TEMA 6. ¿CÓMO SE ENTRETENÍAN EN LA ÉPOCA ISABELINA?
¿Verdad que nos cuesta pensar en un mundo sin el cine, sin la televisión, sin las plataformas de streaming, sin internet y sin los móviles? Pues, incluso así, durante la época isabelina se divertían.
Los juegos y los deportes más populares de la época eran los que se practicaban al aire libre, como las bochas y el quoits, un entretenimiento parecido en el que se utilizaban aros metálicos o piedras que se lanzaban hacia un blanco, como una estaca clavada en el suelo. También se jugaba a los bolos, llamado skittles, nine-pegs o ten-pins.
El tenis sobre césped era una actividad destinada a la aristocracia y se jugaba con raquetas de madera con cuerdas de tripa y pelotas de trapo. En el hándbol se empleaban las manos como raquetas y en el bádminton se servían de los battledores, unas raquetas de madera maciza.
Chica con raqueta battledor en una mano y el volante en la otra.
El fútbol se asemejaba al actual, pero era mucho más violento y casi sin reglas. Estaba permitido que los jugadores se hicieran zancadillas y que se dieran golpes para arribar al campo contrario. También jugaban a una versión del hockey —el bandy-ball— y a un antecedente del críquet, el stoolball.
Las actividades de ocio se volvieron más variadas que nunca y más profesionales, pues existía una industria del entretenimiento que ofrecía al público eventos como obras teatrales y cebo de animales con regularidad. Un pasatiempo público muy popular era el teatro, pero me referiré a él cuando te hable del hombre barroco, de Marlowe y de Shakespeare.
No obstante, los favoritos eran los juegos sangrientos, como el cebo de animales: se ponían perros muy agresivos —bulldogs o bullmastiffs— en una fosa para que despedazaran a un oso o a un toro. Uno o más de los perros atacaban las orejas o el hocico del toro o del oso y lo agarraban con firmeza hasta que el animal más grande se desplomaba de agotamiento. Un juez decidía cuándo terminaba el combate, pues los osos eran demasiado escasos como para matar uno en cada enfrentamiento. También les gustaban las riñas de gallos adiestrados, donde estas aves peleaban hasta la muerte.
Los cerramientos de las zonas forestales y las leyes estrictas de caza furtiva restringían esta actividad a las clases populares, pero seguía siendo uno de los medios para educar a los jóvenes de la nobleza. Hombres y mujeres cazaban liebres, zorros y venados. Solían utilizar aves entrenadas para la caza —la cetrería— y también pescaban utilizando una caña, en especial los que tenían lagos artificiales en las fincas.
Los torneos medievales con armadura seguían siendo muy populares, aunque ya estuviese extendido el uso de las armas de fuego. En las justas o en la práctica de esgrima las armas no tenían filo y los participantes usaban estoques, dagas, espadas de combate o un quarterstaff, que era un palo de madera muy largo.
El lanzamiento de cuchillos era otro entrenamiento que se practicaba en el juego penny prick. En este se colocaba un penique sobre una clavija clavada en el suelo, y, desde una importante distancia, los jugadores arrojaban un cuchillo para desalojar la moneda.
La arquería constituyó una parte tan importante de la guerra medieval, que existían leyes para asegurar que hasta los plebeyos la practicaran también en el período isabelino. Si bien los arqueros, al igual que los caballeros, eran menos importantes en la guerra de lo que habían sido, el hábito continuó y en muchos jardines aristocráticos y en los parques resonaban el sonido de las cuerdas de los arcos en verano.
Los juegos de cartas, los juegos de tablero y las apuestas eran muy populares, del mismo modo que los eventos musicales y de baile, donde personas de todas las clases sociales podían mostrar las habilidades y socializar. El hecho de que el movimiento puritano desaprobase casi todas estas actividades y que se dedicara a condenarlas es prueba del éxito rotundo.
Las dos actividades de ocio de interior más comunes eran el bordado para las mujeres y la lectura para ambos géneros. Había materiales impresos de todo tipo, desde periódicos de una sola hoja hasta volúmenes ilustrados encuadernados en cuero, pues los editores veían el potencial de imprimir trabajos populares en otros sitios, como los de la Italia del Renacimiento. Se leía la filosofía humanista y hubo un regreso en la década de 1590 a los autores antiguos con las primeras traducciones al inglés de escritores como Tácito. Había también manuales, textos políticos y religiosos, obras de historia, de poesía y hasta reportajes de noticias de actualidad. La lectura no se realizaba necesariamente en la soledad y en el silencio, muchas veces se hacía en grupos y en voz alta.
Entre los juegos de interior más tranquilos se encontraba el ajedrez, una de las pocas actividades en las que no eran habituales las apuestas. También se jugaba a las damas. Existían muchos otros juegos en los cuales los jugadores debían conseguir que sus piezas atravesaran el tablero o que lo abandonaran. Shovelboard o shove-groat —se llamaba de esta manera por la moneda de cuatro peniques, groat— consistía en deslizar un disco o una moneda hasta hacerla llegar lo más cerca posible del borde del tablero sin caerse.
