TEMA 7. 3. MEDICINA EN LA ÉPOCA ISABELINA: BAÑARSE ES MALO PARA LA SALUD.

Para nosotros, acostumbrados a ducharnos con regularidad, tan solo imaginarnos cómo podían estar semana tras semana sin bañarse hace que nos empiece a picar todo. Y, sin embargo, no solo así vivían, sino que se consideraba el colmo de la modernidad. Pero empecemos por el principio...

     El Renacimiento heredó de la Edad Media la desconfianza por la naturaleza efímera del cuerpo y sus peligrosos apetitos y debilidades, que tanto la Reforma protestante como la Contrarreforma católica siguieron fomentando. Por eso en el siglo XVI y a principios del XVII coexistían el pudor y la desconfianza por el cuerpo, su apariencia y su sexualidad al mismo tiempo que el culto a la belleza y el redescubrimiento del desnudo basado en los ideales clásicos. Estas tendencias convivían junto con la expansión de la peste bubónica y de la sífilis, que provocó que se cerraran la mayoría de los baños públicos y de los prostíbulos, el rechazo del agua como modo de higiene corporal y la promoción de la sexualidad dentro del matrimonio.

     Resulta curioso que en los siglos XVI y XVII la higiene pasara a ser un tema ajeno al agua y que la limpieza de la ropa blanca reemplazase a la limpieza de la piel. El miedo al agua determinó que se utilizaran sustitutos, tales como el polvo y el perfume, que sirvieron para crear un nuevo elemento de distinción social. Es decir, se desarrollaron nuevas técnicas de higiene personal que determinaron la desaparición de la bañera. Desde el siglo XV los médicos y los funcionarios de salud pública decían que no había que bañarse durante las epidemias porque los poros se dilataban por el agua caliente y a través de la piel desnuda se aumentaba la vulnerabilidad ante los pestilentes miasmas que creían que contagiaba la enfermedad. Los miasmas eran los efluvios malignos que producían los cuerpos corruptos o las aguas estancadas. Esta idea se extendió a lo largo de los dos siglos siguientes.

     Pensaban que los poros dilatados hacían, además, que se fugasen los humores del cuerpo, lo que tenía como consecuencia la pérdida de fuerza vital, la debilidad y las enfermedades graves como la hidropesía, la imbecilidad y el aborto. Después de bañarse por precaución había que hacer un descanso en cama que podía prolongarse por varios días. En 1610, por ejemplo, el ministro Sully no pudo asistir a la convocatoria del rey Enrique IV de Francia porque estaba cumpliendo con el reposo posterior al baño. El monarca lo conminó a que siguiese en casa y consultó al médico real, quien opinó que cualquier esfuerzo podría ser contraproducente para la salud del ministro. Solo podría acudir al día siguiente, siempre que pasara la noche vestido con ropa de dormir, gorro y babuchas. Porque los baños durante este período solo tenían fines terapéuticos y durante ellos se utilizaban las ventosas para extraer los humores malignos. Eso sí, se tomaban medidas de precaución porque el cuerpo estaba abierto y vulnerable por hallarse húmedo.

     Los ricos le prestaban atención a los cuidados y a la apariencia de las zonas que eran visibles y que se hallaban susceptibles de ser juzgadas socialmente. El uso de agua se volvió una costumbre antigua y fue reemplazado por el frotado con polvo y el perfume. En los libros de buenas maneras se describía el comportamiento refinado que debían tener los miembros de las clases altas cuando se sonaban las narices o se sentaban a la mesa, los gestos que debían efectuar y también la limpieza de los orificios del cuerpo, acciones que servían para separarlos de las costumbres de la plebe.

     En lo relativo a la limpieza se prestaba más atención a la cara y a las manos, que eran las partes del cuerpo que no se tapaban. En el siglo XVI todavía seguían usando agua para rostro y manos, pero en el XVII solo se recomendaba para enjuagarse la boca y para las manos, siempre agregándole vino o vinagre para paliar sus efectos dañinos. Creían que el uso del agua en el rostro dañaba la vista, provocaba dolor de dientes y catarro y dejaba la piel demasiado pálida en invierno u oscura en verano. Entonces, ¿cómo debían higienizarse? Había que frotarse vigorosamente la cabeza con una toalla o con una esponja perfumada, peinarse, restregarse las orejas y enjuagarse la boca.

     El polvo apareció como una especie de champú seco. Lo dejaban toda la noche en la cabeza y por la mañana se quitaba con un peine, junto con la grasa y demás impurezas. Los polvos perfumados y teñidos se convirtieron en una parte integral del aseo diario de los hombres y de las mujeres de las clases pudientes. En el siglo XVII el polvo había llegado a conquistar de tal modo la escena, que ningún miembro de las clases altas europeas se dejaba ver en público sin él. Su ausencia no solo indicaba una falta de higiene y una contravención de las costumbres, sino que se consideraba un indicativo de inferioridad social, pues las clases inferiores tenían el pelo negro y grasiento.

