TEMA 11. EL TEATRO ISABELINO.
En la época isabelina el hostigamiento de toros y de osos por una jauría y la interpretación de dramas estaban entrelazados. Los dos tipos de entretenimientos despertaban la furia de las autoridades municipales, que se preocupaban por el atasco del tráfico, la ociosidad, el desorden y la salud pública en una época en la que la peste era recurrente. De ahí que los teatros se emplazaran en sitios como Southwark, fuera de la jurisdicción de los concejales y del alcalde londinenses.
También los atacaban los moralistas y los predicadores. Estos últimos desde el púlpito intentaban asustarlos con la venganza divina que se abatiría sobre los que encontraban placer en este tipo de espectáculos. Lo cierto era que las críticas poco daño le hacían, pues las funciones atraían a una multitud de gente sencilla y los patrocinaban y los protegían miembros de la aristocracia. Tanto el hostigamiento como las funciones teatrales tenían lugar en edificios de estructura similar. De hecho, el corral de comedias The Hope, servía a la vez para ambos tipos de entretenimiento. Por ejemplo, La feria de San Bartolomé, de Ben Jonson, se representó allí en 1614 y uno de los personajes hizo referencia al hedor que dejó el espectáculo de animales del día anterior. El propietario de The Hope, Philip Henslowe, era prendero, prestamista, empresario teatral y dueño de algunos prostíbulos.
Los teatros —con excepción de The Hope— se habían diferenciado de los demás tipos de locales y constituían una innovación bastante reciente. La interpretación de dramas en edificios construidos a este efecto —a diferencia de los salones privados iluminados por velas, los patios de las tabernas o las traseras de las carretas— había llegado hacía muy poco a Londres y bastante más tarde que los juegos sangrientos de hostigamiento. En un mapa de Southwark del año 1542 se muestra una plaza de toros en High Street, pero recién en 1567 se le ocurrió a un próspero tendero londinense, John Brayne, instalar el primer corral de comedias público en Londres, el Red Lion. El edificio quizá fue demolido o transformado rápidamente para darle otros usos, pero a Brayne debió de parecerle una operación que valió la pena porque nueve años después se unió como socio a su cuñado, James Burbage, que era carpintero de oficio y que se había convertido en actor bajo el patrocinio de Robert Dudley, conde de Leicester. Las habilidades de Burbage en el arte de la carpintería probablemente fueran tan importantes como sus dotes de actor, pues desempeñó el papel de protagonista en la construcción del complejo edificio de madera de forma poligonal al que llamaron The Theater.
Había una vuelta a la Antigüedad Clásica y en 1576 la palabra «teatro» intentaba evocar a los antiguos anfiteatros griegos y romanos. Por este motivo, The Theater fue atacado desde el púlpito bajo la acusación de ser hecho «a la manera del viejo teatro pagano de Roma». Burbage y Brayne lo construyeron en un terreno que habían arrendado a Gilles Allen en la Liberty de Holywell, el suburbio de Shoreditch, fuera de la ciudad saliendo por Bishopsgate. Allí, en lo que antes había sido una abadía de monjas benedictinas, se hallaban supeditados directamente al Consejo Privado de la reina y no al municipio de Londres. Por mucho que los predicadores y las autoridades municipales intentaran cerrarlo y que amenazaran con terminar con este entretenimiento, el espectáculo continuaba.
Era una plataforma elevada, que sobresalía en medio de un gran patio rodeado de galerías de distintos niveles. El patio, destinado a los groundlings —«los de abajo», es decir, los espectadores que contemplaban la comedia de pie—, estaba al descubierto y expuesto al sol y a la lluvia, mientras que el escenario estaba protegido por un dosel decorado —llamado «la gloria»—, sostenido por dos columnas. El escenario, a metro y medio del suelo, no tenía barandilla de protección, de manera que un actor que participara en una lucha a espada tenía que poseer un buen sentido del espacio para saber dónde se encontraba y no caer encima de los espectadores. En el mismo escenario había una trampilla que daba acceso a una especie de trastero llamado «el infierno», que podía utilizarse para producir efectos dramáticos. Al fondo del escenario había una pared de madera con dos puertas, para las entradas y las salidas. Entre estas últimas, en algunos locales, había un espacio central cubierto por una cortina que podía abrirse para efectuar por ella las entradas solemnes o para las escenas más íntimas. Sobre las puertas de la pared del fondo había una galería dividida en aposentos para interpretar en ella algunas escenas, por ejemplo, a modo de balcón o como parapeto superior de la muralla de un castillo.
