Blanco
Elea salió de su cuarto y bajó del ático hasta el comedor, donde su madre estaba preparando el desayuno.
-Madre, me encuentro un poco mal- dijo la niña. La mujer le tocó la frente y dijo- No pasa nada cariño, un poco de infusión de hierbas te sentará bien.
La señora fue a la despensa, cogió los tallos y las roció en el agua de la artesa que había en la mesa.
La madre le colocó el cuenco en los labios de la muchacha y se le dibujó una gran sonrisa en la cara al ver que su hija lo bebía con apetencia, junto a esos ojos castaños, ese pelo rizado y oscuro no parecía una persona adulta.
-¿ Y qué es lo que te ocurría?- preguntó la madre
-. Pues...Tuve una pesadilla con un dragón creo... Y había mucho fuego -mencionó la joven temerosa.
La señora se paró durante unos segundos, y su cara feliz y alegre se convirtió en un rostro preocupado y abrumado.
- Con que...Un dragón,¿no?
-Si mamá, daba mucho miedo era enorme y escupía fuego y...
-Elea, quiero que vayas al jorguín y dile lo que te ha pasado- ordenó la madre rápidamente.
-Pero mamá el dragón,
las llamas...
-¡No quiero que se hable más en esta casa ni de dragones ni de nada más! Los dragones solo viven en las Montañas Azules, aquí no hay ese tipo de criaturas! -Pero...
-¡Fuera!- gritó la señora. Elea cogió el abrigo y se fue corriendo sollozando.
Pasaron unos días de aquello. Después de lo sucedido, Elea empezó a callar cuando era necesario. Su madre nunca le había gritado así, ella no tenía esa actitud. Durante un tiempo no volvieron a sacar el tema.
Una vez salió a la plaza del pueblo, los aldeanos y los niños que siempre la miraban con buenos ojos, ya no tenían razones para saludarla.
"Ya ha empezado ha tener los sueños". "Supuestamente eso es lo que dijo que pasaría".
"Esto es un mal augurio, esa chica nos traerá desgracias".
"Seguramente es una bruja tendrían que quemarla".
Noches pasaron, y un extranjero llegó a la aldea. Vino a lomos de las limpias y blancas crines de su caballo, que con su túnica grisácea y raída, aparentaba que no era suyo. El sombrero de paja que portaba era viejo y arrugado y en algunas ocasiones cuando el gorro no le tapaba el rostro se le podía ver sus ojos pequeños y sabios. La barba larga, sucia y gris le llegaba hasta la cintura; En general tenía un aspecto humilde que no representaba ninguna amenaza.
La gente empezó a rodear al viejo. Cuando llegó el señor del pueblo, la multitud se replegó.
-¿Qué es lo que le trae a un forastero como usted al pueblo de Lojan, de los Páramos de Hielo?- preguntó al anciano
-Vengo buscando a un hombre llamado Theor- confesó después de unos segundos.
-Hace tiempo que no escuchamos ese nombre por aquí, amigo, dime, ¿podríamos saber quién es usted?
No daré mi nombre hasta que mi deseo sea asignado -dijo el viejo.
-Que así sea.- Le concedió el hombre haciendo un movimiento de bienvenida.
Los dos fueron hacia la aldea rodeados de una multitud de personas.
Cuando llagaron a la plazoleta, se dirigieron a esa pequeña casa. La cabaña de madera expuesta con la nieve tapando las repisas de las ventanas, se veía acogedora. Gran ironía al ver que delante de la puerta estaba una niña, pasando frío en la espesura de la nieve.
-Buenos días joven, ¿porqué estas aquí en la fría y tupida nieve?- dijo el anciano.
Elea lo miró: era un hombre desconocido, pero tenía una simpatía y afición de un amigo, tenía un aspecto viejo pero provocaba seguridad,
confianza..., algo totalmente opuesto a lo que pensaban las otras personas que se encontraban allí.
-¡Elea entra en casa, ahora mismo!- gritó la mujer que estaba dentro de la cabaña.
La muchacha entra rápidamente en la casa, cuando los hombres abren la puerta. Unas cinco personas estaban dentro: el alcalde, Elea, su madre y el misterioso anciano que se había postrado allí sin previo aviso.
La madre tenía una mirada de rencor y odio hacia el hombre, que hacía el aire tenso e incómodo.
El anciano misterioso se fijó más en la niña, sus ojos marrones y su pelo castaño tenían una textura muy natural como la corteza de un árbol. A diferencia del pelo de su madre, su cabello era liso como un mar en calma. Escondida en la penumbra sus ojos relucían asustados.
-¿Que es lo que quieren, exhibiéndose aquí?- pregunto con exaltitud,
-Earwin, este hombre quería verte.-dijo el alcalde
-. Bueno, y eso es excusa para entrar en mi morada sin ningún tipo de permiso.
-Señora estoy buscando a Theor el Nigromante, ¿podría decirme dónde está?- dijo el anciano-.
Theor era mi marido, murió.- contestó apagadamente
- Y ahora dígame ¿quién es usted?
- Bueno supongo que tendré que dar mi nombre, ya que han cumplido su parte, mi nombre es Blanco.
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