3) Jeanne de Monfort, la corsaria vengadora.
Durante la Guerra de los Cien Años, concretamente en 1341, murió Jean III el Bueno —duque de Bretaña—, sin dejar descendencia. El mejor situado entre los parientes que podían sucederlo era Jean de Montfort porque su padre había sido el duque Arturo II y era medio hermano del fallecido. Sin embargo, el muerto odiaba tanto a la madre de Montfort —Yolanda de Dreux— que le cedió el ducado a Mari de Jeanne de Penthièvre, su sobrina, a quien antes había casado con Carlos de Blois para que defendiera sus derechos, si bien esta decisión no la formalizó en ningún documento. Carlos, para mayor respaldo, era sobrino del rey de Francia —Felipe VI— el más interesado en alejar a Montfort del ducado.
La esposa de Jean de Montfort —Jeanne— era hija del conde de Flandes, y, aunque no tenía sangre gala, se había hecho amar por el pueblo. Además de ser bella, tenía la agilidad y la bravura de un escudero, dominaba la equitación y participaba en los torneos que organizaba su esposo como un caballero más. En definitiva, no era ninguna dama al uso.
Los bretones, por tanto, se dividieron en dos bandos y estalló la guerra civil. La pequeña nobleza, los curas, los burgueses y el pueblo se hallaban del lado de Jean de Montfort y de su esposa, mientras los grandes señores y los obispos respaldaron al matrimonio Blois.
Se abrió una negociación en París en agosto de 1341 y Montfort viajó hacia allí con inmunidad. No obstante, se trataba de un engaño, y, cuando le restringieron la libertad de movimientos, se escapó hacia Nantes. Los franceses sitiaron la ciudad y la ocuparon poco después. Lo hicieron prisionero y lo encerraron en una torre del palacio del Louvre durante tres años.
Jeanne, su esposa, se enfrentó a los bloisistas y a sus aliados franceses desde el castillo de Hennebont. Lanzó continuos y rápidos ataques: golpeaba al enemigo y se retiraba sin presentar batalla. La corte de París, conmocionada, envió al año siguiente un poderoso ejército formado por bloisistas, franceses y mercenarios genoveses, quienes pusieron cerco al castillo. Pero ella eligió a 300 combatientes e irrumpió por la noche en el campo enemigo, incendiándolo. Sus rivales coleccionaron una nueva humillación y a Jeanne le dieron el apelativo de La Flamme.
No obstante, el castillo acabó por caer y la hicieron prisionera, pero un ejército inglés desembarcó en Bretaña y la liberó. Las tropas inglesas tuvieron que retirarse y Jeanne los siguió. Ya en Londres, la dama organizó una flotilla corsaria, cuyo objetivo era reconquistar Bretaña.
Los barcos zarparon en la primavera de 1342. A la altura de la isla de Guernsey se enfrentaron a 23 navíos capitaneados por don Luis de la Cerda, el gran almirante de Francia. Jeanne, haciendo gala de un coraje sin igual, cogió la espada y luchó mejor que cualquier soldado. Y la suerte estuvo de su lado, porque durante el enfrentamiento estalló una violenta tormenta que la separó de sus enemigos.
La flota de Jeanne llegó a la bahía de Vannes, al suroeste de Bretaña, donde guerreros montfortistas los esperaban. En 1343 ambas Jeanne firmaron la Tregua de Malestroit, auspiciada por el papa Clemente VI, pero no duró mucho. Presionada por los franceses y agotada por tantos combates, Jeanne de Montfort se retiró a Inglaterra, donde cayó víctima de la locura. O quizá, esto fue una excusa para alejarla del poder, porque su marido murió dos años después y Eduardo III de Inglaterra se convirtió en tutor de los dos hijos.
Si deseas saber más puedes leer:
📚Mujeres piratas, de Germán Vázquez Chamorro. Algaba Ediciones, S.A, Madrid, 2004.
Jeanne de Monfort (1295-1374).
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