El juego de la oca —que aún hoy existe como juego de tablero para niños— fue una novedad que se introdujo desde Francia. Los jugadores tiraban los dados y se movían a través de los casilleros organizados en espiral en una hoja impresa. El objetivo consistía en alcanzar el último casillero antes que cualquier otro jugador. Ciertos casilleros permitían que el jugador tirase de nuevo —por ejemplo, uno con la imagen de la oca— o los obligaban a retroceder o a perder el turno. Todos participaban, además, en juegos de dados elaborados en hueso. Los números tenían un nombre específico de 1 a 6 derivado del francés: ace, deuce, tray, cater, sink y sise. En este período también se introdujo el billar en Inglaterra.
Los juegos de cartas eran populares y todas las clases sociales los jugaban. El mazo de cartas era igual a la versión actual, pero sin comodín, y algunos naipes se llamaban de maneras distintas: knave para la jota, deuce para el dos y tray para el tres. No había números ni letras en las cartas, solo imágenes. El rey, la reina y la jota mostraban una figura entera, en lugar de la imagen espejada que vemos hoy en día. Los juegos de cartas incluían alcanzar una cifra específica, por ejemplo 31, con la menor cantidad de cartas posible. También existían versiones de juegos que todavía se juegan en el presente, como el ruff and trump —whist— y el primero —póker—, en el cual un jugador tenía un máximo de cuatro cartas y la mano más alta era cuatro iguales.
Jugando a las cartas.
Efectuar apuestas era tan popular entre la aristocracia como entre las clases bajas, en especial utilizando cartas y dados, pero también en juegos como las bochas, donde las apuestas estaban muy reglamentadas. A decir verdad, los isabelinos apostaban en cualquier actividad en la cual el resultado fuera impredecible, incluso los niños apostaban con piedras y con semillas de cereza antes de tener dinero propio.
El baile también era popular. No solo por diversión o como ejercicio, sino para que los jóvenes solteros tuvieran oportunidad de conocerse. Existían bailes de campaña ingleses tradicionales y también bailes importados de Francia y de Italia. También había escuelas de baile para los que pudieran pagarlas. En los bailes participaban hombres y mujeres en parejas, pero formaban parte de grupos más grandes en filas o en un círculo o en un cuadrado. Las parejas se tomaban de la mano o entrelazaban los brazos —en general la mujer iba a la derecha del varón— y en ciertos momentos todos los bailarines podían enlazarse. Las parejas podían formar arcos con los brazos para que otros pasaran por debajo o intercambiarse, terminando el baile cuando cada uno volvía con su pareja original. Lo más importante no eran los pasos individuales, sino asegurarse de estar en la posición correcta con respecto al compañero y al grupo en general. La velocidad no era muy rápida, normalmente se efectuaba a un ritmo de caminata animada que permitía que las parejas conversasen. Más que por la agilidad, los isabelinos impresionaban a los demás en la pista de baile por la gracia de los movimientos. Elizabeth I destacaba siempre en la corte por su elegancia al danzar.
Cuadro de la época en el que Elizabeth I baila con Robert Dudley, conde de Leicester.
Para las clases menos favorecidas, en cambio, se organizaban bailes de campaña en el exterior con músicos y con violinistas y los pueblos a veces disfrutaban de actuaciones públicas de artistas ambulantes como acróbatas y titiriteros, bailarines Morris —bailarines folclóricos tradicionales que usaban ropas coloridas, cintas y campanas— o conciertos gratuitos de músicos llamados waits. Los juegos que no requerían equipamiento especializado eran populares, pero las reglas variaban mucho más que las de los aristócratas y dependían de las tradiciones locales.
Se valoraba la música ejecutada por profesionales, pero muchas personas podían producir la propia. Entre los instrumentos populares se encontraban la flauta, el violín, la gaita y la flauta tamboril, que era una mezcla de flauta y de tambor. Los más hábiles tocaban el laúd, los virginales —un teclado en donde se pulsaban las cuerdas— y un tipo de viola conocido como viol. Las canciones y las baladas populares se cantaban en grupo. Tenían estribillos animados y eran una oportunidad para gritar y para hacer ruido. Muchas canciones contaban con partes para cada cantante, que se llamaban catches. Las canciones isabelinas abarcaban todo tipo de temas: entre los preferidos se encontraba el romance, la conmemoración de victorias militares o la forma de ahuyentar a los zorros de los campos.
Elizabeth I tocando el laúd.
Había, también, juegos de interior más físicos, que podían ser un poco violentos. El hot cockles consistía en que un jugador pusiese la cabeza en el regazo de otro mientras que los demás le pegaban en el trasero. El jugador podía librarse de la situación solo si adivinaba quién le había dado la palmada.
En otro juego llamado blindman's buff o hoodman blind se golpeaba a los amigos. A un jugador se le vendaban los ojos o se lo encapuchaba y los demás le propinaban un golpe o buff cuando se les acercaba y para que lo liberaran se debía identificar al agresor.
