1. La rueda


Sus manos enrojecidas le dolían por la picazón, su nariz no dejaba de gotear y los escalofríos cada vez eran más abundantes en su cuerpo: Arlie Hassel nunca había experimentado tanto frío. Veía a sus compañeros y la mayoría se encontraba en la misma posición, ¿cómo era posible que una región tuviera un clima tan desgarrador? Quería detenerse, quería gritarles a todos que no podía seguir trabajando pero recordó la triste razón de su estadía en Campo de tréboles.

   «No... no puedo detenerme», mordió sus labios por la frustración que intentaba angustiarlo.

   El joven Hassel dejó sus estudios y postuló a un trabajo de construcción —muy bien pagado— que consistía en irse al extremo sur del país. La empresa tenía muchas advertencias sobre el empleo y una de ellas, era el clima frío polar.

   «No importa, puedo con esto... Solo debo aguantar unos meses y estaré en casa junto a mi familia», meditó Hassel. Había terminado de cavar un hoyo y fue a dejar la pala a su lugar, pero en el trayecto, cayó en el barro —las temperaturas bajo cero lo hacía actuar de manera torpe— y el instrumento golpeó en los pies de uno de sus compañeros.

   —¡Pedazo de mierda! —gritó Niklaus Wolff— ¡De la ciudad tenías que ser, princesa!

   Wolff era uno de los pocos trabajadores provenientes de la región y él, increíblemente, podía tolerar a la perfección la gélida atmósfera. Era un muchacho de contextura semi musculosa, bastante rubio y de ojos grisáceos. Además, era reconocido como uno de los más testarudos junto a su temperamento irascible y no solo eso... era compañero de cuarto de Hassel.

  Él intentó golpearlo pero fue detenido por otros dos compañeros: Nicolás Araya y Seung-ho Lee.

   —¿¡Ahora qué pasó, señoritas!? —era Víctor Díaz, jefe de la construcción.

   —¡El hijo de puta de Arlie me tiró la pala encima de los pies! —respondió Wolff.

   —Fue-e un accidente-e —aclaró Hassel levantándose.

   —Bien, entonces te tocará a ti ordenar con Lee, Arlie —dijo molesto Díaz.

   —Sí —respondió Hassel frustrado.

   Deseaba llorar de la impotencia, deseaba detenerse y mandar a la mierda el trabajo, pero eran solo deseos de un joven entristecido.

   Observó los rostros de sus compañeros y todas esas miradas enseñaban la misma incertidumbre que él proyectaba.

   —Te salvaste, hijo de puta —era Wolff, le murmuraba por detrás—. Pero a la noche... ¡Ja, ja, ja!

   —Déjame.

   —De un solo gorpe te voy a mandar a los testículos de tu papá.

   Una particularidad del hombre rubio, era que a veces, suplantaba la letra «l» por la «r».

   —Aprende a hablar, maldito campesino —se mofó Hassel.

   —Sí, claro —rió—. Ahora eres valiente, porque cuando estemos solo —lo cogió del chaleco—, te voy hacer mierda.

   Wolff se retiró enseñando una enorme sonrisa maliciosa.

   Hassel suspiró frustrado, sabía que estaba en graves problemas.

   —No le hagas caso, Arlie —dijo Araya mientras intentaba limpiar los pantalones de su compañero.

   —Lo dices porque no duermes con esa bestia analfabeta, Nico.

   —Es verdad pero no lo tomes en cuenta.

   Nicolás Araya era el trabajador más joven del proyecto inmobiliario. Tenía apenas diecinueve años y a diferencia de la hostilidad de los demás, era un muchacho muy adorable. Sus enormes ojos de tonalidad ámbar y sus pecas que llenaban su cara por completo remarcaban mayormente su ternura. Era blanco de burlas y sarcasmos, pero él no desistía en su personalidad genuina.

   Hassel nunca había conocido a alguien tan... tonto.

   —Chicos, será mejor apurarnos —aconsejó Lee—. Va a anochecer pronto.

   Sí, él tenía razón: pronto la dama oscura absorbería el lugar con su manto negro.

   Hassel miró el bosque que lo rodeaba, lo hizo sentir insignificante y temeroso. Recordó que hace unos días, Sean Hardin —compañero de trabajo— desapareció. Algunos dijeron que lo vieron ingresar a las entradas de la colosal arboleda, pero nunca regresó. Y aunque los operativos policiales se han mantenido activos, el hombre seguía perdido. Luego de la desaparición de Hardin, Vikan Mirosevic —el encargado directo de la empresa—, prohibió acercarse al bosque.

