Capítulo 7 | Ideales
Di un largo y muy hondo suspiro justo antes de pasar la niebla que rodeaba el reino. Apenas lo hice, nuevamente volví a posar la mirada en aquella grisácea, su sonrisa aparece. La rabia que sentía de solo verlo me hizo apartar la vista hacia otro lado con el ceño fruncido. Lo escuché reír y acercarse hasta donde me encontraba de pie, sin moverme.
-Anímate, Eliette... -vuelve a acariciar mi nombre con su voz aterciopelada y grave-. Gracias a ti, los animales de este bosque podrán tener una vida más larga y duradera.
-¿Te enorgulleces de lo que estás diciendo? Reconociendo que eres un asesino y ni siquiera te importa -le di un empujón por el pecho para que se alejara lo que se había acercado-. El hecho de matar animales y no sentir pena o remordimiento hacia ellos es lo que más me enfada de ti. Entiendo que quieras comer y que quieras alimentar a los tuyos, pero incluso los dragones son más empáticos con sus presas de lo que tú jamás podrás llegar a ser.
Mis palabras parecen sopesarle, puesto que solo mantiene una mirada indescifrable sobre mí, no se mueve, solo me observa. Pasé por su lado para dirigirme hacia el bosque, pero como no escuchaba sus pisadas tras de mí, detuve mi andar y lo miré por encima del hombro.
-Ven, quiero mostrarte algo.
Volví a retomar mi caminata, pronto escuché sus pisadas siguiendo las mías. No dijimos nada por un largo tiempo, yo cerraba los ojos y suspiraba profundo para concentrarme, tomaba prestado el poder de la tierra, sentí las vibraciones bajo mis pies como un auténtico dragón de tierra, me detuve en seco y miré hacia un cotado, metiéndome entre la maleza y arbustos.
-Oye, ¿a dónde vas? -escuché a Reed, pero volví hacia él, enseñando en mis brazos a una coneja herida por la pata.
-Dime, ¿qué ves en ella? -cuestioné dejando a la coneja en el suelo, intentaba levantarse y huir, pero caía todo el tiempo sin poder avanzar. Finalmente parece rendirse y solo podía respirar agitadamente mientras esperaba su final.
-Pues veo que su vida ha terminado, así de herida lo más probable es que otros depredadores la encuentren y la devoren -responde acuclillándose frente a la liebre-. La carne de conejo es tierna, además dicen que sus patas atraen a la buena suerte, lo cual sería un gran negocio.
-¿Lo ves? Solo piensas en los beneficios que te traerá matar tú a este animal que aún puede ser salvado -respondí usando mi energía para curar la pata de la coneja quien, al recuperarse, decide huir de inmediato.
-¿Qué sentido tiene dejarlo vivir así? Creo que es más egoísta de tu parte pensar que todos debemos seguir tus ideales cuando no llevamos con nosotros el poder para sanar heridas como tú. Lo máximo que podríamos hacer es intentar curarlo y puede empeorar o no servir para que huya de los depredadores naturales -replica dejándome plasmada.
Es verdad que al parecer soy la única humana con este poder, puesto que al volverme la reina de Dracovia adquirí ciertas habilidades de los distintos reinos de los dragones, todos decidieron darme algo de su poder para ser capaz de manejar cualquier sector. El poder de curar con mi energía proviene de los dragones de bosque y solo yo lo poseo. Quizás sea verdad, esa herida que tenía aquella coneja fue tan profunda y grande como para que no pudiera volver a usar esa pata, aunque se curase. ¿Es posible que Reed tenga razón en esto?
Me levanté del suelo sin decir nada, no tenía nada en mente para responder, él tampoco insistió en que lo hiciera de todos modos. Me dirigía hacia la dirección en la que se había fugado la coneja y encontramos su madriguera. Me asomé con cuidado para no espantarla, observaba con ternura la escena de ella amamantando a sus crías, ocho en total. Reed se acerca y observa los mismo que yo.
-Imagina que la coneja no hubiera vuelto, que tú o algún otro humano que la encontrase herida pensara igual y la sacrificara. No solo ella iba a morir, sino que sus hijos irían con ella -suspiré y me aparté de la madriguera-. Tienes razón, Reed Goldcrest. Muy a mi pesar lo admito, ustedes no pueden curar como yo y eso no haría gran diferencia para los animales heridos, pero sigo firme a mi respuesta. Ustedes no sienten remordimiento al acabar con una vida, por más que esta fuera, para ustedes, "insignificante". Y eso es triste, eso me entristece.
