CAPÍTULO 6. LADY ELIZABETH. Prisionera de la venganza.
«No más lágrimas ahora, pensaré en la venganza».
María Estuardo, reina de Escocia
(1542-1587).
Londres. En el Wild Soul.
Lady Elizabeth se removió sobre la cama con un dolor de cabeza que no le permitía recordar nada en absoluto. La nuca y las sienes le latían como si le brotara un fresno desde dentro del cerebro.
Abrió los ojos, pausada. Observó alrededor. El grueso velón iluminaba una estancia recubierta de madera de roble en la que lucían cuatro pequeñas ventanas cerradas a cal y canto. El corazón le latió a punto de desbocarse: no reconocía el lugar. Este bombeo agitado le trajo a la memoria otro instante de horror similar ocurrido al salir del Royal College. Así, las imágenes se encadenaron unas con otras y convirtieron el miedo inicial en auténtico pánico.
—¡Ah, estáis despierta, milady! —Un adolescente entró en la estancia; se comportaba con naturalidad—. ¿Os apetece daros un baño para quitaros la mugre del camino y vestiros con ropas más apropiadas para una dama como vos?
—¡No sé quién sois! —le espetó la aristócrata, sentándose sobre el lecho—. ¡Soltadme de una vez!
—¿Acaso os hemos atado? —Oswyn fingió sorprenderse—. Sois libre de ir y de venir por aquí.
—¡Mentís como un bellaco! ¡Deberíais saber que Gloriana es mi madrina! —Lady Elizabeth reptó por la colcha y se paró, enfrentándolo, poco a poco recobraba su carácter combativo habitual—. ¡¿Tenéis idea de qué os ocurrirá cuando os detengan?! Os acusarán de Alta Traición por haber secuestrado a la ahijada de la reina para usarla como forma de presión y la muerte será poco para vos. Primero, os arrastrará un caballo hasta la colina de la Torre de Londres. Después os ahorcarán hasta que sintáis cómo vuestro espíritu se halla a punto de abandonar el cuerpo, pero el suplicio no finalizará ahí porque os cortarán los testículos y el pene mientras gritáis y lloráis por el dolor insoportable. ¿Lo imagináis? Vuestra sangre bañará el cadalso como si fuese una ola de mar. Luego os quitarán las vísceras en tanto os retorcéis igual que una lombriz. Para finalizar, os decapitarán y os cortarán en cuatro trozos. ¡¿Esto es lo que queréis que os ocurra?! ¡Es un dolor inaguantable! ¡¿Consideráis que vale la pena raptarme?! ¡Sed sensato y dejadme libre!
Oswyn se quedaba cada vez más pálido a medida que la muchacha le relataba de modo vívido el destino que aguardaba a los traidores y del cual había sido testigo en un par de ocasiones.
Por pura fidelidad hacia su primo, repuso:
—Yo no sé nada de vuestras infundadas acusaciones, solo cumplo órdenes. Y permitidme que os dé un consejo: os encontráis en un galeón en el medio del océano y muy lejos de Inglaterra, sed obediente y no le deis problemas al capitán —le mintió con desparpajo—. Vuestra seguridad depende de cómo os comportéis. Porque, antes de que la justicia de La Buena Reina Bess llegase hasta nosotros, vos seríais el almuerzo de los tiburones.
Lady Elizabeth, angustiada, comprendió que le decía la verdad, pues lo que había tomado por una exótica habitación era en realidad un camarote.
—Me bañaré, entonces —aceptó, intentaba congraciarse con su guardián.
—Permitidme que os quite esta barba y este bigote tan ridículos —Oswyn le habló con calidez para que se percatara de que no le guardaba rencor por las amenazas anteriores—. ¿Por qué os disfrazáis de caballero?
—Es la única manera en la que puedo asistir al Royal College y aprender medicina. —Levantó la barbilla para que le quitara los pelos de la cara—. Las mujeres están vetadas, os reserváis para vosotros las mejores profesiones.
—¡A mí no me acuséis! —El adolescente levantó las manos como para protegerse—. Os puedo asegurar que si desearais ser pirata podríais ocupar un puesto aquí.
—¡¿Este es un barco pirata?! —Los ojos se le abrieron al máximo, se le arquearon las cejas y se le cayó la mandíbula, dejándole la boca entreabierta.
—El Wild Soul no es el típico barco pirata. Nuestro capitán era oficial de la Royal Navy, os puedo asegurar que se comportará con vos como un caballero y que no debéis temerle. —Intentó tranquilizarla mientras le daba un tirón a la barba triangular y tanto esta como el bigote se desprendieron—. Para mayores referencias, es mi primo y por eso sé de buena fuente que os tiene tanta consideración que no debéis desvelaros por estar a su cargo. Es más, me ha designado para que os ayude en todo lo que preciséis.
—Si creéis por un instante, siquiera, que voy a permitir que me enjabonéis la espalda como si fuerais mi doncella ¡olvidaos! —El adolescente le retiró la peluca y la cabellera rubia de lady Elizabeth se le deslizó por la espalda.
