CAPÍTULO 13. FRANCIS. El mapa del tesoro.

«Las aguas profundas son silenciosas,

las corrientes ruidosas no tienen hondura.

Por eso, cuando el amor es mudo

expresa una profundidad

y esa profundidad es infinita.

Y ya que mi amor es tácito,

comprenderás que hablo poco

porque amo demasiado».

Extracto del poema A su amante, de Robert Herrick,

(1591-1674).

En el Wild Soul. Mar Mediterráneo.

—¡Dejadme ver el mapa! —exclamó lady Elizabeth, entusiasmada, y les echó a los dos hombres una mirada impertinente—. Pero, primero, giraos.

     Francis pensó que era un poco tarde para este tipo de remilgos. No solo la había visto desnuda, sino que además le había degustado el cuerpo de un extremo a otro y todavía sentía su sabor en la boca. «¡Y qué manjar!», pensó estimulado, pues había borrado el recuerdo de cualquier otra mujer que hubiese conocido de manera carnal.

     Pero hizo lo que le pedía, por más ridículo que lo considerase, y además apremió a Oswyn:

—Hacedle caso, giraos.

—¿Para qué darme la vuelta si todo queda en familia? —le susurró este, burlón—. Debería disfrutar yo también con las vistas...

—Como no os giréis ahora mismo, os juro que os sacaré la lengua y que la usaré como cabo para mantener en su sitio el ancla —gruñó el pirata, enfadado, también hablando bajito.

—¡El amor os ha picado fuerte! Pensaba que nunca caeríais en sus redes cuando os veía ir de flor en flor en cada puerto. —Se rio el primo, sin darle tregua—. Aunque reconozco que lady Elizabeth es una dama muy especial, completamente distinta a las mujeres a las que estáis acostumbrado.

—Tenéis demasiada imaginación y no sabéis controlar el pico cuando os conviene. —Francis se hallaba a punto de explotar—. ¿O acaso os habéis olvidado de que prometí entregarla virgen?

—No creo que a Oswyn se le haya olvidado, lo repetís cientos de veces al día —le replicó con furia la joven, se había acercado a ellos en silencio: se hallaba envuelta en una sábana a la antigua moda de los romanos y le había hecho un nudo para que se mantuviera en el sitio—. Tampoco se me ha olvidado a mí que todavía pensáis entregarme al infame sultán. —Francis se dio la vuelta como si lo hubiese pillado en falta.

—Sabéis perfectamente que mi obligación es llevaros hasta el corazón del Imperio Otomano —le recordó, sin aceptar que le dolía en el alma tal afirmación.

—Sí, y también jurasteis que llegaría virgen, pero parece que esa parte de vuestro pacto se os ha olvidado hace unos minutos —repuso lady Elizabeth con tono cínico.

     Oswyn lanzó una carcajada que se convirtió en tos cuando el primo clavó la vista en él como para matarlo.

—Y seguís siendo virgen —alegó el pirata, en tanto respiraba hondo.

—Solo porque Oswyn tuvo el buen tino de interrumpirnos. —La aristócrata le colocó el índice en el pecho e intentó empujarlo, pero era igual de inamovible que un risco milenario—. ¡¿Desde cuándo os habéis vuelto hipócrita?!

     El forbante se puso colorado como un tomate por primera vez en su vida y se negó a darle la razón, pese a las risas de su primo. No precisaba reconocerlo en voz alta. Porque, así como su mente había asumido la transparencia de las aguas de un mar tropical, comprendía que la chica expresaba una verdad incuestionable, si bien creía que aceptar la debilidad que sentía hacia ella frente a todos lo convertiría en una marioneta. ¿Y si utilizaba la seducción solo para obligarlo a incumplir la promesa que le había dado a Raleigh? Enseguida descartó el mal pensamiento. El calentón había sido el resultado del susto que se había llevado por el intento de violación del marinero español, al que él había asesinado en pleno acto. Bien mirado, la situación era la contraria, pues Francis se había aprovechado del momento de conmoción de Elizabeth.

—¿Me lo dejáis ver? —inquirió la muchacha cambiando de tema, mientras estiraba el brazo hacia él.

—¿El qué? —la interrogó, confundido.

—El mapa, por supuesto —y luego con tono cínico le preguntó—: ¿Qué otra cosa os podría pedir que me mostréis?

