Capítulo 13
12 de Julio de 1789
...pero con la condición de que no juegues más que una carta al día y después de eso no vuelvas a jugar nunca más en tu vida.
Adentro, en la sala de juegos, el rey ahora conversaba con la reina mientras observaban a los jugadores reírse.
El conde de Arnoux se encontraba apostando una pequeña cantidad de dinero. La princesa de Lamballe tomó el rol de croupier.
—Espero no haber llegado tarde —dijo Jacques, anunciando su presencia ante los presentes.
—¡Mi querido Monsieur, nunca es tarde para apostar! —respondió la princesa barajando los naipes.
—¿Quiénes jugarán? —preguntó el duque de Coigny.
El barón de Benseval se acercó a la mesa, junto a la vizcondesa de Montague, el conde de la Roche y su mujer y otros cortesanos, entre los que el conde de Arnoux se encontraba.
Jacques sonrió.
Hasta sentía que todo el universo conspiraba a su favor.
—Al parecer el conde aún desea jugar conmigo —dijo, seguro de sus palabras.
—¡Más de lo que cree, Léglise! —aseguró el mencionad, dando un último sorbo a su bebida antes de acercarse a la mesa.
—Bien, caballeros, comencemos —dijo la princesa de Lamballe con una amplia sonrisa mientras se acomodaba la pluma de su tocado que comenzaba a caerse.
Arnoux y Léglise se miraban como si quisieran matarse, la tensión entre ellos no pasó desapercibida por nadie, por el contrario, las personas comenzaban a murmurar y a realizar apuestas.
Las fichas fueron repartidas, incluso llegaron a poner sobre el tablero joyas, relojes y monedas de oro y plata de las más altas denominaciones.
Al ser el último juego y día en que el conde estaría de visita, querían que fuera único. La reina apostó uno de sus brazaletes y el rey solo puso un Luis de oro.
Las apuestas fueron colocadas sobre un pañuelo de seda y esperaron a que la princesa preparara el tablero.
La croupier colocó los trece naipes de picas en tres filas. En la fila inferior colocó de izquierda a derecha el as, el dos, el tres, el cuatro, el cinco y el seis. En la fila superior estaban ubicadas de izquierda a derecha el rey, la dama, la sota, el nueve, el ocho y el seis. El siete de picas, la colocó a la derecha y en una fila intermedia al seis y el ocho.
Encima de los naipes, los jugadores fueron colocando sus apuestas. Jacques apostó al as de picas justo como Françoise se lo "aconsejó".
La princesa de Lamballe puso su dinero y el ábaco con el que llevaría la cuenta de las cartas que saldrían durante el juego. Este ábaco tenía en su interior una representación de los trece naipes de picas, donde, desde cada uno de los naipes sobresalía un eje metálico con cuatro cuentas.
El objetivo del juego era fácil: acertar el número del naipe que descubrirá el croupier.
Para Jacques esto era pan comido. Pues la respuesta ya la tenía, solo sería una partida la que jugaría y después, se iría para siempre.
En el mazo, la princesa sacó dos naipes, el primero determinó qué apuestas perdían y el segundo las que ganaban.
La partida estaba a punto de iniciar. Habían más de treinta cartas y cantidades exorbitantes de dinero que fueron anotados poco después en un trozo de papel.
—¿Cuánto dice apostar? —preguntó la croupier a Arnoux.
—Cincuenta mil —dijo seguro de si mismo.
Jacques sonrió.
—Yo doblo la apuesta del conde —habló Léglise atrayendo las miradas de todos.
—¿No cree que es demasiado, considerando que nadie ha apostado más de cien? —preguntó el rey
—No importa, ¿es que acaso no me aceptarán la carta por la que he apostado?
—No es eso, pero, y si pierde, ¿cómo va a pagar?
—Eso no sucederá —sonrió.
La partida estuvo a punto de comenzar cuando los demás jugadores se retiraron. Los únicos que estuvieron presentes fueron el conde de Arnoux y Léglise.
Al parecer apostar entre ellos sobre quien ganaría resultaría más satisfactorio que apostar por un naipe.
El conde apostó por la dama, Léglise por el as.
La princesa sacó dos naipes y colocó un a su derecha y el otro a la izquierda.
El naipe de la derecha era el perdedor, el de la izquierda, el ganador.
Lamballe descubrió las cartas.
Todos se asombraron ante la revelación. Arnoux lanzó la copa y Jacques sonrió por la satisfacción que sintió al ver al hombre que le arruinó la vida ahora destruido.
A la derecha cayó una dama, a la izquierda el as.
—¡Gana el as! —dijo la princesa dando un brinquito.
El as, ¡ganó el as!
¡Maldito sea Jacques Léglise!
El amargo sabor de la victoria fue lo que arruinó su noche de juegos.
Jacques fue asfixiado por el pequeño tumulto femenino que lo rodeaba para felicitarlo. Entre ellos la princesa de Lamballe y la vizcondesa de Montague quien nuevamente, le hizo una propuesta indecorosa.
Por sobre las altas pelucas de las damas, pudo ver a su contrincante marcharse sin pronunciar palabra alguna sobre su inminente derrota.
Acalorado y falto de aire, el burgués se disculpó con las damas de la Corte y salió con dificultad del lugar.
Al salir, la brisa nocturna acarició suavemente su rostro. Respiró el aire fresco y cerró los ojos, imaginando que un par de delicadas manos le daban palmaditas en la cara.