   Hassel notó que dentro de unos arbustos, una silueta de un gran ciervo lo observaba. No quiso tomarla en cuenta; después de todo, era un simple animal estúpido. Sin embargo, según su escaso conocimiento en el reino animalia, los ciervos no debían medir cinco metros de alto y ni siquiera estaba contando la gran cornamenta.

   Sí, decidió no tomar en cuenta esa tonta silueta... sí, tonta silueta.

   Él se unió junto a Lee para ordenar los materiales de la obra.

   —Oye, Seung —llamó Hassel con cierto temor.

   Cuando Lee escuchó cómo su compañero entonó su nombre de manera horrible, deseó arrancarse la cabeza: nadie en el trabajo sabía pronunciarlo.

   —¿Sí, Arlie? —respondió cansado.

   —¿Ha-as visto ciervos?

   —¿Eh? ¿Ver ciervos?

   —Me refiero a si has visto ciervos en el bosque... Ya saber, ver ciervos —rió desconcertado.

   —No, pero los hay, ¿por?

   —Eh... No, por nada—recordó la enorme silueta que vio.

   Lee lo observó anonadado, ¿por qué hablaba de ciervos? Concluyó que simplemente existía gente muy rara como su compañero de trabajo.

   —Bueno, Arlie... Ya terminamos con todo este desastre. Entremos antes que sea más tarde y no podamos ver nada.

   —Sí...

   Ambos regresaron al lugar que los hospedaba: ex hotel Laforêt. No estaba en funcionamiento para el público, pero fue mantenido por su valor histórico hasta que llegó un hombre con los millones necesarios y compró hasta la última piedra del sitio. No se hablaba de él, ni siquiera Hassel sabía su nombre y en realidad, no tenía razones para hacerlo. Estaba solo por el dinero, nada más.

   Hassel se mantuvo sentado en el comedor de Laforêt. Buscaba ideas de cómo no dormir en el cuarto junto a Wolff. Algunas veces peleó con compañeros en su escuela, pero nunca se concretaban ganadores o perdedores por las apariciones repentinas de los profesores. Él era delgado, más bajo que Wolff: conocía el desenlace de esa pelea. Pero ¿y si sacaba algo de ayuda de la cocina? No había nadie cerca a él. Fue directo y silencioso, esperaba no encontrar a las cocineras. Buscó en los utensilios y halló un enorme cuchillo carnicero: era perfecto. No tenía que matarlo, solo asustarlo.

   «Estás jodido, Klaus», pensó enojado.

   Salió de la cocina en dirección a su cuarto con el cuchillo guardado en su bolsillo, pero los llantos de un perro lo detuvieron. Creyó que era producto de su imaginación, mas los ladridos lastimeros del canino seguían escuchándose.

   Hassel, aún desconfiado de su juicio, observó por las ventanas. Obviamente no veía nada, pero logró confirmar la existencia de un perro. No podía regresar a su cuarto —por culpa de Wolff—, eso retrasaría la búsqueda del animal y necesitaba actuar con extrema rapidez. Él se dirigió al vestíbulo y sacó lo primero que encontró. Una chaqueta y una linterna: ambas cosas pertenecientes a Wolff.

   Corrió hacia la salida, pero las advertencias de Mirosevic retumbaron en su cabeza: «nadie puede acercarse al bosque». Se quedó detenido al lado de la puerta hasta que escuchó unos pasos bajando de la escalera.

   —¿¡Arlie, qué mierd-!? —era Wolff.

   Sí, era la motivación para salir corriendo hacia el exterior.

   Según sus cálculos, el perro no debía estar en el corazón del bosque. En su mente, todo sería expedito y él se coronaría como el héroe de la historia. Sin embargo, bastó con una sola pisada para saber que algo muy malo sucedía. En las entrañas de la vasta naturaleza, no había olor a humedad o barro, en su lugar, se presentaba una nauseabunda fragancia. No necesitaba averiguar demasiado para asimilar ese hedor a la muerte.

   «Y si este olor era de... ¿Sean?», prefirió enfocarse en la búsqueda que torturarse con ideas aterradoras.

   Y en realidad, Hassel estaba en lo correcto sobre la situación del canino. Amarrado al tronco de un árbol, se encontraba un perro de raza pastor alemán. Con el mismo cuchillo que sacó para vengarse de Wolff, ayudó al animal a liberarse.

   Demasiadas preguntas revolotearon por su mente. ¿Cuándo fue amarrado el perro? ¿Por qué alguien amarraría a un perro en el bosque? ¿Con qué sentido? Hassel lo revisó y no poseía heridas o al menos, no de carácter superficial. Pudo imaginar que el animal estaba hace unos días amarrado porque se movía de forma muy lenta pero... ¿Por qué ahora escuchó sus ladridos? Nada tenía sentido.

