Segundo día. Parte 1
En el sueño iba descalza, corría frenética hacia el bosque que ululaba una nana cuya letra había olvidado pero que evocaba recuerdos cálidos en su memoria. El cuerpo sudoroso, acariciado por el frío viento nocturno, se asimilaba a las caricias de la fina dama que el día anterior había visitado la casona; la sonrisa, la mirada gris rojiza y la piel fría, tibia después de su contacto, aunque solo fuera por un segundo. Contrario a lo acostumbrado, no sentía el cuerpo pesado, y aunque no era completamente consciente de todo lo que pasaba a su alrededor, intuía que al despertar recordaría más que la horrible sensación de haber sido utilizada, y aún en la oscuridad caminaría con paso seguro, sin temor alguno a cerrar los ojos, sin miedo a dejarse caer.
Fue así cuando despertó: no se encontró a sí misma enredada entre las sábanas y descubrió, incluso con más alegría, que no se sentía cansada en lo más mínimo. El miedo y la pesadez con los que siempre amanecía parecían ahora un recuerdo lejano, y uno ajeno, para más gozo; y si algo similar al miedo la incomodaba era únicamente el temor de que se tratara de una simple ilusión, o de que fuera un sueño dentro de un sueño.
Un sueño dentro de un sueño, murmuró, recordando a la señorita Isabelle.
La madrugada estaba fresca pero no tanto para resentir su piel, el sol no se perfilaría sino hasta un par de horas más tarde, pero el recién obtenido ánimo no le permitía seguir descansando. Se levantó de la cama dispuesta a arreglarse con el fin de tomar una pequeña caminata antes de comenzar con sus labores.
Se acercó al opaco espejo en la esquina de la pequeña habitación. Incluso a la luz del día la habitación era oscura, y Leonore se vio en la necesidad de encender una vela. Así fue como se encontró a ella misma. Su figura no estaba tan definida, pero la voluptuosidad de sus curvas igual podían ser admiradas con deleite. ¿Qué pensaría Julio cuando la viera desnuda por primera vez? ¿Qué le haría? La señorita Isabelle se limitó a acostarse, poniendo enteramente a su disposición. Encontró libertad en esta sumisión aún sabiéndola falsa. La poca participación de la mujer, en lugar de acobardarla o hacerla dudar de sí misma, surtió en ella una suerte de orientación. Por eso continuó, no menos temerosa pero sí más decidida, hasta que fue interrumpida por Hannah, hasta que Hannah la alejó por completo de ella.
Leonore no se reconocía en el espejo. Su piel parecía más sana, sus ojos, siempre oscuros, ahora más brillantes, al igual que su sonrisa y sus ganas de enfrentar el día. Desconocía cuándo sería capaz de reencontrarse con la señorita Isabelle, pero la idea le entusiasmada como si fuera un sueño de fantasía del que nunca quería despertar.
Acostumbrada a los rincones de la casa salió de ésta sin hacer ruido. Al encontrarse afuera sintió temor al ver el campo despejado y oscurecido y al escuchar el bosque que la recibiría más lejos, con una oscuridad incluso más opresora. Sin embargo, no permitió que el miedo le ganara.
Era demasiado temprano para encontrarla allí, pero sentía que ella sabría que se había adentrado en el bosque con este propósito.
Leonore se sintió libre cuando por fin se vio abrazada por la oscuridad. Las copas de los árboles se mecían en la penumbra, pero lejos de intimidarla le resultaban agradables. No había sido así la mañana anterior, pero lo era ahora. Siempre creyó tener muchas razones para sentir temor del bosque, pero ya no podía evocar ninguna. La nueva sensación de libertad poco rivalizaba con el miedo que alguna vez sintió, y hasta se regañó, por tonta e infantil, por haber tomado esas insulsas supersticiones tan en serio.
Siguió caminando con paciencia. La madrugada olía a rocío, a hierba fresca. El aire estaba húmedo y apenas susurraba. ¿Qué cosas encontraría cuando el sol decidiera perfilarse en el horizonte? Le pareció escuchar un pequeño ruido más adelante. Un animal, sin duda, y por la intensidad de las pisadas, uno pequeño. No dejó que le importara, no había razón. En su lugar continuó avanzando, creyendo que los susurros del viento eran caricias, frías caricias como fríos y delicados dedos de porcelana. Leonore se perdió un momento; los labios de la señorita, su mirada, su desnudez... no podía arrancárselos de la cabeza. Había algo en su cuerpo que le reclamaba, insistente, de manera intimidante pero tierna a la vez. Se detuvo. Cubrió su rostro con ambas manos y ahogó un suspiro. Su piel estaba erizada y su respiración amenazaba con desvordarse. Leonore descubrió entonces que se sentía observada, pero tampoco así tuvo miedo. Había algo familiar en la sensación. Era ese algo que seguía reclamándole hacer cosas que ella ni siquiera podía imaginar.
