Capitulo 10: Levanta el culo de la cama.

—¡Vas a llegar tarde, Kassandra!—grito Liliana, tocando la puerta de su hija para despertarla.

—Un ratito más...—se quejó la chica.

—¡Levanta el culo de una vez, se supone que tienes que ir a ver a Landra!

Puro amor maternal.

Se levantó a regañadientes de su cama, fue directo al baño y lavo su rostro para quitarse la cara de cansancio que siempre traía cuando se levantaba antes de las nueve o tenía que ir a la escuela. Gracias al cielo había seguido el consejo de su madre y había preparado el equipaje una noche antes, para ahorrarse los problemas de último minuto.

—Abrígate—ordenó Liliana, al ver a su hija bajar de las escaleras con aspecto cansado—Está haciendo frío.

—Vale, mamá...—murmuró Kassandra, conteniendo un enorme bostezo.

Su madre se alejó, desapareciendo por la puerta del baño.

La chica desayuno junto a su padre, sin hablar mucho porque eso de levantarse tan temprano no era lo suyo y tenía que curarse de la impresión.

—Cuídate y diviértete—dijo su padre, levantándose de la mesa y dejando un beso en la frente de su hija.—Cualquier cosa llamas a la casa y dile a ese chico Damián...

—Daniel—lo corrigió Kassandra, rodando los ojos con fastidio.

—Como sea. Dile que no quiero sus manos cerca de mi hija.—añadió, saliendo de la cocina.

Kassandra miro su celular con cansancio, aun eran las seis de la mañana... pero tenía que ver a Landra a las siete y conociéndola, ella ya estaría lista desde las cinco y estar despierta desde las cinco en vacaciones era, para Kassandra, el peor pecado de todos.

.

La minivan entró en la pequeña ciudad. Todos los chicos, ahora completamente despiertos después de tres horas de viaje, miraban bastante emocionados el paisaje, que era una combinación de casas rurales y edificios pequeños. Para su sorpresa, el padre de Rachelle no se detuvo en ninguno de esos, sino siguió un camino que los alejaba de la ciudad.

La minivan se dirigía a una ¿casa? ¿Se le podía llamar a esa gran construcción de cemento casa? Esa palabra no le hacía justicia en nada. Como sea, la minivan que llevaba a los chicos se estaciono en el gran jardín que tenía, todos bajaron contemplando admirados la casa de los abuelos de Rachelle.

—Nunca me dijiste que tu familia sembraba droga—susurro Kassandra en el oído de su amiga.

—Y de la buena—añadió Jessica, que lo había escuchado y se unía a la conversación.

No ayudaba en nada que el apellido de Rachelle sea Guzmán, ¿coincidencia? No lo creo.

—Callense y dejen las maletas—dijo Rachelle, rodando los ojos.

Se pusieron en ello, bajando una a una las maletas del auto, hasta tenerlas todas juntas, pero algo los sorprendió...

—¿Si sabes que nos vamos solo por unos dias y no a vivir, verdad?—preguntó burlona Carolina al ver la cantidad de equipaje que Richard traía.

—¡Has traído tu casa contigo, hermano!—gritó Daniel.

—Callense los dos—los corto Richard.

Incluso el padre de Rachelle se estaba riendo y ni siquiera intentaba nada para disimular. Cuando todos tuvieron sus cosas listas, los guió dentro de la casa, donde ya había gente esperando. Vieron a niños pequeños jugando y corriendo en la sala mientras los adultos conversaban sentados en los muebles, a ellos rápidamente se unieron los padres de Rachelle que fueron recibidos con muchos gritos de emoción.

Una mujer de por lo menos treinta años se acercó a Rachelle y la abrazo tal vez demasiado efusivamente, dejándola sin respiración por unos segundos.

La está matando...

—Y ella... es mi tía...—jadeo Rachelle, recuperando lentamente la respiración.

—Me haces sentir vieja—se quejó la mujer.—¿Ellos son tus amigos?—preguntó, fijando la mirada en cada uno de los chicos, que tenían pinta de perdidos—Son demasiado monos, ¿me puedo quedar con uno?

—Te juro que me encantaría que te los quedes a todos, pero tengo que devolverlos

—Bueno, bueno—rió la mujer.—Supongo que tienen hambre por el viaje,—todos asistieron con la cabeza—la comida estará lista dentro de poco, así que mientras esperamos las llevaré al lugar donde dormirán.

La siguieron por unos largos cinco minutos, caminando entre habitaciones hasta llegar a las suyas. Habían dos puertas de madera, una era la de chicos y otra la de chicas.

—Nos vemos en el almuerzo—se despidió Rachelle, al ver como Daniel y Richard entraban por la puerta de chicos.

Cuando Kassandra y las demás cruzaron la puerta, se encontraron con por lo menos una docena de chicas más, repartidas en cada esquina de la enorme habitación llena de camas y armarios.

Las recibieron con una sonrisa y se acercaron a saludar. Después de diez minutos de intercambiar sonrisas y nombres, las chicas al fin pudieron coger alguna cama libre.

—Te apuesto que Rachelle no reconoce ni a la mitad—dijo Kassandra, saltando en la cama de Carolina y tirando la mochila encima.

—¿Porque lo dices?

—Me pasa a mi también, ¿crees que es fácil acordarse de todos los primos? Sin mencionar que cada año aparece uno nuevo... y un tío perdido...—confesó Kassandra.—Mi árbol genealógico se hace cada vez más grande, no me sorprendería enterarme que Emma Watson es mi prima perdida.

—Lo que digas. Ahora, ¿podrias quitar tus pies de la ropa que se supone tengo que ponerme? Gracias—Carolina no espero respuesta y tiró de los pies de Kassandra, liberando así su ropa—¿Donde se supone que debo cambiarme?

Kassandra rodó los ojos, como si esa fuera la pregunta más obvia del mundo.

—Todas aquí somos chicas, cerebrito.

Carolina enrojeció de pies a cabeza ante la idea de desnudarse en una habitación llena de chicas, era demasiado para ella.

—Ni lo pienses, iré al baño.

Para convencer a su amiga, Kassandra se quitó primero la chaqueta y luego la blusa, quedando solo en brasier.

—¿Alguien se me quedo mirando?—pregunto a la más pequeña.—Somos chicas, tonta.

—Si, ya lo entendi, ¿te cambias ahora?—contesto algo nerviosa.

—Podría quedarme así todo el día.—sonrio, mirando a Carolina picaramente.

—No, no puedes—interrumpió Alejandra, apareciendo con un paquete de galletas que comía con total tranquilidad.—Eso es exhibicionismo.

La chica les ofreció a sus amigas sus galletas y ellas no se negaron porque morían de hambre en ese momento. Al final, Kassandra convenció a su amiga de que se cambie allí mismo de ropa, repitiendole que nadie la iba a mirar raro.

—Porque nadie quiere traumarse viendo a una tabla que habla.

Kassandra sonrió, Carolina la había golpeado en las costillas pero había valido la pena, el dolor y las lágrimas que amenazaban con salir de sus ojos.

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