     En la época moderna la palabra «perfume» hacía referencia a cualquier sustancia que desprendiese un olor agradable y no solo a un líquido. El perfume tenía por objetivo la eliminación o el ocultamiento de los olores desagradables y una función como desinfectante o purificador. Utilizaban toallas perfumadas para frotarse el rostro y el torso, en especial las axilas. Los ricos desinfectaban con perfume las casas, los muebles y los tejidos durante las epidemias de peste. También utilizaban inciensos y aromas exóticos en los arcones de ropa y en los cofres para depurar su contenido. Se suponía que todas estas medidas ayudaban a combatir los miasmas contagiosos y los vapores infecciosos.

     Los perfumes de origenanimal eran muy valorados. Entre ellos el de algalia, una sustancia grasientade fuerte olor que la civeta tiene en unas bolsas alrededor del ano. También elámbar gris —secreción del estómago del cachalote— que servía para fijar ypotenciar los aromas. Y no hay que olvidar el almizcle, que extraían de una glánduladel macho de ciervo almizclero. Entre los perfumes de origen vegetal estaba laalmáciga —resina de los lentiscos— que utilizaban para aromatizar tejidos o elagua que bebían. La reina francesa Catalina de Médicis, esposa de Enrique II,introdujo en Francia los guantes perfumados y la costumbre de llevar frasquitosde perfume en los bolsillos, moda que Elizabeth I le copió, propiciando eldesarrollo de una industria inglesa en el sector. Además, en la destilería quetenía en palacio elaboraba perfumes y otras sustancias.

Guantes de Elizabeth I.


     La reina inglesa promovió esta iniciativa entre sus damas y ellas crearon sus propias destilerías en las residencias, costumbre que luego se trasladó a otras clases. No hay que olvidar que a los perfumes también se les atribuían funciones medicinales frente a las enfermedades contagiosas, incluida la peste. Creían que los malos olores transmitían por sí mismos la enfermedad y por eso fumigaban los interiores quemando plantas aromáticas.

     También se generalizó la costumbre de llevar encima la llamada poma de olor. Se trataba de una pieza labrada, redonda, de oro o de plata, agujereada, dentro de la que había sustancias aromáticas que prevenían de la peste. Solo las clases pudientes las llevaban colgadas del cuello o de la cintura y cuando estaban en público se las acercaban a la nariz.

     Una apariencia limpia equivalía, además, a garantizar la probidad moral y la posición social, por lo que la ropa blanca se identificaba con la pureza de la piel que ocultaba. Creían que la ropa blanca inmaculada sustituía la función de la limpieza del agua, pues absorbía la transpiración, atraía las impurezas y preservaba la piel de la persona. Un cambio de camisa, tanto para el hombre como para la mujer, constituía la base de la higiene diaria. En el tratado de Savot sobre la construcción de castillos y de casas particulares urbanas de 1626 decía que las instalaciones de baño ya no eran necesarias en los tiempos modernos «porque ahora usamos ropa blanca, que nos ayuda a mantener limpios los cuerpos con más eficacia que las bañeras y los baños de vapor de los antiguos, privados del uso y la conveniencia de la ropa interior». En definitiva, el uso de la ropa blanca se consideraba «moderno» y la última moda en cuanto a higiene personal. Como solo el hilo o la seda podían alcanzar la blancura requerida y eran telas muy caras, también se convertían en signo de estatus. Las clases populares utilizaban cáñamo, que no era suave ni tenía la nívea blancura que se precisaba, y, encima, un jubón de esta tela costaba el equivalente a tres o cuatro días del jornal de un trabajador manual. Además, llevar un vestido limpio indicaba la posición social del individuo y cuanto más rico era uno, más se cambiaba de ropa.

     ¿Cuándo hubo un retorno al agua? Alrededor de los años cuarenta del siglo XVIII. Los aristócratas construyeron lujosos baños en los palacios y en las casas urbanas, que en ocasiones incluían fuentes y plantas exóticas. No obstante, seguían utilizando medidas precautorias, como una purga previa y luego un descanso en cama y una comida.

     Te preguntarás, entonces, por qué nuestra protagonista propiciaba tanto los baños: porque había estudiado medicina de los libros de los médicos árabes, que desde la Edad Media estaban entre los más avanzados del mundo y para quienes el Hammam —baño de vapor húmedo— se relacionaba con la limpieza física y religiosa. Para efectuarlo recorrían varias salas de agua donde la temperatura cambiaba de forma paulatina.

     Si deseas profundizar más puedes leer:

📚Historia de las mujeres. Del Renacimiento a la Edad Moderna. Tomo 3, bajo la dirección de George Duby y Michelle Perrot. Penguin Random House Grupo Editorial, Barcelona, 2018. Lee el artículo titulado El cuerpo, apariencia y sexualidad, de Sara F. Matthews Grieco, páginas 75 a 85.

📚Edad Moderna. Perfumes: de la higiene a la seducción, artículo escrito por Bárbara Rosillo para la Revista National Geographic Historia número 210, actualizado a 31 de mayo de 2021.

📚El baño diario, una conquista de la ilustración, artículo escrito por Guillaume Mazeau para la Revista National Geographic Historia, actualizado a 23 de diciembre de 2016.


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