo que, ante aquella muestra de favor, quedó abrumada, casi petrificada.
—Lo lamento —se apresuró a corregirse el muchacho—, quizás mi atrevimiento ante el injusto destino que acuciaba a una señorita de su belleza y presencia ha podido con mi decoro, lo primero que debería hacer es presentarme adecuadamente, mi nombre es...
—Sé muy bien quién es—le interrumpió superando la barrera de la vergüenza que la había mantenido expectante—, diría poco de mí si no supiera reconocer al hijo del Embajador de Japón. Encantada de conocerle, mi nombre es Yuuki, Asuna.
Ambos se sonrieron y una chispa de brillo en sus ojos refulgió compitiendo con las estrellas que aún continuaban disfrutando de aquel recital de juventud.
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Tiempo después, al inicio de la época estival
El hipnótico traqueteo del modesto carruaje tirado por un par de caballos la mantenía en un estado de semiensoñación. Aunque los primeros automóviles de motor ya llenaban las calles del concurrido Londres, muchas de las familias que preferían retirarse a sus casas de campo llegado el verano se decantaban por la fiabilidad de una berlina clásica, como aquella, para sus traslados entre la urbe y la campiña. Lo malo de esa elección era que los tiempos se multiplicaban, llegarían a su destino una vez entrada la noche.
—Asuna..., ¿me escuchas?
Rika, quien empezó siendo su institutriz y ahora podía considerarse su única amiga, la miraba confundida. Debía llevar largo rato divagando sobre cómo sería la mansión de los Embajadores, pues mucho se hablaba en Londres sobre la ostentosa adquisición de la familia, mientras ella buscaba entre el florecido paisaje el color de los ojos de su prometido.
—Discúlpame Rika, la verdad es que no te estaba prestando mucha atención, estoy algo cansada —su apabullante sinceridad no molestó un ápice a su amiga que, lejos de creerse su excusa, vio en la misma la ocasión idónea para saciar su curiosidad.
—Si... seguro que es cansancio lo que te tiene suspirando frente a la ventana, ¡si hasta el aliento que se marca en el cristal tiene forma de corazón! ¡Ja, ja, ja! —su estruendosa carcajada fue tal que hizo que el cochero tuviera la tentación de virarse a observar.
—¡No digas tonterías Rika! —la recriminó avergonzada.
—No las digas tú amiga, conmigo no debes hacerte la remilgada. Tu prometido es el joven más deseado de la ciudad y todas nuestras conocidas, y digo "todas" con la boca bien grande, se mueren de envidia. La noticia ha corrido como la pólvora, la hija pequeña de los Yuuki pretendida por el hijo del Embajador Kirigaya. Aunque he de reconocer que vuestra discreción ha sido de libro, ni un sola fotografía en las gacetas de la ciudad ha conseguido inmortalizar junta a la pareja. Seguro que tu madre aún sigue echando humo por ese inconveniente, esa vieja arpía no tiene suficiente con que su hija esté prometida con el soltero japonés mejor posicionado de todo Londres, no, ella necesita un documento notarial—rió con fuerza ante su propia ocurrencia—. Así que, si yo fuera tú, también estaría suspirando por los rincones.... Él es tan galante, confiado, educado y, madre mía, ¡guapísimo! —apretó sus manos contra su pecho mientras su mirada se perdía en el infinito del techo del carruaje, en un gesto que, lejos de parecer romántico, le resultó bastante cómico a su amiga.
—El tratado comercial de Japón e Inglaterra está todavía negociándose, no era buena idea dar carnaza a la prensa sensacionalista y lo sabes muy bien Rika —se apresuró a aclarar Asuna, no sin poder evitar que una media sonrisa enturbiara su pretendida seriedad—. Más descontenta debería estar yo que mi madre por no haber podido verle más... —dejó escapar un suspiro mientras su mirada volvía a perderse en los campos de trigo que ya comenzaban a sustituir aquel verde primaveral por su característico dorado.
