Capitulo 4: Aventuras en territorio inexplorado


Capítulo 4:

Lunes por la noche, o bueno, técnicamente ya era martes... pero, ¿en vacaciones a quién le importan los días de la semana? En esos momento Kassandra terminaba de cepillarse los dientes, ya estaba vestida con su pijama de unicornios rosa (cosa que nadie se imaginaba, cualquiera pensaba que dormía rodeada de calaveras) y lista para ir a dormir. Tomó su celular y le deseo unas buenas madrugadas a la estúpida número uno, luego dejó su móvil en la mesita de noche y se recostó en su cama, cubriéndose del frío con su cobijita y durmiendo de una manera impecable y merecedora de respeto: soltando ronquidos que bien se podían escuchar hasta el Polo Norte y pateando todas las almohadas que estaban en su cama.

Muchos se preguntan: ¿con qué sueña esta diosa griega recién bajada del Olimpo? Ella tiene sueños algo peculiares y extraños... una vez soñó que un águila gigante y con tres cabezas se llevaba Richard y lo dejaba caer en un hoyo cubierto de rocas filosas, si, fue uno de los mejores que pudo haber tenido, según sus propias palabras.

Pero esta vez era algo distinto. Algo mucho más raro que sus habituales sueños de duendes bailando la macarena en bikini...

Kassandra se encontraba subida en un autobús lleno de gente y no recordaba la razón por la cual estaba allí. En la última parada se bajaron la gran mayoría de las personas y ella los siguió, sin pensarlo dos veces. Pero cuando lo hizo se arrepintió de inmediato y quiso subirse de nuevo, pero el autobús había desaparecido como por arte de magia.

Es que el lugar en el que Kassandra había bajado parecía sacado de alguna escena de alguna película de narcotraficantes y drogas. Las personas que caminaban por allí iban vestidas completamente de negro, tatuados hasta los dientes y con cortes de pelo demasiados extravagantes que no le inspiraban mucha confianza. Algunos se hacían señas entre sí y la miraban de arriba a abajo.

Si no quería salir con trillizos de ese lugar, tendría que encontrar una salida de inmediato.

Algo le rozó una de las mejillas y Kassandra sabía perfectamente lo que era... se escuchó otro disparo y la chica estaba que se hacía del número uno en los pantalones. Sus piernas no funcionaban, mejor dicho, su cuerpo no quería moverse para evitar una muerte segura y empezaba a sentir como si el corazón quisiera salírsele por la boca.

¿Porque carajos se les daba por agarrarse a balazos justamente cuando ella estaba afuera y expuesta a morir de la peor manera posible? ¿Por qué el universo conspiraba en su contra?

No era el mejor momento para pensar en una respuesta para esas preguntas, además, Kassandra había visto una luz entre tanta oscuridad: una chica le estaba haciendo señas con las manos y Kassandra no se atrevió a pensarlo dos veces, con la agilidad obtenida en los entrenamientos de fútbol entró a la casa de la chica con una velocidad que dejaría en ridículo a todos los velocistas olímpicos.

—¿Eres nueva aquí?—le pregunto sonriente la chica, cuando Kassandra estuvo echada en el suelo de su casa, respirando agitadamente.

El primer pensamiento que paso por la cabeza de Kassandra al escuchar la tranquilidad con la que aquella chica hablaba, fue que la tipa estaba loca, porque para ella no era "normal" ver como dos locos armados se agarraban a balazos en la calle a plena luz del día. Aunque, si se lo pensaba mejor, no podía esperar decencia en el barrio de "La Kimberly", como ella llamaba a la chica.

—Ya se calmaron, ¿vez?—la tranquilizó la chica, señalando hacia afuera.—No hay ningún muerto.—añadió, mirando decepcionada la calle.

¿QUÉ?

—Gracias... —murmuró Kassandra, levantándose del suelo y sacudiéndose el polvo, decidida a, por una vez, no hablar más de lo necesario. Existía la posibilidad de que si hacia un comentario equivocado, la chica podría sacar un arma y dejarla tiesa ahí mismo, era La Kimberly, después de todo.—Tengo que irme.