Le di la espalda, él seguía mirando la madriguera de la coneja antes de decidir levantarse sin espantarla y acercarse a mí. Estaba por decir algo, lo intuí por su forma de mover los labios dudosos para su comentario. Pero lo interrumpió el aullido triste y derrotado de un lobo. Antes de que él pudiera decir lo que pensaba yo empecé a caminar a paso rápido hacia el lugar del llanto. Reed me sigue enseguida, casi estábamos corriendo cuando habíamos llegado. Una loba llorando por la pérdida de su cría, al parecer... la única que tenía. Podía ver en sus tristes ojos el lamento y la culpa, seguramente por no poder salvarlo. Di un paso hacia ella, pero enseguida sentí la mano de Reed tomar mi brazo, pero siquiera antes de poder mirarlo para que me soltara, él ya lo había hecho por sí solo, como si recordara que no quería que me tocara. Me acerqué a la loba, ella estaba tan triste como para darme importancia hasta que estuve casi a su lado, fue cuando se dio cuenta de mí y a pesar del dolor, se colocó a la defensiva, cubriendo el cuerpo de su cría con el suyo.
-Es triste... una pérdida siempre lo es.
Calmé a la loba, me dejó acariciar su cabeza y mirar a su cría. Al parecer había sido envenenado, veía la espuma que salía por su boca y los ojos en blanco. Su cuerpo tan pequeño ya estaba frío y carente de vida. La loba chilla y baja la cabeza mirando a su cría, se acostó y acercó su hocico a él, moviéndolo ligeramente con su nariz, como si le dijera: "Levántate, por favor, debes hacerlo".
-Me gustaría remediar esto, pero está más allá de mis capacidades.
Tomé a la cría en mis manos con cuidado y limpié su rostro con las telas de mi vestido, lo acerqué a mi pecho un segundo ante de empezar a hacer un pequeño agujero en la tierra con las manos, sin importarme mancharlas o que algunas piedras rompieran mis uñas y dañaran mi piel. Dejé al pobre cachorro en aquel agujero y lo cubrí con la tierra que había quitado. Concentré mi energía e hice crecer una flor tan hermosa como el amor de su madre por él, la loba se levanta y con el rabo entre las patas y las orejas caías se aleja de aquí a paso lento, seguramente aceptando el hecho de que su hijo no iba a volver.
-¿Y qué pasará con ella? ¿No la ayudarás también? -pregunta Reed acercándose a mí.
-Las heridas que puedo curar están en la superficie, donde puedo verlas o sentirlas, aunque la piel las cubra. Pero las heridas del corazón son imposibles de curar por mi mano, ella decidirá si seguir adelante o ir junto a su hijo. Pero eso es algo que solo ella sabrá.
Miré mis manos unos segundos, ahora estaban sucias y con pequeños cortesitos por las piedras en la tierra. De reojo vi algo tenderse a mí, era la mano de Reed, dudosa, pero seguía allí.
-Está bien, tú ganas. Quiero que me enseñes tus ideales, quiero aprender de ti, Eliette -habla suave y sin ninguna pizca de burla o mentira, al menos es lo que veo yo y si no, entonces lo sabe ocultar muy bien. Me levanté por mi cuenta.
-Si quieres aprender de mí, entonces tienes que aprender a ver la belleza de la naturaleza, y no puedo enseñarte eso si realmente no quieres verlo. Puedo mostrarte el camino, pero solo está en ti tomarlo o no.
-Te aseguro que lo veo... y quiero seguir viéndolo. Especialmente si tú eres la que me muestra el camino -responde con seguridad, aunque a la vez parecía pedírmelo entre súplicas.
Lo miré un instante y luego vi la espada que colgaba de su cintura y el arco y flecha que llevaba a su espalda, esas armas me hacían dudar de que fueran ciertas sus palabras, las apunté con un dedo para que las notara.
-Si es cierto lo que dices, deshazte de tus armas. Ya viste lo que puedo hacer, no las necesitarás ni para defenderte si estás conmigo -comenté.
Reed mira sus armas con atención, realmente parecía forzarle el hecho de tener que abandonarlas. Tomó su espada enfundada entre sus manos y asintió como si hubiera tomado una decisión. Empezó a alejarse de mí, creí que esa era su respuesta. Iba a hacer lo mismo cuando lo volteé a ver de reojo al ver que se acercaba al borde del acantilado y tiraba su espada. Abrí los ojos de par en par, noté cuando se sacó el arco y las flechas e igualmente las tiró, el acantilado daba a una cascada y un lago tan profundos que la presión del agua hará que tu cuerpo estalle si intentas ir a lo profundo, ni siquiera llega la luz del sol como para ver el tamaño de su profundidad.
-¿Te he convencido? -pregunta mirándome con una sonrisa diferente.
No sabía qué decir, me sentía extraña, ¿realmente lo había hecho? Pues claro que sí, lo hizo delante de mis ojos. No sabría explicar el sentimiento que atraviesa mi cuerpo en este momento. En serio estaba dispuesto a renunciar a sus ideales por aprender de los míos. Quizás me equivoqué respecto a él, quizás... él no sea tan malo después de todo.
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