Sin iluminación alguna y apenas con un decorado mínimo, había muy pocas posibilidades de crear el tipo de ilusiones que vemos hoy en día en los teatros modernos, pero los espectadores hacían gala de una gran imaginación. Lo que sí el público isabelino se tomaba muy en serio era el efecto del vestuario, les gustaba ver a los actores enfundados en las ricas ropas de los cortesanos. Detrás de la pared del fondo del escenario había un camerino en el que el elenco se ponía sus elaborados trajes, cuidadosamente protegidos de la lluvia por el toldo de «la gloria». También hacían representaciones privadas en los hermosos salones de los gremios y en las estancias privadas de los aristócratas y de la nobleza rural en la que actuaban las compañías cuando estaban de gira, pero los actores debían replantearse las obras y modificar la trama para adaptarse a cada espacio. Al entrar en el corral de comedias de Londres, cualquier actor joven o aspirante a dramaturgo llegado de provincias debía de sentir que había muerto y había llegado al cielo del teatro.
El espacio abierto, rodeado de galerías, recordaba los patios de las tabernas de Londres y de todo el resto del país en los que en ocasiones se representaban las obras de teatro al aire libre. Los taberneros —también llamados maestresalas— alquilaban el local junto con los trajes y el atrezo a los cómicos itinerantes quienes, al final del espectáculo, pasaban la gorra entre el público. En la década de 1580, las compañías de actores habían empezado a cobrar la entrada a la puerta de la taberna. Así, el nuevo edificio de The Theater y los demás teatros públicos construidos después que lo imitaron, se regían por unos principios distintos, pero el propietario se llamaba a sí mismo maestresala, como si solo fuera el dueño de una taberna. Por esta razón hoy se dice «apagar las luces de sala» o de actuar ante una «sala llena».
La inversión de Burbage y de Brayne, además de The Theater, incluía una taberna, The Cross Keys, en Gracechurch Street —cerca de lo que en el presente es Liverpool Street Station— donde de vez en cuando también actuaban cómicos, pero el teatro principal era una estructura aparte, que le permitía a los empresarios llevar a cabo la nueva idea de que los espectadores pagaran la entrada antes de ver el espectáculo. Al final de la obra estos solo pedían aplausos y solicitaban al público que volviera en otra ocasión. Este fue el nacimiento de la taquilla, que en los orígenes solo era una caja cerrada con un candado. La innovación fue un éxito comercial inmediato, pues no tardó en surgir en el mismo barrio otro teatro, The Curtain, y poco después vinieron más. Por un penique se tenía acceso al corral, donde el espectador podía permanecer de pie dos o tres horas en medio del gentío, dar vueltas de un lado al otro, comprar manzanas, naranjas, nueces y cerveza embotellada o acercarse lo más posible al escenario a fuerza de codazos. Por otro penique se libraba de la lluvia o del sol ardiente y podía disponer de un asiento en alguna de las galerías cubiertas que circundaba el corral de comedias. Un tercer penique permitía disponer de un asiento almohadillado en alguno de los «aposentos de caballeros» de las galerías del primer piso, el sitio «donde no solo se ve bien todo, sino que además lo pueden ver a uno», según escribía un aficionado al teatro de la época.
