Capitulo 25: Ensalada de frutas
—Naranjas—dijo Kassandra, cuando Vania entró por la puerta.
—Papayas...—susurró Carolina, al ver a Estefany entrar corriendo al aula.
Kassandra se mordió el labio para no reirse, sentada a su lado, Carolina escondió el rostro en los brazos, para que nadie viera que se había puesto roja.
—Ha entrado Camila...—susurró Kassandra, muy bajo para que solo su amiga la escuche—A ver... ¡Uvas!
—¿Que juegan?—preguntó Rachelle con curiosidad, acercándose a ellas.
Landra había hecho esa pregunta minutos antes y, cuando escucho la respuesta, salió corriendo a echarse la bendición y consultar un psicólogo.
—¿Que dices de Rachelle? ¿Que le das?—Kassandra le golpeó las costillas, con suavidad, a su amiga, para que levantara la cabeza.
Carolina miro por unos segundos a Rachelle, luego, muy seria, le dijo a Kassandra:
—Melones.
Al parecer Rachelle lo entendió de inmediato, porque cubrió su pecho con sus brazos, mientras su rostro adoptaba el color de la sangre. Esta vez Kassandra no pudo, o no quiso, contener la carcajadas que salieron de su boca, Carolina también se estaba riendo, solo que de una forma más... decente.
En ese momento, uno por uno, sus compañeros entraron al aula y se sentaban en sus asientos. Kassandra intento dejar de reírse, pero en ese momento entró Gianella y no pudo contenerse de hablar.
—Sandías.
Ambas chicas, Kassandra y Carolina, explotaron en carcajadas y provocaron que Gianella las mire a las dos con las cejas levantadas, como pidiendo una explicación que ninguna de las dos era capaz de darle.
—¿Tienen hambre, chicas?—preguntó Gianella, con fingida amabilidad.—¿Que tal si salen comer y no se aparecen por aquí en un rato?
No estaba feliz, se notaba a kilómetros que tenía la mierda encima.
—Ya profe, ya...—dijo Carolina, poniendose seria y pateando, por debajo de la mesa, a Kassandra para que dejara de reírse.
La profesora avanzó hacia el pupitre y dejó caer, con fuerza, los libros que tenía en las manos, pasó la mirada a cada uno de sus alumnos, que estaban sumidos en un silencio sepulcral. Saco una tiza y empezó a escribir en la pizarra, con tanta fuerza que la tiza se le partió en dos.
—¿Que me miran? ¿Porque no han sacado sus cuadernos?
Era más una orden que una pregunta. De inmediato todos sacaron sus cuadernos de las mochilas y empezaron a copiar lo que Gianella escribía en la pizarra, sin arriesgarse a hablar (como solían hacer antes), solo escribían, en silencio.
—No tenía porque desfogar su ira con nosotros, ¡no tenemos la culpa de nada!—se quejó David, cerrando su cuaderno con enojo.
Él era uno de los muchos que estaban molestos por la cantidad de tarea que les había puesto Gianella, no, no, la profesora Ortiz, como pidió que la llamaran de allí en adelante.
—Tal vez discutió con su novio, por eso está así...—aventuro Dayana.
—Ya chicos, todos tenemos dias malo a veces.—razono Camila.
Claro, ese día no había empezado para nada bien y al parecer no tenía planes de mejorar, porque Valencia tampoco llegó de muy buen humor que digamos.
—Odio mi vida, odio las matematicas, ¡odio a Valencia!—escupió Rachelle, echando chispas.—¡Estropearnos el fin de semana con esos números del diablo! ¡¿Y tú qué me miras?!—le gritó a un niño de no menos de cinco años, que corrió a los brazos de su madre.
La mujer la miró con enfado, pero Rachelle no se dejó intimidar y le devolvió la mirada, retandola.
—Entiendo que estés molesta, pero no seas idiota—le susurró Landra al oído, arrastrandola lejos de la mirada de la señora.—Te ayudare con eso si quieres, pero tranquilizate.
Ese viernes no empezó ni terminó bien, y aparte no prometía ser un buen fin de semana porque tenían bastante tarea que hacer. Caminaban sin ningún tipo de apuro por llegar a casa, siempre era así, el trayecto de regreso a casa era perfecto para conversar.
—Mierda...—se lamento Sebastián, al darse cuenta quienes caminaban directo donde estaban ellos. Esos uniformes eran inconfundibles—Vayamos por otro lado.
—¿Les tienes miedo?—se burló Kassandra.—Vamos, hace tiempo que no veo a Helena.
—Esta bien, iremos—aceptó Sebastián—Pero no te metas en problemas.
Eso no era pedir mucho, él solo le pedía a Kassandra que se abstuviera de cualquier contacto físico innecesario...
