I) Sir Francis Drake, el terror de los españoles.

Ante la eficacia del nuevo sistema de convoyes español —implementado después de la hazaña de Jean Fleury que te comenté en un numeral anterior— los piratas y los corsarios se dedicaron a asaltar las posesiones hispanas en tierra firme, poco pobladas y peor defendidas. La única oportunidad de que los corsarios ingleses pudieran repetir una hazaña similar era internándose en el océano Pacífico, cuya inmensidad y su gran furia lo hacía difícil de controlar por la corona española. Uno de los primeros en utilizar esta táctica fue el inglés Francis Drake.

     Pero veamos primero cómo se desarrolló su vida antes de esta proeza. Los Drake constituían una familia típica granjera, que también se dedicaba a la confesión de paños. Cuando la corona embargó los bienes de las iglesias, el padre de Francis abandonó a su familia y dejó la zona —cerca de Tavistock, en el condado de Devon— para buscarse la vida. Participó en varias agresiones y también robó un caballo. Tiempo después ejerció como coadjutor en la parroquia de Upchurch —en Kent— durante un período.

     Cuando el padre de Francis se fue se ocuparon de él los Hawkins, gente dedicada al mar y quienes le contagiaron esta pasión. Te hablaré de John Hawkins también porque, como puedes apreciar, ambos corsarios estaban muy relacionados, pues eran primos segundos.

     La vida a bordo de un buque constituía la mejor escuela para forjar el carácter porque el día a día acontecía en un espacio reducido y al terminar las guardias y los trabajos diarios de mantenimiento había que seguir conviviendo con el resto de los tripulantes, te llevases bien o te llevaras mal. Si las condiciones del mar no eran las apropiadas había que pasar jornadas enteras sin poder comer y sin asearse. Debías evitar ponerte mal porque en un barco era imposible solicitar ayuda del exterior y por lo general una enfermedad significaba lo mismo que una condena a muerte. Se dice que un capitán de un pequeño barco en el que se había enrolado se encariñó con él y le legó a su muerte la propiedad del navío. Lo cierto es que, con 20 años, se compró aparejos y se alistó en el barco de la familia Hawkins que salió de Plymouth con destino a Guinea, en el África Occidental.

     Avancemos hasta 1572, cuando Francis Drake atacó la ciudad de Nombre de Dios. Se hallaba situada en el istmo de Panamá y fue el primer puerto de la Flota de Indias, antes de ser reemplazada por Portobelo. La incursión resultó un fracaso total y Francis fue herido. La suerte le cambió con la ayuda de cimarrones —esclavos negros que habían huido de los españoles— y de un corsario francés, el capitán Guillaume Le Testu. En marzo de 1573 se acercaron a la costa panameña a bordo de pequeñas pinazas, que luego escondieron entre la vegetación. Se internaron en la selva y acecharon y capturaron una recua de mulas que transportaba el tesoro proveniente de Perú a través del istmo de Panamá, para embarcarlo con destino a La Habana. Cada animal cargaba 135 kilos de plata. El botín fue inmenso: casi 15 toneladas de metales preciosos entre lingotes de plata y monedas de oro. De esta forma Francis Drake obtuvo riquezas, fama y el favor de la reina Elizabeth I de Inglaterra.

     Tiempo después el secretario de estado de la reina —sir Francis Walsingham— visitó a Francis y le dijo que Elizabeth le solicitaba su colaboración para organizar una expedición a las Indias, que tenía por finalidad atacar las posesiones españolas. Quería saber, además, dónde a criterio de Drake podía causar más daño al rey de España. Cuando la reina lo recibió, estuvo de acuerdo con cruzar el Atlántico y navegar hacia el Pacífico por el cabo de Hornos y asaltar allí los establecimientos hispanos. Si esto no fuese posible, tenía órdenes de establecer acuerdos comerciales con los habitantes de los pueblos bajo influencia española y de explorar estos nuevos territorios. Así, Elizabeth le concedió a Drake el grado de almirante y puso dinero de su fortuna personal para la empresa. También financiaron la expedición el propio Francis, Hawkins y otros personajes importantes. De este modo, la empresa podía considerarse como propia del estado o al menos con el beneplácito de este.

     Se prepararon varios navíos. El Pelican —rebautizado más adelante como Golden Hind—, el Mary Gold, el Swan  y poco después el Elizabeth. Iban 166 tripulantes y todos mantuvieron el secreto, aparentando que navegaban hacia Egipto y que seguían la ruta del cabo de Buena Esperanza.

