Tercer día. Parte 1

Hannah ya se había dado por vencida e incitaba a todos a que adoptaran su posición. Leonore se había condenado sola, no valía la pena arriesgarse por una muchachita testaruda, malagradecida y desconsiderada. Julio, en cambio, insistía en que se despertara al amo de la casa para que este pusiera a más hombres a su disposición pues temía que, a esas alturas de la noche, harían falta más ojos para buscar en el bosque. Hannah ya muy tarde los había hecho partícipes de la desaparición de Leonore.

—No hay lobos en el bosque —dijo la vieja Tata—. De todas formas, ¿qué indicio tenemos de que hacía ahí corrió? Esa niña insensata regresará por la mañana tan fresca como una uva. ¿Esa señorita no hará su fortuna a base de virgenzuelas estúpidas? Eso me temo —comentó ahora con malicia. Julio entendió el sentido de su comentario pero no se molestó. Trataban de convencerlo de que Leonore no era una buena mujer, pero él había estado con ella el tiempo suficiente como para saber que era una niña dulce, honesta y tímida, cosa que todos, antes de ese incidente, creían también. Si Leonore no había obrado con propiedad no era enteramente su culpa, la misteriosa dama debía de estar influenciándola de formas tan tentadoras que para alguien como Leonore, inexperta e ingenua, podían ser difíciles de notar y resistir.

—Está sola allá afuera, nana —dijo Julio, ignorando el comentario de la vieja Tata—. Tenemos que ir por ella.

—Eres un crío testarudo —suspiró Hannah—, pero no pienso despertar al amo. Si alguien quiere acompañarte a buscarla, no lo impediré, pero el amo no puede enterarse de nada. Piensa en las formas en que esto podría sentarle a su salud. La última vez que estuvo de mal humor nos hizo pasar hambre. No pienso arriesgarme por una niña malagradecida.

Julio se volteó para encarar a los demás sirvientes, pero no encontró aprobación en ninguno de sus rostros. Salvo uno que otro mozo, la mayoría eran mujeres viejas y cansadas que ya conocían demasiado del mundo como para seguir preocupándose; ellas mismas habían huido de noche para encontrarse con algún amante clandestino, pero era diferente con Leonore porque ella había huido para seguir los pasos de una mujer que conocían a base de rumores.

—No la encontrarás —intervino nuevamente la vieja Tata—. Lo he visto pasar; esas refinadas damas pueden llegar a hacer cualquier cosa para conseguir la gracia de un caballero, ellas mismas tienen gustos un tanto extraños, es lo que hace el dinero y el ocio. Si esa niña tonta regresa lo hará deshonrada, ¿aceptarías en tu cama a una mujer que ya ha sido usada? Déjala ir, muchacho. Ya encontrarás otra que te haga olvidarla. No vale la pena.

—Aunque sea así... —balbuceo, Julio. Estaba avergonzado y se notaba en su rostro, pero ni él mismo sabía si era pudor por las palabras de Tata o rabia por imaginarse a Leonore en brazos de otro.

Todavía recordaba lo sucedido en el establo; no lo tomó a mal porque, después de todo, estaban comprometidos, y eran jóvenes; pero ahora que volvía a pensarlo no pudo evitar regañarse a sí mismo, tonto como había sido, al no haber notado que esa urgencia tan extraña y arrebatadora aunque tentadora, exponía una faceta de Leonore que él no conocía.

—Aunque tenga que ir yo solo...

—Espera a que amanezca, no seas testarudo. Montar un caballo en esta oscuridad es una estupidez. Está amaneciendo más temprano, de aquí a tres horas podrás salir. Pero ay de ti si el amo te necesita en los establos y no estás. Piénsalo bien.

Julio los dejó, impaciente como se encontraba, incapaz de trazar un plan en su cabeza. Las palabras de las viejas sirvientas habían conseguido hacerlo dudar. Para lo que sabía, Leonore ya podía estar muy lejos, la dama podría haberle tendido una trampa. ¿No pasaba a veces que las jóvenes de campo, esperando encontrar una vida más agradable y divertida en la ciudad, terminaban enfermas o viejas en burdeles de mala muerte? ¿Cuántas veces le había dicho Hannah que nunca fijara sus atenciones en mujeres soñadoras?

