1) Artemisa, la pirata aliada de los persas.

Su nombre significa «espíritu de Artemis» —la diosa griega— y nació en Halicarnaso entre los años 525 y 515 antes de Cristo. Sabemos de ella gracias al historiador Heródoto, que también era originario de esa ciudad, y que sentía hacia ella una especial admiración.

     Era hija de Ligdamis, quien podría haberla casado con uno de sus hermanos. Esta práctica sería habitual en Halicarnaso porque consideraban que el incesto evitaba conflictos políticos y sucesorios. De cualquier forma, nada se sabe del nombre del cónyuge. Lo único que consta es que se casó pronto, tuvo un hijo y quedó enseguida viuda, por lo que cogió las riendas del poder y de las acciones piráticas en nombre de su retoño.

     Estos años fueron intensos, pues coincidieron con el agravamiento de las relaciones entre los griegos y los persas. Jerjes le pidió a las ciudades griegas que le regalasen un puñado de tierra y un cuenco de agua —gesto que simbolizaba la pérdida de libertad— y estas se negaron. Así que el rey, furioso, ordenó la invasión de Grecia: en el año 480 los Inmortales —la élite del ejército persa— y cientos de miles de mercenarios y de soldados de los pueblos sometidos invadieron la península griega.

     En agosto consiguieron superar el paso montañoso de las Termópilas venciendo a los espartanos, que lo defendieron con heroísmo. Quizá has visto la película 300, protagonizada por Gerard Butler, que recrea de un modo libre este acontecimiento histórico. Poco después cayó la ciudad de Atenas.

     No obstante, si bien Jerjes disponía de la supremacía del ejército de tierra, los griegos eran los reyes de los mares. Su geografía se hallaba constituida por islas, cabos, calas, golfos y acantilados, de manera que siempre le habían dado muchísima importancia a la flota. Temístocles, el líder de Atenas, se jugaba a esta baza y por este motivo, cuando supo que los espartanos habían sido derrotados en las Termópilas, ordenó la evacuación de la población civil de Atenas hacia la isla de Salamis.

     A priori parecía que también los persas superaban a los griegos en cuanto a naves, pues tenían 700 embarcaciones. Entre ellas estaban las de Halicarnaso, comandadas por Artemisa en persona, quien no había querido delegar en nadie esta tarea. Es más, en el consejo de guerra posterior a la toma de Atenas, el general en jefe persa —Mardonio— pidió la sincera opinión de los capitanes. Todos coincidieron en atacar la flota griega... Todos excepto Artemisa, a quien escucharon porque había dado muestras de su valor.

     Te transcribo de la página 36 del libro de Germán Vázquez Chamorro lo que, según Heródoto, Artemisa dijo:

     «Señor, es de justicia que te transmita mi más sincera opinión; concretamente, lo que considero más beneficioso para tus intereses. Paso, pues, a exponértelo. Reserva tus naves y no libres un combate naval, pues, por mar, nuestros enemigos son tan superiores a tus tropas como lo son los hombres a las mujeres. Además, ¿por qué tienes que correr a toda costa riesgos en enfrentamientos navales? ¿No eres dueño de Atenas, por cuya conquista emprendiste la expedición? ¿No eres dueño, asimismo, del resto de Grecia? Nadie te ofrece resistencia; y quienes lo han hecho han acabado tal como merecían».

     Y sugería avanzar por tierra y por mar hacia la península del Peloponeso. Según ella los espartanos y los demás aliados de Atenas se retirarían, asustados, para proteger sus ciudades y los atenienses que se refugiaban en Salamina se rendirían ante la falta de alimentos. El plan causó gran revuelo y terminó acusando al resto de ser «esclavos despreciables». Todos creyeron que ante la afirmación de que la flota griega era muy superior Jerjes la condenaría a muerte o a un destino peor. No obstante, este aceptó el razonamiento de Artemisa, si bien lo rechazó.

     El rey persa se hallaba cegado por el deseo de humillar el orgullo ateniense, la lógica no significaba una barrera para él. Y cuando el vaticinio de Artemisa se cumplió, Jerjes no se desquitó con ella, sino que su aprecio aumentó.

     ¿Cómo se desarrollaron los acontecimientos? La armada de los persas entró en el canal que separaba la isla de Salamis de la península griega. Los barcos helenos —comandados por el espartano Euribíades— simularon que huían y se refugiaron en una pequeña bahía. La flota persa fue detrás de ellos y cayó en la trampa: las naves se obstaculizaron unas con otras y se hundieron después de la embestida de las griegas, más ligeras y más rápidas.

     La embarcación de Artemisa —que iba en la vanguardia— fue arrollada por una galera griega. Ella ordenó dar la vuelta y huir, pero le impidió el paso un barco de los persas. Sabía que allí iba Damasítimo, el rey de Calinda, con quien había tenido varios enfrentamientos. Sin dudar arremetió contra él, lo hundió y siguió adelante.

     Fuera de esto —en lo que se comportó como la pirata que era— demostró una gran valentía, al punto de que Jerjes comentó que «Los hombres se me han vuelto mujeres; y las mujeres, hombres». Después de la derrota Jerjes le pidió consejo a Artemisa y ella le dijo que debía dejar Grecia y volver a Persia, pues había cumplido el objetivo de conquistar Atenas. Podía dejar una tropa de élite en la zona y retomar las operaciones en primavera. Y el rey se fue a toda velocidad...

     Los griegos, por su parte, le pusieron precio a la cabeza de Artemisa porque «consideraban inadmisible que una mujer hiciera la guerra a Atenas». Ofrecieron una fortuna —10.000 dracmas— por su captura... Viva o muerta.

     Si deseas profundizar puedes leer:

📚Mujeres piratas, de Germán Vázquez Chamorro. Algaba Ediciones, S.A, Madrid, 2004.

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