No es el momento, se dijo, convencida, y decidió regresar.
Al presentarse en la cocina se encontró a Hannah terminando su desayuno. Leonore se disculpó por la demora, y se sentó a la mesa. Las miradas de todos inmediatamente se dirigieron hacia ella. La vieja Tata le tiró el tazón de leche, adornando con pequeñas perlas blancas la curtida mesa de madera.
En un sólo día se había roto la sana convivencia entre los pocos sirvientes de la casona, y si la miraban a ella era porque, sin lugar a dudas, era la responsable. Leonore se obligó a no tomarlo de esta manera. En sentido alguno estaba endeudada con ellos, y menos derecho tenían aún de juzgarla con tanta fuerza. No había hecho nada malo.
—Es una señorita peligrosa esa a la que te tocó servir ayer —ronroneó Tata con su voz de vieja cansada—. Los ojos ven y la lengua habla. Las cosas siempre son así de obvias.
Leonore la ignoró. Tomó un sorbo de su leche para pasar el pan duro que le habían servido.
—Te he tenido en oración toda la noche, pequeña mía —habló ahora Hannah—. Espero sepas apreciar mi desvelo. Llámame supersticiosa todo lo que quieras, pero esa mujer esconde algo. No es buena para ti, ni para nadie, por eso la han mandado a encerrar —se persignó con prisa—. También espero que sepas apreciar por qué te mando a hacer tantas tareas el día de hoy; entre más ocupada, menos ideas locas tentarán tu cabeza. Sé feliz con lo que tienes y con lo que sabes que está por llegar. Julio es un buen chico, no hagas nada que pueda lastimarlo.
—Entonces será mejor que comience ahora —replicó Leonore. Ni siquiera se interesó por esas cosas que las dos viejas parecían conocer y que ella obviamente ignoraba.
Hannah no había exagerado, y sólo esa mañana a Leonore le tocó encargarse de la limpieza de media casona. De media casona cuya vista no daba al bosque. Pero incluso sin tenerlo a la vista rememoró su visita, y todavía más, las cosas que la señorita Isabelle había mencionado como puras fantasías. Hadas, hadas, sin duda. Lobos, aterradores y hambrientos. Damas, damas pálidas y frías. A Leonore no le había ajustado la infancia para fantasear y juguetear, pero habría preferido esas historias fantásticas que las supersticiones que Hannah siempre predicaba.
Hannah vivía demasiado pendiente de ella, y si había aceptado casarse con Julio fue debido a su insistencia, a ese futuro poco prometedor que le presagió si se casaba con un hombre que no fuera honrado, la tristeza de la pobreza y las carencias afectivas. Leonore conocía muy bien estas carencias y ya no le incomodaban, pero tampoco creyó que su indiferencia tenía que perpetuarlas. Si podía erigir un cambio en su vida, por insignificante que fuera, lo perseguiría.
—Hannah me envía a preguntarte si necesitas ayuda —dijo de repente una de las viejas sirvientas, Odeth, con ojos demasiado curiosos para ser ignorados.
—Puedo yo sola, gracias —respondió Leonore, molesta.
—Tonterías —suspiró la vieja—. Mira cómo tienes esa piel y esos ojos. Luces agotada. Dame eso que te ayudo.
—Preferiría hacerlo sola, gracias.
¿Acaso Hannah planeaba mantenerla vigilada todo el día? Leonore le dio la espalda a la vieja sirvienta, quien permaneció otro rato en silencio, quizá tanteando la reacción de Hannah ante la pobreza de su insistencia.
—Tienes que entender que nos preocupamos por ti.
—¿Preocupación? Las palabras de esta mañana no fueron más que vulgar chismorreo. No he hecho nada malo, la señorita Isabelle tampoco, no era sino una invitada del amo y por lo mismo merece respeto. Hannah no es nuestra dueña, no todo lo que ella dice tiene que ser cierto.
—Pero lo que se dice sobre ella...