El sistema de pago tenía como objetivo asegurar cierta transparencia financiera: el primer penique se suponía que iba a parar a los actores, el segundo y el tercero en parte o en su totalidad era para los maestresalas. Pero los socios no tardaron en enemistarse, pese a que eran familia. Brayne acusó a Burbage de haber metido la mano en la caja, de la que tenía una llave secreta, y acudieron a los tribunales. Incluso después de la muerte de Brayne en 1586, las acusaciones y las contraacusaciones siguieron sin resolverse. El pleito culminó en una batalla campal en 1590, cuando la viuda de Brayne se presentó con unos matones en The Theater para intentar cobrar una parte de la recaudación. James Burbage y su esposa se asomaron por la ventana y gritaron que su cuñada era una puta y los cobradores unos bribones. El hijo menor, Richard Burbage, de veintitantos años, se puso a repartir golpes a diestro y siniestro con el palo de una escoba y atacó a uno de los cobradores «de manera desdeñosa y despectiva», según establece el auto judicial, «atizando a este declarante en la nariz». Aquel joven armado con el palo de escoba sería el célebre actor que representaría a Hamlet y a la mayor parte de los grandes personajes de Shakespeare.
Según Thomas Platter, un turista suizo que visitó Inglaterra en 1599, en el teatro «se pasaban el tiempo los ingleses, informándose con las comedias de lo que sucedía en el extranjero». Es decir, además de servir de entretenimiento tenía una función similar a la de un informativo.
Toda actuación terminaba con el epílogo cómico del gracioso de turno, la giga, una costumbre que a William Shakespeare, como actor y como dramaturgo, le resultaba una tortura. Para que te hagas una idea, imagina el final de Romeo y Julieta —los amantes muertos en medio de gran sufrimiento— seguido inmediatamente de una canción subida de tono y una danza. A nosotros hoy en día nos resulta abominable, pero los espectadores isabelinos así lo exigían.
Las gigas eran comedias de un solo acto, semiimprovisadas, compuestas de hasta un centenar de versos e interpretadas, casi siempre, por cuatro cómicos. En cuanto a su estructura, las escribían con la forma de la balada tradicional. En ellas había bufonadas, diálogos subidos de tono, danzas y canciones. Aunque se desarrollaban de manera independiente de la obra teatral, significaban una extensión del papel del cómico. Si la comedia hablaba de amor, las gigas se ocupaban de lo que ocurría después del matrimonio: del adulterio, del engaño, del deseo sexual irrefrenable. Las gigas eran tan populares porque trataban sobre la experiencia del día a día que las obras teatrales no tocaban. De esta forma, le daban un contrapunto a la frágil conclusión de la comedia romántica y a la elevada seriedad e irrevocabilidad de la tragedia. Uno de los cómicos más famoso de esos años fue William Kempe.
Tanto el padre de la familia Burbage —James— como su hijo menor —Richard— eran actores. Richard eclipsó al progenitor en fama y en habilidad y actuó hasta el final de sus días. Su hermano Cuthbert se dedicó a la parte económica, no era actor.
Pero empecemos por el principio. James Burbage, el padre, fue aprendiz de carpintero en Londres y se casó con una londinense. Cuando finalizó el aprendizaje se convirtió en un ciudadano y freeman de Londres. Ejerció la profesión como carpintero especializado en muebles y en accesorios domésticos durante un par de años después del matrimonio, pero luego se dedicó a actuar con la compañía de Robert Dudley, conde de Leicester. La fortuna de la familia Burbage creció gracias al mecenazgo continuo de figuras poderosas, el de Leicester fue el primero. Antes de la fundación de los Hombres de la Reina, en 1583, la del conde era la compañía isabelina de actores más dotada, y, como su sirviente, Burbage se distinguió tanto en la política como en las artes.
Antes de que se construyeran los teatros permanentes en Londres —un negocio en el que, como vimos, James fue pionero—, las compañías teatrales pasaban gran parte del tiempo de gira recorriendo Inglaterra. De hecho, uno de los motivos por los que se fundaron los Hombres de Leicester, fue el deseo del conde por difundir su nombre y su buena voluntad por todo el país, sobre todo en las zonas en las que tenía intereses y aliados. Las giras siguieron formando parte de la vida de los actores en los años siguientes y es probable que Richard Burbage visitara algunas de las mismas tabernas y que representara sus papeles en los mismos ayuntamientos que su padre antes que él. Una de las giras de los Hombres de Leicester llegó a Stratford-upton-Avon en 1573, cuando el joven William Shakespeare tenía 9 años y es muy posible que fuera a ver la obra con su padre. En 1576 James se retiró de la actuación y construyó junto a su cuñado el teatro permanente llamado The Theater.
