CAPÍTULO 26. LADY ELIZABETH, LORD FRANCIS Y SIR WALTER RALEIGH. La ejecución.

«Quien posee el mar posee el mundo entero».

Sir Walter Raleigh

(1552-1618).

Dieciséis años después. 28 de octubre de 1618. Torre de Londres.

Sir Walter caminaba de un lado a otro de la estancia dando grandes pasos. Sabía que solo le restaban horas de vida en este mundo y que, como muestra del sarcasmo de los hados, moriría del mismo modo que el conde de Essex. Aun así, no se arrepentía de haber contribuido a su final. Daba igual el tiempo transcurrido porque, no solo no se retractaba, sino que sabía que lo odiaría por toda la eternidad.

     Si reflexionaba de modo frío, reconocía que no tenía sentido que todavía lo arrasaran los mismos celos destructivos, pues Gloriana había fallecido tres lustros atrás. ¿Cómo podía ser que, desaparecida la promotora de los enfrentamientos, nada hubiese cambiado dentro de él? «Tampoco tiene objeto que me machaque ahora con esto. Debería estar buscando modos para aliviar la situación en la que dejo a mi familia», pensó, con el alma destrozada. Al ser condenado por Alta Traición tanto su esposa Elizabeth como su heredero, Carey —concebido durante los primeros años de la larga prisión a la que lo había sometido el rey Jacobo—, perderían las posesiones que había acumulado.

     «¡Si de algo estoy arrepentido, Dios, es por haber llevado a mi hijo Walter a la tumba en mi última búsqueda de El Dorado!», pensó, suspirando. «¡Tengo la culpa por su muerte grabada a fuego en el corazón!» En su obsesión se había negado a creer que el tesoro de la isla de la Tortuga fuera el que buscaba y porfió sosteniendo que aquel se encontraba todavía perdido en la selva de Guayana. Su sueño había desencadenado una pesadilla para todos los expedicionarios.

     La puerta se abrió y el guardia le anunció:

—Tenéis visita.

—Hacedlos pasar —pronunció, impaciente, pues deseaba hablar con los suyos para darles las últimas instrucciones.

     Sin embargo, consideró que el cerebro le jugaba una mala pasada cuando lady Elizabeth y lord Francis traspasaron el acceso con rostros solemnes.

—¿Habéis venido a regodearos? —les preguntó a bocajarro—. Sabed que se os han adelantado, no sois los primeros.

     La aristócrata se acercó hasta él, lo cogió del brazo y pronunció:

—Os perdono, sir Walter, y mi esposo también.

     Raleigh se sintió descolocado. Al principio culpó de estas sensaciones a la pérdida de las habilidades sociales a consecuencia del encarcelamiento, pues en una primera etapa había estado encerrado en la Torre de Londres durante trece largos años, acusado injustamente de haber participado en la conspiración Main Plot  para derribar al rey al poco tiempo de su subida al trono. Y cuando en mil seiscientos diecisiete Jacobo le concedió la libertad provisional con la única finalidad de que retornase a Guayana y encontrase El Dorado, se internó con su hijo y con sus hombres en sendas plagadas de serpientes y navegó por ríos desbordados de pirañas en los que poca aplicación tenían las costumbres cortesanas.

—Mi mujer habla con sinceridad: os perdonamos —Francis recalcó las palabras—. No queremos que lleguéis ante Dios cargando con este peso.

     El ex corsario se desmoronó sobre una de las sillas y clavó la vista en la pareja. En las últimas fechas se le daba muy bien escribir y elaborar frases bonitas, aunque en estos precisos instantes su mente se hallaba incapaz de conectar las palabras para formar una simple oración.

—¿Por qué? —balbuceó, temía todavía que el perdón fuese una broma rebuscada.

—Porque a todos el juez que está en lo alto nos juzgará por nuestros actos. No queremos hacer leña del árbol caído, sino todo lo contrario: necesitamos por el bien de nuestras conciencias proporcionaros un poco de paz. Me ha costado mucho comprender que desearle el mal a alguien atrae estos malos deseos sobre uno mismo. —La dama puso cara de pesar—. Sabed que nunca perdoné a mi madre por haber hecho lo que hizo y pronto murió sin darme tiempo a arrepentirme. Ahora que soy mayor y más tolerante vivo con esta pena que me reconcome el corazón.

—No entiendo cómo podéis olvidar el daño que os hice en el pasado. —La cara de sir Walter era de incredulidad—. Y os confieso que yo no soy como vos, aún odio a vuestro tío como el primer día...