No lo notas ahora, muchacho, porque es apenas está dejando de ser una niña, pero mírala, ya se puede adivinar lo bonita que será, y mejor aún, será una belleza moderada, una belleza de campo, de esa que sólo atrae a los que saben mirar. En la cocina es tan dócil y obediente que resulta un amor, todo lo que una mujer deber ser, todo lo que un hombre debería buscar en una esposa. Por lo demás, ya hay tiempo para aprender, cada hombre tiene su forma de ser complacido, y eso será decisión tuya cuando la tengas en tu casa. Pero si me permites decirlo, con lo servil que ya es, sólo necesitarás un poco de amabilidad para que termine desviviéndose por ti. Una mujer devota, eso será Leonore. Es el tipo de mujer que te mereces, mi Julio, después de la fea vida que te tocó con la estúpida de tu madre.

Julio intentó ver más allá de la oscuridad, pero no pudo. Sabía a cuánta distancia se encontraba el bosque de la vieja casona de campo, incluso de los establos, de las bodegas, pero igual no pudo moverse. Leonore podía estar ahí como en cualquier otro lugar. Noches tan espesas como esa condensaban el tiempo, y no tenía ni la menor idea de cuántas horas de ventaja llevaba Leonore desde su huida.

Julio suspiró resignado y se quedó ido el cielo, esperando que amaneciera.

Leonore no entendía cómo era posible caminar en el bosque con tanta seguridad. En su interior sabía que estaba oscuro, que las mismas copas de los árboles acentuaban la oscuridad, pero ella, de alguna manera, podía verlo todo. Recordaba haber perdido la conciencia, una sensación fría que le paralizó los sentidos en un segundo, para luego despertar con esa luz ajena en sus ojos. La señorita Isabelle la tranquilizó explicándole que probablemente fuera cosa de la extenuación, había tenido un día poco habitual y era normal. Debió sentirse asustada, aturdida, pero además de un ligero cansancio y de la emoción que no sabía cómo tomar forma, se sentía bien; las palabras de la cariñosa dama habían conseguido tranquilizarla.

—Todavía te noto la mirada perdida, hermosa. ¿Seguro estás bien? ¿No quieres que volvamos a detenernos para descansar?

—Quizá sólo un momento —respondió Leonore.

La señorita Isabelle guió a Leonore hasta un árbol enorme y viejo con un tronco tan grueso que parecía un gigante sentado rodeando sus rodillas con ambos brazos. Leonore se acomodó y se dejó abrazar por la protección del árbol. Todavía era extraño. La cabeza le hormigueaba en confusión y se tocaba los párpados de tanto en tanto incapaz de comprender cómo podía ver con tal claridad.

—Es extraño, ¿no es así? —sonrió la dama—. Sabes aquí —dijo, acariciándole la cabeza—, que está oscuro, que es de noche, que no hay luna; pero aquí —continuó, se acercó a la sirvienta hasta besar sus párpados—, aquí hay luz. Mi luz.

—No entiendo cómo es posible —susurró Leonore, pero, en el estado que se encontraba, dejó de interesarle y terminó de reducir la distancia entre ambas en un beso fugaz e inocente.

—¿Cómo puedo explicarte esto sin que me temas?

—He venido hasta aquí en medio de la oscuridad, he dejado a Hannah enfurecida, estoy segura de que ya nunca me recibirá, ¿a qué más le puedo temer? ¿A la vida?

—Hay cosas mucho más allá de la vida a la que se les debe temer —respondió Leonore—. Pero me gusta este cambio en tu pensamiento. Se nota aquí —la acarició—, en tu hermoso rostro. Incluso tu sangre late más cálida, más decidida.

—Me siento más ligera. Estoy segura de que, por lo menos en este momento, soy la persona más valiente del mundo. Nada de lo que la señorita me diga me hará temer.

Isabelle se quedó en silencio, ida en las figuras que se movían en el bosque, risueñas algunas, amenazadoras otras. Algo o alguien mucho más lejos todavía intentaba decirle algo. No era posible, ni siquiera para ella. Sólo estaba un poco confundida.

—¿Alguna vez quisiste algo, Leonore? —preguntó la dama.

Leonore suspiró. No. Nunca. Poco era lo que recordaba de su vida antes de la servidumbre. Y una vez atrapada allí, Hannah había augurado para ella un futuro prometedor al lado de su nieto.

—¿Qué siglo es este...? Descuida, querida, no pongas esa cara, no era una pregunta, hablaba conmigo misma —suspiró la señorita Isabelle—. De la nada me encuentro a mí misma perdiendo la noción del tiempo. Me pasa tan seguido que resulta molesto.

