Capítulo único
La mujer que se mantiene en pie en el vestíbulo, mirando nerviosamente el antiguo reloj de madera que adorna la pared, llama la atención de la muchacha casi al momento. No es que vista de forma extraordinaria, no es Agatha Ruiz de la Prada ni mucho menos, puesto que lleva un sencillo traje negro compuesto por una camisa de botones blanca, una pajarita roja, unos pantalones negros de tirantes y una chaqueta de un botón que mantiene sobre sus hombros, sin utilizar las mangas. Su cabello corto y castaño cae constantemente sobre sus ojos. Tampoco es que tenga una actitud especialmente llamativa, pese a estar totalmente sola en el pasillo. La chica la observa intrigada. Sabiendo que no debería hacerlo, porque en ese momento debería volver a su trabajo en la oficina del teatro en la que se encuentra su padre, se acerca a ella casi sin darse cuenta.
—Perdone —pregunta, intentando llamar la atención de la mujer frente a sí, fracasando en el proceso—, ¿se encuentra bien? —continúa, dándole fuerza a su voz y logrando, al fin, que la mujer de ojos azules se fijara en ella.
— ¿Qué? —cuestiona, desconcertada, como si no se hubiera dado cuenta de en qué momento se le había acercado la muchacha—. ¡Ah, sí!, no te preocupes. Estoy perfectamente.
Sin embargo, como si desmintiera sus palabras, el taconeo incesante de sus pies inquietos llama la atención de la muchacha. No quiere preguntarle otra vez, pues cree que puede parecer indiscreto y molesto, pero no puede evitar que la curiosidad siga bullendo en su interior. En un acto de inconsciente nerviosismo, juega con las puntas rosas de su largo cabello entre sus dedos.
— ¿Espera a alguien? —curiosea, adoptando una pose relajada, pese a continuar de pie en medio del pasillo del teatro.
—Sí, podría decirse que sí —La mujer sonríe, aunque no dice nada más. Parece estar entreteniéndose con un chiste privado.
— ¿Está dentro? —interroga, obteniendo una mirada perspicaz por parte de la mujer.
—Sí, podría decirse que sí —responde de forma críptica. Por el chispeo de sus ojos, la muchacha puede comprobar que la mujer se está divirtiendo a partir de su entrometida actitud. La mujer no le devuelve las preguntas, probablemente porque no le interesa qué hace allí parada, junto a ella en aquel pasillo, ni nada que tenga especial relación con ella. Sin embargo, la muchacha no puede evitar que la curiosidad persista, así que continúa con lo que se ha convertido en un interrogatorio.
— ¿Es parte del personal?
—Conozco a gente del personal, pero no es a ellos a quienes estoy esperando. Al menos, no realmente.
Es una respuesta mucho más completa que las anteriores, sin embargo, tampoco es que le dijera mucho. La muchacha infla las mejillas, casi sin darse cuenta, mientras el brillo ladino en los ojos de la mujer se intensifica.
La mujer de esmoquin vuelve a observar el reloj del pasillo, taconeando con más rapidez y fuerza, observando las puertas de la sala con apremio.
— ¿A qué espera? —pregunta, alternando la mirada entre el anticuado reloj de madera y el rostro impaciente de la mujer.
—A que sean las nueve en punto —admite con hastío.
— ¿Las nueve? —repite con curiosidad, sin evitar soltar una risita entre dientes.
— ¿Qué ocurre? —plantea, frunciendo el ceño.
—No, nada —contesta, encogiéndose de hombros de manera desenfadada. Al sentir la fulminante mirada de la mujer clavada en ella, sigue—es solo que se le van a acalambrar las piernas de esperar.
La mujer enarca una ceja y se cruza de brazos, esperando a que la muchacha de cabello rosa e inocentes ojos castaños prosiga. Soltando un suspiro, ella continúa.
—Ese reloj está mal. Está adelantado por media hora. Si está esperando a alguien que esté en la sala le queda un buen rato ahí dentro.
La mujer emite un gruñido casi imperceptible. Emprende la marcha por el pasillo con expresión malhumorada. La muchacha sabe que no debe seguirla, que ya ha tentado mucho la suerte con su entrometido cuestionario, pero no puede evitar que una última pregunta escape de sus labios antes de que la mujer desaparezca por el pasillo en dirección a los servicios:
— ¡Oye!, ¿¡cuál es tu nombre!? —pregunta a voz de grito, debido a la distancia.
La mujer detiene sus pasos y adopta una expresión cansada antes de volver su torso en dirección a la muchacha.
—Eva Mulet —responde secamente. Con esas palabras, retoma sus pasos y desaparece.
La muchacha sabe que le suena el nombre, aunque no tiene muy claro por qué. Frente a si, fija su atención en el cartel promocional de la obra que está colgado junto a la puerta de la sala, justo donde se está teatralizando en ese mismo momento. Siguiendo una corazonada, se acerca. Aprecia con apremio todos los nombres que aparecen. Pasa el dedo por encima de todos ellos mientras sus ojos los recorren. La yema de su dedo índice se detiene en un nombre en concreto, el que firma sobre el título de guionista. El nombre de Eva Mulet.
La muchacha vuelve a mirar al pasillo, pese a ser consciente de que está vacío, buscando el camino por el que había desaparecido la mujer de esmoquin, sin poder evitar la sorpresa del momento. Su boca forma una graciosa "o" antes de adquirir la mueca de una sonrisa divertida. Meneando la cabeza, obliga a sus pies a moverse a las oficinas de su padre.
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