Los ricos tenían más tiempo libre y si no se hallaban administrando sus fincas y a los sirvientes también se divertían organizando opíparas comidas e invitando a los amigos y a los parientes, en especial los domingos y los días festivos. Los festines con menús exóticos eran una forma de mostrar la riqueza, el conocimiento de las últimas tendencias culinarias y el buen gusto en vajilla fina, en cubertería y en cristalería. Además, malabaristas, acróbatas, bufones y músicos amenizaban la sobremesa y hacían que las horas transcurrieran en un ambiente agradable.
La jardinería era una actividad popular y había muchos manuales con consejos útiles. Poseer un jardín era imprescindible para muchos de los juegos al aire libre, además una muestra de la riqueza porque era necesario disponer de dinero para comprar el equipo especializado necesario y para adquirir especies exóticas y mantenerlas.
Por último, existían otras actividades más populares. En Finsbury Field, al norte de la ciudad, los arqueros podían pasear y disparar contra una serie de postes pintados tratando de no acertar en los transeúntes. Otros lugares de diversión eran los campos de tiro, para ejercitarse en el tiro con pistola, los cercados para practicar lucha, las pistas para jugar a los bolos, los lugares para escuchar música y para bailar, los patíbulos en los que mutilaban o ahorcaban a los delincuentes y una gran variedad de prostíbulos, llamados «casas de recreo».
Hago un inciso aparte sobre este brutal «entretenimiento», que refleja mucho lo que veréis cuando leáis el tip sobre la mentalidad del hombre barroco, que dedicaba tiempo a la poesía y también a actividades aberrantes o a una violencia extrema.
Es difícil para todos los que apoyamos las leyes actuales que protegen a los animales entender cómo alguien podía divertirse con esta crueldad... Pero así era. Enrique VIII les contagió a sus hijos —María, Elizabeth y Eduardo— la pasión por asistir al espectáculo de hostigamiento de toros y de osos. En ellos encerraban a estos animales en un coso o los encadenaban a un poste y hacían que los atacaran perros feroces. Los toros —a veces acosados hasta la muerte por diversión— eran más o menos anónimos. Los osos, en cambio, tenían nombre y personalidad: Stackerson, Ned Whiting, George Stone y Harry Hunks. A este último lo cegaron para que la diversión fuera mayor. Los isabelinos consideraban al oso un animal extraordinariamente horrendo, la encarnación de lo más tosco y de lo violento.
Era una modalidad de entretenimiento propia de Inglaterra. En los diarios los viajeros extranjeros a menudo anotaban que vieron el espectáculo y la reina Elizabeth invitaba a los embajadores foráneos a presenciarlo. El coste del mantenimiento de los animales se obtenía haciendo de esta experiencia una diversión asequible a toda clase de públicos. Multitud de gente pagaba la entrada a los grandes cosos circulares hechos de madera para contemplarlo. Una variedad popular consistía en atar un mono a la cola de un caballo y hacer que lo atacara una jauría. «Ver al animal dando coces a los perros, con los chillidos del mono», escribía un observador de la época, «y contemplar a los chuchos colgados de las orejas y del cuello del caballejo da mucha risa».
Un extranjero que visitó Londres en el año 1584 describió el elaborado espectáculo que contempló en Southwark una tarde del mes de agosto:
«Hay un edificio redondo de tres pisos, en que tienen cerca de cien perros ingleses grandes, con casetas de madera separadas para cada uno. A esos perros los hacían luchar con tres osos, el segundo de los cuales era más grande que el primero y el tercero más grande que el segundo. Luego sacaban un caballo, que era perseguido por los perros, y por último un toro, que se defendía con bravura. A continuación, se acercaban unos hombres y unas mujeres procedentes de un compartimento distinto, bailando, conversando y disputando unos con otros; y también un hombre que arrojaba trozos de pan blanco a la multitud, que se peleaban por ellos. Justo en medio del lugar había plantada una rosa, y esta rosa era encendida por un cohete: de repente caían de ella montones de manzanas y peras sobre la gente situada debajo. Mientras la gente se peleaba por recoger las manzanas, caían sobre ella unos cohetes que salían de la rosa y que causaban grande espanto y diversión a los espectadores. Después salían volando por todas las esquinas cohetes y otros fuegos de artificio, y así acababa la comedia».
Si deseas saber más puedes leer:
📚El espejo de un hombre. Vida, obra y época de William Shakespeare, de Stephen Greenblatt. Penguin Random House Grupo Editorial, Barcelona, 2020.
📚1599. Un año en la vida de William Shakespeare, de James Shapiro. Ediciones Siruela, S. A, Madrid, 2007.
📚Deportes y juegos de la época isabelina, artículo escrito por Francisco María para ok diario, de fecha 13 de febrero de 2022.
📚Deportes, juegos y entretenimiento en la época isabelina, artículo de World History Encyclopedia escrito por Mark Cartwright y traducido por María Eugenia Sus, publicado el 10 julio de 2020.
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