VI- MUJERES QUE SE LIBERARON DE LA ESCLAVITUD.
Ellen Craft nació en 1826 en Clinton, situado en Georgia, el estado más esclavista de todos. Su padre —el mayor James Smith— era blanco y fue su primer propietario. La madre, Maria, de origen afroamericana, era una esclava de Smith. Ellen tenía la piel clara y un gran parecido con el progenitor y con los hijos legítimos. De hecho, muchos la confundían con ellos. Este parecido fue el que llevó a su dueño a cedérsela como regalo de bodas —con tan solo once años— a otra de las hijas. La trasladaron a Macon, a unos 20 kilómetros de donde había nacido, para trabajar como criada de la media hermana.
Todos los miembros de la familia de William Craft, en cambio, pertenecían al mismo dueño. Este los fue separando sin ningún remordimiento a lo largo de su infancia.
En sus memorias William recordaba:
«Mi antiguo dueño también vendió a un hermano y a una hermana muy queridos para mí, como hizo con mi padre y mi madre. La razón que dio para deshacerse de mis padres, junto a otros esclavos mayores, era que estaban envejeciendo y pronto no tendrían ningún valor en el mercado».
William Craft (1824-1900).
Un día también vendió a William, cuando este tenía 16 años. Debido a que de niño había ejercido de aprendiz de ebanista y el oficio se le daba muy bien, el nuevo dueño lo alquilaba como carpintero a otros esclavistas y se quedaba con la mayor parte de las ganancias.
No se saben los detalles de cómo Ellen y William se conocieron. Lo que sí se conoce es que la pareja se casó en 1846. En principio descartaban la posibilidad de tener hijos en el sur esclavista porque los agobiaba que los separasen. Solo les quedaba una única opción para construir una familia: debían huir de Georgia y buscar la libertad en el norte del país.
La empresa entrañaba importantes riesgos, pero en 1848 el matrimonio decidió asumirlos. Descartaron ir a través del denominado Ferrocarril Subterráneo —una red de rutas secretas y de escondites que se extendían por los estados del norte hasta Canadá y que los fugitivos solían recorrer por la noche para evitar a las patrullas de esclavistas y a las autoridades locales—, sino que viajarían a plena luz del día.
Al principio consideraron la posibilidad de hacer valer la piel clara de Ellen para que ella pasara por una dama blanca a la que acompañaba su esclavo negro. No obstante, pronto comprendieron que la gente desconfiaría, de ahí que decidieran que la mejor opción era hacerse pasar por un caballero blanco. La labor de William fue igual a la de una hormiguita: visitó distintos puntos de la ciudad a diferentes horas y así fue comprando todo lo necesario, pieza a pieza. Salvo los pantalones, porque Ellen se los quiso hacer.
Con esta finalidad, la muchacha se cortó el pelo y adoptó la indumentaria masculina. No le faltaba, siquiera, el sombrero de copa. También se puso unas gafas oscuras para ocultar el miedo y se colocó una cataplasma sobre la cara para disimular la ausencia de vello facial. Como ninguno de los dos sabía leer —en el estado de Georgia era ilegal enseñarles la escritura a los esclavos— decidieron vendarle el brazo a Ellen para así evitar que tuviera que firmar algún registro para el viaje o para el alojamiento. Si alguien les preguntaba qué iban a hacer en el Norte, responderían que visitarían a un médico especialista, con los vendajes de ella como prueba de la lesión o de la enfermedad.
El 21 de diciembre de 1848 solicitaron el permiso de sus amos para salir —era uno de los pocos derechos que tenían—, se disfrazaron y fueron hasta la estación de Macon para coger un tren hacia Savannah. Una vez en el ferrocarril, Ellen se dio cuenta de que se hallaba sentada al lado de un buen amigo de su dueño. Recién se relajó cuando este le dijo «Qué buena mañana, caballero»: por suerte, el disfraz funcionaba. La muchacha fingió que era sorda para no conversar con el hombre. Al arribar a Savannah tomaron un carruaje y fueron hasta el barco de vapor que partía hacia Charleston, en Carolina del Sur.
