EPÍLOGO. La cabeza de sir Walter Raleigh.

«El mundo es una gran prisión de la cual algunos son elegidos para ser ejecutados».

Sir Walter Raleigh

(1552-1618).

29 de octubre de 1618. Torre de Londres.

Sir Walter no le temía a la Parca ni lo impresionaba el hedor de la sangre putrefacta de las anteriores víctimas. Por eso subió al cadalso con pasos rápidos y certeros, sin demostrar la menor flaqueza. Solo se detuvo durante unos segundos con la finalidad de contemplar a sus enemigos, que habían asistido para regodearse o para confirmar que estaba bien muerto. O quizá para ambas cosas. «Que cada palo aguante su vela», pensó en tanto esbozaba una sonrisa cínica. «Ahora me toca pagar el castigo que merezco, pero ya os llegará el turno más adelante».

     Efectuó una reverencia en dirección a lady Elizabeth y a lord Francis quienes, tal como le habían prometido, concurrían para acompañarlo en esta travesía final. Observó a Bess y a Carew con lágrimas contenidas: deseaba haberse comportado mejor con ellos y haber abandonado su obsesión mucho antes. «Hubiese preferido la muerte del marinero, que me pasasen por la quilla, en lugar de haceros daño».

     Luego se giró hacia el verdugo y le ordenó:

—¡Despachemos! En esta hora me sobreviene la fiebre. No quiero que mis enemigos piensen que temblé de miedo... Pero antes dejadme ver el hacha con la que me cortaréis la cabeza. —La gente que colmaba la zona contuvo el aliento, pues nunca habían visto antes tanto despliegue de valor.

     Raleigh la cogió entre las manos, constató que se hallaba bien afilada y clavó la mirada en sus adversarios.

     Luego, como si solo se dirigiera a ellos, pronunció en alta voz:

—Esta es una filosa medicina, el médico de todas las enfermedades y de todas las miserias. —Acto seguido se la devolvió a su dueño, se tendió sobre el cadalso y colocó la cabeza sobre el tajo.

     Al apreciar que el verdugo vacilaba, lo conminó:

—¡Golpea, hombre, golpea! ¿A qué le temes? ¡O quizá pensáis que soy tan cobarde como el conde de Essex y que hablaré y hablaré para que no cumpláis todavía con vuestro trabajo! —Y estas fueron sus últimas palabras.

     El ejecutor de la justicia necesitó dos golpes para callarlo. Se mostró respetuoso al envolver la cabeza con un trozo de terciopelo del color de la sangre. Y, aún más, al colocarla en una bolsa del mismo color, que luego le entregó a Elizabeth Raleigh cuando la testa todavía estaba caliente.

     La dama, como prueba del inconmensurable amor hacia su esposo, la mandó embalsamar y a cada lado que se trasladaba la llevaba con ella.

     Incluso se acostumbró a comentarle los sucesos del día a día y comprobó que este proceder la hacía sentirse mejor:

¿Sabíais, querido Walter, que Carew fue presentado en la corte y que el rey comentó que parecía vuestro fantasma? Y después rechazó el proyecto de ley parlamentaria que restauraba sus derechos de sangre. —Participarle este desplante al marido le quitaba el enfado y el dolor.

     Y cuando le comunicaba una alegría le daba la impresión de que la felicidad se multiplicaba por mil:

¡El rey Carlos I permitió que se restauraran los derechos de Carew! —Corría el año mil seiscientos veintiocho—. ¡Y el Parlamento lo promulgó!

     Cuando se hallaba en casa colocaba la cabeza de sir Walter en una vitrina y si venía alguna visita le pedía que la saludaran:

Aquí tenéis a lord Ashton, mi amor. La última vez que lo visteis era un niño, ahora es todo un caballero.

Estoy encantado de estar aquí y de que me deis la oportunidad de presentaros mis respetos. —Cada convidado pronunciaba estas o palabras similares, pues la grandeza de sir Walter como corsario, escritor y político aumentaba a medida que crecía el Imperio Británico.

     Después de que Elizabeth Raleigh falleció, Carew mantuvo la tradición que su madre había instaurado:

¿Sabéis, padre? Hoy me eligieron para ser miembro del Parlamento por el distrito de Haslemere. —Era el año mil seiscientos cuarenta y nueve.

     Y en mil seiscientos sesenta se sintió tan orgulloso como un pavo real desplegando sus plumas al anunciarle:

Me acaban de nombrar gobernador de Jersey, papá. Estoy convencido de que seré feliz al comprobar cuánto habéis hecho por la isla. Os prometo honrar vuestro nombre. —Sin embargo, por culpa de las circunstancias, nunca pudo asumir el cargo.

     Los años siguieron su curso. Recién cuando Carew Raleigh falleció, la cabeza de sir Walter se reunió con el cuerpo en la iglesia de Saint Margaret's de Westminster...


La ejecución de sir Walter.


Esta es la bolsa que encontraron en una de las casas de Raleigh y que se cree que Bess utilizaba para llevar la cabeza de su marido.



https://youtu.be/2w8CxR8EfoA



Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top