—Por eso la señorita camina a su propio ritmo —sonrió Leonore.

—No siempre fue así. Pocas cosas cambian sin importar el paso del tiempo. A mí nunca me preguntaron si quería algo, aunque era el caso, siempre es el caso con nosotras las mujeres, por más que intenten silenciarnos con regalos bonitos y matrimonios prometedores.

—¿Y la señorita obtuvo eso que quería?

—Oh, no, no, no, pero no lo lamento porque mis deseos cambiaron y de alguna manera se hacen realidad cada cierto tiempo, en noches como esta casi siempre.

—No puedo creer que haya cosas que las señoritas no pueda obtener. No me parece justo.

—Entonces, si quisiera algo de ti, ¿me lo darías? —preguntó la dama.

—La señorita sabe que yo no tengo nada de valor...

—Tu vida vale más de lo que crees, hermosa —la interrumpió—, ¿tan difícil te resulta creerlo?

—Se refiere... ¿como sirvienta?

—Has huida de esa casa, de esa vieja manipuladora y de ese muchacho tonto, pero no dejas de verte así. Comprendo, no todo se supera tan rápido. No tengo noción del tiempo, esto es ridículo, por eso me cuesta respetar las acciones de los demás —balbuceó—. Oh, y otra vez estoy hablando de más, disculpa. Pero no, no hablo como sirvienta. Permíteme preguntarte otra vez, Leonore: ¿no hay algo que quieras?

—En este momento me parece tener todo lo que quiero.

—¿Y qué es eso?

—No lo sé muy bien, pero me siento en paz, ¿qué más puedo desear?

La señorita Isabelle sonrió. Se levantó y, tendiéndole la mano a Leonore, la invitó a un baile silencioso entre los murmullos de esas criaturas de la noche que Leonore todavía no era capaz escuchar.

La dama abrazó a Leonore para luego rodear su cintura. Su rostro estaba radiante, no dejaba de sonreír lo que hacía que se viera más hermosa. Incluso sus ojos, pese a ese poco natural brillo rojizo que evocaban se veían tentadores. Leonore no sentía miedo como tal, sino deseo. Se dejó llevar mientras la dama contaba, uno, dos, tres, con los pies descalzos, con los brazos desnudos, con el corazón abierto. Su risa era contagiosa, la intimidad de sus cuerpos en movimiento las fue envolviendo con una sutileza que pronto se convirtió en sudor. Isabelle fue rodeando a Leonore cada vez más y más mientras el baile se intensificaba. Entonces se detuvo de golpe para robarle una última mirada a la sirvienta y besarla, besarla ya sin remordimiento; esa noche lo tenía permitido.

Leonore jadeó, sedienta, mientras el beso se prolongaba. La sed se convirtió en frustración y pronto todo su cuerpo se vio contagiado. Se separó de la señorita para verla; sus ojos brillaban, rojos, eran los ojos de esos depredadores lejanos que existían en otros mundos y otros tiempos. Recordó las palabras de Isabelle: ¿Cómo decirte esto sin que me temas? Tomó el rostro de la dama entre sus manos, se quedó ida en su mirada, en la respiración agitada que era superficial porque su aliento no olía a vida, al menos no como a la suya.

—No tendré miedo —susurró Leonore—. Aunque me toque morir esta noche, no tendré miedo, porque moriré libre, moriré queriendome y siendo querida. Nunca supe que podía tener algo así.

—¿Y si es una muerte lenta?

—¿Dolerá?

—El tiempo es otro para mí, hermosa. Déjame hacerte feliz unos minutos más.

La señorita Isabelle colocó la mano en el pecho de Leonore. Se perdió en los latidos que vibraban detrás de ese pecho lleno de vida; se perdió en el tacto de sus senos detrás de la tela; del aliento dulce de la felicidad momentánea.

Leonore se dejó ir. Acostada, sentía el peso de la señorita sobre ella mientras miraba las copas de los árboles, infinitas, ocultándole el cielo. Recordó su sueño, su desnudez y el claro de luna, pero la única luz venía de sus ojos, de ahí que pudiera ver, y aunque no lo entendiera no lo cuestionó. No le temía al bosque, nunca fue así, a lo que le temía era a su protección, porque ahí dentro podía ser quien quisiera, y eso la atemorizaba.