     Francis salió de Plymouth el 15 de noviembre de 1577, pero un temporal determinó que volviera a este puerto por temor a embarrancar. Tuvieron que reparar las averías y recién el 13 de diciembre pudo zarpar otra vez. Durante el trayecto asaltó varios buques con éxito. Se apoderó, entre otros, de un navío mercante coruñés, el Santa María, cuyo capitán —el portugués Nuño de Silva— era un piloto experto y conocía la costa sudamericana. Había prometido liberarlo al llegar a la altura de Bahía de Todos los Santos, pero el 10 de marzo de 1578, cuando llegaron allí, lo mantuvo retenido porque dada su experiencia lo consideraba imprescindible para el éxito de la travesía.

     Surgieron contratiempos, porque Francis arrastraba problemas desde el inicio de la aventura con Thomas Doughty, el segundo jefe de la expedición. El 30 de julio celebró un juicio contra él. Había un dossier con las manifestaciones de los tripulantes contra Doughty y Drake los ratificó y añadió las suyas. Las acusaciones principales consistían en instigación al amotinamiento y el comentario que Doughty le había hecho al carpintero Bright de que la reina Elizabeth y su consejo de la corona eran todos unos corruptos. La tripulación ejerció de jurado popular y cuando les preguntaron si pensaban que el acusado debía ser ejecutado, la mayoría alzó el brazo. El 2 de julio Doughty fue decapitado.

     Francis cogió la cabeza y previno a los participantes de la expedición de la siguiente manera:

—Este es el final que aguarda a los traidores.

     En septiembre de 1578 cruzó el estrecho de Magallanes. Los recibió un temporal —habituales en la zona— y el invierno del sur. Una borrasca posterior los arrastró hasta el estrecho de nuevo y el Marigold  desapareció de la vista. Poco después, también por el mal tiempo, se separó el Elizabeth, cuya tripulación le sugirió al capitán volver a Inglaterra y este a regañadientes aceptó.

     Drake, en cambio, se internó en el Pacífico con la esperanza de capturar barcos menos protegidos. Desde que Magallanes había descubierto el estrecho que lleva su nombre, los navíos evitaban ir por ahí porque era muy peligroso. Incluso los barcos españoles se construían en la costa del Pacífico para no tener que pasarlo y la comunicación con el Atlántico se efectuaba a través del itsmo de Panamá. Por eso los españoles de esta zona se sentían seguros y se hallaban escasamente armados. Pero Drake, a bordo del Golden Hind, navegó hacia el norte atacando las posesiones hispanas en Chile y a pequeños transportes. Le resultó muy sencillo la tarea de despojarlos. El 5 de diciembre de 1578 llegó a Valparaíso, donde asaltó al navío español La Capitana. Encerró a los tripulantes en la bodega y se quedó con el vino, con la madera y con oro por valor de 24.000 pesos. En tierra también consiguieron un buen botín, objetos de culto de una iglesia y cartas náuticas con instrucciones de navegación del piloto Juan Griego.

     Algunos prisioneros le confesaron acerca de la existencia de un galeón tan artillado que lo apodaban el Cacafuego. Se trataba del Nuestra Señora de la Concepción, un barco cargado de oro y de plata que iba de Lima a la ciudad de Panamá. Drake prometió una cadena de oro al primer vigía que lo avistase y fue su sobrino, John, quien vio la vela en el horizonte desde la cofa el 1º de marzo de 1579.

     El inglés, en inferioridad de condiciones, se sirvió de una triquiñuela muy utilizada por los piratas: camufló su barco como un lento mercante, redujo la velocidad y esperó a que el Cacafuego y su capitán —Sanjuán de Antón— estuviesen al alcance de la voz. El español, sospechando en el último momento que eran piratas, gritó: «¡Amainad la vela en nombre del rey!» y Drake le respondió: «Sois vos quien debéis amainar la vuestra en nombre de la reina de Inglaterra». La respuesta del capitán fue: «Venid y hacedlo vos mismo».

     Entonces Drake ordenó una andanada de sus cañones y desarboló el palo de mesana del Cacafuego. Unido a ello, una lluvia de flechas y de disparos de mosquete desde la cubierta apoyaba a un puñado de sus hombres que abordó el galeón con la pinaza. Sanjuán de Antón, ante esto, se rindió y Drake lo trató como un caballero. Llegó a consolarlo, incluso, diciéndole que no debía afligirse porque este era el destino de la guerra.

     Cómo sería la riqueza que transportaba que los ingleses tardaron 6 días en trasladar las posesiones a su barco. Había gran cantidad de joyas y de piedras preciosas, 14 cofres con reales de plata y de oro, 80 libras de oro y 26 toneladas de plata sin acuñar, alrededor de 362.000 pesos declarados. Más otros 40.000 pesos de contrabando, como reconoció el capitán español. En nuestra moneda actual el botín sería de unos 18 millones de euros.

