Tortugas ciegas
Te regalas, crítica astuta de las manifestaciones del tiempo, quien te arrasa arañando la roca, mordiendo voraz las esquinas del edén. No hay amenazas del paraíso que acallen mis quejas, ¡no, jamás!, se me dio estas velas para incendiar el mundo, y así lo haré, con rebeldía, mas nunca con recelo. ¿Qué me aqueja ahora, para que yo me vuelva de esta forma y me revele casi con violencia ante el silencio? No presento novedad. Es la misma insuficiencia de entendimiento en cada mosca, las mismas ganas de vivir que nunca existieron, simplemente todo: el mal, el bien, lo bello y lo horrendo.
¡Pero hay algo más!, ah... sí, sí hay algo, que el mundo está lleno de tortugas ciegas.
Son inevitables muros merecedores de respeto y su existencia es una molesta montaña que impide al artista ver el horizonte, que impide al curioso correr libre por caminos estrechos. Pero la vida es un derecho, y la existencia magnífica, por eso no pisarás a la tortuga, no chocaras con la tortuga, no lastimarás a la tortuga... ¡Díganme! ¿No somos acaso piadosos? ¡Magnánimos! Ya quisiera yo sentir lástima del genio y así también del ignorante con tanta facilidad como sienten pena del ingenuo.
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