Todavía recordaba el encuentro, tenía una ligera noción de su desfallecimiento momentáneo y de lo que pudo ocurrir mientras permanecía inconsciente. Todo dentro de sí le advertía, le gritaba que tenía que huir y sentir temor. ¿Pero qué parte de ella era en realidad la que buscaba alejarla? Leonore sentía como si la voz de su conciencia fuera otra más vieja y rasposa y no la suya, una voz autoritaria y poco cálida que gritaba orden tras orden con el fin de mantenerla siempre ocupada.

La señorita Isabelle la sacó del ensimismamiento con una nueva caricia. Leonore sonrió, la voz que escuchaba cada vez que la dama la tocaba sí era suya, era esa voz que había desenterrado de lo más profundo de su ser y que durante mucho tiempo pensó que era la desconocida, la ajena, la malvada, esa por la que tenía que rezar y rezar y creer y olvidar para no sentirla, para desaparecerla.

—Estás temblando, Leonore, ¿tienes frío? No deberías, no ahora —comentó la dama, preocupada.

—Escucho una voz —respondió Leonore—, llevo tiempo escuchándola pero nunca le presté atención. Tenía miedo. A nada le he temido tanto como a esa voz que sé que sale de mi interior. Hannah de alguna manera conseguía controlarla, pero en los últimos días ha revivido; tal vez le he temido durante tanto tiempo porque suena... jovial, suena feliz, como otra yo que no sabía que existía.

—¿Y qué te dice esa voz?

—Que me deje ir, que no tenga miedo; pero ya no tengo miedo.

—Y sin embargo, continuas temblando, hermosa, ¿por qué es eso?

La señorita se hizo a un lado y Leonore aprovechó el espacio para reincorporarse. Se quedó en silencio, pensando en el alboroto que su huida podría haber ocasionado en la casona. Reconocía deberles mucho más de lo que podría alcanzar a pagar, pero, pese a vivir una vida tranquila allí, nunca había sido feliz.

—Es como sí —se encontró a sí misma diciendo, sin darse cuenta que exteriorizaba sus pensamientos— la señorita hubiera aparecido como eso que tenía que ver para reconocer que era algo que quería y buscaba.

—Suelo causar esa impresión —sonrió Isabelle.

—No pretendía tratarla como un objeto...

—Descuida, querida, no lo veo así.

—Y el miedo que sentía al inicio hacia la señorita, no era más que la voz de Hannah. Y eso otro que sentí... —susurró, ruborizándose.

—¿Eso... otro?

—Si le pido a la señorita que me permita verla desnuda una vez más, ¿me complacería?

—Me complacería a mí —respondió la dama—, y más de lo que crees.

La señorita Isabelle se puso de pie. Leonore podía verla con claridad; el cabello oscuro desordenado sobre los hombros, enmarcando un rostro tan difícil de describir en sus facciones, en la longevidad que escondía su aparente juventud. Isabelle se lamió los labios e, impaciente, comenzó a desvestirse.

Leonore quiso fijarse en la ropa, en lo exótico de la tela, en el corte extraño que no era habitual en esa zona, incluso en la seda deslizándose libremente por esa piel con la que rivalizaba, siempre libre, incapaz de verse envuelta por prendas opresoras e insultantes; en su lugar miró el rostro de la señorita, sin interrupciones y sin dudas, y la dama, consciente de esto, hizo lo mismo, hasta que su desnudez las descubrió a ambas y Leonore ya no supo qué hacer con lo que sentía.

—Antes temblabas pero ahora tienes las mejillas encendidas.

No dijo nada, en su lugar batalló contra su propio vestido, mal acomodado por la prisa con la que había huido de la casona, hasta dejarse desnuda más que físicamente.

No sintió vergüenza ni la amenazó la necesidad de comparar su belleza con la de la dama, era un absurdo enorme, una pérdida de tiempo, lo entendía ahora. Igual no dejaba de sorprenderle la belleza de la mujer que tenía en frente de ella, la perfección en cada línea y curvatura de su cuerpo, la suavidad de su cabello incluso en ese desorden y la voluptuosidad de unos labios que, adivinó, no sólo estaban acostumbrados a decir palabras bonitas.