—Esa sí que va a estar difícil.

Creo que no es tan mala idea quedarme aquí por siempre, después de todo.

—¿Por... porque lo di-dices?—preguntó asustada Kassandra, sintiendo el mismo tipo de miedo que había recorrido su cuerpo el día que le enseño a su madre su primera papeleta, desde ese día, su nalga derecha no fue la misma.

—Tienes que superar al ejército de Los Kevins. Ya sabes, nadie entra y nadie sale mientras no tengas permiso de El Brayan y dudo mucho que te lo den.—contestó la chica, con tranquilidad—Pero si le miramos el lado positivo podrías vivir aquí y seríamos grandes amigas.

Apenas puedo con las que tengo, no necesito otra más.

—¿No hay otra salida?

La chica negó con la cabeza y Kassandra sintió que se hundía en un pozo sin fondo, mientras el terror invadía cada centímetro de su cuerpo. No había sentido tanto miedo desde que tiró a Jessica a la piscina y la pendeja no asomo la cabeza por más de cinco minutos, o cuando Richard, borracho, empezó a hacer un baile en tanga.

—Dile a mi madre que la amo.—dijo Kassandra, en un arrebato de valentía.

Todo se había vuelto negro de repente, la chica y la casa en donde se encontraba habían desaparecido frente a sus ojos. Luego de unos segundos de confusión, Kassandra había aparecido en medio de un coliseo, rodeada de personas vestidas con simples túnicas blancas y gritando su nombre a todo pulmón, cosa que puso por los cielos el ego de la chica. En la tribuna principal, justo al frente suyo, se encontraban tres personas a las que reconoció de inmediato: los dos señores, vestidos de una manera muy parecida a los demás pero más elegantes, eran los padres de Rachelle y en la tercera estaba ella, sonriendo victoriosa.

Kassandra se miró a sí misma y se sorprendió al verse vestida con ¿un traje de combate? ¡Incluso tenía una espada! No estaba tan mal después de todo, ese atuendo la hacía sentir bien malota y sexy, más sexy de lo que ya era, claro esta.

Pero una horda de seres mitológicos -desde minotauros hasta gnomos feroces- avanzaron amenazantes hacia Kassandra, que al ver a tremendos bichos raros como esos, se había quedado congelada en su lugar, sin saber qué hacer, mientras que los asistentes a ese "espectáculo" gritaban emocionados y con ganas de ver una de las mejores peleas de todos los tiempos.

—¡No pague para verte morir!

Esa voz la reconocía, la escuchaba todos los días de escuela cuando los profesores preguntaban algo. Kassandra, haciendo un gran esfuerzo, giro la cabeza hacia el lugar de donde provenía la voz, vio (y no se explicaba porque sentía tanta alegría) a Carolina, gritándole desde las gradas.

—¡Muévete, retrasada!—exigió Jessica, que estaba al lado de su pequeña amiga.

La sonrisa que se había formado en su rostro por el hecho de ver a Carolina, se ensancho cuando vio la delgada figura de Jessica a su lado, gritándole que se moviera y diera un buen espectáculo, fue el mejor y más efectivo motivante que necesitara en ese momento.

Así que corrió, corrió para salvar su vida, corrió para mantener sus órganos vitales dentro de su cuerpo, corrió para seguir atormentando al mundo con su existencia, corrió para que los profesores no se alegren por no verla en clases, corrió para no dejar que sus amigos (en especial Carolina) tengan un año tranquilo y en paz; pero una piedra se cruzó en su camino, Kassandra cayó en cámara lenta, mientras sus esperanzas de ser una abuela con cabello multicolor se desvanecía ante sus ojos.

Cuando cayó, se quedó en el suelo sin moverse, esperando que llegara la primera y más rápida de esas bestias, pero eso no pasó. Se dio cuenta que sus orejas ya no recibían sonido alguno, ni los gritos de sus amigas, el público o los sonidos de las bestias, levantó la mirada y vio con extrañeza como el gran coliseo había desaparecido. Ahora se encontraba a gachas en un frío suelo de losetas negras.

—¡Levanta tu trasero, Kassandra!