—Yo también sigo odiando a Essex. ¡Era detestable! —reconoció, sincera—. Mi capacidad para perdonar no me da para tanto. Me hizo la vida muy difícil durante la infancia y la adolescencia. Él fue el verdadero responsable de todos los males que rompieron a mi familia... Todavía recuerdo como si fuese hoy cuando ese engreído y los zánganos de sus amigos se reunieron en marzo de mil quinientos noventa y nueve en Tower Hill, justo antes de marchar hacia Irlanda, para presumir delante del pueblo. Sincronizó la partida con la representación de la obra Enrique V en el teatro, para que todos lo vieran como el héroe que iba a salvar el reino de los enemigos... Fueron en procesión por Grace Street, por Cornhill, por Cheapside y por el resto de las calles importantes mientras la gente lo vitoreaba, lo aplaudía, lloraba y le regalaba los oídos haciéndole creer que estaba muy por encima de los demás. ¡Os juro que se me atragantaba ese despliegue montado por un hombre tan insignificante! ¡Un ídolo con los pies de barro!... Encima, mi madre me había obligado a ir y me amenazaba mientras lo veíamos partir con la promesa de que cuando él volviera de Irlanda me encontraría un marido adecuado que haría que olvidase mi deseo de ser médica. Entonces deseé con las máximas fuerzas que muriera en aquellas tierras o que perdiese el favor de la reina para poder vivir en paz. ¡Os juro que, si el odio matara, Essex hubiese caído fulminado del caballo!

—También estuve ahí y me embargó la misma rabia. —Sir Walter parecía asombrado de que alguien compartiese sus mismos sentimientos—. Por eso cuando en medio del día soleado estalló un trueno estremecedor pensé que mi aborrecimiento lo había convocado...

—¡Y yo también! —Lady Elizabeth lanzó una carcajada.

—Nada me satisfizo más que se largara a llover como si las nubes se desplomaran sobre nuestras cabezas y que cayese una granizada como nunca se había visto.

—¡Fue un negro presagio que yo recibí encantada! —La dama lo volvió a sujetar del brazo—. ¿Os dais cuenta de cuánto teníamos y de cuánto tenemos en común? El odio compartido une tanto como el amor...

—¡Jamás debí convertiros en mi enemiga! —los ojos de Raleigh brillaban por las lágrimas contenidas cuando le confesó—: ¡Esto es algo de lo que me arrepiento profundamente! —y luego para no caer en la sensibilidad extrema cambió de tema y continuó—: Me han dicho que vuestro padre se volvió a casar hace un par de años con Frances Wray y que ahora es feliz... Nunca me volví a acercar a lord Rich por consideración a vos. —Clavó la vista en el matrimonio y los rasgos se le transformaron con el esbozo de una media sonrisa—. Y sé, también, que vuestro hermano Robert se ha convertido en jefe de corsarios. Ya veis, la vida da segundas oportunidades, aunque no a mí... Pero sigo sin entender por qué me perdonáis.

     Lady Elizabeth se sentó junto a él, volvió a cogerlo del brazo y le susurró:

—Tampoco os denuncié ante Gloriana. ¿Esto no os indicó algo acerca de mis intenciones?

—Consideré que era vuestra forma de hacerme vivir en el abismo, siempre con la espada pendiente sobre la cabeza —le explicó, irónico—. Simon Lefevre creyó algo similar después de que se acercaron los galeones de la Royal Navy  y nos vimos obligados a huir, porque regresó enseguida a Francia para comprar un navío e ir tras vosotros.

—Sí, lo hundimos en el medio del océano Atlántico, Francis se aseguró de que no nos volviera a hacer daño... Yo solo tuve en cuenta que vuestra presencia alegraba la vejez de mi madrina y que no podía cargarla con mi confesión. Cuando estaba con vos su rostro se iluminaba y se notaba que la queríais —repuso la dama, tranquila—. Pero lo de hoy lo hacemos por el bien de nuestras almas. Pensad: si vos no hubierais inducido a Francis a que me secuestrase nuestras vidas hubieran estado incompletas. ¿Acaso imagináis lo que sería para nosotros? ¡Un completo vacío, jamás hubiésemos conocido el amor! Ni él sería un famoso corsario ni yo ejercería de médica a bordo.