Leonore se acercó. Rozó el hombro de la señorita Isabelle con delicadeza, apenas un susurro de su piel hacia esa otra que quería que la escuchara. Isabelle sonrió, delicada. Ladeó un poco la cabeza, pero por lo demás, se dejó hacer. Leonore continuó, deslizó su caricia desde el hombro hasta la clavícula, el cuello, más abajo, hasta encontrar dos senos llenos, un pecho que respiraba con quietud. No le gustó. La serenidad de la señorita no le gustó porque era totalmente opuesta a lo que ella misma sentía. Se acercó un poco más y besó ahí donde sus dedos habían tocado primero. Esta vez la dama se estremeció, pero también fue todo muy ligero.

—¿Qué se siente —dijo Leonore entre besos— caminar por el mundo siendo tan hermosa? ¿Cómo es posible?

—Dímelo tú —respondió Isabelle.

—He caminado, pero ciertamente no por el mundo —sonrió, divertida—. He caminado entre polvo, entre sábanas sucias; he caminado en cocinas mugrosas, en establos llenos de porquería; he caminado en sueños, he caminado despierta creyéndome en una pesadilla... lo peor, he caminado convencida de que era feliz por el falso afecto que otros decían tenerme. .

—Yo caminé, hace mucho tiempo atrás, creyéndome amada —dijo ahora Isabelle dejando toda coquetería. Su rostro se ensombreció y la tonalidad de su voz resultaba pesada—. ¿No es así como suelen pintar las caídas de las mujeres? Luego nos convierten en demonios vengadores cuyo alimento no es otro sino la infelicidad del malamado. Pero también he caminado entre la verdad del mundo, y aunque mi naturaleza prevalezca sobre toda razón, intento hacerlo bien; no me alimento de la infelicidad nada más, sino de esa que consigo mutar, convertida en felicidad, en su punto más alto para arrebatarla convertida ahora en eterna, imperecedera; un tributo que sólo las vidas más delicadas logran obtener. Soy una eterna dama enamorada, Leonore, enamorada de las mujeres y sus vidas, incluso de su sufrimiento, pero más aún de la felicidad que momentáneamente les otorgo...

—Una felicidad que de ninguna otra manera, ni con el mayor de los esfuerzos, podrían obtener, ¿no es así? —interrumpió Leonore, seria.

—Hay ciclos en este mundo y he vivido un par de ellos, todos con el mismo resultado. Imagina ahora la lucha que está por despertar en tierras que se convertirán en sinónimo de libertad e igualdad, ¿qué obtendrán las mujeres de esta lucha? Nada. Por ahora son sueños; sueños de libertad dibujados con sangre, con la sangre de vientres que se negaron a concebir y otros que concibieron demasiado, de mujeres que amaron a otras mujeres y hombres, de mujeres que fueron amadas a la fuerza, de mujeres que sólo querían valerse por sí mismas, de mujeres que entregaron su cuerpo al placer. Llegará el tiempo, no hay duda, pero esta lucha será eterna. Y tú, querida mía, con tu belleza y circunstancias... podrías casarte, sin duda, y ese muchacho es decente, lo acepto, pero, ¿es lo que quieres? Contestame ahora, Leonore: ¿qué es lo que siempre has querido?

Como ya le había sucedido, no supo qué contestar. Un ardor desconocido comenzaba a devorarle el cuerpo, los sentidos. No entendía muy bien. ¿Si la señorita otorgaba felicidad porque hacerla partícipe de semejante desesperanza? Leonore entonces supo que nunca había pensado en ella misma como mujer, simplemente era Leonore, una sirvienta que había sido acogida en una casona destartalada y olvidada bajo el mandato de un apellido venido a menos, y se había sentido afortunada por ello. De no estar ahí, ¿en dónde habría terminado? Muerta de hambre o con el vientre extenuado. Nunca había pensado en ser mujer como tal, y en la situación de otras mujeres, ni siquiera en Hannah. Era lo que habían hecho de ella. Y no le gustaba.

—No sé qué es lo que siempre he querido —respondió Leonore—, pero sé lo que quiero ahora.

—¿Y qué es eso, hermosa?

—Quiero ser yo —dijo con seguridad—. Aunque sólo sea por una noche, quiero ser yo. 


___

Como habrán notado, soy la niña que no se decide con su portada; es lo que pasa cuando se te pega una imagen y no sabes cómo trabajarla :v #ProblemasDeLosNoDiseñadoresGráficos xD

¡Muchas gracias por leer! Por la larga espera de la otra vez decidí ponerme las pilas para traerles este capítulo lo más rápido posible. Luego no digan que no los quiero ;) 

Gracias por leer y votar y comentar y compartir y promocionar... :v

Gracias por todos.

Saludos :)

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top