   Decidió llevarse al perro, hacerse preguntas dentro del bosque no era la mejor idea.

   Una luz alumbró su rostro, casi cegándolo por la potente energía de la linterna.

   —¿Qué haces aquí, Arlie? —era Wolff.

   —Eso mismo quería preguntarte.

   —No me respondas con otra pregunta —contestó desafiante.

   —Klaus, sé que saqué tu ropa sin tu permiso pero es que no tenía otra opción —trató de persuadirlo y esperaba que funcionara. No le agradaba como lucía el semblante de su compañero.

   —Así que había un perro —dijo Wolff apuntándolo con la linterna.

   —¿Lo escuchaste también? —suspiró— Eso es bueno, tenemos que sacarlo de aquí.

   —Arlie, no te ofendas —sonrió—. Me llevaré al perro ¡pero tú te quedarás aquí! —él se abalanzó contra el muchacho.

   Una pelea bastante absurda inició entre los muchachos. Apenas podían golpearse por la falta de luz. Insultos tras insultos básicos, era un espectáculo demasiado ridículo entre dos seres que supuestamente razonaban.

   Hassel sacó el cuchillo de su bolsillo para espantar a su compañero pero ni siquiera logró alzar el arma blanca. Un hedor mucho más fuerte que el anterior impidió toda clase de pelea. Wolff, por su parte, también se paralizó al sentirlo.

   Ambos se llevaron las manos para cubrir sus narices.

   —¡Te caga-aste, Arlie! —exclamó el rubio.

   Sus ojos se cristalizaron, la pestilencia era intolerable.

   —¡Idiota, hay algo muerto cerca de nosotros!

   Hassel botó el cuchillo y tomó la linterna con el objetivo de alumbrar los rincones del bosque.

   Entre las ramas de un árbol que fueron manipuladas para que lucieran como una rueda, yacía el cuerpo desfigurado de Hardin. Tanto sus brazos y piernas habían sido estirados hasta dejarlo completamente desproporcionado. Su rostro se hallaba bañado en moho y solo lograron saber que se trataba de él por la chaqueta que llevaba el día de su desaparición. Sus pantalones y ropa interior habían sido retirados.

   No obstante, ¿por qué consiguieron verlo ahora y no antes? Porque una criatura de aspecto hórrido había llegado a la posición de los jóvenes. Unas gigantescas y escuálidas extremidades estaban posando los restos de Hardin entre las copas de los árboles.

   Wolff no lograba dimensionar lo que observaba con tanto temor pero Hassel sí: era el gran ciervo rojo que vio mientras ordenaba las herramientas del trabajo.

   Largas extremidades, garras que podían arrancar la piel con suma facilidad, una cornamenta llena de moho y sangre podrida y lo peor, unos colmillos que exhibía con completa satisfacción dado que parecían navajas: era un ser perfectamente horripilante.

   Sin importarle el tamaño ni el poder del monstruo, el perro le ladró demostrándole que no le temía ni lo haría.

   —¡No-o, bas-sta! —Hassel intentó callar al canino.

   La colosal bestia, atraído por la valentía del indefenso animal, enfocó sus cuencas vacías en él.

   Hassel imaginó los peores desenlaces para el pastor alemán así que decidió intervenir.

   —¡¡Ayúdame, Klaus!! —suplicó llorando mientras abrazaba al perro.

   Los llantos desesperados de Hassel sacaron a Wolff de su terror absoluto. Corrió hacia él pero la bestia se enfadó con el joven rubio. Emitió un bramido tan ensordecedor que, hasta las aves del sector se espantaron y escaparon hacia otros árboles. Wolff tapó sus oídos pero tal acción le impidió defenderse del ataque del monstruo.

   —¡Klaus! —gritó Hassel al ver cómo Wolff fue azotado en el tronco robusto de un árbol.

   El joven se armó de valentía y batalló para sacar a los dos del bosque.

   Hassel miraba al gran ciervo rojo y él también lo miraba junto a una sonrisa perversa. Era una advertencia o alguna clase de mensaje retorcido porque la bestia no los siguió, solo se limitó en observarlos y tal hecho perturbó la mente de Hassel. Algo muy malo tramaba, algo que prontamente pasaría con ellos. Pudo matar a los tres ahí mismo, pero la criatura se rehusó. ¿Con qué fin? Otra vez no entendía las situaciones que ocurrían en su alrededor pero sería el comienzo de una tenebrosa aventura. 






Notas del autor: ¡Hola! Como de costumbre, he cambiado muchas cosas sobre la historia; incluso, eliminé el primer capítulo que anteriormente figuraba. Es probable que la novela tenga algunos errores porque mi beta reader optó por otro camino. </3

Ojalá disfruten del capítulo y feliz Halloween para todos. c:

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