—Entiendo vuestros reparos. —Le mostraba empatía para que se sintiese respaldada y no montara ningún escándalo—. Pero sabed que en un barco no se puede desperdiciar el agua dulce en baños, y, sin embargo, mi capitán ha traído una ración especial destinada a vuestra higiene. Comprended que su intención es que lo paséis lo mejor posible, dadas las circunstancias.
—Me alegro de que vuestro superior no siga esas ridículas modas que vetan los baños... ¿Cuál es vuestro nombre? —respiró hondo y le habló de manera más cordial, tener un aliado no le vendría mal—. Yo soy lady Elizabeth, la hija mayor del barón de Rich.
—Oswyn —torció la boca en una sonrisa canalla, parecida a la de su primo, y añadió—: Y no soy el hijo de ningún barón o de noble alguno, mi padre es actor.
—¡¿Actor?! —La joven se desconcertó.
—La última obra en la que participó fue el Fausto de Marlowe —comprendió que lady Elizabeth intentaba que le confiase más datos para luego utilizarlos en su contra si la rescataban, así que se disculpó—: Voy por el agua.
Mientras el grumete cargaba un cubo tras otro para llenar la bañera de metal que ocupaba el centro de la sala, la joven no dejaba de rumiar acerca de su preocupante situación y de cómo podría hacer para conseguir la libertad. Se le ocurrían ideas disparatadas, desde atacar a Oswyn y luego tirarse por la borda hasta la de bajarse en una isla desierta y perderse en ella. Llegó a la conclusión de que por el momento debía observar, más adelante llegaría la hora de elaborar un plan para escaparse.
Después de seis viajes de ida y de vuelta y de probar la temperatura del agua con el codo, el joven estuvo satisfecho y le comunicó:
—Podéis bañaros.
—Primero retiraos —le ordenó, en tanto se colocaba al lado de él y se imponía de nuevo.
—Este es el vestido que debéis usar. —El grumete lo sacó del armario y lo dejó sobre la cama.
—¡No pienso ponerme un diseño tan escotado! —exclamó lady Elizabeth, atónita—. ¡Ni siquiera se puede utilizar con gorguera! ¡Y, encima, es de color rojo!
—Gloriana muchas veces se viste de rojo. Vos tenéis el talante de una princesa, os quedará genial —la halagó para que no discutiese las órdenes—. No hagáis enfadar a quien se tomó tantas molestias para que lo utilicéis —le aconsejó con rostro grave—. Aquí tenéis vuestra ropa interior. —La sacó del mismo sitio, al igual que el resto de los complementos—. Y vuestros zapatos... En media hora regreso.
—Media hora no me alcanza —se quejó la chica—. No estoy acostumbrada a vestirme sola.
—Pues yo os ayudo y santo remedio, para eso estoy —se ofreció Oswyn—. Me han cambiado las funciones por estas y espero serviros lo mejor posible en mi nueva ocupación.
—Como os comenté antes, no deseo que me veáis desnuda. Se os pueden ocurrir ideas extrañas y no pretendo añadir más problemas a los que ya tengo.
—¡Ah, no debéis preocuparos! Soy el matelot de Stephen. —Volvió a mentirle sin que se le moviera ni una pestaña.
—¿El matelot?
—Sí, Sthephen y yo estamos ligados de forma permanente por matelotage, una unión entre piratas similar al matrimonio —y, por si esto no le hubiese quedado claro a lady Elizabeth, agregó—: No me gustan las mujeres, sino los hombres...
—Razón de más para que me dejéis marchar —aprovechó la joven para añadir.
—No creo que os gustara que os abandonásemos en un bote en el medio del océano —Oswyn le recordó dónde se suponía que se hallaba.
—¿Sabéis? Pensaba que los navíos se movían con furia sobre las olas, pero este apenas se mece —repuso, desconfiada.
—Porque hay calma chicha, de lo contrario no podríais manteneros en pie —argumentó muy serio y sin que este nuevo embuste se le notase.
—Está bien, auxiliadme —lady Elizabeth aceptó, sabía que sola jamás conseguiría abotonarse el vestido por la espalda—. Pero primero giraos, yo os aviso cuando esté en la bañera. —Se desabrochó con habilidad la indumentaria masculina y dejó las prendas caer una a una sobre el suelo.
Cuando estuvo desnuda se metió en el líquido templado, se abrazó las piernas para esconder las partes íntimas y los senos y lo autorizó:
—Podéis enjabonarme la espalda —le concedió como si fuese una reina—. ¿Sabéis? Me recordáis a mi hermano, tiene vuestra misma edad.
Cuando el adolescente se dio la vuelta, los ojos le brillaban y la mirada parecía cualquier cosa menos fraternal. Lady Elizabeth desconfió de que le hubiese colado una patraña. Sin embargo, de haberle mentido, podría utilizar esta debilidad hacia ella en su beneficio.
