En el sueño de Elea, todo es oscuro. No hay nada con lo que se pueda guiar o encauzar. Durante un momento se queda en un estado de receso, pero después de unos largos segundos le viene un escalofrío gélido, por la espalda. De repente el pánico se apoderó de ella, el aire le empezó a escasear y no podía respirar. El estado de asfixia indicaba que ese era su fin. Pero una ligera esperanza se apreciaba a lo lejos. Una llama aún en sus ascuas empezaba a brillar en la oscuridad.

La llama intentaba sobrevivir en medio de las sombras. Elea se acercó y la tocó. Al principio era cálido, pero después, la mano empezó a quemarle. El contacto era abrasador, pero lo peor de eso es que no podía apartar la mano del fuego. Las llamas empezaron a hacerse más grandes, hasta que se originó de entre el lumbre un dragón de fuego que calcinó a la joven en una llamarada; un fulgor abrasador y ardiente.

Elea se despertó en su habitación, gritando, estaba sudada y temblaba a causa del terror. Durante unos minutos estuvo en ese situación, pero después se fue relajando.

"¿Qué fue eso?". "¿Cómo?"

"Vale, todo ha sido una pesadilla, estoy en mi cuarto y no ha sido nada".

La joven se levantó, se alzó y respiró profundamente. Las ropas estaban mojadas por el sudor y las lágrimas.