CAPÍTULO 14. LADY ELIZABETH. ¿Cambio de rumbo?

«And yet not cloy thy lips with loath'd satiety,

But rather famish them amid their Plenty,

Making them red and pale with fresh Variety:

Ten Kisses short as one, one long as twenty.

⁠A Summer's Day will seem an Hour but short,

⁠Being wasted in such time-beguiling Sport».

Extracto de Venus y Adonis, de William Shakespeare

(1564-1616).

En el Wild Soul. Mar Mediterráneo.

Lady Elizabeth, fastidiada, expulsó el aire con fuerza. Ese pirata terco como una mula se negaba a interrogar al capitán sobre el mapa... Y tampoco pensaba cambiar de rumbo e ir a buscar las riquezas de El Dorado.

—¡¿Tenéis idea de a cuántos hombres he visto perder la cabeza por ir detrás de un tesoro imaginario?! —argumentaba una y otra vez, convencido de que tenía la razón—. ¡Ni hablar! ¡Y podéis dejar ya mismo de confabular contra mí! ¡Aquí el capitán soy yo! Para hacer lo que os proponéis tendríamos que virar y regresar al Atlántico. A partir de ahí me obligaríais a emprender un viaje que, con suerte, lleva cuarenta días. Pero considerad que podríamos cruzarnos con alguna borrasca y hasta con un huracán y ahí el tiempo se dispararía, serían cincuenta y cinco jornadas o más... O podríamos toparnos con alguna calma chicha que nos dejaría varados en medio de la nada. El viento del este es traicionero y uno nunca sabe a qué atenerse. Se parece a vos, milady, pasa de los besos a los gritos en un santiamén.

     Si bien admitía que su exposición tenía cierta lógica, consideraba que se oponía por mera cabezonería y quizá porque lo embargaba el fastidio al apreciar que Oswyn la apoyaba. No se atrevía a pronunciar la palabra «celos», pero le daba la impresión de que el pirata se hallaba enredado en unas emociones similares y no sabía cómo manejarlas. O, tal vez, esto quería pensar porque todavía sentía las caricias de la lengua de Francis al recorrerle sin descanso los labios y la entrepierna. De hecho, el corazón le palpitaba acelerado cada vez que enfocaba la vista en él.

     Por este motivo, lady Elizabeth empleaba la ironía en su contra. Le servía a la vez de arma y de escudo para alejar del pensamiento un romanticismo fuera de lugar, pues nunca podría ser tan débil como para olvidarse de que la había raptado con intenciones de alejarla del amor de los suyos. Encima, con la finalidad de entregársela a un hombre de otra cultura y que jamás la valoraría, porque disponía de miles de mujeres para contentarlo cada noche. Es más, lo único que había hecho el pirata desde que lo conoció en la corte era lanzarle una mentira tras otra y fingir un interés que no sentía para satisfacer sus fines ocultos. «¡No puedo rendirme ante él!», se motivó, sacando fuerzas de la flaqueza y obligándose a convencerlo. «Debo utilizar cualquier estrategia que me permita regresar a casa. Y que el galeón vire constituye el primer objetivo del plan».

—Suponía que, como pirata, seríais más fuerte y más resuelto. Nunca imaginé que tuvierais miedo de navegar por el océano hasta llegar a una simple isla —lady Elizabeth lo azuzó y vio que Oswyn contenía la carcajada.

—¡Pensad de mí lo que queráis! —Y le dio la espalda como si tuviera ganas de estrangularla—. Aunque sí voy a interrogar al capitán español, pero no penséis que lo hago por vos, sino porque no entiendo qué hacía en el Mediterráneo.

—Permitidme que vaya —le rogó la muchacha y puso tono suplicante.

—Sed sincera: ¿queréis acompañarme para escuchar lo que se dice o para controlarme?

—Para ambas cosas —reconoció y Oswyn ya no pudo contener la risa—. Considero que os embarga un temor tan grande hacia los mapas que necesitáis de alguien como yo para que extraiga conclusiones objetivas.

—Permiso denegado, entonces —pronunció Francis con fastidio—. ¡Sois como un dolor de muelas, milady!

—Y vos sois como una lavativa de anís después de un prolongado estreñimiento —le replicó ella, molesta—. Hablando de lavativas, ¿cuánto hace que no defecáis, capitán? Porque me da la impresión de que los vapores de la materia fecal que retenéis os han intoxicado y os han provocado melancolía, de lo contrario es inexplicable vuestra actitud tan negativa. —Oswyn no podía parar de reír, aunque su primo lo mirara de malos modos.

