Capitulo 22: Examen sorpresa
Como es bien sabido, la primera semana de clases no se mucho, solo lo clásico: se presentan los profesores, los alumnos, se reparten las aulas, la entrega de horarios y libros, nombraron a Sebastian brigadier general del turno tarde (de toda la promoción de quinto de ese año, era obvio que lo elegirían a él), le repiten a Kassandra que se quede donde todo el mundo pueda verla... en fin, lo básico y esencial.
En Quinto B (aula de nuestros no tan cuerdos protagonistas) en su mayoría habían llegado los mismos profesores de siempre (que maldecían su suerte) y otros que solo conocían de vista, pero ahora eran sus profesores; también se presentaron tres nuevos alumnos. Al principio, los chicos eran bastante tímidos, pero con el pasar de la semana se fueron soltando y ya habían intercambiado números de celular, para ser agregados en el grupo de Whatsapp del aula. Ellos no sabían el peligro que conllevaba estar metido en ese grupo, porque una vez que entrabas, era imposible salir...
Allí se intercambiaban tareas, memes sobreexplotados, música, cadenas de amistad, se organizaban salidas y, sobre todo, se jugaban bromas. Tal vez se pregunten qué tipos de bromas se pueden hacer, pues la respuesta es simple: fotos de la anatomía humana y videos de apariencia inocente, pero cuando los reproducias escuchabas gente llegando al más allá... Por cosas como esas, ahora todos tenían cuidado al abrir algún archivo y eran extremadamente cautelosos al escuchar un audio, nunca se sabía lo que podías llegar a reproducir. Y ahora, con los chicos nuevos, que no sospechaban nada de eso, podían sacar todo su arsenal. Así de crueles podían llegar a ser, pero, si los nuevos querían sobrevivir, debían adaptarse.
Como en toda secundaria, había especies de "grupos", ya saben: populares, nerds, los fiesteros, los frikis, emos, la delincuencia, las futuras estilistas, deportistas, los traficantes de sustancias ilegales... en fín, la lista es infinita. En el primer grupo se encuentran los crush de casi todo el colegio y, por cosas como esas, sus integrantes se creen la última Coca-cola en el desierto; en el segundo están los futuros abogados, ingenieros y doctores, en ellos recae la responsabilidad de invitar los whisky de los reencuentros; encontramos en el tercer grupo a los futuros organizadores de eventos; consultando a alguien del cuarto, despejamos cualquier duda que existiera sobre algún comic o anime, ¡nos darían clases completamente gratis!; con algo de suerte, todos los del quinto grupo vivirán lo suficiente para graduarse (y si no lo logran, la promoción de su aula llevará su nombre); es posible, si te llevaste bien con todos tus compañeros y si los trataste con el debido respeto que se merecen, que los del sexto grupo te protejan de sus colegas de manos largas (cabe la posibilidad que lo último que sepas de ellos, es que están en alguna cárcel); el día de tu boda, y con algo de suerte, te toparas con alguna de las que conformaron el sétimo grupo, ¡si le caiste bien en la secundaria, créeme que te hará un descuento!; ah, los últimos y no menos importantes... es posible que a estas personitas las encuentres luego paseando en su Lamborghini, ¡como todos unos empresarios de sustancias alucinógenas!
Sí gente, asegúrense de hacerse amigos de todos y no te creas la gran cojudez que el mundo da vueltas, nunca sabes cuando necesitaras de los servicios de un Brayan...
****
Era viernes, el ultimo dia de la primera semana (en la que no habían hecho nada productivo, debo decir). Apenas tocó el timbre y los alumnos entraron a sus salones, afligidos porque un nuevo profesor entaria a intentar enseñarles algo a las bestias salvajes... digo, a sus estimados estudiantes.
—Ya llego Valencia...
El profesor de matemática Alberto Valencia, el más querido de todos los alumnos... bueno no eso nunca sería posible. Por alguna extraña razón todos querían tirarlo de las escaleras, pero claro, eso sería un delito grave. ¿Porque ese fastidio? Pues, digamos que él era un poco exagerado al dejar tareas, siempre les daba a sus alumnos más actividades de las que sus diminutos cerebros pudieran desarrollar... ¿No era suficiente castigo tener que aguantar sus clases, sino que también les mandaba tarea para lo que les quedaba de vida?
Valencia entró al aula, con los ojos cargados de emoción y una sonrisa diabólica en los labios. Algo lo tenía alegre y eso era una señal muy mala para sus alumnos, les iba a pasar algo desastroso, hubiera sido mejor que se quedaran en su casa fingiendo que eran víctimas de un derrame cacal.