     Considerando que poco antes le había rogado verlo desnudo, la pregunta no estaba tan fuera de lugar. Pero lo cierto era que Francis no coordinaba bien, el cerebro le funcionaba a medias después de la sensual experiencia. Así que prefirió entregárselo sin efectuar ninguna acotación para no meter la pata y seguir quedando como un idiota.

—¡Eureka! —Lady Elizabeth caminó hasta la mesa del capitán y lo estiró sobre ella—. Creo que podría ser auténtico...

—¿Tanta experiencia tenéis leyendo mapas y cartas náuticas? —se burló, todavía se sentía incómodo por las acusaciones anteriores de la chica.

—¡Tanta como vos! —le replicó la joven sin amilanarse—. Mi padre colecciona mapas de tesoro. Desde que era pequeña me he entretenido jugando con ellos y por eso me atrevo a aseguraros de que puede ser real. Fijaos, tanto los mares como las zonas de tierra coinciden con sitios conocidos y esto no es habitual. Me atrevo a asegurar que los españoles encontraron la mítica ciudad y escondieron las riquezas en otro lugar...

—¡Pero eso no tiene sentido! ¿Por qué no enviar los tesoros a España con el convoy de la Flota de Indias? —El pirata puso cara de escepticismo.

—Estas dos cartas confirman lo que sostiene milady. —Oswyn se las entregó a su primo—. Por cómo las escondía el capitán en un bolsillo secreto camuflado en su chaqueta, estoy seguro de que algo importante se traen entre manos los españoles. —Francis las cogió con rapidez.

—Esta está fechada en mil quinientos noventa y cinco —les comentó, sorprendido, y luego la leyó—: «Señores: Tal como Su Majestad nos ha ordenado, después de que sir Walter Raleigh, Guantarral, estuviera tan cerca de El Dorado y de que secuestrase a su Excelencia, el gobernador Antonio de Berrio, procedimos a trasladar las riquezas de los incas huidos a la isla de la Tortuga. Sabemos que es imposible que por propia voluntad le proporcione la localización exacta, pero bajo tortura hasta la más férrea voluntad puede flaquear y sabemos de lo que ese pirata es capaz. Quedamos en espera de nuevas órdenes». Es extraño. Si tan grande era el tesoro, ¿cómo pudo pasar inadvertida la mudanza?

—Quizá lo trasladaron por la noche y en canoas indígenas —aportó lady Elizabeth, entusiasmada—. Me imagino que si conocían el territorio tendrían miles de modos de llevar a cabo la misión que les encomendaron.

—De cualquier forma, lo que ahora nos interesa es dónde se encuentran estas inmensas riquezas. ¡Bloques y más bloques de oro apilados unos encima de los otros! Gemas extraordinarias, magníficas piezas de orfebrería. —Los ojos de Oswyn destellaban como monedas recién acuñadas.

—Muy corta la misiva, pero muy instructiva —fanfarroneó lady Elizabeth, convencida de que tenía razón—. ¿Todavía dudáis?

—Una carta es solo una carta. —La mirada de Francis seguía siendo de incredulidad—. Esta otra es del finado rey Felipe II en persona. —La agitó en el aire como si así pudiera reacomodar las palabras—. La firmó en mil quinientos noventa y seis.

     El pirata la leyó en silencio:

El Rey.

     Antes que nada, es menester que tengáis mucho cuidado con los soldados que hablaron de la localización de El Dorado: debéis castigarlos para que escarmienten los demás y para que no sigan el ejemplo. Respecto a la ubicación actual en la isla de la Tortuga, debéis esconder las riquezas allí hasta nueva orden. Madrid a 7 de julio de 1596.

     Yo El Rey[*].

     Se mantuvo callado. Luego se las pasó y se masajeó las sienes. Oswyn y lady Elizabeth juntaron las cabezas, y, entusiasmados, las analizaron una y otra vez.

—Si antes estaba convencida, ahora estoy segurísima. —Se las devolvió a Francis, que continuaba anonadado—. ¿Y vos?

—Podrían ser auténticas —soltó él, cauteloso.

—¡¿Solo podrían?! —Se ofuscó la muchacha.

—¿Vamos a ir a la isla de la Tortuga? —Lo instó el primo—. Porque me da la impresión de que van a proceder al traslado del tesoro a España. ¡No podemos permitir que nuestros enemigos se nos adelanten!