—¡¿Es completamente necesario que oiga estas tonterías?! —gimió Francis, en tanto se tapaba con las manos las orejas.

—Soy médica, es normal que me preocupe por vuestra salud. Si queréis, os puedo poner yo misma la jeringa para solucionar vuestro problema. —Lady Elizabeth le propinó una palmada en el trasero como si se dispusiese a hacerlo ya—. Os juro que así mejorará vuestro carácter.

—¡Por favor, dejad de hablar! —Daba la impresión de que la mera idea de ponerse la jeringa de la lavativa en el ano lo hacía estremecer—. Si me prometéis que durante el resto del día no pronunciaréis ni una sola palabra más, podéis venir con nosotros dos. —Y empezó a dar zancadas hasta la puerta.

—¡Prometido! —La chica corrió detrás de él.

     Minutos después, cuando se hallaban en el interior de una de las bodegas, lady Elizabeth se arrepintió de su insistencia. Lo único que alejaba la húmeda oscuridad eran las palmatorias de metal con gruesos velones que sus compañeros llevaban en las manos. No obstante, no alcanzaban para alumbrar a las alimañas que se escondían de ellos y solo podían escuchar el sonido de las pequeñas patas cuando salían en estampida para refugiarse. Además, tenía la sensación de hallarse dentro del gigantesco estómago de una descomunal ballena.

—Aprecio que venís a regodearos de mi infortunio —se burló el capitán del galeón español apresado.

     Se hallaba atado de pies y manos. Y, por la resignación del tono, se notaba que esperaba a la Parca mientras intentaba mantener la mayor dignidad posible... Lo mismo que seguramente había hecho el pirata cuando sir Walter lo amenazó de muerte si no la secuestraba.

—¡Vuestro nombre! —le soltó Francis con voz estentórea en español y sin responder a la pulla.

—¿Por qué debería decíroslo? —El cautivo lo enfrentó sin amilanarse.

—Si deseáis regresar a vuestra patria es mejor que me lo digáis. —Se notaba la amenaza en la entonación.

—Capitán Juan Cuéllar de Ávila.

—Decidme, ¿qué hacíais en el mar Mediterráneo?

     Al escuchar a Francis hablar en castellano, con una entonación tan seductora, las piernas de lady Elizabeth se le aflojaron y pudo sentir de nuevo las caricias que le había prodigado en su centro de placer de modo tan audaz. Resultaba curioso, porque oír este idioma en la boca del marinero que intentó violarla solo le produjo asco. «¡¿Será posible que este pirata no solo me atraiga, sino que también me esté enamorando de él?!», consideró, preocupada, pero descartó el pensamiento con la misma rapidez que le surcó la mente.

—Esto tiene fácil respuesta: navegábamos con la Flota de Indias, pero una tempestad nos arrojó hasta aquí —le explicó con tono neutro.

—Sí os creo lo del mal tiempo. —Francis caminó alrededor del prisionero sin despegarle la vista—. Pero el resto solo es una burda mentira, resulta imposible que os arrojara tan lejos de las islas Azores y de las Canarias.

—¿Y por qué hacéis tal afirmación? —le replicó el hispano, sin miedo en la voz.

—Porque estoy convencido de que navegabais hacia la isla de la Tortuga. —Se sacó las cartas del bolsillo y se las agitó delante de la cara—. De lo contrario, ¿para qué las escondíais en vuestro cuerpo?

     Lady Elizabeth no comprendía por qué Francis se había resistido tanto a pedirle respuestas sobre el tesoro con anterioridad, puesto que ahora era lo primero sobre lo que le preguntaba. «¡Qué pirata más cabezota! Me obligó a discutir por horas para nada».

—¡¿Y acaso vos pensáis que El Dorado existe en la realidad? —El tono del hispano era de fingida incredulidad, lo que le que despertó las alarmas.

—Os habéis tomado demasiadas molestias para proteger algo que, según vos, son meras fantasías. —Porfió Francis y pegó el rostro al de su prisionero.

—¡¿Y vos pretendéis que os dé respuestas si ya sé que soy hombre muerto?! —Asumía el destino con resignación, lo que le daba un aura similar a la de los antiguos mártires cristianos.

—¡No os matará, os lo prometo! —intervino lady Elizabeth en castellano, sin poder contenerse—. Decidle la verdad y os juro por mi honor que os liberará. —Francis la contempló enojado por el atrevimiento.