     Drake invitó varias veces al desconsolado capitán y a los pasajeros a su mesa. Les confesó que había ido hasta allí a robar por orden de la reina de Inglaterra y que portaba las armas que la soberana le había entregado. Como temía que toda la flota española lo buscase, no se atrevió a volver costeando América del Sur, sino que cruzó el Pacífico para regresar a Inglaterra.

     De este modo, Francis Drake arribó a Plymouth el 26 de septiembre de 1580, después de un viaje de 3 años. Elizabeth lo nombró caballero y le concedió el título de sir. También le regaló una espada con la siguiente inscripción: «Esta espada ha quebrado un árbol: Drake ha quebrado todo por nosotros». Hay que tener presente que Francis era el primer capitán y almirante que había circunnavegado el mundo en su navío, porque Magallanes murió en Filipinas antes de dar la vuelta a la Tierra y Elcano, un marinero del buque, fue el que concluyó dicha empresa.

     Como homenaje a la hazaña, anclaron de forma permanente el Golden Hind  en la desembocadura del río Támesis y lo reciclaron como restaurante fluvial. Así, se convirtió en el santuario al que peregrinaban todos los navegantes ingleses. Los marinos que zarpaban hacia lo desconocido o los que regresaban triunfantes celebraban en las bodegas opíparos banquetes. No obstante, no aguantó el paso del tiempo y el uso y el abuso de sus visitantes y tuvieron que construir una réplica del galeón en 1973. Esta reproduce el original a la perfección y está perfectamente conservada al día de hoy.

     En Gran Bretaña los libros de historia cuentan que, años después, Felipe II de España —enemigo mortal de Elizabeth I de Inglaterra y que había estado casado con su medio hermana María «La sanguinaria»— envió su enorme armada de barcos para invadir Inglaterra y devolverla a la fe católica, pero que fue derrotado por la pequeña y valiente armada inglesa comandada por audaces capitanes entre los que se encontraba sir Francis Drake. En realidad, quien derrotó a la armada española fue el mal tiempo, pero para eso también tienen una explicación: «los vientos de Dios soplaron a favor de Inglaterra». La denominación «Armada Invencible» fue acuñada de forma sarcástica por el almirante Howard, el jefe de la flota inglesa.

     Pero comencemos por el principio. En el año 1588 el rey de España, Felipe II, decidió invadir Inglaterra para derrocar a la reina Elizabeth y terminar con el apoyo que esta les prestaba a los rebeldes protestantes de Flandes, en guerra contra España desde hacía 20 años. Para ello reunió en Lisboa una armada gigantesca: 130 buques de guerra y de transporte y una tripulación de 12.000 marineros y de 19.000 soldados. Al mando se encontraba un prestigioso aristócrata andaluz, el duque de Medina Sidonia. La misión consistía en arribar a Dunkerque —en las costas del Flandes español— y embarcar a los 27.000 soldados de los tercios allí destinados, para luego lanzarse a la invasión de las islas británicas.

     Francis Drake le escribió al consejo privado de la reina diciéndole que la mejor forma de luchar contra la armada española era atacarla inmediatamente o poco después de que esta dejara el puerto. A mediados de mayo lo llamaron a Londres y le informaron cuál sería el plan de defensa y le preguntaron si aceptaba ser el segundo a las órdenes de Howard. La armada inglesa estaba integrada por 4 escuadras, una bajo su mando y las otras tres a cargo de Drake, de Hawkins y de Frobisher. En la parte oriental del canal se mantenían otras dos escuadras para interceptar el paso de las tropas de Farnesio desde los Países Bajos. Porque Francis había adivinado la estrategia de Felipe II, que la armada de España tenía que enlazar con la de Alejandro Farnesio y con el ejército de Flandes.

     Como la flota solo podía alcanzar Flandes a través del canal, Drake pensaba que era una locura concentrar el poderío naval inglés en los estrechos circundantes de la isla. Mejor era que la fuerza principal estuviese reunida en una base segura, tan lejos al oeste como fuese posible, donde pudiera hacer uso de los vientos del oeste y luego acosar al enemigo desde esta posición ventajosa.

     Así, en julio de 1588, la Armada entró en el canal de la Mancha, aunque los ingleses estaban sobre aviso y enviaron sus navíos de guerra a hostigarla desde los flancos. Durante varios días la flota española navegó mientras se sucedían cañoneos de poca trascendencia. El 6 de agosto ancló frente a Calais, a unos 40 kilómetros del objetivo, y solo había perdido dos galeones. Los ingleses, resueltos a impedir el desembarco, lanzaron en la madrugada del 8 de agosto ocho brulotes —barcos incendiados— contra la Armada Invencible, obligándola a levar anclas a toda velocidad, lo que provocó la confusión y la dispersión de la flota. Aunque ninguna nave se incendió, muchas perdieron las anclas y los aparejos o sufrieron desperfectos en los timones, en los palos o en el velamen. Sus maniobras eran muy lentas, dada la gran sobrecarga que llevaban, y al día siguiente las unidades dispersas fueron rodeadas por las naves inglesas y sufrieron un importante cañoneo, que hundió cinco barcos españoles y causó unos 1.500 muertos.