Pero la fascinación de Oswyn iba más allá, pues no solo se sentía cada vez más atraído por la piel satinada de la dama, sino que con cada segundo que transcurría le preocupaba más su seguridad.
Así que le insistió:
—Por favor, milady, durante la reunión comportaos y no hagáis ningún escándalo. ¡Os lo ruego por vuestro bien! Me embarga la simpatía hacia vos y no os deseo ningún mal. Haced de cuenta que soy vuestro hermano y tomad muy en serio mi advertencia.
—Habéis dicho que vuestro capitán es un caballero, Oswyn, ¿acaso me habéis engañado? —inquirió directa.
—Mi capitán es un caballero, pero quien ordenó vuestro secuestro no lo es —le avisó con un murmullo—. Sed precavida, guardaos vuestras opiniones y manteneos ecuánime, sin manifestar ni el más pequeño connato de rebeldía.
—Se nota que vuestro padre os ha enseñado bien —lo halagó lady Elizabeth, en tanto giraba la mano para indicarle que le diese la espalda—. Tenéis maneras de profesor más que de marinero.
—Gracias por el cumplido, pero escuchad atentamente lo que os digo: quien os mandó raptar no dudaría ni un segundo en asesinaros. —Mientras el adolescente pronunciaba estas palabras ella se secó con el lienzo y se colocó la camisola de lino fino—. ¿De verdad deseáis acabar así?
—No temáis, me comportaré. —Lady Elizabeth le apretó el brazo y lo hizo girar.
Oswyn la sostuvo mientras se colocaba los pantaloncillos con volantes, las medias y las ligas. El muchacho le colocó el corsé y el verdugado francés, al igual que el vestido y las mangas, pues estas últimas iban por separado. Por fortuna, los zapatos también eran de su medida.
Cuando la joven estuvo vestida y peinada, Oswyn le informó:
—Ahora debo conduciros hasta la sala común. Lo siento, debo taparos los ojos.
Le colocó un pañuelo y se lo ató por detrás para que no pudiera apreciar que todavía se hallaban fondeados en el Támesis.
A continuación, la previno:
—No me soltéis la mano. La cubierta está mojada por el agua marina. —Otra mentira, la había humedecido sin querer al acarrear los baldes.
Demoraron alrededor de diez minutos en llegar a destino. Oswyn le retiró la venda improvisada y lady Elizabeth se encontró frente a frente con sir Walter Raleigh, el mejor amigo de su padre.
—¡Habéis venido a rescatarme! —exclamó con júbilo, en tanto abrazaba al corsario—. ¡No tenéis idea de cuánto os lo agradezco! —El noble por respuesta lanzó una risa malintencionada.
—¡¿Rescataros?! ¡Si odio lo que vos significáis! —le replicó y la joven tembló de forma incontrolable—. Sois ingenua, milady, si creéis que os auxiliaría. He sido yo quien os ha hecho secuestrar.
—No entiendo. ¿Acaso no apreciáis al barón, mi padre? —lo interrogó, pasmada—. ¡¿Por qué pretendéis causarme este mal?!
—Muy simple, porque lleváis la sangre de Robert Deveraux —le soltó con una frialdad que resultaba mucho más temible que cualquier grito o que alguna amenaza histérica—. Ya me ocupé de convencer a vuestro padre de que expulsara a vuestra madre junto con todos los bastardos. Sé que vuestro tío auspició esa infidelidad. Os confieso algo: todo lo que él hizo yo me encargaré de deshacerlo.
—¡No tiene sentido, yo también lo odiaba y lo odio! Era una persona detestable —le replicó la muchacha, pensando que Essex era su cruz incluso después de muerto—. ¿No comprendéis que vuestra acción resulta una paradoja? Los dos aborrecemos a la misma persona, no deberíamos estar en bandos opuestos.
—Lo único que me importa es que tenéis su sangre y por eso os he reservado un destino bastante creativo. —Raleigh movió la mano como si los argumentos de lady Elizabeth fueran minucias.
—¿Qué pensáis hacer conmigo? —le preguntó, asustada.
—El capitán Wiseman os entregará como regalo al sultán del Imperio Otomano —le comunicó con una sonrisa cruel—. Estoy seguro de que Mehmed III estará encantado de incluir a una criatura tan exótica como vos dentro de su harén. Sé que os gusta adivinar el futuro con las cartas, pero ¿a que esta jugada no la habéis visto venir?
—¡Sois un pirata! —le escupió la dama—. ¡Me dais asco!
—Soy un corsario —la contradijo sir Walter y le sonrió con malicia—. En este galeón aprenderéis la diferencia. Sabréis de primera mano cómo se comportan los piratas.
Y lady Elizabeth comprendió que debió de hacerle caso a la advertencia de las cartas del tarot y quedarse en casa, en lugar de asistir al Royal College. Por haber ignorado el peligro su vida ahora estaba acabada...
https://youtu.be/rS1yMRWHAY0
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