Copió la idea de su cuñado y socio, John Brayne, un hombre de las clases medias londinenses y freeman de la Grocers'Company, el guild de los tenderos, que era bastante más rico que él. En 1567, Brayne había especulado en un anfiteatro construido en Stepney, en una propiedad llamada Red Lion. El edificio tenía una gran plataforma para el escenario y un almacén, además de las galerías para el público. De hecho, se convirtió en el modelo estructural para todos los teatros al aire libre que lo siguieron, incluidos The Theater, The Rose, The Globe y The Fortune.
En 1576, el entorno de The Theater era rural y pacífico, con los espacios abiertos de Finsbury Fields al oeste y al sur. El público cruzaba los campos para llegar al teatro, desde Moorgate y Bishopgate, en la frontera norte. John Stockwood dijo que era «un maravilloso escenario erigido en el campo». Las tierras alquiladas a Gilles Allen por Burbage estaban dentro de los confines del extinto convento de San Juan Bautista, fundado en el siglo XII, que solo 40 años antes era uno de los más grandes de Inglaterra. The Theater estaba apoyado en el viejo granero del convento y en los alrededores había algunos fragmentos de la antigua edificación, aunque la mayor parte de la iglesia del convento se derribó por los protestantes en 1576 y se le dio nuevo uso. Algunos de los bloques de los redescubiertos cimientos del teatro de Burbage quizá formaran parte alguna vez de los muros del convento.
Además de estas ruinas de la antigua religión católica, el teatro tenía vecinos importantes. A Thomas Manners, primer conde de Rutland, la Corona le había concedido en usufructo gran parte del terreno del convento, así que había extendido allí su residencia londinense, justo al sur y al este de la propiedad arrendada por Burbage. En el momento en el que se construyó The Theater era su nieto, Edward Manners, el tercer conde. Francis Manners, el sexto conde, fue quien encargó a Richard Burbage y a Shakespeare diseñar y ejecutar una empresa para el torneo del aniversario de la subida al trono del rey Jacobo I en marzo de 1613. Y después a Burbage en 1616, en solitario, para el mismo acontecimiento. Quizá detrás de estos encargos existiera una conexión local, aunque el éxito de ambos servía por sí solo como recomendación. Francis Manners acababa de establecer su condado, así que le interesaba conservar su imagen en la corte. También quería demostrar su lealtad al nuevo soberano, sobre todo porque tanto el hermano como él habían estado involucrados en la rebelión de Essex de 1601 y se habían salvado de milagro.
Una señal del éxito de The Theater fue que enseguida les copiaron la idea. En 1577 se abrió un segundo teatro, The Curtain, construido en el terreno contiguo —al sur—, dentro de Curtain Close, también en las tierras del antiguo convento. Aquel teatro, que todavía se usaba en 1613 y era propiedad de accionistas en 1624, fue el más longevos de los teatros redondos de madera. El éxito financiero de The Theater condujo a James Burbage en 1585 hasta un acuerdo con Henry Lanman —el propietario de The Curtain— para compartir los beneficios de los dos establecimientos. Era tan abundante el público de Shoreditch que podía llenar dos teatros de tamaño considerable. Fue en The Curtain donde se representaron muchos de los éxitos de Shakespeare, incluida la popular Romeo y Julieta. William Shakespeare y Richard Burbage actuaron juntos en The Theater a partir de 1594, pero puede que también lo hicieran con anterioridad en la compañía de los Hombres de Pembroke.
Antes de que Philip Henslowe construyera The Rose en 1587, Shoreditch era el centro teatral de Londres y lo siguió durante 12 años más. Suponiendo que Shakespeare llegara a Londres sobre 1590, Shoreditch era el lugar oportuno para hacer contactos profesionales en el teatro. Cuando se formaron los Hombres de Chamberlain en 1594, Shoreditch era su sede de trabajo.