Como los esclavos no disponían de asientos a bordo, William buscó un rincón próximo a la chimenea y se sentó allí hasta la mañana siguiente. Cumplió tan bien el papel que el capitán del barco se mostró impresionado por el «atentísimo muchacho». Eso sí: le advirtió a Ellen sobre los «despiadados abolicionistas» de los estados del norte, que intentarían convencerlo de que huyera. Además, un comerciante de esclavos le hizo una oferta a Ellen por William y un militar la regañó por decirle «gracias» a su supuesto esclavo.
Cuando la pareja llegó a Charleston, se alojaron en el mejor hotel. Los recepcionistas atendieron al «impedido» con gran cuidado y le dieron una bonita habitación y una buena mesa en el comedor. A continuación cogieron otro vapor hasta Wilmington y desde allí se desplazaron a Richmond. Cuando llegaron a Baltimore —en Maryland— el 24 de diciembre de 1848, faltaba una única parada de tren para conseguir la libertad. Los Craft habían oído que los revisores prohibían que los esclavos viajasen a Filadelfia y cuando uno los retuvo pasaron por unos momentos de gran agobio. El motivo era comprobar la documentación que acreditaba que William era de su «propiedad». Por fortuna, el revisor se conmovió al oír que el tren se iba y al apreciar los vendajes del supuesto caballero y los autorizó a partir. El día de Navidad, el matrimonio arribó a Filadelfia y Ellen exclamó: «¡Gracias a Dios, William, estamos a salvo!»
Después de un mes en Filadelfia, Ellen y William se trasladaron a Boston. Esta ciudad era el centro de la actividad abolicionista en Estados Unidos, por lo que el relato de la audaz huida les granjeó un gran respeto. Pronto ambos se convirtieron en los portavoces destacados del movimiento abolicionista y viajaron por toda Nueva Inglaterra para denunciar los horrores de la esclavitud en el sur.
El futuro parecía prometedor. William volvió a ser un ebanista cotizado y Ellen trabajó como costurera. Sin embargo, la aprobación de la Ley de Esclavos Fugitivos en 1850 les complicó la vida. Esta ley prohibía que los residentes de estados libres, como Massachusetts, albergaran o ayudasen a esclavos fugados. También autorizaba a los agentes federales a detenerlos y a enviarlos de vuelta al sur sin juicio previo. Esto determinó que se ofrecieran lucrativas recompensas. La ley tuvo un efecto rebote, porque suscitó una enorme oposición en los estados norteños —la consideraron una extralimitación federal— y sirvió al mismo tiempo para favorecer y darle fuerza al movimiento abolicionista.
Dos cazarrecompensas de Macon intentaron detener al matrimonio. Por suerte los protegió un grupo interracial de bostonianos conocido como el Comité de Vigilancia, que los trasladó por distintas casas seguras para evitar la captura. A fin de esquivar la Ley de Fugitivos, se vieron obligados a mudarse a Londres, donde se convirtieron en los líderes y en los portavoces del movimiento abolicionista local. Durante la estancia en Londres, William escribió un relato de la experiencia de fugitivo: Running a Thousand Miles for Freedom.
Tras cerca de dos décadas en Inglaterra y siendo padres de cinco hijos, los Craft regresaron a Georgia. Se instalaron cerca de Savannah y abrieron una granja-escuela para educar a los esclavos liberados en virtud del acta de emancipación de 1863, emitida por el presidente Lincoln durante la guerra de Secesión.
Si deseas profundizar más puedes leer:
📚Ellen Craft, la huida de una esclava travestida, artículo de National Geographic Historia número 216, escrito por Tucker C. Toole, actualizado a 26 de noviembre de 2021.
Ellen Craft (1826-1891).
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