—Discrepo de vos, milady. —El rostro se le quedó gris y dio la impresión de que varias décadas le caían sobre los hombros—. Vacío es lo que me produce saber que, por culpa de mi obsesión por El Dorado, mi hijo Walter murió en un rincón perdido de Guayana. Vacío es no haber consolado, después de que me diera la desgarradora noticia, a mi buen amigo el capitán Lawrence Keymis y que se culpara tanto como para suicidarse. Vacío es haber empujado a mi colega Giles Allenby a que me acompañase, a sabiendas de que era su pesadilla recurrente, y que falleciera mordido por una serpiente de cascabel entre espantosos dolores. Giles me advirtió muchas veces que no debía volver y mi sueño fue su perdición y la perdición de todos los que me rodeaban. ¿Comprendéis de cuántas desgracias soy responsable? El peso con el que voy a llegar ante nuestro Creador es infinito, gracias por liberarme de la carga de lo que os hice a vosotros.

     Las lágrimas se le deslizaron a lady Elizabeth por las mejillas y se le notaron en la voz cuando habló:

—Pues pronto los veréis y estoy convencida de que ellos también os perdonarán. —Le palmeó el brazo comprensiva.

—Por lo que he escuchado vosotros disfrutáis de vuestros hijos, nacieron sobre la cubierta de un barco... ¿Cuántos tenéis? He perdido la cuenta con el paso de los años —se disculpó con una sonrisa triste—. ¿Cuatro?

—Cinco —lo corrigió Francis—. Cuatro varones y una chica. Y los cinco quieren ser corsarios del rey.

—¿Y os extraña? Tienen a quien salir. —Sir Walter contempló a lady Elizabeth con admiración—. Nunca os habéis conformado con ser una hermosa mujer, sino que conseguisteis ejercer como médica y romper todos los moldes.

—Pero solo porque gracias a vos conocí a Francis y él me apoyó para que consiguiera mis objetivos —le recordó la aristócrata.

—Me alegro de haber hecho algo positivo, aunque haya sido sin pretenderlo. —Raleigh lanzó una carcajada.

—Habéis hecho bastante más que esto: he leído el libro que escribisteis en esta prisión, Historia del mundo, y os puedo asegurar que nos ha servido de gran ayuda a todos los marinos —lo halagó lord Francis.

—Estuve trece años aquí confinado, tenía mucho tiempo libre. —Raleigh abarcó el aposento con los brazos—. E intenté hacer algo productivo por el bien de Inglaterra. Ya sabéis, quien posee el mar posee el mundo entero y estoy convencido de que moriré habiendo contribuido a poner las bases de nuestro naciente Imperio Británico... Solo lamento no poder haber hecho mucho más por no haberme dado cuenta de que Robert Cecil era mi verdadero enemigo. Creía que nos unía una amistad... Y fue el causante de mi desgracia.

—¿Robert Cecil? —Se sorprendió lord Francis.

—Sí, ya en vida de Gloriana Robert le hablaba mal de mí al actual rey a través de sus conocidos y cuando lo coronaron Jacobo me confinó aquí utilizando cualquier excusa. —Sir Walter se rascó la frente—. Robert lleva años muerto, así que pronto podré reclamarle personalmente por su traición.

—Por eso prefiero la libertad del mar y ser corsario —repuso Francis, suspirando—. Estar en la Corte es tan complicado como vivir con una manada de leones hambrientos.

—Y, ya que la muerte se acerca, seré sincero y os diré que Su Majestad no se parece en nada a Elizabeth Tudor, da la impresión de que su sangre está aguada y de que la grandeza de nuestro reino lo supera. —Raleigh, pesaroso, arrugó el entrecejo—. ¡Solo le interesa cazar brujas y perseguir a un Diablo imaginario! ¡Hasta es amigo de los españoles, nuestros enemigos de siempre! Me ordenó que regresara a Guayana y que no atacase los poblados hispanos en el Nuevo Mundo. ¡¿Comprendéis por qué no respeté un mandato tan antinatural?! ¡Claro que destruí Santo Tomé de Guayana con la finalidad de reclamar la zona para nuestro Imperio! Y traté de borrar las huellas, pero el conde de Gondomar, que es quien ejerce de embajador español, ya había solicitado la pena de muerte y el soberano la aceptó como si los hispanos mandaran más que él. Gloriana sí era una reina con el corazón de mil hombres, pero Jacobo es una persona lánguida y nos arrastra hacia el abismo con su debilidad... Y no me deis la razón o cometeréis Alta Traición como yo. No os olvidéis que puedo ser sincero porque mañana moriré.

     La puerta se abrió de golpe y el guardia anunció:

—¡Fin de la visita!

—Por favor, venid mañana a mi ejecución —les solicitó Raleigh, emocionado—. Necesito que, además de mi familia, haya alguien que me desee el bien.

—Allí estaremos y rezaremos por vuestra alma —le prometió lady Elizabeth.

     Y lord Francis la encontró más hermosa y más valiente que nunca.





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