Capitulo 24: Déjala morir

—¡Auch!—gritó Kassandra, cayendo al piso y sobándose las manos, mientras la pelota de voley iba a dar en el otro lado del campo.

Erika corrió a ayudarla para que se levante.

—¡Déjala morir!—le gritó Carolina desde las gradas.

Erika sonrió al escuchar eso y le extendió la mano a la chica que estaba tirada en el suelo, mientras las otras chicas se reían a más no poder.

—¡Yo no soy su enemiga!—se quejó Kassandra, aun con los brazos ardiendo por todas las pelotas que había tenido que contestar, en su mayoría lanzadas por Rachelle—¿Podrían ser más suaves? Pareciera que quisieran matarme...

—Así entrenamos, igual que ustedes son igual de duras cuando jugamos, no seas llorona.—dijo Melissa, haciendo rebotar el balón y mirando amenazante a Kassandra.

Los entrenamientos ya habían empezado, los equipos desde el inicio se preparaban para los juegos escolares. ¿Como Kassandra había terminado jugando una muy dura partida de voley? Pues estaban haciendo las pruebas para encontrar un nuevo equipo, y ella estaba aburrida y ese deporte no se le daba tan mal (solía jugar con su hermano), así que se había ofrecido de voluntaria, pero ahora la estaban moliendo a pelotazos. Era evidente que la querían borrar del mapa. Alguien les había pagado para dejarla en estado vegetal por el resto de su vida.

—Después de un tiempo tus brazos se acostumbran al dolor, sino pasa eso tendrán que arrancartelos...—susurró Erika, cuando examino los brazos amoratados de Kassandra.

—¿Intentando matar a mi jugadora estrella?—pregunto Layla, apareciendo de quien sabe donde.

—El voley no es un deporte de niñas—contestó Erika, mirando con una sonrisa a Layla y lanzandole el balón.

La estaba retando.

Layla lo cogió y le devolvió la sonrisa. En ese momento empezaba la Tercera Guerra Mundial.

Los minutos siguientes se la pasaron jugando, lanzandose la pelota de extremo a extremo, con más fuerza de la necesaria, cosa que obligaba a que las chicas tengan que tirarse al suelo para evitar ser acribilladas por uno de esos misiles. Fue un juego realmente salvaje al que solo los mas valientes se atreverían a entrar. Cuando todo terminó, Kassandra no era la única adolorida: muchas se quejaban del dolor en los brazos, dedos torcidos y algunas incluso tenían las extremidades inútiles, les dolían demasiado como para intentar hacer algo con ellos.

Al final parecía que las únicas que habían salido ilesas (o no querían admitir que les dolía cada centímetro del cuerpo) eran Erika y Layla, que las miraban a todas con desaprobación, ellas siempre haciéndose las duras, pues si alguna soltaba un quejido, eso solo significaba una victoria para la otra. Y a ninguna de las dos les agradaba la idea de perder. Una rivalidad nata.

—Mañana nos toca a nosotras, ni se te ocurra llegar tarde. A la misma hora—le dijo Layla a Kassandra, antes de echarse a correr para alcanzar la cola y salir.

—No voy a poder escribir mañana—murmuró Kassandra, mirando con recelo a Rachelle que solo se encogió de hombros, como único gesto de disculpa hacia su amiga, a la que casi había matado con una de sus pelotas-misiles.

Kassandra siempre había dicho que Rachelle era alguien con quien ella no querría tener problemas, si, ella podía ser muy tranquila, pero todos tenemos un limite (prueba de eso es Landra, que gritar como histérica a Kassandra, demostrando una faceta, hasta entonces, desconocida) y ella no quería ser la que descubra cuánto duelen los golpes de su amiga.

Después de unos minutos al fin pudieron respirar la libertad que existía fuera de los límites de su secundaria.

Primer lunes de la segunda semana y ya todos estaban deseando que termine, las cosas empezaban a ponerse serias de verdad, las tareas, trabajos y exposiciones empezaban a aparecer en los sueños de los estudiantes, convirtiéndolos en sus peores pesadillas. Lo único que los alegró ese día fue la presencia de Gianella, que al parecer estaba contenta de poder hacer lo que más le gustaba: enseñar. ¿Por cuánto le duraría la felicidad de ser tutora de esos anima... alumnos, eso, alumnos muy respetuosos y ansiosos de aprender?

El martes tampoco estuvo mucho mejor, ya que volvieron a verle la cara a Valencia que no estaba para nada contento con las notas que sus alumnos habían sacado en su examen sorpresa. Aunque a la mayoría no les sorprendía ver esas dos lindas bolas rojas y tachaduras de respuestas erradas en sus hojas.