Su amiga la abrazó por la espalda apoyando la cabeza en su hombro.
—Pronto te hartarás de verle, este verano juntos es solo el preludio de una larga vida.
—Me siento tan afortunada Rika... —aferró su mano a la de su amiga que colgaba frente a su pecho—, si te soy sincera me da igual quién "es", tú me conoces bien, sabes que no me importan las mismas cosas que a mi madre. Es solo que con él, creo que puedo ser yo misma, puedo elegir. Además es dulce, divertido y ..., y cada vez que me mira me tiembla el cuerpo. ¿Será eso amor Rika?
Ambas amigas rieron cómplices ajenas a lo que el anochecer que se avecinaba traería consigo, pues, como esa sombra de luna que reclama a tientas sus horas al día confundiendo el cielo y llenándolo de rojos y malvas, el camino que les quedaba por recorrer no era más que un manto confuso del sosiego que dejarían atrás.
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La villa en el campo de los Kirigaya era menos fastuosa de lo que esperaban teniendo en cuenta los rumores que plagaban la ciudad. De estilo victoriano clásico se alzaba en dos plantas tras un camino empedrado a cuyos flancos las margaritas, que se negaban a dejar atrás la primavera, comenzaban a cerrar sus pétalos ante el advenimiento del ocaso vespertino. De piedra blanca y ribetes grises se presentaba ante ellas la entrada, señorial y con un amplio porche desde cuyos extremos dos esculturas que representaban imágenes de mitos clásicos escoltaban tanto la escalera de entrada como un tejado a dos aguas. Las dependencias del servicio y las cocheras quedaban ocultas por los cipreses que bordeaban la casa.
Los ventanales aguillotinados, tan del estilo de la época, les observaban amplios y curiosos desde la altura del segundo piso cuando el coche de caballos paró frente a la puerta. Midori Kirigaya, la señora de la casa, las esperaba bajo el dintel junto a un séquito de criados que se encargarían de acomodar su equipaje.
—Bienvenida querida —la dama de cabello brillante y ojos oscuros, la recibió con un tono acogedor—, si no llegabas pronto creo que mi propio hijo estaba a punto de salir a buscarte —sonrió al tiempo que sus palabras alertaron al nombrado de su presencia.
—¡Asuna! —desde el interior de la casa aquella voz que lograba despertar algo en el estómago de su invitada se apresuró a darla alcance. El joven, en cuyo rostro relucía una sonrisa exultante, la tomó por su estrecha cintura justo en el momento en el que se disponía a bajar el primer escalón de su transporte, alzándola y haciéndola girar mientras su tímida risa ponía banda sonora al romántico encuentro—. ¡No sabes cuánto deseaba verte!
La joven, algo abrumada por su impulsividad, detalle que en el fondo le resultaba adorable, miró de reojo a la anfitriona.
—Eugeo... —susurró apurada, evitando cruzarse con aquellos ojos turquesas—todos nos miran.
—Pues que miren... —le guiñó un ojo justo antes de abrazarla con fuerza.
—Vamos, vamos... hijo mío, no la desgastes tan pronto con tu efusividad, nos tiene que durar todo el verano.
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Su habitación daba a la parte trasera de la casa. Tenía una discreta balconada desde la que intentaba adivinar si lo que las sombras de la noche ocultaban era un jardín o la basta campiña. Se había puesto un batín de satén sobre su camisón de seda, algo liviano para la época, pues las noches aún eran frescas y, más aún, tan lejos de la ciudad. Rika acababa de marcharse, cada noche la ayudaba a cepillar su larga cabellera que ahora le caía por la espalda como un manto aterciopelado al adueñarse de los destellos de la luna.
Un silbido, seguido de un ladrido, llamó su atención. Había alguien en el jardín..., dos sombras, ambas paseaban ajenas a todo gracias a la opacidad de aquella noche en la que los débiles rayos de la luna quedaban atrapados en las copas de los árboles.