—Dile a Hannah que puedo sola —la ignoró.
La mañana continuó igual, con interrupciones, falso interés, visitas constantes. Leonore se sintió atrapada. Hannah se había empecinado en no dejarla en paz, en no dejarla sola. ¡Qué sofocada se sentía! Entre más atrapada exteriormente, ensimismada se protegía, imaginado, viéndose libre de esas enormes paredes siempre llenas de polvo. La señorita Isabelle estaba allá afuera, siendo libre, siendo ella.
Otra vez experimentó esa urgencia arrebatadora que hizo que se olvidara de sus tareas y corriera hacia el otro extremo de la casona, olvidándose de Odeth, de Martha, de cualquiera a quien Hannah hubiera enviado para mantenerla vigilada. Lo hizo con desesperación, jugándose la vida en ello. La sensación que oprimía su pecho era similar a la de sus pesadillas. Corrió las cortinas que celosamente aprisionaban la realidad que había allá afuera, a través de los enormes ventanales que enmarcaban ese paisaje hasta ahora tan anhelado. Una fría ráfaga de viento la sorprendió. El olor a la mañana, al verdor del paisaje hizo que sus pies apenas se alzaran. Había algo más allá, ahora podía reconocerlo, y tenía nombre y forma de mujer. La estaba esperando.
Su anhelo debió evocarla. Leonore sintió el llamado. Se acercó al borde de la ventana, se empinó intentando prolongar el alcance de su mirada. Tenía que ver más y más allá, para reconocerla, para encontrarla. ¿La miraba? Vestida de seda blanca, delicada seda blanca que se deslizaba sobre su piel, elevándola inconscientemente hasta acercarla a su lado. Tan cerca. Un poco más. Si se alzaba un poco más podría tocarla. Estaría fría, sin duda alguna, pero su cuerpo siempre estaba caliente, demasiado caliente para ser soportable, y lo compartiría, y se unirían tan sólo tocándola...
—¡Leonore! —gritó alguien.
Leonore despertó, y en esta abrupta toma de consciencia se percató del precario equilibrio del que pendía de la ventana. Para su fortuna, alguien la asió del brazo, con rudeza más que con preocupación, y la tiró muy fuerte, dejándola dolorida en el suelo.
—¿Qué estabas haciendo, niña? ¡Por Dios!
Era Hannah. Leonore abrió los ojos, confundida.
—Me pareció... —balbuceó.
—Te pareció nada —replicó Hannah, molesta —. Este comportamiento no es normal en ti, ¿que no notas que has sido marcada?
—¿Marcada?
—Hazme caso y ponte esto —ordenó al tiempo que le tendía un crucifijo—. Nunca te lo quites, ni para dormir. Y por Dios, ni se te ocurra volver a ver a esa mujer. Mal día eligió el amo Palestone para dejarla entrar. Dios mediante no se atreva a visitar la casa nunca más. Ya tiene que saber que, con compañía o sin ella, no es bienvenida aquí.
—¿Ya conocía a la señorita Isabelle?
—Y tarde preguntas —bufó—. Le tienes tanto miedo al bosque, Leonore, y ahora veo que es por algo, por lo mismo nunca te habías encontrado con ella. Pero sí, ya la conocía. Hace poco más de tres meses que la veo merodear por el bosque, para luego perderse en él. ¿Qué busca? Sólo ella sabrá. Pero alguien que se siente tan cómodo en lugares fríos y oscuros no puede ser bueno. ¿Y lo que se dice de ella? Solterona y de reputación dudosa. Si no quería casarse hubiera adoptado el hábito y ya. Los dolores de cabeza que le habría evitado a su pobre familia. Todos muertos, ¿sabes? Todos.
—Sólo ha sido un mareo, Hannah. Corrí a tomar el aire y casi me resbalo por la ventana. Eso fue todo. Si no insistieras en enviarme compañía todo el tiempo para mantenerme vigilada no me habría sentido tan sofocada.
Leonore se alejó. ¿Todos muertos? ¿Acaso el señor August no era su tío? Era inútil, los prejuicios y las supersticiones de Hannah no debían ensuciarle la cabeza. Intentó convencerse de que estaba exagerando al tiempo que intentaba suprimir esa repentina necesidad de visitar el bosque para perderse en él. Sólo debía ser una pequeña curiosidad evocada por las palabras de la señorita Isabelle y la paz de esa madrugada; si interiorizaba un poco probablemente descubriría que muy en el fondo seguía temiéndolo al bosque y a todo lo que, ahora era consciente, podía esconder. Solo se había emocionado ante la posibilidad de una nueva aventura. Por dentro seguía siendo la misma chica temerosa de siempre.