Cuthbert, el hijo mayor, se convirtió en el principal gestor de las inversiones de los Burbage, y, por lo tanto, tuvo relación económica con la compañía de Shakespeare, aunque nunca actuara. Su solución a los problemas con The Theater —Gilles Allen no les quería renovar el contrato de alquiler— fue demoler el edificio a finales de 1598, considerándolo propiedad del arrendatario y no del arrendador, y utilizar la madera para construir un teatro similar en un terreno alquilado en Southwark, en la orilla sur del Támesis, un lugar en el que había teatros desde los años 70 del siglo XVI. Este nuevo teatro fue el famoso The Globe, abierto en el verano de 1599. Antes de esa fecha Shakespeare y sus compañeros siguieron en Shoreditch y actuaron en The Curtain. Al mismo tiempo, William se mudó al norte de la ciudad, a algún lugar de Southwark, cerca de The Globe.
Una propiedad en Blackfriars que el padre había acondicionado como teatro cerrado y que las autoridades no le permitieron abrir, quizá se legara por testamento a Richard como su responsabilidad porque fue él quien la alquiló en 1600 a Henry Evans, un inversor en la compañía infantil de los Niños de la Capilla, que empezó a representar allí sus obras. El arrendamiento era por 21 años y la historia del teatro tal y como lo conocemos habría sido muy distinta si este negocio se hubiera gestionado bien. Sin embargo, sus obras produjeron el descontento oficial a principios de 1608, y, a finales de año, Evans cedió su arrendamiento a Richard, que de inmediato organizó una sociedad con sus colegas como años antes habían hecho con The Globe, para dirigirlo como segundo teatro. Es probable que las representaciones empezasen allí a finales de 1609, pero, en los últimos años de su carrera, Shakespeare vio cómo se producían sus obras en dos teatros bien distintos y los hermanos Burbage, como principales accionistas de The Globe y propietarios de pleno derecho de Blackfriars, vieron cómo su negocio se expandía y prosperaba. Sobrevivió, inclusive, al incendio de The Globe en el verano de 1613 y a su reconstrucción en aquel mismo año. En definitiva, el título real concedido a la compañía teatral de Shakespeare y de Richard Burbage al inicio del nuevo reinado —eran Los Hombres del Rey— en 1603, consolidó el apoyo a Burbage por parte del poderoso mecenas real.
Fue Richard quien interpretó todos los papeles principales de Shakespeare, desde Ricardo III a Próspero. Murió en marzo de 1619, a los 50 años, poco después de la muerte de la mujer del rey, y se dice que Jacobo I lamentó más la pérdida del actor que la de su esposa. Su hermano Cuthbert escribió que Richard había disfrutado de sus 35 años de carrera en los escenarios.
James Burbage (1530-1597).
Richard Burbage (1567-1619).
En diciembre de 1598 hizo un frío congelante en Londres y la ciudad se heló. Durante la nevada del día 28, doce hombres —portando espadas, dagas, picos, hachas y otras armas— se reunieron en Shoreditch. A la cabeza del grupo iba Richard Burbage, el actor estrella y socio de Lord Chamberlain's Men. Tanto él como su hermano, Cuthbert, y los que los acompañaban tenían la intención de llevarse lo que consideraban suyo por legítimo derecho: la estructura de madera de The Theater.
No tenían otra salida. Dos años antes, James Burbage —el padre de Richard y de Cuthbert— había comprado una propiedad en el exclusivo barrio londinense de Blackfriars, pero no salió bien. Lo veremos en el siguiente apartado. James Burbage murió poco tiempo después sin lograr renegociar el contrato de alquiler de The Theater, que estaba por vencer.
El dueño del terreno, Gilles Allen, se negaba a prorrogarlo. De momento la compañía actuaba en The Curtain, pero la situación era insostenible a largo plazo. Por eso, a principios de diciembre, Richard Burbage acordó con los otro cinco actores-accionistas —William Shakespeare, John Heminges, Agustine Phillips, Thomas Pope y Will Kempe— un plan. En primer lugar, debían encontrar una nueva sede fuera de los límites de Londres para que no los alcanzaran las limitaciones, pero cerca como para atraer al público. Además, obtendrían los materiales de construcción para un nuevo teatro si los 5 accionistas de la compañía cubrían cada uno un 10% de los costes de edificación y de los gastos de gestión de la sala. Es decir, se convertirían también en socios en lo relativo a los derechos del edificio. Las ganancias serían muy grandes, pero también los riesgos, porque la peste podría volver a la ciudad y los teatros se clausurarían de nuevo. O, como ocurrió en 1613, un incendio podría arrasar a The Globe.