—¿Cuanto sacaste?—preguntó Kassandra a Rachelle, intentado ver su nota por encima de su hombro.

—Cuatro, ¿tú?—contestó Rachelle, mostrándole la hoja a su amiga para que lo compruebe por sí misma.

—¡Cinco, te gané!—dijo alegre Kassandra, haciendo señas de victoria con sus manos mientras Sebastián la miraba con desaprobación.

Él había obtenido un lindo quince y eso era una decepción, ahora solo imaginense que Sebastián hubiera obtenido un once, en definitiva se tiraba un balazo o tomaba veneno.

El lado positivo de todo eso era que (porque en toda situación siempre hay uno, ¿no?)... bueno, tienen salud y son buenos en otras materias... vale, siempre está la opción de vender chicles en los buses, no se necesita la Secundaria completa.

—Mamá va a matarme cuando vea esto...—gimió Jessica, mirando el sensual dos que Valencia le puso como nota.

—Nadie se tiene porque enterar, querida—dijo Iván, cogiendo el examen de Jessica y haciéndolo pedazos.

Unos lo imitaron y también lo rompieron, mientras que otros, con Kassandra al frente, habían hecho su examen una bola y la sujetaron con cinta adhesiva, para luego lanzarsela entre ellos, con la fuerza necesaria para dejarte ardiendo la espalda. No pasó mucho tiempo y ya todos se estaban uniendo al sanguinario juego.

—¿Porque nunca se comportan como niños normales?—susurró Sebastian, pero solo Landra, que se había puesto detrás de él para protegerse de los papeles, lo escucho—¡Ya! ¡Bajen eso! ¡Van a ver, van a ver!

Pero nadie le hacía caso al pobre muchacho, que ya se iba a quedar afonico de tanto gritar para intentar que sus amigos se detengan, aunque claro, él debía saber mejor que nadie lo problemático que significaba intentar razonar con esas bestias. Sin embargo, no se rendiría, era su primer reto como nuevo Brigadier.

—¡Estoy hablando en serio, Kevin!—gritó Sebastian mas fuerte—¡No le tires la cartuchera, Estefany!

Protegiéndose con cuadernos estaban los chicos nuevos, Samantha, Rubén y Felipe, que no se sentían con la suficiente confianza como para unirse a la guerra o (tal vez, solo tal vez) eran personas civilizadas y racionales que sabían cómo comportarse. Pensar eso contento a Sebastián, el chico se alegró ante la idea de compartir la clase con personas educadas y que no se dedicaban a fomentar el desorden o lanzar papeles...

Una bola, lanzada por Aldair, le cayó en la cara a Samantha, dejándole la frente roja y algo hinchada. Todos se quedaron en silencio, esperando su reacción: ¿lo gritaba y lo hacia desear nunca haber nacido o lo golpeaba hasta dejarlo tirado en la cama de un hospital? Que corran las apuestas.

—Muy bonito.—susurró una voz, desde la puerta, que conocían demasiado bien: el auxiliar Bruno.

¡Ya establecieron un récord! Creanme que ninguna clase entera consigue, en una semana, una llamada de atención cuando apenas se inician las clases. Si esto sucede en el comienzo, solo imaginen lo que pasará en el transcurso de los meses...

Cayeron Sansón y los que no son, pero así era la vida.

Al parecer Sebastián quería aplicar la ley del hielo con sus amigos, pues él también había pagado por su guerra de papeles. Pero no pasó mucho tiempo y él ya se estaba partiendo de risa por el chiste malo de Rachelle, era malísimo, creanme, pero su forma tan escandalosa de reírse mientras intentaba contarlo fue lo que provocó las carcajadas de sus oyentes.

Supongo que, dejando de lado sus resultados en el examen y el hecho de que su próximo revuelo en el aula sería duramente sancionado, ese había sido un buen día.

***

—¡Si se detienen volverán a dar las cuatro vueltas!—advirtió José, el profesor de Educación Física que nunca hace ejercicio, antes de sonar el silbato y que toda la clase empezará a correr.

Sí, una tarea nada complicada, digo, ¿quien no soportaría correr alrededor de la pequeña cancha de futbol? Pequeña, sí, tan pequeña que el Maracaná cabría allí sin problema alguno. Tenían que ser fuertes, sin detenerse o tendrían que volver a correr y eso no iba a ser agradable.

El profesor los miraba con una sonrisa diabólica, mientras sus escurridizos ojos escapaban de uno a otro muchacho. Claro, para los que practicaban algún deporte que implicara la tarea de correr, aquel ejercicio era pan comido, pero para los esclavos de la cama... bueno, era un milagro que a estas alturas no estén sufriendo de ningún ataque epiléptico.