Casi desilusionada aceptó esta realidad, pero no con menos esmero retomó sus obligaciones. Incluso entre tanta decepción fue capaz de terminar las tareas de esa mañana.
Llegada la hora del almuerzo, apenas fue capaz de probar bocado, y se retiró de la mesa alegando cansancio, excusa que Hannah no pudo desestimar al aceptar que, en efecto, le había dado más trabajo del que la tenía acostumbrada.
Al llegar a su habitación, no obstante, Leonore no descansó. En su lugar se dedicó a limpiar el espejo del rincón, ese al que hasta esa mañana, poca atención se había atrevido a prestarle. Después de conseguir hacerlo brillar un poco, intentó asegurar la puerta con una silla.
Eran cuestiones que jamás la habían preocupado, que nunca había considerado, que ni siquiera sabía que existían. Su desnudez y más aún, la desnudez ajena tan finamente presentada, tan cercana y real como su propia piel. No podía desprenderse de la impresión, se movía por ella y para ella. El calor que había desprendido el frío cuerpo de la dama todavía seguía adherido a su piel. No comprendía, y sabía que sólo lo haría cuando volviera a encontrarla.
Leonore vio su pálido rostro en el espejo. Sus labios estaban secos y sus propios ojos le parecieron cansados y viejos. El cabello no era sedoso al tacto, ni lo era su propia piel. La dama sólo había sido educada con ella al dedicarle tales atenciones, la misma aburrida vida de campo había derribado las barreras que existían entre ambas. Tal vez a eso obedecía toda esa atención y ella, acostumbrada a recibir órdenes, se había dejado llevar, como una niña pequeña. Leonore pellizcó sus mejillas para darles algo de color. No le importaba. Nada de lo que nadie pudiera decir podría influenciarla, ni siquiera sus propios pensamientos, mucho menos los de Hannah. La señorita sólo era novedad. Se había visto hermosa esa mañana pero ahora se veía con la verdadera luz de sus ojos: era fea. Pero, ¿por qué las atenciones de la señorita tendrías que considerarse dañinas? Hannah estaba equivocada. La señorita no quería hacerle daño, sólo quería hacerla despertar.
Estaba decidida.
Leonore se miró una última vez en el espejo, y luego de despojarse de su viejo delantal, dejó la habitación con el cuidado suficiente para no ser notada.
Con la misma meticulosidad caminó ese amplio y claro trecho que separaba el bosque de la casona; era un espacio despejado, por lo que corría el riesgo de ser vista, pero se dijo de antemano que de pasar algo fingiría no ser capaz de escuchar nada. Cierto que no era muy común que ella se alejara mucho, pero en el fondo intuía que todos, igual de supersticiosos que Hannah —aunque a diferencia de ella—, preferirían mantener la distancia.
El bosque la recibió de la misma manera; seguía oscuro y frío, sin embargo, la sensación de arrebatamiento desapareció suplantada por una curiosidad infantil mucho menos atemorizante. Hadas, pensaba en esas pequeñas criaturas, desconocidas pero con una sonoridad preciosa y delicada. Las visualizó con una apariencia sensual, cuerpos diminutos con curvas sugerentes y rostros preciosos. Visualizó, a su vez, los ojos de la señorita Isabelle, sus labios voluptuosos, su piel firme, y el perfume que despedía su aliento. ¿Existía la posibilidad de encontrarla tan pronto?
Leonore siguió caminando. Ni siquiera se percató de que ya comenzaba a avanzar mucho más de lo que siempre se permitía. El bosque no perdía la forma, los árboles susurraban la misma tonada y el suelo, húmedo pero firme, la invitaba con murmullos plácidos y promesas cálidas. El faldón rozaba la tierra, sus manos rozaban los troncos de los árboles, cada vez más cercanos entre ellos, aprisionándola en un mar de aromas verdes y oscuros. Tenía que estar en alguna parte, correteando, escondiéndose de ella. Se detuvo al creer escuchar los cascos de una bestia, pero fue sólo el eco seco del silencio del bosque que la devoraba ya con menos inclemencia. Leonoré sintió un ligero escalofrío y al abrazarse a sí misma se sintió despertar. ¿En dónde estaba?