Así, se enteraron de que sir Nicholas Brend tenía un terreno en Southwark. Quedaba muy cerca del teatro The Rose, donde actuaban sus principales rivales, The Admiral's Men. Se pusieron enseguida de acuerdo con el propietario y firmaron un contrato de arrendamiento muy accesible, con un plazo de 31 años. Y, lo principal: el sitio estaría disponible desde el día de Navidad. ¿Qué se les ocurrió hacer? Aprovechar que James Burbage había hecho poner una cláusula en el contrato con Gilles Allen que establecía que, si bien este era el propietario del terreno, Burbage sería el propietario del teatro levantado en él. ¿Cómo? Desmontarían la estructura de The Theater, marcarían cada parte y las volverían a montar en el nuevo lugar. El dinero no daba para poner tejas en el techo, solo paja y juncos.
Sabían que Allen estaba bien relacionado porque era el hermano de un antiguo alcalde y que le gustaba interponer demandas, pero no había alternativa porque les habían llegado los rumores de que iba a desarmar el edificio y vender la madera. En esos momentos se hallaba ausente, pasaba las navidades en Essex, su lugar natal.
De esta forma, el grupo armado de socios, amigos y carpinteros llegó a The Theater y se enfrentaron a los conocidos y a los arrendatarios de Allen. Uno de ellos, que contaba con un poder notarial, intentó detener la iniciativa... Pero no le hicieron caso. Cuando terminaron, parecía que un tornado hubiera arrasado el sitio. Cargaron la estructura de The Theater en carromatos tirados por caballos y se marcharon en dirección sur sobre las calles rebosantes de nieve. Cruzaron Bishopsgate y se encaminaron hacia el sudoeste, hacia el almacén del carpintero Peter Street, que se situaba a la orilla del río, cerca de Bridewell Stairs. Allí descargaron la madera. Recién en verano, cuando los cimientos de The Globe estuvieron preparados, la antigua estructura de The Theater cruzó el Támesis en barcazas hasta llegar a Southwark.
The Globe fue el primer teatro de Londres construido por actores para actores. Shakespeare y los demás trabajaron codo con codo durante el montaje con Peter Street y tomaron las decisiones de último momento referentes al vestuario y al escenario. Heminges parece haber sido el responsable de la dirección financiera, mientras los hermanos Burbage, que habían visto al padre en acción cuando ejercía de carpintero, supervisaban la construcción. Los actores se valieron de su experiencia para que Street construyera el tipo de escenario que ellos y los demás inversores querían. Aportaron su práctica a la tarea porque conocían las ventajas y las desventajas de cada uno de los teatros londinenses, por haber actuado en todos ellos.
Pero profundicemos un poco en el primer teatro moderno que nació. En 1596, James Burbage pagó 600 libras por una finca que había formado parte de un gran convento de frailes —Black Friars— la orden de los Frailes Negros. El sitio era excelente porque, aunque se situaba dentro de las murallas de la ciudad, constituía una Liberty. Es decir, estaba fuera de la jurisdicción de las autoridades municipales.
Dos décadas antes ya se había establecido en una de las dependencias de Blackfriars un teatro, en el que habían actuado una sucesión de compañías de niños. Pero esta empresa había quebrado después de ocho años de graves dificultades financieras. Burbage pensó que sería una buena inversión si lograba reabrirlo para las actuaciones de los Hombres del Lord Chambelán. Por esas fechas ya había construido, junto con su cuñado Brayne, The Theater, uno de los primeros corrales de comedias al aire libre de Londres. Consideraba que si reconstruía el salón en el que habían actuado las compañías de niños, se convertiría en un pionero una vez más al abrir el primer teatro cubierto de Inglaterra para actores adultos.