Tras unos segundos que le parecieron eternos, por fin pudo tranquilizar su furia y se encaminó hacia el carruaje que madame de La Ferre le había prestado, pero, al percatarse de la velocidad con la que el Conde pasaba montado a caballo, frente a él, decidió seguirlo con el único propósito de exigirle una explicación sobre los comentarios que soltó sobre la mujer que lo había ayudado.
Subió al carruaje de la Marquesa y volvió al Palacio. Consideraba que todavía tenía suficiente tiempo para hablar con el Conde de Arnoux, pero a su vez, sentía que algo malo iba a suceder esta noche.
Alexis Étienne de Arnoux apostó por la dama de picas, específicamente, mientras que él lo hizo por el as. En el juego del faraon no importaba el palo, la denominación era lo que decidía el resultado.
«Tu primera carta fue la sota de corazones, esta te representa como un joven emocional y soñador, despreocupado y tonto», recordó las palabras de la médium.
Después, la figura de su abuelo se hizo presente sentado frente a él, mostraba una mirada de decepción y molestia.
Apartó la vista del espectro y contempló el paisaje nocturno.
—Ella tiene razón, eres despreocupado y tonto, más bien, yo diría que la sota es idiota.
Al escuchar esas palabras pronunciadas por una voz femenina, volvió la vista hacia el asiento donde creía haber visto a su abuelo, sin embargo, solo se encontró con la misma mujer que había leído su futuro en las cartas.
—El as lo tenemos junto a la dama de picas. Esa mujer que te ha engañado tendrá su venganza esta noche —pronunció manteniendo una sonrisa en el rostro.
—¿De qué...?
—¿Tuviste éxito no? Pero recuerda lo que te he dicho Jacques, todo en tu destino es efímero.
Él negó. Intentó convencerse de que todo lo que veía y escuchaba eran imaginaciones suyas. Nada era real. Estaba solo en el interior del carruaje. No había nadie más con él, ni su abuelo, ni la médium.
¡Estaba solo!
—Solo, solo... ¡solo! —repetía con ambas manos apretando su cabeza en un intento vano de sacar de sus pensamientos y recuerdos todo aquello que le fue predicho días atrás.
Al estar de vuelta en el Palacio, buscó la habitación del Conde hasta por fin consiguió dar con el pasillo indicado.
Escuchó un disparo provenir de la habitación al final del pasillo.
Miró a su alrededor, al parecer nadie se había percatado de ello.
Sus manos temblaron y tragó saliva. Dudó. No quería abrir la puerta y descubrir un crimen mayor. Sin embargo, algo en su interior le decía que la víctima sería el noble y no una persona inocente.
Escuchó el jadeo de una mujer y se asustó.
Tomó aire y posó una mano sobre el pomo.
Abrir la puerta fue el mayor error que cometió.
Entró a los aposentos y descubrió a Françoise de La Ferre atravesando el cuerpo del Conde con una daga.
Su figura era irreconocible. La mujer que había conocido no era ella, estaba seguro.
Un revolver yacía en el suelo, recién disparado.
—¿Françoise? —murmuró.
Ella lo miró, había odio en sus ojos.
—Si no te vas ahora juro que te mataré. ¡Ya tienes el dinero! ¿Qué más quieres? ¿Acaso una bala en la frente? —habló con un tono de voz que heló todo su cuerpo.
Jacques miró el cuerpo tendido en el suelo y después el arma.
—No está cargada, y sé que no serías capaz de matarme, yo no te he hecho nada que sea comparable con el dolor que él te hizo pasar.
—¿No? —Ella se mofó.
Jacques tragó saliva.
Estaba completamente seguro de que él no había hecho nada malo para recibir esas palabras de parte de la dama.
Iba a hablar, pero ella continuó.
—Haber ganado fue más que suficiente para dejarme en claro que serás capaz de cualquier cosa con tal de obtener lo que deseas. ¿Pensabas que era estúpida?
Tragó saliva.
Eso no se lo esperaba.
—Françoise, por favor, déjame ayudarte.
La mujer se rio.
—¿Y cómo lo harás? ¿No creas que ya es un poco tarde para eso?
Él negó.
—Será mejor que te vayas, no fui el único que escuchó el disparo.
Ella volvió a reírse.
—No puedo dejarte vivir, Jacques —dijo ella, dispuesta a atravesar su cuerpo con una de las balas.
«Cuidado con la dama de picas...», recordó las palabras de la médium.
La dama de picas.
—¿Eras tú todo el tiempo? —murmuró sintiendo el corazón partírsele.
Françoise no era una asesina, ella era una víctima. Entonces ¿por qué ahora?
Jacques frunció el ceño, ella se veía decidida a acabar con su vida.
—No importa la razón por la que lo hiciste, pero creo entender que...
—¿Entender? ¡Tú no entiendes nada! —gritó—. Y más te vale irte ya o si no...
—No me iré. Françoise, puedo ayudarte.
Ella pareció relajar el gesto, le sonrió y lanzó el revólver al suelo. Después dio media vuelta y entró al pasadizo de la puerta del servicio.
Jacques no sabía qué hacer. Levantó el revólver y al estar junto al cuerpo, descubrió un naipe de la dama de picas cubierto de sangre. Lo guardó en su bolsillo y entonces la puerta principal volvió a abrirse, azotándose en el acto.
El joven Léglise miró a los guardias que entraron con sus armas en alto. Uno de ellos lo arrestó y después de someterlo, lo golpearon.
—Assassin! Assassin! —gritó una criada negra, dejando caer una bandeja.
Jacques alzó la vista, encontrándose cara a cara con Rashida, quien parecía sonreír y luego huir por los pasillos gritando aterrorizada.
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