—¿Me has tomado la palabra? Cuando te dije que me gustaba perderme en el bosque, no mentía.
Leonore se sobresaltó, pero reconoció tan rápido la voz de la señorita Isabelle que el escalofrío producido por el temor pronto se convirtió en otra cosa.
—Tomo un descanso —fue lo único que la sirvienta se atrevió a decir.
—No lo dudo, te noto cansada —dijo Isabelle. A diferencia del día anterior, llevaba ropa de montar, aunque el caballo debió haberlo dejado lejos, porque Leonore ni lo veía ni podía escucharlo—. Hay un agradable claro un poco más al norte, ¿te molestaría acompañarme?
—No sé si debería...
—Tonterías. Claro que deberías. Te lo suplico.
Leonore sonrió.
La señorita Isabelle comenzó a guiarla, comentaba, con voz cálida y risueña, los rincones del bosque que conocía a la perfección, sus predilectos, sus favoritos para hacer travesuras, sus favoritos para perderse. Leonore no escuchaba nada. Su mirada estaba poseída, completamente dominada por los delicados movimientos que la señorita hacía al caminar. Su suave paso, el agraciado contorneo de sus caderas, los destellos que la luz le arrancaba a su cabello oscuro. La dama era hermosa, no por su refinamiento, sino por ese salvajismo que Leonore no había conocido sino hasta ahora; ese salvajismo, dentro de ella, en sus pensamientos tal vez, en las cosas que decía con esa voz sensual y viva. Le gustaba escucharla hablar porque la elevaba y transportaba a un mundo femenino totalmente ajeno al polvo y a las labores diarias.
—No te quedes atrás —la sorprendió de pronto, tomándole la mano—. Esa vieja odiosa me matará si te pierdo.
—Hannah no pretendía ser irrespetuosa —intentó defenderla.
—Ni intentándolo conseguiría ofenderme —respondió Isabelle—. No tengo nada que ocultar, pero tampoco tengo que defenderme ni dar explicaciones a gente sin importancia. Las personas hablan. Déjalos. No me incomoda.
—Siempre dice cosas extrañas, hace mucho dejé de prestarle atención.
—Bien —sonrió Isabelle, aprovechando el momento para acariciar con incitante delicadeza la palma de la mano de Leonore—. Me sentiría muy triste si le permitieras interponerse en nuestra amistad.
—¿Amistad? —inquirió la sirvienta tímida, aunque había había algo más en su expresión, tal vez... ¿decepción?
—Tu timidez es deliciosa —dijo la dama, complacida—. Toda tú eres deliciosa. Me siento afortunada, de no haber venido a estas tierras abandonadas jamás habría conocido a una criatura tan adorable. ¿Piensas que mi interés es fingido?
—No pienso en nada.
—Pues deberías.
—¿Debería pensar que solo me usa para pasar su tiempo? —sonrió Leonore, juguetona, dejándose llevar.
—No —respondió Isabelle.
—¿Entonces en qué debo pensar, señorita?
—Si tienes que preguntarlo, entonces en nada.
Isabelle se detuvo. Leonore experimentó un vuelco doloroso en su pecho, ¿acaso había tomado demasiadas libertades y había terminado ofendiéndola? La costumbre hizo que agachara la cabeza. Era diferente. Las mirada desaprobatoria de Hannah ya no le quemaban la conciencia, pero sería demasiado para ella ver en el rostro de la señorita una expresión completamente opuesta a todas esas agradables que hasta el momento le había mostrado.
Leonore sintió la mano sudorosa y se avergonzó todavía más, la mano de la señorita era delicada y suave, pero la suya estaba marcada por el trabajo constante. Al ser repentinamente consciente de este hecho, quiso separarse, pero Isabelle no se lo permitió.
—¿Me dejas tan pronto? Falta poco para llegar.
—Es mejor que regrese.
—¿A qué le temes? ¿A mí?
Leonore no puedo responder, y ante el silencio su mano se vio liberada. La sirviente no se atrevió a levantar la vista, y dándole la espalda a Isabelle, y sin ninguna excusa, comenzó a alejarse.
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Actualización al fin.
Espero les haya gustad.
Votos y comentarios nunca quedan mal :3
XD
Saludos.
PD: Siempre reviso hasta cinco veces, pero soy torpe e igual se me van muchos errores. No es descuido, es que ya supera mis capacidades de observación (?) Espero no hacer sangrar sus ojos xD
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