Asuna sonrió para sí desde el palco de honor que regentaba. No podía quitarse esa sensación de felicidad desde que sintió los brazos de Eugeo rodeándola, ¿sería él, de verdad? Desde joven su madre la había inculcado que, como mujer, su objetivo en la vida era encontrar un buen marido. Sin embargo, ella siempre tuvo la sensación de que no era así, tenía sueños y anhelos. Los libros que leía le hablaban de otro tipo de mujeres, libros casi prohibidos pero que le habían enseñado que el amor no era una elección que se hacía con la cabeza, sino con el corazón.
Se apoyó sobre la baranda del balcón a observar la sombra del hombre que le había dado una razón para creer en aquellos finales felices, cuando los grillos que cantaban esa noche le revelaron su osada vigía. La sombra se giró hacia ella, manteniéndose erguida, firme y Asuna creyó ver el fulgor del brillo de sus ojos apuntar hacia su figura, la estaba mirando. Por unos segundos que parecieron llevarse una parte de su eternidad con ellos, sostuvo aquella mirada lejana, hasta que su respiración se aceleró lo suficiente para que el rubor que iluminaba sus mejillas fuera evidente. Alzó su mano y con un tímido gesto se despidió de él. Aquella noche le costó dormir, el bombeo del corazón en su pecho resultaba ensordecedor.
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La mañana despertó en un lindo y soleado día que cosquilleó las mejillas de Asuna tan pronto como alcanzó su lecho. Se vistió con un sencillo vestido color turquesa claro que destacaba sobremanera el tono de sus ojos amielados y su cabellera. Bajó a la planta baja con la esperanza de cruzarse con su prometido antes que el resto de habitantes amaneciera.
La casa era grande, de techos altos con escayolas que decoraban todas sus esquinas, suelos de mármol y mucha luz que entraba sin encontrar oposición a través de los enormes ventanales.
Solo algunos criados se cruzaron en su camino, de modo que paró a una tímida doncella que llevaba una cesta con sábanas recién lavadas.
—Disculpa, ¿sabes si el Señor de la casa se ha levantado ya?
—Está leyendo en el porche de atrás —le indicó al tiempo que señalaba con su mirada la puerta que daba a la cocina de la casa.
Sin hacer ruido, Asuna se asomó discreta. Una enorme silla de mimbre en forma de concha le ocultaba; sólo sus botas, apoyadas sobre la mesa baja que componía el resto de la estampa, delataban su presencia. El ruido de una hojas, seguramente de la prensa del día, delató en qué ocupaba su atención.
Decidió preparar un té para los dos y sorprenderle. Con sumo cuidado de no molestarle, se adentró en la espaciosa cocina buscando el instrumental necesario para ello. Encontró una caja con pastas de la capital y apartó unas pocas en un platillo para completar el desayuno. Abrió varios armarios y cajones en busca de las hiervas con las que preparar la bebida pero no tuvo éxito. "¿Dónde lo guardarán?" Recorrió con la mirada la estancia hasta dar con una pequeña puertecilla, algo escondida, pues se confundía con los motivos pintados de la pared, "...esa debe ser la despensa", pensó.
Rebuscaba entre las baldas cuando lo oyó, un gruñido nada amistoso. Al girarse los ojos avellana de la fiera brillaban casi como su oscuro pelaje, lo reconoció sin dudar, era el perro que Eugeo paseaba la noche anterior y parecía que no le había caído muy bien. Estaba algo nervioso, extrañado por su presencia.
—Ssshh cálmate bonito —le susurró al tiempo que era consciente de que estaba totalmente cercada entre el animal y las baldas —, seamos amigos, ¿vale?
Sus palabras provocaron la reacción contraria en el can que, tras un fuerte ladrido, dio varios pasos hacia atrás preparándose para saltar sobre ella.