—¿Las damas inglesas tienen honor? —El español le sonrió—. No sería cauto si me fiara de vos siendo también pirata...

—¡No lo soy! Y mis promesas son más válidas que las de cualquier caballero —lo apremió, sin prestarle atención a las señas que Francis le hacía.

—¡Todos los ingleses estáis obsesionados con El Dorado! —exclamó el capitán enemigo, recorriéndolos con la vista—. Guantarral secuestró a personas de alto rango para robarles información y ahora pretendéis hacer lo mismo conmigo.

—Me temo que en vuestro caso se trata solo de una afortunada casualidad. —La joven se arrodilló ante él para que pudiera apreciar su honestidad—. O desafortunada, desde vuestro punto de vista. Es el Destino quien ha obrado en vuestra contra para que el mapa de El Dorado caiga en nuestras manos... Dios os trajo hasta nosotros y no debéis contradecir Su Voluntad... Él os está escuchando y juzga vuestra actuación, os recomiendo que como buen cristiano habléis con la verdad.

—Habéis leído las cartas y estudiado el mapa —suspiró el hispano con resignación—. Y tal vez sea cierto que esta sea la voluntad de Dios, tal como parece. Si es así no me resistiré y lo dejaré en sus manos.

—¡¿Habéis encontrado los tesoros de El Dorado?! —continuó Francis, asombrado de que a lady Elizabeth le hubiese resultado tan sencillo extraerle datos y de que no fuera necesario utilizar la tortura.

—No solo los hemos descubierto, sino que los hemos trasladado a otro sitio, como habéis advertido. —El español, derrotado, bajó los hombros—. Se suponía que era una medida temporal, pero se ha prolongado en el tiempo.

—No entiendo. ¿Por qué escondieron el botín en la isla de la Tortuga en lugar de llevarlo hasta España, como habéis hecho con tantos otros? —inquirió Francis sin encontrarle sentido.

—Porque sir Walter Raleigh le olfateaba el rastro y es un perro de mar con el que todo cuidado resulta poco —resumió y asintió con la cabeza.

—¡Raleigh, Raleigh, Raleigh! ¡Estoy harto de ese corsario! —Francis, sin poder contenerse, expulsó las palabras.

—Deduzco que no es vuestro amigo. —El rostro del español expresaba un profundo alivio—. Entonces sí hay posibilidades de que la dama haya dicho la verdad y de que me liberéis. Comprenderéis que solo soy un simple peón de la voluntad de Su Majestad.

—Leo entre líneas que Felipe III ha decidido tomar la iniciativa que su padre dejó pendiente. —Francis cambió de tema.

—Los gastos se acumulan y la tesorería de la Real Hacienda no da para todo —reconoció el marino con un suspiro.

—Os percatáis, capitán, de que con nuestra acción el Señor castiga a vuestro soberano por todas las tropelías que cometisteis y que cometéis en el Nuevo Mundo —enjuició la chica al recluso—. Lo mismo que sucedió cuando enviasteis a vuestra armada a invadirnos en el ochenta y ocho y el viento de Dios os envió lejos.

—Y yo no me resisto a la voluntad de Dios Padre, cualquiera que esta sea —aceptó el hispano en tanto bajaba la cabeza—. Pero tampoco os ayudaré a encontrarlo. Tenéis la información y el mapa. ¡Arreglaos!

—Una pregunta más: ¿por qué elegisteis la isla de la Tortuga para esconderlo? —inquirió Francis profundamente interesado.

—Porque es una isla deshabitada y de difícil acceso —repuso el capitán español como si fuese obvio—. Desde que hace cien años el gobernador colonial introdujo reses allí, solo estos animales pululan en el lugar. Además, está pegada a la isla de La Española, es muy sencillo controlar si alguien se acerca con malas intenciones... Como será vuestro caso. ¡Si no queréis morir yo que vosotros me mantendría alejado de ella!

—Preocupaos solo por vos cuando estéis allí, pues vuestra vida dependerá de que nos ayudéis y de que los vuestros no nos pillen —le recomendó el pirata—. Porque os aseguro que ahora mismo viramos y ponemos rumbo hacia la isla de la Tortuga.

     Y lady Elizabeth sintió una explosión de alegría. Porque para ella significaba una gran tranquilidad que de momento Francis descartara llevársela al sultán.


Felipe III de España.


https://youtu.be/Eggdpm92W_U




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