Capítulo 47: Mitzy

No sabían cuántas horas habían pasado desde que se perdieron en el laberinto y ningún celular tenía señal.

La mansión estaba más oscura de lo que recordaban, antes siquiera tenía unas cuantas velas alumbrando el camino, pero ahora no había nada; estaba mucho más sucia (si es que era posible) y olía mal, muy mal. Los chicos encontraban cadáveres de insectos y roedores con cada paso que daban; Daniel se mantenía firmemente agarrado del brazo de Carolina, que no paraba de quejarse porque le estaba clavando las uñas hace un buen rato.

Ninguno dijo nada, pero todos pensaban que ya hace un buen rato debieron haberse encontrado alguno de esos bichos raros que el viejo tenia de mascotas. O estaban teniendo mucha suerte o el viejo Kepler les estaba guardando una horrible sorpresa.

Después de entrar y salir de habitaciones y pasadizos idénticos, los chicos llegaron a una cocina. Había una mesa con algunas sillas, ellos no tardaron en ocuparlas. Estaban cansados.

—Está bien, pensemos...—dijo Carolina, todos la miraron.—¿Cómo llegamos aquí la primera vez?

Por la cara que tenían, Carolina sabía que sus amigos estaban pensando. No hablaron por un rato, forzando a su cerebro a recordar esos hechos traumáticos, hasta que Jessica rompió el silencio.

—Pues a mí me secuestraron.

—A mí también—dijo Daniel, con voz temblorosa.

—A todos de hecho—añadió Richard.

—¿Y no vieron nada?—preguntó Sebastián.

—Pues fíjate que sí, hasta nos dieron un mapa y un pequeño tour por las instalaciones—contestó Richard sarcásticamente.

Sebastián le hizo una mueca, mientras sus amigos soltaban leves risitas.

—Creo recordar...—dijo Landra—Que las que iban a rescatarnos...

—Y fracasaron olímpicamente.—añadió Jessica en un susurro.

—...eran Kassandra y Rachelle.—termino Landra y miro a sus amigas.

Todos las miraron esperanzados.

—Para empezar, llegamos aquí porque el viejo chiflado nos puso indicaciones todo el camino. —dijo Rachelle. Se escuchó un suspiro de resignación—Luego encontramos a Jessica...

—Y una versión nunca antes vista de Daniel—añadió Kassandra.

—Y luego el viejo nos trajo aquí. No me preguntes si vi algo o recuerdo el camino, porque estaba más preocupada intentando soltarme que otra cosa—se adelantó Rachelle, cuando Sebastián abrió la boca.

—¿Por qué está haciendo todo esto?—preguntó Landra a nadie en particular. Quiso recostarse en la mesa pero una pequeña cucaracha paso por allí y ella se apartó, asustada.

—Tengo la respuesta a esa pregunta, señorita.

Todos se levantaron de un salto, las sillas hicieron mucho ruido cuando cayeron. Los chicos buscaban el origen de la voz, pero estaba muy oscuro y no podían ver nada. Se quedaron de piedra, con el corazón en una mano y muchas oraciones en su mente.

Tenían la leve sospecha de a quién pertenecía esa voz.

—¡Idiotas! ¿Saben cuánto cuestan esas sillas?—la voz cargada de enfado del viejo Kepler volvió a escucharse. Los chicos se juntaron entre ellos.

Todos examinaban cada rincón de la cocina, haciendo grandes esfuerzos porque apenas si se veía algo, pero no detectaron la presencia de nadie.

—¿Do-donde est-estas?—tartamudeo Daniel.

Esa vez no respondió.

—Quizá pueda convertirse en un murciélago y está por allí, hemos visto un montón cuando entramos. Se parece mucho a ellos—dijo Kassandra.

—O en una cucaracha...—aventuro Richard, mirándose los pies, como esperando que alguna gran y desagradable cucaracha apareciera y los atacara.

—¡Nada de eso!—gritó enfadado Kepler, apareciendo detrás de un armario.

Asustados por tan repentina aparición, los chicos se apiñaron en la puerta, mas que listos para salir corriendo a la primera señal de peligro.

El viejo los miro uno por uno, evidentemente molesto.

—No esperaba que todos lograran llegar hasta aquí—dijo con suavidad—Entonces debo suponer que ustedes, pequeñas sabandijas, burlaron todas las trampas que puse...

—Veo que es inteligente; pues sí, lo hicimos—dijo Jessica, con un tono de orgullo en la voz.