Ni siquiera lo oyó acercarse, antes de que el animal la alcanzara notó como tiraba de ella apresándola entre sus brazos. Se abrazó, se abrazó con fuerza a su masculino pecho, mientras los ladridos del animal tapaban sus sollozos. Notó como sus manos la asían con fuerza hacia él y la calmaban acariciando su cabeza que se hundía cada vez más en los pliegues de su ropa. Se sintió tremendamente protegida y arropada en su varonil abrazo, como si el hogar al que pertenecía le abriera las puertas después de un largo viaje, "sin duda esto tiene que ser amor".
—Sshh, shh, tranquilo.
Su voz sonaba más grave y autoritaria, había perdido su habitual tono juvenil pero, como un hipnótico cántico, logró que el perro aplacara su nerviosismo al igual que la propia Asuna. Una vez el animal se calmó, se mantuvo en silencio, arropándola, mientras ella recuperaba la compostura. Ambos sentían su respiración acompasada, ese olor a piel y nuevo día que te envuelve cuando la personalidad que te sostiene es "hogar".
—¿Qué está ocurriendo aquí?
"Aquella voz... no podía ser, sonaba lejana; sin embargo..." Aflojó su agarre encontrando tras la figura de su rescatador sus dos vibrantes ojos turquesa observándola asustada. No entendía nada de lo ocurrido...
—¿Estás bien Asuna? —se apresuró a preguntar al ver el temor reflejado en su rostro. Temor que tenía más de un motivo oculto para mostrarse. Sin dudarlo, ella se soltó y se abalanzó sobre él buscando el abrigo de sus brazos, algo más fríos, pues su cuerpo aún arrastraba el calor de otro hombre.
—Está bien tranquilo, por suerte llegué a tiempo, mi perro no la conocía y se mostró algo... descortés —aquella voz que minutos antes la había protegido, ahora sonaba más distante y dura—, pero es que la Señorita se había colado en la cocina como una vulgar ladrona.
—¿Descortés? ¡Esa fiera casi me mata! —se apresuró a defenderse la pelirroja, sin apartar una mirada cristalina de los ojos del rubio—. ¡Debería estar atado!
—Quizá no es el único que necesita de un bozal aquí, Señorita, él está en su casa...—la contestó molesto.
—¡Ja, ja, ja! — la risa de Eugeo, testigo divertido de la particular riña, puso fin a la contienda—. Ya cálmense... Demos gracias de que todo quedó en un susto. De todos modos, la culpa fue mía por no atender a mi prometida como debería y no hacer las presentaciones oportunas —separó a Asuna de su pecho, al que se mantenía firmemente agarrada—. Ruego disculpes a mi hermanito querida, como has podido comprobar, el encanto de la familia lo heredé todo yo.
—Muy gracioso... —farfulló el aludido.
—Dejadme que os presente formalmente, Kazuto, esta es Asuna Yuuki, la mujer que me ha robado el corazón —dijo al tiempo que animaba a Asuna a volverse y saludar a su hermano.
Y ahí estaba. Una eléctrica reacción sacudió su cuerpo cuando aquellos ojos grises y profundos como el acero se encontraron frente a los suyos. Aquel brillo, aquel fulgor... fue claramente consciente de que el hombre de la noche anterior estaba ahora frente a ella, alto, distante y de un cabello negro como la oscuridad que le había ocultado en su primer encuentro.
Kazuto Kirigaya, el hermano mayor, el hombre en cuyos brazos se había sentido protegida, cuyo calor aún recorría su piel y que con su voz había conseguido domar a la bestia que rugía en su interior, en adelante, el hombre que haría tambalear su existencia.
(CONTINUARÁ)
Mi querida Sumi_chan, aquí está esta locura. Un cumple más y ya me ves, intentando hacerte un regalo a la altura. Esta historia ya la conocías, pero reconozco la he querido demorar hasta este momento porque creo tiene todo aquello que he aprendido de ti.
Espero que te guste, que me perdones mis horrores, prometo revisarla mañana.
Nuevamente feliz cumpleaños, te extraño, te recuerdo cada momento aunque no paremos de hablar, te loveo mucho más que mucho.
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