—Saquen una hoja, por favor—hablo Valencia, con su voz grave y lenta.
Los alumnos se miraron entre sí, con el terror dibujado en sus rostros, sus peores miedos se habían confirmado, ¿tan temprano debían poner a funcionar sus cerebros?
Pero debian ser optimistas, digo, ¿y si les pedía que sacaran la hoja porque se pondrían a jugar tutti frutti? Se podía decir que ese era un juego educativo y de agilidad mental, sí, tal vez era eso. Hay que ser optimistas.
—Primera pregunta...
Todos los alumnos hicieron un sonido de descontento, maldiciendo su suerte y preguntandose quien los odiaba tanto como para darles semejante castigo.
Las dos horas siguientes se la pasaron resolviendo complicadisimos ejercicios matemáticos, que, según Valencia, les servirán para recordar lo aprendido el año pasado (si es que aún lo recordaban, claro está). Aunque, por la cara de disgusto que el profesor puso al revisar los primeros tres exámenes, los alumnos apenas y si sabían sumar.
—Eso, eso, lárgate de aquí...—murmuró Kassandra, cuando tocaron el timbre que indicaba que las horas de Valencia habían acabado y debía irse, para alegría de casi todos en el aula.
Cuando desapareció por la puerta, todos se levantaron maldiciendo, mientras rompían las hojas, donde habían intentado resolver los problemas, y las tiraban al bote de basura.
—Te lo juro, cuando me gradué le voy a tirar todos mis cuadernos en la cara, para que sepa lo que duele...—le comentaba Julio a David, con el entrecejo fruncido.
Y a decir verdad, él no era el único que lo pensaba, pues ya muchos se imaginaban lanzando su mochila a los profesores que los habían hecho sufrir en esos cinco años. Como es obvio, entre ellos se encontraba Kassandra, que no pensaba solo tirar la mochila, sino los libros, las sillas e incluso la carpeta. Fantaseaba con eso siempre.
—Fue demasiado fácil, no te quejes—le dijo Landra a Daniel, después de que él tirara una bola de papel por encima de la cabeza de Rachelle y cayera limpiamente en la basura. Rachelle lo miró con los ojos entrecerrados.
—La matemática apesta.—contestó Daniel.
—Dices eso porque no prestas atención, si te lo propones...—empezó Sebastian, pero Daniel se apresuró a detenerlo.
—El que quiere ser ingeniero aquí eres tú, no yo.
—Muchas carreras universitarias llevan matemática...—insistió Sebastian.
La universidad, por el momento nadie quería pensar mucho en eso. Gracias al cielo llegó Karina, otra de las profesoras, y Sebastian no pudo continuar con esa charla que nadie quería escuchar, suficiente tenían con sus padres, que, en el momento menos indicado, hacían esa pregunta: ''¿Que piensas estudiar?''
Algunos lo tenían claro, pero la gran mayoría estaba indecisa.
***
—¡Gamín! ¡GAMIN!
Kassandra se detuvo y miró hacia atrás, para ver quien la llamaba a gritos. Sonrió al darse cuenta que no era otra que Layla.
—¿Paso algo?—preguntó Kassandra cuando Layla llego donde ella estaba, jadeando. Ya se hacía una idea de para que la llamaba.
—Camina más despacio, ¿quieres?—dijo Layla, poniéndose al lado de Carolina y usando su cabeza como soporte.
Carolina quitó su cabeza con brusquedad.
—¿Que me querías decir?—Kassandra agito su mano frente a Layla, para recuperar su atención.
—Bueno ya, las prácticas empiezan la próxima semana, creo que también entrenaremos los sábados... ¡Ah, sí! Melissa me pidió que le digas a Rachelle que ella dice que Erika le dijo que sus prácticas también empiezan la otra semana. Nada más, ¡suerte!
Layla se fue como había venido: corriendo.
—Recuerda decírselo a Rachelle.—sonrió Kassandra, poniéndole una mano en el hombro a Carolina.
—¿Que? ¿Yo porque?—preguntó Carolina, mirando a su amiga con enfado, o sea, la única cara que sabía hacer.
—Siempre me dices que tengo cerebro de pollo—reflexiono Kassandra, cogiendose la barbilla con la mano mientras miraba el cielo.—Así que es probable que yo lo olvide todo, se lo dices, ¿esta bien?
—Te odio y no sabes cuanto...
Kassandra sonrió, al decir eso, Carolina ya había aceptado y ella no tendría que preocuparse de olvidar nada.
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