Cuando ya estuvieron a sólo diez metros empezó a preguntarse por qué carajos permitió que sus amigos siguieran ese camino, pues ahora que se lo pensaba mejor, Rachelle estaba enfadada y si alguien se atrevía a provocarla era más que obvio que no se iba a quedar con las manos cruzadas; Daniel podía ser un miedoso y todo, pero no iba a huir mientras sus amigos estaban en medio de una pelea, Richard tampoco lo haría y bueno, de Kassandra ni hablar. Aunque claro, eso suponiendo que las cosas se pusieran feas, existía la posibilidad de que solo intercambiaran miradas de odio, pero no llegarían a los golpes.
—Gamin—dijo la chica que iba al frente, con una sonrisa de lado, mientras miraba a Kassandra de arriba a abajo.
Casi de la misma altura que Kassandra, facciones asiáticas, ojos marrón oscuro, igual que su cabello ondulado, delgada y a simple vista parecía una chica tranquila, pero no lo era. Ella era Helena Suarez y no era precisamente la chica más pacífica del planeta.
Su vestimenta era igual a la de los nueve chicos que la acompañaban, todos tenían el mismo uniforme: camisa blanca, medias blancas, zapatos de charol negros, pantalón o falda (en el caso de las chicas) negra, ambas corbatas eran iguales para hombres y mujeres.
—Ya llego la hora loca, ¿donde animarán hoy?—preguntó uno de los amigos de Helena, que tenía un gran parecido a un gorila, uno muy grande y peludo.
—Suárez—contestó Kassandra, sin hacerle caso alguno al gorila.
Se quedaron en silencio por unos minutos más, mirándose entre sí. La sonrisa de Helena se ensanchó más, dos de sus amigos empezaron a reírse entre ellos, luego, al parecer, le contaron la gracia a los otros porque ellos también se estaban riendo.
No era ningún secreto que ambos colegios se detestaban entre ellos, era como una tradición que no tenía planes de cambiar, siempre intentando superarse en los deportes y en los concursos. Aunque claro, la rivalidad también había salido de las aulas, ya que todas las semanas llegaban rumores que sus alumnos se habían enfrentado entre sí.
Ambas chicas, Kassandra y Helena, ya tenían un pasado no tan bonito si nos ponemos a recordar todos los moretones que se hacían en cada partido en el que se enfrentaba. Nunca habían llegado a los golpes, pero eso no significaba que no lo hubieran pensado ya. Se cayeron mal desde el primer día que se conocieron y los cuatro años siguientes no hicieron nada para solucionarlo, me atrevería a decir que solo lo alimentaron.
Pero en esa ocasión no parecía una idea muy inteligente originar una pelea en la calle, donde todos pudieran verlos, además, no había ninguna razón que lo justificara, así que Helena, con una mirada cargada de autoridad, volteo a ver a sus amigos, que se callaron de inmediato. Ella sabía cómo domar a las bestias.
—Nos veremos luego, Gamin—se despidió Helena, con tono educado, pasando a su lado. Sus amigos la siguieron, no sin antes mirar burlonamente a los otros chicos.
—¿Algún día dejarán de odiarse?—preguntó Sebastián, esperanzado.—Mira que no pido que sean super amigas, pero vamos...
—¿No crees que estás pidiendo mucho?—lo interrumpió Kassandra, mirando con recelo a su amigo.—¿Que, te gusta?
—¡No, por supuesto que no!—contestó Sebastián, comenzando a enfadarse.—Solo quiero que tu alma esté en paz, ¿entiendes? Odiar no es el camino.
Kassandra suspiró y cogió por los hombros a su amigo, zarandeandolo mientras se reía.
—Esta bien, pero no prometo nada.
El sábado tampoco fue mejor que el viernes, pues se la pasaron resolviendo los ejercicios matemáticos y leyendo Mi Planta de Naranja-Lima, que había sido el libro encargado por Gianella. El primer trabajo sí que había sido complicadísimo, pero como los chicos habían dividido las tareas, les fue más fácil resolver la hoja de preguntas; el segundo trabajo en realidad fue una lectura bastante amena, pero el final si dejo en muy mal estado a Jessica y Carolina, que eran las encargadas de leer el libro y luego compartir la información con sus amigos.
—La vida no tiene sentido, matenme, por favor.—pidió Jessica, recostada en el mueble y mirando el techo.
—Vamos, no pudo ser tan malo...—dijo Richard, mirando la laptop y empezando a escribir algunas cosas—¡Miren! ¡Tiene película!—Colocó la laptop en el suelo, y sus amigos cogieron algunos cojines y se acostaron encima de ellos. Listos para su improvisado cine.
Una hora y cincuenta minutos después, Jessica ya no era la única que soltaba lágrimas en la sala de Richard.
Al final regresaron a sus respectivas casas con un vacío en el pecho, sentían como si la persona que más amaban en el mundo hubiera muerto... bueno, para Zezé si fue así...
Bueeeeno, ando de buen humor así que les adelanto este capitulo. Lo sé, me aman.
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