—Lo que pasa es que no tiene el menor sentido: si iban a buscarlo, ¿qué hacía el galeón aquí, en pleno Mediterráneo? —El pirata arrugó la frente y se rascó la nariz—. Lo lógico sería que navegase por el Atlántico en dirección al mar de las Antillas. La isla de la Tortuga está pegada a La Española.

—Como buen pirata vos deberíais dejar de cuestionarlo todo y poner de inmediato rumbo hacia allí. ¡Le buscáis la quinta pata al gato! —lo regañó lady Elizabeth muy enfadada porque se negaba a admitir que ella estaba en lo cierto.

—Esto es justamente lo que a vos os conviene, ¿verdad? —le replicó Francis, desconfiado—. El mar de las Antillas está muy lejos de Constantinopla. ¿Pero no pensáis, acaso, que estas supuestas pruebas pueden ser una trampa?

—¡Uy, cuánto me desesperáis! —chilló la joven mientras contenía las ganas de abofetearlo—. ¡Mejor callaos hasta que tengáis algo coherente que decir! Os lo repito: ¡¿se os ha olvidado que sois un pirata y que los piratas siempre van detrás de los tesoros?!

—¡¿Y a vos se os ha olvidado que sois mi prisionera?! —ironizó el hombre, en tanto se aproximaba a ella igual que una pantera a punto de atacar—. Por lo visto en los últimos días os creéis que sois la capitana del Wild Soul y yo un marinero a vuestro servicio, no paráis de darme órdenes.

—Si sois el capitán, ¿por qué estabais en mi camarote en lugar de en cubierta controlando a la tripulación? —le recordó lady Elizabeth, maliciosa, los instantes previos de pasión.

—¿Veis? Intentáis apropiaros de todo lo mío: la última vez que vine aquí este era mi camarote —repuso él y abarcó con los brazos el espacio—. Que os quede claro que solo os permito compartirlo conmigo porque soy un caballero. No sois la dueña de este sitio... Y tampoco sois mi dueña.

—¡¿Para qué querría ser dueña de vos?! —la joven soltó una carcajada rabiosa—. Supongo que el paso siguiente es acusarme de haber estado a punto de deshonraros —se quejó, en tanto se colocaba las manos en las caderas.

—¡Sí, lo afirmo! Olvidáis que si he venido aquí era porque gritabais desesperada, luego habéis desmadrado la situación. —No era sincero, pero le resultaba más sencillo acusarla que reconocer cuánto lo atraía.

—¡Pobrecillo, un pirata casto e inocente! —lo provocó, hiriente—. ¿Pero sabéis algo? ¡De inocente nada! Os he visto cuando abordabais el galeón español y cómo matabais a nuestros enemigos.

—¡¿Cómo podéis haberme visto si os he pedido que os encerrarais aquí?! —Francis aulló, molesto por su insubordinación—. ¡¿No os dabais cuenta del peligro que corríais?!

—¿Sabéis? —los cortó Oswyn—. Empiezo a arrepentirme de haberos interrumpido mientras hacíais el amor. Es obvio que ambos os habéis quedado insatisfechos y decís tonterías para llenar el vacío. ¡Ya podréis continuar después dándoos placer en el lecho! Lo más importante es poner rumbo a la isla de la Tortuga para impedir que se nos adelanten.

—¡Elegís el bando de esta dama en lugar del mío, primo! —Francis lo apuntó con el índice, dolido—. También os ha embrujado a vos. ¿Y qué pasará con el juramento que le hice a Raleigh sobre La Biblia?

—Después pensaréis en cómo deshaceros de la estúpida promesa y de ese maldito corsario: ahora solo hay un camino a seguir —apuntó Oswyn, misterioso.

     Lady Elizabeth añadió:

—¡Exacto! —Y aplaudió al adolescente—. Solo hay dos cosas que hacer a continuación: interrogar al capitán del Santa Trinidad y virar esta nave hacia la isla de la Tortuga.

     Pero Francis dudaba de que esta opción fuese la acertada, pues la condenada mujer que había tenido la desgracia de secuestrar estaba jugando a ser una reina pirata.

[*] Sé que la carta de Felipe II parece un poco exagerada, pero créeme cuando te digo que copié la estructura de otras semejantes. Tenía muy claro que era el rey. :-D






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