Esa también era una voz conocida, tal vez, demasiado conocida.

—¡A mí no me gritas, imbécil!—dijo Kassandra, levantándose con una sonrisa.

—¡Estoy tratando de mantenerte con vida!—grito Daniel, con el terror dibujado en el rostro. El chico estaba vestido completamente de negro, como si fuera un ninja.—¡Los Oscuros ya vienen!—añadió, señalando con la mirada un túnel en el que unas sombras gigantescas hacían su ingreso.

Kassandra miro donde su amigo le indicaba, esperando expectante a que esas sombras gigantescas revelaran su verdadera y espantosa apariencia. Cuando la primera sombra se revelo a la luz, la chica vio con espanto que la cosa a la que Daniel le tenía tanto miedo era... un conejo súper desarrollado. Ella estaba perpleja, sorprendida y divertida, ¿quién carajos le tiene tanto miedo a una gran bola de pelos? ¿Y quién lo apunta con un arma? Si bien Kassandra no era una especial amante de los animales, el conejo le daba cierta ternura.

—Danielito—Kassandra miro a su amigo con una sonrisa, sabía que él odiaba que lo llamaran así—sé que no eres el tipo más valiente de todos... pero esto es ridículo.

Recordaba todas las veces que habían ido al cine a ver alguna nueva película de terror y Daniel se ponía a gritar como loco cuando el asesino no podía ser más obvio. Podía aparentar ser un chico fuerte y valiente, pero detrás de todos esos músculos y ese rostro atractivo, era un miedoso.

—¡Te digo que son peligrosos!

Kassandra rodó los ojos con fastidio, era en esos días donde deseaba tener una cinta de embalaje o algo que pudiera cerrarle la boca a Daniel de una vez por todas.

—¡Por la...!

Una zanahoria demasiado afilada le había rozado una de sus mejillas y se había clavado en la pared que estaba tras de ella. Segundos después ya fue una, sino cientos de zanahorias las que le fueron lanzadas con intenciones nada amigables. Daniel se tiró al suelo y su amiga lo imitó, luego el chico se arrastró hacia una puerta, que no había estado allí minutos antes, con Kassandra siguiéndolo muy de cerca. Cuando atravesaron la puerta, la chica vio algo mucho más aterrador que a los Oscuros o el grupo de bestias salvajes y, tal vez, lo peor para ella fue darse cuenta que volvía a estar sola.

Había aparecido en una sala mucho más grande, delante de ella se habría paso un gran ejército de chicos tatuados, con ropa de colores fosforescentes y peinados de esos que provocan calambre al ojo a la desdichada persona que lo viera. La banda de Los Kevin de los que había hablado La Kimberly.

Ser asesinada por un Kevin nunca fue una de sus principales aspiraciones. Prefería morir en algún apocalipsis zombi, en alguna pelea callejera, ser la comida (baja en grasas) de un dragón o en una carrera de autos clandestina, tener una muerte que sería envidiada por todos, pero, ¿ser asesinada por un Kevin? No, no y no.

Navajazos a mí.

—Tranquila, ya estas a salvo junto a mí.

Un joven rubio, que parecía haber salido de alguna revista de moda, se había aparecido frente a ella, agachándose y ofreciéndole una mano para que se levante, con su sonrisa Colgate triple acción que la cegó por unos segundos, brillaba demasiado para su gusto.

Sí, claro, un modelo súper guapo y con aire de bailarina va a salvarme del ejército de Los Kevins.

Los Kevins se abalanzaron corriendo hacia ellos, al tiempo que Kassandra se abrazaba en el trabajado y musculoso cuerpo de aquel extraño y guapo rubio, algo le decía que no iba a salir viva de esa.

De pronto, se escuchó un ruido que los dejó aturdidos a todos. Una frase que se repetía y que cada vez se escuchaba más y más fuerte. Las paredes empezaban a caerse a pedazos, Los Kevins se agarraban los oídos en un intento de evitar escuchar ese sonido que los atormentaba.

KIKI MAJENS TU MASELF...

Era la alarma de Kassandra, informado a la chica que ya eran las nueve de la mañana.

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