El sitio se hallaba en una buena zona. No estaba en los suburbios ni había locales destinados al hostigamiento de osos ni se encontraba próximo a los terrenos en los que se ejecutaban los condenados, sino en pleno corazón de la ciudad. La sala de Blackfriars era pequeña, pero contaba con la ventaja de estar bajo techo y bien cercada. Era, comparado con los anfiteatros al aire libre, un lugar respetable y lujoso. La multitud desordenada no estaría de pie dando vueltas de manera incesante alrededor del escenario. Por eso el precio de las entradas se subiría hasta los dos chelines. Y, como la sala se iluminaba con velas, habría sesiones diurnas y vespertinas.
Dada la popularidad de Los Hombres del Lord Chambelán, James Burbage creía que el proyecto daría ganancias enseguida, pero los vecinos se enteraron de sus planes y protestaron. Treinta y un residentes del distrito amurallado denunciaron el plan, entre ellos Richard Field, el impresor amigo de Shakespeare, y el mismísimo Lord Chambelán, que era el mecenas de la compañía y que vivía en el mismo complejo de edificios. Aducían que el teatro se convertiría en una auténtica pesadilla de tráfico, que atraería a «toda suerte de vagos y de personas procaces», que la multitud multiplicaría el riesgo de peste. Y, por último, utilizaron un argumento indiscutible: que los tambores y las trompetas de los cómicos interrumpirían los oficios religiosos y que ahogarían los sermones de las iglesias de los alrededores.
A consecuencias de esta denuncia, el gobierno bloqueó la reapertura del teatro y poco después murió James Burbage. ¿Pudo ser el disgusto la causa de su fallecimiento? Podría ser, aunque a sus casi setenta años se había enfrentado a situaciones similares y no parecía un hombre demasiado sensible. Sí es cierto que la angustia por la enorme inversión que hizo debió de oscurecer sus últimos días y causar una gran preocupación en los herederos. Como vimos antes, alquilaron la sala por 40 libras anuales a los Niños de la Capilla Real —una compañía de actores infantiles—, para que por lo menos diera algún ingreso.
En 1608, doce años después de efectuada la inversión original por James Burbage, la compañía de actores, transformada en los Hombres del Rey, logró actuar en el teatro de Blackfriars, lo que demuestra cómo se incrementó su importancia. Fue Richard Burbage quien hizo realidad el plan de su padre. Siguió el modelo de The Globe y organizó una sociedad que poseyera y administrase el nuevo teatro. Sus siete accionistas a partes iguales poseían cada uno una séptima proporción del teatro de Blackfriars por un plazo de 21 años. Shakespeare, que era ya accionista de The Globe, también invirtió en este nuevo emprendimiento y se convirtió en uno de los socios de la nueva corporación.
Los Hombres del Rey eran los artistas favoritos de la corte. Llevaban el sello del favor real sobre sus personas cada vez que viajaban. Atraían a las grandes multitudes de espectadores al que era su coliseo de Bankside, The Globe, y ahora actuarían, también, frente a una clientela mucho más exclusiva en el teatro de Blackfriars, con capacidad para unos 500 espectadores dispuestos a abonar una entrada más cara. Los caballeros deseosos de lucir sus mejores trajes pagaban, inclusive, por sentarse en el escenario de Blackfriars y convertirse en parte del espectáculo. Esta práctica —no permitida en The Globe— habría debido de molestar al actor que había en Shakespeare. Pasados los años, estalló un tumulto en medio de una representación de Macbeth cuando un noble abofeteó a un actor que lo había regañado por cruzar por delante de la acción para saludar a un amigo sentado en el otro extremo del escenario. Y debía de molestar también al autor que era, pues los espectadores que ocupaban asientos en el escenario se podían levantar delante de todo el mundo y ponerse a dar paseos en medio de la representación. Pero, como hombre de negocios, encontraría irresistible esta ganancia extra.
Si quieres profundizar más en el tema, puedes leer estos libros:
📚El espejo de un hombre. Vida, obra y época de William Shakespeare, de Stephen Greenblatt. Penguin Random House Grupo Editorial, Barcelona, 2020.
📚1599. Un año en la vida de William Shakespeare, de James Shapiro. Ediciones Siruela, S. A, Madrid, 2007.
📚El círculo de Shakespeare. Una biografía alternativa, de los editores Paul Edmondson y Stanley Wells. Editorial Stella Maris, Barcelona, 2016.
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