—¿Todo bien, guapas?—preguntó Kassandra, poniéndose al lado de Carolina y Jessica, que parecían al borde del desmayo—Vamos, solo son cuatro vueltas, después verán las piernotas que tendrán.

—Idiota—dijo Carolina, intentando alejarse de ella pero esa era una tarea imposible.

Al menos tuvo consiguió algo de qué reírse en las horas siguientes, pues Kassandra tropezó y se cayó casi de cara en el suelo, provocando las risas de sus compañeros que la habían visto.

—¡Profe! ¡Oiga, profesor! ¡Gamín se sentó a descansar!—gritó Eduardo, pasando por encima de Kassandra.

Cuando terminó la clase todos estaban cansados, agotados y a muchos no les respondían las piernas, aunque al menos estaban vivos y no les había dado un paro cardiaco a mitad de la carrera, pero milagrosamente vivos.

—¿A qué sabe la tierra?—preguntó Jessica a Kassandra, con una sonrisa burlona, mientras se lavaba la cara en el baño de mujeres.

—¿Quieres averiguarlo? Puedo ayudarte—ofreció Kassandra, sonriendo inocentemente.

Iba a salir del baño, pero antes de hacerlo se encargó de lanzarle un gran chorro de agua a Jessica en la blusa. Salió corriendo antes de que su amiga reaccione, pero cuando cruzó la puerta escuchó claramente la risas dentro del baño. Su trabajo estaba hecho.

Hasta ese momento, para los alumnos de Quinto ''B'', los miércoles eran el mejor día de la semana, porque ese día no llevaban cursos que no les exigen demasiado a sus pocos funcionales cerebros: las primeras horas llevaban Lenguaje con Gianella, despues Educación Física, el recreo y le seguía Arte, al final estaba Computación, ¿lo ven? Nada demasiado exigente.

El jueves las cosas si se ponían más fuertes, sin contar que debían ver otra vez a Valencia y entregarle el trabajo que él les había encargado como castigo por las notas, cinco hojas llenas de ejercicios complicadisimos. Si que era un hombre considerado y que profesaba amor a sus alumnos.

Muchos se esforzaron por resolver los ejercicios, pero apenas pudieron con el primero y dudaban de que estuviera bien contestado. Aun así entregaron sus trabajos.

—Que sea lo que Dios quiera...—susurró Kassandra, dejando su trabajo encima de la carpeta de Valencia, que la miraba casi sin parpadear.

La ayuda divina nunca le iba mal a nadie y ella no era la única que la pidió.

Mientras Valencia revisaba uno a uno los trabajos, su cara de incredulidad aumentaba más, su vena en la frente pareció sobresalir aún más que de costumbre. Eso era suficiente para los alumnos, que sabían exactamente lo que estaba pensando su adorado profesor: que sus estudiantes eran retrasados.

—Y lo quiere firmado para mañana, maldito...—masculló Carolina, leyendo la nota que el profesor le dejó en el pie de sus hojas.—Mamá me matara cuando vea esto, tendrán que ir a desenterrar mi cadáver.—añadió, sin poder ocultar una sonrisa.

Sus amigos la miraron con los ojos como platos, sorprendidos.

—¿Acabas de hacer una broma?—le preguntó Richard, tocándole la frente para comprobar su temperatura y que no esté ardiendo en fiebre.

—¡El fin del mundo se acerca y no estoy preparada!—gritó Jessica, mirando al cielo con los puños extendidos.

Una gota de agua le cayó en la cara. Luego otra. Y otra más.

La lluvia empezaba a caer.

Corrieron a esconderse, con las mochilas cubriendo la cabeza y buscando algún techo para evitar mojarse... más de lo que ya estaban.

—¿Lo ven? ¡Esto es culpa de Carolina y su broma! ¡Ha alterado el orden natural de las cosas!—dijo Rachelle, cuando al fin lograron encontrar la protección del techo de una casa, mirando con los ojos muy abiertos a su pequeña amiga, que empezaba ponerse roja.

—El fin del mundo es... inminente.—terminó Jessica, con seriedad.

Alguien se rió, alguien explotó a carcajadas mientras los señalaba con una mano, lágrimas de felicidad salían por sus ojos. Carolina.

—Tendrían que ver sus caras de idiotas...—dijo ella mientras se reía en la cara de sus amigos.

Sin embargo, ellos aún no salían de su asombro. Kassandra los miro, con una sonrisa de oreja a oreja.

—Es que Camila le dijo que la quería...

El amor, el amor... a veces te pone más idiota de lo que deseabas, pero, ¿que seriamos nosotros sin el?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top