—Ahora, si no quieres que llamemos a la policía, déjanos salir de aquí—lo amenazó Richard.

Richard miró a Kepler directo a los ojos, aparentando más valentía de la que realmente sentía. Sus amigos guardaron silencio, esperando alguna respuesta positiva y la solución a sus problemas. ¿Serían tan afortunados?

—No, me parece que no lo haré—contestó el viejo.

—Señor, sea razonable, somos ocho jóvenes con perfecta salud y mucha más vitalidad que usted. Será muy fácil para nosotros ponerlo a nuestra merced. ¿Realmente quiere ser humillado de esa manera?

Evidentemente Sebastián había caído en un terrible error. Sus amigos lo sabían y lo miraban con caras de susto. Ellos estaban al tanto de que lo mejor era no subestimar al viejo: sus bichos eran peligrosos, era mejor que se mantuvieran alejados de ellos.

La sonrisa del viejo Kepler se ensanchó.

Daniel, que era el que estaba más cerca de la manija de la puerta, la giro y empezó a abrirla con disimulo. Sabía que esa sonrisa no podía significar nada bueno para ninguno de ellos.

—Ustedes mancharon mi reputación, exijo sus cabezas como disculpa—dijo el viejo Kepler.

—¿Manchar su reputación?—preguntó Rachelle, tragando saliva—¿Nosotros? ¿Cuándo...?

—No finjan que lo han olvidado—la corto Kepler, con furia—El día que llegaron aquí y lograron escapar... Fue una total humillación, fue... fue la primera vez en mi vida que alguien logro escapar de mi mansión—tomó aire—Fui el hazmerreír cuando todos se enteraron que unos niños se habían burlado de mí.

—Cuando se refiere a "todos", ¿habla de sus amigos del asilo o algún tipo de grupo de viejitos chiflados?—preguntó Kassandra, con curiosidad.

El señor Kepler no le hizo caso.

—Después de eso... todo fue horrible...—siguió, con un hilo de voz—Mis patrocinadores se fueron, me dejaron solo... Perdí todo el respeto que me había ganado por años, tuve que... Tuve que vender a mis mascotas—al confesar eso, rompió a llorar—Mis... mis pequeñas y dulces... yo las crie y... y tuve que re-renunciar a ellas... por... ¡por ustedes!

Al principio les pareció que el viejo quería lanzárseles encima, así que los chicos se apresuraron en cruzar por la puerta y cayeron uno encima del otro en el oscuro y sucio pasillo.

El viejo Kepler los miraba con furia.

—Lo-lo sentimos, no era nu-nuestra in-intención...—murmuró Landra.

—¿Cómo nos puede acusar por eso? Nosotros solo salvamos nuestro pellejo—dijo Kassandra, con el ceño fruncido—Si usted no hubiera intentado matarnos en primer lugar...

Daniel le clavo las uñas en la mano a Kassandra. Una clara advertencia para que se callara.

—Ustedes hicieron que lo pierda todo. Tomare sus cabezas como disculpa, será mejor que cooperen.

Los chicos se miraron entre sí. ¿Qué podían hacer? Sí, Kepler daba mucho miedo y se veía peligroso, pero no dejaba de ser un viejito loco y con precaria salud. ¿Deberían empujarlo y encerrarlo en esa sucia cocina?

Quizá esa fuera la opción más razonable, pero si lo hacían, ¿quién los llevaría a la salida? Habían pasado horas buscándola sin éxito y si secuestraban a Kepler, ¿quién se las mostraría?

—No queremos lastimarlo—susurró Rachelle—Será mejor que nos diga cómo salir de aquí y nosotros olvidaremos que algo de esto pasó, ¿qué le parece?

—No, creo que no—sonrió Kepler. Ahora se veía mucho más calmado y eso no tranquilizaba en nada a los chicos—Mitzy no ha comido nada hoy, se ha estado guardando para esta deliciosa cena. —Y empezó a silbar.

Los chicos miraron aterrados a todas partes, como esperando ver a algo acercarse, pero en la total oscuridad en la que estaban, aquello era muy difícil.

Sin embargo, el sonido de unas pisadas los alerto de que el peligro estaba más cerca de lo que se hubieran imaginado.

Jessica cogió con manos temblorosas su celular y encendió la linterna, apuntando hacia el lugar de dónde venían las pisadas.

A solo dos metros de donde se encontraban, enseñándoles sus filudos y peligrosos colmillos, estaba la pantera del viejo Kepler.

Mitzy.  

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