     Los galeones hispanos apenas pudieron responder al fuego y si lo hicieron causaron pocos daños. Encima, la mañana del 9 de agosto los vientos y las corrientes habían lanzado a la flota frente a las costas holandesas, mientras los ingleses contemplaban el espectáculo desde lejos. En definitiva, la situación era desesperada. La mejor infantería del mundo estaba encerrada en aquellos buques sin poder combatir y estaba condenada a morir. Y lo peor: la proyectada invasión resultaba irrealizable. La «Armada Invencible» —tal como la denominó con ironía la propaganda inglesa— no había sido vencida. No había habido desembarco ni abordajes ni lucha cuerpo a cuerpo. Ni siquiera había habido batalla alguna, solo cañoneo y vientos violentos.

     Encima, muchos navíos presentaban averías y carecían de munición para enfrentarse a una escuadra como la inglesa, que podía reabastecerse en sus puertos. Tal era el desánimo que algunos sugirieron entregarse al enemigo. Otros capitanes propusieron combatir hasta las últimas consecuencias. Al final acordaron que si el viento seguía soplando en contra, la flota emprendería el regreso a España. Y en efecto, al día siguiente —10 de agosto— así lo hicieron, siguiendo la ruta de Irlanda.

     Pero la tortura no terminó ahí porque los irlandeses se ensañaron con ellos. En resumen, para no extenderme, de los 31.000 hombres que habían embarcado se calcula que murieron unos 20.000: 1.500 en combate, 8.500 a causa de los naufragios, alrededor de 2.000 asesinados en Irlanda cuando trataban de abastecerse o de conseguir ayuda y 8.000 víctimas de las enfermedades y de las penalidades de la vida a bordo.

     Inglaterra planeó una contraofensiva. A mediados de 1589 llegaron noticias a Londres de que los buques de guerra españoles supervivientes se hallaban fondeados en el Cantábrico y no en Cádiz ni en Lisboa como se creía. El objetivo era reducir los puertos de San Sebastián, de Bilbao, de Santander, de Asturias y de Galicia, luego atacar Lisboa y establecerse en las Azores para crear una base desde la que interceptar los navíos españoles procedentes de las Indias con oro y con otras riquezas. Las acciones tendrían que ser rápidas y por sorpresa para dañar lo máximo posible los buques de guerra. De este modo la reina Elizabeth puso el estado mayor de la flota a cargo de Anthony Asley, uno de los secretarios de su consejo privado. Terminó en desastre total y Drake pasó por una temporada de descrédito.

     Si deseas profundizar más puedes leer:

📚Corsarios, el asalto a los galeones españoles, artículo de National Geographic historia escrito por Xabier Armendáriz, actualizado a 12 de noviembre de 2020.

📚Mares de Sangre. Historia de la piratería protagonizada o padecida por europeos hasta comienzos del siglo XIX, de Javier Martínez Babón, Editorial Dstoria edicions, 2019.

📚Sir Francis Drake. Villano en España, héroe en Inglaterra, de Gabriel G. Enríquez. Librería Arenas S.L, 2011, La Coruña.

📚La armada invencible, Felipe II contra Inglaterra, artículo de National Geographic historia escrito por Juan Carlos Losada, actualizado a 14 de septiembre de 2021.

📚De aliados a enemigos. Isabel I y Felipe II, artículo de la revista National Geographic Historia 8/2012, número 174, escrito por el historiador Giles Tremlett.

📚Por qué el relato de la Armada española es una de las grandes mentiras de la historia, artículo escrito por Lucy Worsley y publicado en la Revista BBC HistoryExtra el 5 julio de 2020.

📚Los verdaderos piratas del Caribe, escrito por Juanjo Robledo para BBC Mundo, España de fecha 19 de octubre de 2010, actualizado a 24 de octubre de 2010. En él habla, entre otros, de Francis Drake.

📚Mujeres piratas, de Germán Vázquez Chamorro, página 162. Algaba Ediciones, S.A, Madrid, 2004.



Sir Francis Drake (1540-1596).


Réplica del Golden Hind, el famoso galeón con el que Francis Drake se apoderó del tesoro del Nuestra Señora de la Concepción  y circunnavegó el planeta

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